Anexo 1
Rev. de Psicol. Gral. y Aplic., 1994, 47(2), 141-149
Modelos de creencias de salud y de la acción razonada aplicados al caso del sida
D. Páez Rovira; S. Ubillos Landa; M. Pizarro Pacheco
Universidad del País Vasco
M. León Canelón
Universidad de los Andes (Venezuela)
Resumen
En este artículo se pretende presentar el estado de la discusión sobre el contenido
y la estructura de las actitudes, y su relación con la conducta preventiva en el caso
del sida. Las investigaciones han mostrado que algunas de las variables del modelo
de creencias de salud no se asocian sistemáticamente con la conducta preventiva (uso
de preservativo). El modelo de la acción razonada explica más varianza de la conducta
preventiva que el anterior. El uso previo, la norma personal, la autoeficacia, el
control percibido y la norma social o subjetiva son las variables de mayor capacidad
predictiva. Las campañas de educación sanitaria deben centrarse en cambiar la ilusión
de invulnerabilidad, disminuir la ilusión de control, incrementar la autoeficacia,
reforzar la norma personal y crear normas sociales positivas. Los programas focalizados
en la transmisión de habilidades pueden ser más efectivos porque refuerzan los factores
previos.
Palabras clave: Actitudes, Normas, Comportamientos preventivos, sida.
El modelo de creencias de salud
Las teorías de utilidad esperada postulan que el sujeto racional trata de maximizar
los beneficios y minimizar los costos o riesgos de su comportamiento. Uno de estos
modelos racionalistas se aplicó a la enfermedad con la denominación de modelo de creencias
de salud. Este Modelo surgió en los años cincuenta, a partir de los trabajos realizados
por algunos psicólogos sociales en el Servicio de Salud Pública de Estados Unidos
(Becker, 1974).
En la tabla 1 se esquematiza el modelo de creencias de salud de Becker y colaboradores
(Páez, San Juan, Romo y Vergara, 1991).
Aplicando la lógica de costes –beneficios a la conducta preventiva en salud–, el modelo
de creencias de salud supone que las acciones preventivas son función de: a) la preocupación general del sujeto por la salud; b) el riesgo percibido de adquirir la enfermedad; c) la seriedad percibida de la enfermedad; d) el resultado de la comparación de los beneficios percibidos por realizar la conducta
preventiva con los costes de ésta, también denominados barreras y facilitadores psico-sociológicos
y e) los indicadores o señales de información-acción que focalizan la atención del sujeto
en conductas preventivas específicas. Hay bastante evidencia empírica que confirma
este modelo lógico-económico de la conducta preventiva en salud (Kaplan, Jonson, Bailey
y Simon, 1987).
Riesgo percibido, severidad de la enfermedad, costes/beneficios, y conducta preventiva
En general, la relación entre el riesgo o susceptibilidad percibida de adquirir la
enfermedad y las conductas preventivas es más fuerte que la relación entre la severidad
percibida de la enfermedad y la conducta preventiva (Stone, 1982). También se ha encontrado
que no hay una relación simple y positiva entre informar a los sujetos de una amenaza
sanitaria o riesgo y conducta preventiva, así como tampoco la hay entre nivel de conocimiento
de la amenaza sanitaria y conducta preventiva (Stone, 1982). Por su parte, la investigación
en sociología médica ha mostrado que no hay relación, o si la hay es negativa, entre
la gravedad de la enfermedad evaluada por los médicos y el cumplimiento del tratamiento
(Coe, 1979). Además, el modelo no explica el retraso con que consultan al médico personas
con síntomas de cáncer o de problemas cardíacos, aspecto que se puede explicar mejor
a través de una lógica afectiva de control de la ansiedad, por la denegación de indicadores
amenazantes (Rodin, 1985).
En relación a la conducta preventiva de salud, y para los individuos sin síntomas,
se ha encontrado que niveles bajos de severidad percibida de la enfermedad no son
suficientes para motivar la conducta, mientras que niveles de severidad y miedo muy
altos son inhibidores (Stone, 1982).
Retomando el enfoque del Valor Esperado, Rogers (Stroebe y Jonas, 1988) Demostró,
en una serie de experiencias, que para cambiar una conducta en un sentido preventivo
era necesario que la persona aumentara su percepción de la severidad (consecuencias
negativas) y de la susceptibilidad o probabilidad que le afectara la enfermedad. También
debía darse cuenta y aceptar que la recomendación hecha en el mensaje persuasivo era
efectivo para prevenir las consecuencias severas (Stroebe y Jonas, 1988).
Por otro lado, los beneficios y costes percibidos, asociados al uso de contraceptivos,
se han asociado de forma inconsistente con la conducta preventiva. Loewenstein y Furstenberg
(1991) mencionan tres investigaciones que encontraron asociaciones positivas y tres
que hallaron asociaciones negativas o neutras.
Análisis empírico y crítica a las premisas del modelo de creencias de salud aplicado
al caso del sida: gravedad, susceptibilidad percibida y conducta preventiva.
Los elementos planteados por el modelo son que los sujetos deberían: creer que el
sida es grave; que ellos están en riesgo o son susceptibles de adquirirlo; tener indicadores
salientes y/o recordatorios del riesgo potencial del sida; conocer los mecanismos
de prevención del VIH; estar motivados para hacer los esfuerzos necesarios; y tener
recursos para implementar las conductas.
La seriedad o gravedad percibida del sida, en general, es homogéneamente alta. En
una muestra local esta enfermedad fue evaluada tan grave como el cáncer y era percibida
como la segunda enfermedad más grave (Páez y cols., 1991). La baja variabilidad de
la seriedad o gravedad percibida del sida hacen que esta variable tenga baja capacidad
explicativa y predictiva (Fisher y Fisher, 1992).
Según las revisiones narrativas de Fisher y Fisher (1992) y Maticka-Tyndale (1991),
la susceptibilidad o riesgo percibido ante el sida se ha asociado, positivamente,
a conductas preventivas en siete investigaciones, mientras que en otras siente no
se ha encontrado asociado. En este mismo sentido, las encuestas KAPB y ACSF en Francia
confirman que se está progresando en la utilización del preservativo, principalmente
en los grupos más expuestos al riesgo de transmisión sexual del VIH (Spira y Bajos,
1993). Entre los sujetos de riesgo que declararon haber tenido más de una sola pareja
durante un año escolar (13,8 por 100), las evoluciones son significativas (de 42,6
por 100 en 1990 a 56,4 por 100 en 1992), tanto en los hombres (de 53,2 por 100 a 61,5
por 100) como en las mujeres (del 25,6 al 42,8 por 100). Además, el porcentaje de
personas con multiparejas que declararon uso sistemático de preservativo en las relaciones
con otras parejas diferentes a su pareja principal, pasó del 24,2 por 100 en 1990
al 35,4 por 100 en 1992 (Spira y Bajos, 1993).
Por otro lado, en general las personas se consideran de bajo riesgo ante el sida,
y es más, se consideran de menos riesgo que una persona normal (Hansen, Ginger y Wolkenstein,
1990). Este fenómeno, bastante común, y denominado primus inter pares, se refiere al hecho de que hay una tendencia en las personas a declararse superior
a sus pares en atributos deseables socialmente. También se ha observado que la gente
subestima la probabilidad de que le afecten hechos negativos, incluyendo todo tipo
de enfermedades (Rodin y Salovey, 1989). En una de nuestras investigaciones sobre
el sida con muestras locales (N = 156 sujetos de la CAV) esto fue confirmado al encontrar
que el riesgo medio autoatribuido (rango 1 = nada; 5 = mucho) o riesgo de contagio
personal es menor (X = 2,3) y la diferencia es significativa (t = 2,2, p < 0,05 a
154 gl). El sujeto se percibe como más igual entre los iguales, de ahí la denominación
primusinter pares (el primero entre los pares). Sin embargo, también funciona el sesgo del falso consenso:
el riesgo atribuido a la persona normal, aunque sea superior, es una proyección del
riesgo personal. La correlación entre ambas variables es de 0,66 (significativa, 0,001).
Es decir, los sujetos asignan riesgos similares a sí mismos y al «normal» (Páez y
cols., 1991).
La conducta preventiva del sida se ha encontrado asociada a los costes y beneficios
percibidos, de forma coherente, en ocho investigaciones y con resultados negativos
en dos (Fisher y Fisher, 1992). Asimismo, se ha encontrado asociada a la saliencia
de indicadores como «tener un amigo con sida», en cinco investigaciones de forma positiva
y en dos de forma negativa (Fisher y Fisher, 1992; Maticka-Tundale, 1991).
Contraste del modelo de creencias de salud en nuestro contexto
Los resultados de una investigación realizada en nuestro contexto (Páez y cols., 1991)
muestran que la susceptibilidad percibida de la enfermedad y la silencia del grupo
de pertenencia eran las variables relevantes. Además, la relación entre susceptibilidad
y conducta preventiva se presenta a la inversa de la postulada por el modelo de creencias
de salud; mientras más se cree que la enfermedad es fácilmente contagiable, menos
número de conductas preventivas correctas se tienen. También se encontró relación
inversa entre gravedad percibida de la enfermedad y conducta preventiva. Por otro
lado, la relación entre riesgo percibido y conducta preventiva. Por otro lado, la
relación entre riesgo percibido y conducta preventiva fue baja y no significativa.
Aunque las operacionalizaciones son ad hoc y algunas de ellas limitadas, estos hallazgos confirman las limitaciones del modelo
de creencias de salud. Según se observó, ni la gravedad, ni la susceptibilidad, ni
el riesgo se asocian, como se pensaba, con la conducta preventiva. Los resultados
contradictorios hacen dudar de la «utilidad» del modelo para explicar la relación
entre creencias y conducta preventiva.
Afectividad, invulnerabilidad percibida e ilusión de control en el caso de la conducta
sexual juvenil
El modelo de creencias de salud afirma que la difusión de conductas preventivas, a
nivel individual, seria una función de la preocupación por la salud. Hay que recordar
que entre los jóvenes, sexualmente activos, y por tanto población de riesgo, se dan
bajos niveles de preocupación por la salud y un buen estado de ánimo, lo que disminuye
la accesibilidad de las informaciones amenazantes y negativas (Salovey y Birnbaum,
1991). Un buen estado de ánimo está a asociado a una menor accesibilidad y preocupación
por temas negativos, como los problemas de salud, y aumenta la creencia del control
interno del medio. Es decir, alimenta una sensación de ilusión de control. Por otra
parte, una alta afectividad positiva se ha asociado a una mayor creencia en la eficacia
de las conductas preventivas (Salovey y Birnbaum, 1991).
En la misma línea con lo encontrado en las investigaciones referidas, otro estudios
han mostrado que la inducción experimental de un estado de ánimo negativo aumenta
el riesgo o susceptibilidad percibida de problemas y enfermedades, mientras que un
estado de ánimo positivo los inhibe (Robin y Salovey, 1989). Estos hallazgos sugieren
que el buen estado de ánimo juvenil se asociaría a una inhibición de la percepción
del riesgo ante el sida. Además de esta influencia de la afectividad sobre la percepción
de riesgos, hay que agregar que la alta valoración del riesgo es una norma social
de los adolescentes, así como es común presentar fuertes creencias de sentirse invulnerables
ante los hechos negativos (Fisher, 1988).
Condiciones para la aplicación de la lógica costes-beneficios y su ausencia en el
caso de la conducta sexual juvenil
En el caso de los jóvenes que se inician sexualmente, las condiciones necesarias para
aplicar la lógica racional (información y tiempo de evaluación) parecen estar ausentes.
Primero, la conducta sexual juvenil tiene un carácter impulsivo; no hay control del
acto, sino que se improvisa. Loewenstein y Furtenberg (1991) encontraron entre mil
sujetos norteamericanos que el 65 por 100 señalaban no haber planificado su primera
experiencia sexual. Segundo, la conducta sexual, entre otras, presenta el problema
de la inconsistencia temporal del consumidor o actor, es decir, las personas fracasan
en seguir los planes elaborados. La misma investigación antes citada encontró que
el 39 por 100 de las personas que estaban de acuerdo con la frase «lo mejor para los
adolescentes es no tener experiencias sexuales» las habían tenido, lo que sugiere
una disonancia entre su creencia normativa y su conducta real (Loewnstein y Furtenberg,
1991).
Tercero, desde el punto de vista de la racionalidad de maximización de beneficios,
la conducta sexual juvenil las características de las conductas «adictivas no racionales»
o posee las características asociadas con las conductas subóptimas. Los beneficios
de la conducta preventiva son a largo o medio plazo (uso de contratiempo, prevención
de ETS) y son probabilísticos. Por otro lado, el coste es inmediato y cierto. La introducción
del preservativo va en contra de la atmósfera de juego romántico y de «contacto natural»
y limita el contacto sexual (Loewenstein y Furstenberg, 1991; Bayes, 1992). Sin embargo,
si aplicamos una lógica más afectiva y menos racional, los beneficios de no llevar
a cabo la conducta preventiva (mayor sensibilidad, si no se usa preservativo; no tener
que acudir al ginecólogo, si no se utiliza anovulatorios, DIU o diafragma, etc.) son
a corto plazo; mientras que sus costos (embarazos, sida, ETS) serían a medio o largo
plazo.
Cuarto, la lógica de costes-beneficios se ha encontrado que es aplicable a situaciones
en las que el estrés no es muy alto, en que la información está disponible, hay esperanza
de encontrar una solución mejor y hay tiempo para planificar la respuesta (Feathher,
1982). Sólo el 36 por 100 de la muestra antes citada confirmó que su primera experiencia
sexual era planificada o más o menos prevista y esperable (Loewenstein y Furstenberg,
1991). Por el contrario, en el típico escenario de las relaciones sexuales juveniles,
la situación es de alto estrés relativo y la decisión debe tomarse rápidamente, por
lo cual podría no reforzarse el uso de lógicas racionales.
Críticas al modelo racionalista
Este modelo ha sido criticado por diferentes razones: Primero, se ha encontrado que
muchas veces el sujeto no se comporta de forma consistente con sus creencias (Ajzen,
1988; Loewenstein y Furstenberg, 1991). Segundo, enfatiza elementos subjetivos e individuales
en función de sus percepciones y preferencias, y la relación entre el riesgo percibido
y el riesgo conductal «objeto» es baja o inexistente (Hanse, Hahn y Wolkenstein, 1990).
Tercero, no considera los elementos sociales más «objeto», así como los ambientales
en los que el sujeto está inmerso. Otra limitación es que no tema en cuenta los elementos
afectivos, ni las normas o prescripciones sociales. Por último, no contempla las representaciones
sociales diferenciales existentes sobra la salud, la enfermedad, la muerte y las conductas
normativas (King, 1983). Aun así, como dijimos, hay evidencia que confirma en parte
lo postulado por este modelo.
El modelo de la acción razonada
Ajzen y Fishbein (1980) plantean un modelo de actitud basado en la teoría de la acción
razonada utilizando modelos estructurales de valor esperado. En el modelo estructural
de actitudes, el sujeto es visto como un tomador racional de decisiones, el cual se
comportará en función de la Valoración de los resultados de su comportamiento y de
las expectativas que tiene sobre ese comportamiento en relación a lograr dichos resultados.
Además de esta racionalidad instrumental, el modelo integra la racionalidad cultural
o normativa mediante una medida de la opinión favorable/desfavorable de los otros
significados ante la conducta específica y se cuestiona también sobre la motivación
a seguir esta opinión (Boyd y Wandersman, 1991). La multiplicación del valor del atributo
con la expectativa que se asocie a la conducta y la suma de todos estos atributos,
compone la dimensión actitudinal. La multiplicación de la opinión de los otros por
la motivación a hacerles caso, sumando el total, compone la norma subjetiva. Se postula
que el modelo tiene una buena capacidad predictiva (Ajzen, 1988).
La revisión meta-analítica de Sheppard, Hartwick y Warshaw (1988) encontró que había
una correlación media de 0,53 entre la intención de conducta y la conducta real. La
correlación media entre la actitud y la norma subjetiva con la conducta era de 0,66.
Ambas resultaron significativas y están basadas en 87 estudios diferentes, con un
total de, aproximadamente, 12.000 sujetos y con conductas variadas (Sheppard, Hartwick
y Warshaw, 1988). La correlación media entre intención de conducta y uso de preservativo
era de 0,76 cuando la conducta era controlable por el sujeto. Ésta descendía a 0,62
cuando la conducta era un objeto, es decir, cuando la colaboración de otros y habilidades,
había obstáculos y era a una meta a alcanzar (por ejemplo, mujeres solteras adolescentes
que debían imponer el uso del condón a sus parejas). La correlación media entre una
norma subjetiva y actitud, con la intención de conducta de uso de preservativo era
de 0,65. Globalmente, el modelo parece tener una utilidad predictiva superior para
conductas que para objetivos, lo que es coherente con el modelo, ya que éste pretendía
explicar sólo las conductas voluntarias.
Pagel y Davidson (1984) encontraron que el modelo de Fishbein y Ajzen predice, aproximadamente,
el 38 por 100 de las conductas de contracepción. Este hallazgo fue confirmado por
la investigación longitudinal de Boyd y Wandersman (1991), quienes demostraron que
las variables del modelo de Fishbein y Ajzen predecían tres meses después el 38 por
100 de la intención de uso de preservativo muy similar 42 por 100 de la varianza explicada
en la revisión meta-analítica de Sheppard, Hartwick y Warshaw (1988). La intención
de uso explicaba el 27 por 100 de la varianza de la conducta de uso de preservativo,
más bajo que el 38 por 100 explicado como media en la revisión meta-analítica. Podemos
concluir que el modelo de la acción razonada explica entre el 30-40 por 100 de la
varianza de la intención de uso del preservativo y entre el 25-35 por 100 de la varianza
del uso. Una revisión narrativa concluye que el modelo de la acción razonada explica
más varianza o predice mejor la conducta preventiva (uso de preservativos) en el caso
de adolescentes (DiClemente, 1992).
En relación al uso de preservativos, varias investigaciones han mostrado que el componente
de norma subjetiva es más importante que la actitud para predecir la conducta de prevención
o de riesgo ante el sida, aunque los resultados son inconsistentes (Hansen, Hahn y
Wolkensteinb, 1990; Fisher y Fisher, 1992). Fishbein (1990) demostró que la variable
contexto cultural y sexo influían en el peso predictor de las variables de la norma
subjetiva y las actitudes. En México la actitud hacia la conducta pesaba más que la
norma, a la inversa de lo que sucedía en Estados Unidos.
Asimismo, en México se encontró que en los varones el uso del preservativo estaba
más asociado a la actitud que a la norma, mientras que en el caso de las mujeres la
norma subjetiva influenciaba la conducta tanto como la actitud (Fishbein, 1990).
Control percibido de la conducta
Con el fin de ampliar el modelo de la acción razonada a las conductas, Ajzen (1988)
agregó al modelo un conducta. El modelo de la acción planificada, como componente
de percepción de controlabilidad de la fue denominado, intenta predecir tanto conductas
voluntarias como involuntarias. No es por azar que dos autores destacados de esta
orientación racional-económica (Rogers y Ajzen) hayan postulado que la percepción
de control de la conducta a realizar es un elemento central en la predicción de ella;
además de los atributos de susceptibilidad, vulnerabilidad, costes y eficacia de las
conductas preventivas de salud (Stroebe y Jonas, 1988).
El control percibido se refiere a la percepción de los obstáculos internos (falta
de habilidades, de competencias) y externos o situaciones (poca accesibilidad, no
colaboración de otros). Ha mostrado tener efectos directos e indirectos sobre la conducta
a través de la intención de conducta. Este concepto es muy similar al de autoeficacia,
locus de control interno, etc. Se ha encontrado que, en general, agrega capacidad explicativa
(Chaiken y Stangor, 1987; Tesser y Shaffer, 1990).
Basen-Engquist y Parcel (1992) realizaron un estudio sobre la teoría de la acción
razonada incluyendo la variable de autoeficacia de la teoría del aprendizaje social
y encontraron que la autoeficacia contribuía de forma específica a la predicción de
las intenciones, así como de las conductas sexuales, y específicamente, en el caso
de la frecuencia de uso del preservativo.
En relación a lo anterior, existe una tendencia bastante extendida entre las personas
denominada ilusión de control que consiste en la tendencia a tener una visión optimista de su capacidad de controlar
la realidad. En particular, se ha encontrado que las personas que han tenido relaciones
sexuales sin utilizar contraceptivos tendían a creer que ellas eran menos vulnerables
al embarazo por azar (Burger y Burns, 1988). Desde este punto de vista, la percepción
del control se muestra sesgada positivamente y puede tener una relación compleja con
la conducta preventiva.
Elección entre alternativas de conducta
Otro desarrollo relevante que se ha planteado es que la capacidad predictiva del modelo
se incrementa si se miden las actitudes no sólo ante la conducta en cuestión, sino
ante las alternativas (usar preservativo frente a no usar). Si bien no toda, varias
investigaciones confirman este aspecto (Tesser y Shaffer, 1990). La investigación
de Davidson y Morris (1983) comparó la capacidad predictiva de medidas cognitivas,
de intención de conducta y afectivas, y de actitudes en relación a la contracepción.
Realizó una comparación inter-sujetos (349 sujetos casados), en relación a un método
contraceptivo y preservativo, el DIU, diafragma y píldoras. La conducta contraceptiva
se midió un año después. La capacidad predictiva de la actitud era mejor en la comparación
intra-sujetos que en la inter-sujetos. La dimensión de intención de conducta era el
mejor predictor, seguido de las medidas afectivas y por último las cognitivas.
En el área que nos interesa hay que señalar que hay conductas alternativas de prevención,
irreales, pero muy extendidas, como es el salir con gente no afectada. Se niega la
posibilidad de contactar con gente afectada, a partir de dos mecanismos: primero,
se cree que se puede detectar a las personas afectadas por un aspecto físico prototípico
desaliñado y deteriorado (se viste mal, físicamente está mal, etc.), muy cercano al
prototipo del desviante/drogadicto. Segundo, se cree que si se conoce a la gente paulatinamente
y mediante amigos, se trata de gente sin riesgo en la que se puede confiar (Fisher
y Fisher, 1992; Maticka-Tyndale, 1991; Páez y cols. 1991).
La experiencia anterior y el cambio comportamental
Recordemos que el modelo de actitud de Fishbein y Ajzen planteaba que las actitudes
no incidirían en el comportamiento, sino a través de la intención de comportamiento.
Además, planteaba igualmente que la norma social del grupo de referencia influía sobre
la intención comportamental y no sobre la conducta real.
Bentler y Speckart (1979, 1981) modificaron el modelo de Fishbein y Ajzen (1980) en
dos puntos fundamentalmente: 1) por una parte, postulan que la conducta previa afecta
tanto a las actuales intenciones conductuales como a la conducta futura, y 2) por
otra, que las actitudes pueden influir directamente en la conducta además de influirla
indirectamente a través de las intenciones conductuales. Se plantea que la inclusión
de la experiencia anterior en un modelo causal de ecuaciones estructurales aumenta
su capacidad explicativa. Estos autores demostraron dichos puntos en su trabajo sobre
la ingestión de alcohol y drogas (Bentler y Speckart, 1979) y, posteriormente, ha
sido utilizado exitosamente en diversas áreas de la salud (prevención de embarazo,
sanidad dental, riesgo de accidentes, etc.). El modelo de Bentler y Speckart sería
el presentado en la tabla 3.
Sin embargo, otros resultados que demuestran que la experiencia influye directamente
tanto en las intenciones conductuales como en el comportamiento posterior no han encontrado
una influencia directa significativa de la actitud hacia la conducta futura (Fredricks
y Dossett, 1983).
Actualmente se acepta el papel de la experiencia anterior como predictor de la conducta
(Fredricks y Dossett, 1983; Chaiken y Stangor, 1987; Tesser y Shaffer, 1990).
Modelos extendidos de Triandis y de Maticka-Tyndale
Las investigaciones en el área del sida han buscado enfrentar los modelos de la acción
razonada y el de creencias de salud. Uno de los intentos, en esta línea, ha sido realizado
por Maticka-Tyndale (1991), quien intentó evaluar el poder del modelo de creencias
de salud y el de la teoría de la acción razonada para predecir el seguimiento de la
«Guía para un sexo seguro», en un estudio realizado en Canadá con una muestra de mil
estudiantes franceses en ingleses. En relación al modelo de creencias de salud se
observó su bajo poder explicatorio; la asociación entre susceptibilidad percibida
y conducta no se presentó; y sólo las actitudes hacia los preservativos resultaron
ser significativamente influyentes en el uso de los mismos. El modelo expandido propuesto
por Maticka-Tyndale está compuesto por dos sub-modelos, uno que predice el uso del
preservativo y el otro la percepción de susceptibilidad.
El modelo de Triandis introduce, además de la conducta anterior, el riesgo percibido
o susceptibilidad y el miedo ante la enfermedad. Ambas variables son muy parecidas
a la susceptibilidad y a la gravedad del modelo de creencias de salud. Por otro lado,
agrega las llamadas condiciones facilitadoras que se refieren al control percibido
(siendo que controlo si puedo o no usar el condón durante la relación sexual), a la
autoeficacia (me siento competente para usar el preservativo) y al conocimiento percibido
(siento que estoy informado sobre los medios de reducir el riesgo de coger sida).
Este modelo también incluye preguntas sobre el sentido personal de responsabilidad
moral ante la conducta, creencias de rol (creo que el uso del preservativo es adecuado
para un joven adulto o adolescente), y, por último, incluye medidas directas de afectividad
o de actitud hacia la conducta (el preservativo me disgusta-gusta, me parece displacentero-placentero)
(Boyd y Wandersman, 1991). El modelo de Triandis explica sólo un 9 por 100 más de
la variaza de la intención de uso del preservativo que el de la acción razonada (cinco
variables frente a dos de Fishbein y Ajzen). Sólo la norma personal agrega varianza
explicada, además de la norma subjetiva y de los valores esperados. El modelo de Triadis
explica el doble de la varianza de la conducta declarada que el de Fishein y Ajzen.
El hábito o uso pasado del preservativo, el miedo ante el sida y el riesgo o susceptibilidad
percibida tienen capacidad predictora.
Críticas metodológicas a las teorías del valor esperado
Las teorías de la acción razonada y planificada suponen que los valores y las expectativas
son independientes. No sólo los sujetos tienen dificultades para responder a veces
a las estimaciones probabilísticas, sino que tienden además a asociar la valoración
y la certeza (Feather, 1992).
La operacionalización de las puntuaciones, en particular en la acción razonada, en
la forma –3 +3 y la multiplicación entre valor y expectativa, produce estimadores
inconsistentes. Si se cambia la puntuación (no la escala ni los datos) de –3 a +3
a 1 (desacuerdo), 7 (acuerdo), las correlaciones cambian de forma importante, siendo
en general más altas. Las estimaciones con la suma de los valores y expectativas son
más estables (Evans, 1991; Tesser y Shaffer, 1990).
El valor explicativo de las escalas es en gran medida dependiente de activar un contexto
de preguntas ordenadas que van desde los valores, las expectativas, hacia la intención
y terminan en la conducta informada. Cuando este orden se altera y se mezclan aleatoriamente
el orden y los tipos de preguntas, el valor predictivo disminuye (Tesser y Shaffer,
1990).
Las conclusiones son que valores y expectativas se asocian de forma holística en las
percepciones de los sujetos, que no hay que utilizar escalas negativas, ni multiplicar
los valores por las expectativas, sino sumar simplemente y que si se quiere aumentar
la capacidad predictiva, hay que presentar ordenadamente las preguntas «creando»,
en parte artefactualmente, la activación de la actitud y «el cálculo racional».
Por último, las creencias tienen una estructura no aleatoria y forman conglomerados
de temas que no están bien representados por una mera suma de valores y expectativas.
En nuestra opinión, las creencias constituyen representaciones sociales y deben ser
analizadas como tales (véase Páez y cols., 1991).
Conclusiones
A pesar de los resultados contradictorios obtenidos con los modelos de creencias de
salud y de la acción razonada, las campañas de educación sanitaria, en general, y
en particular las del sida, siguen la lógica racionalista de estos modelos: se insiste
en que el sida afecta a todos; en que es una enfermedad grave (el sida es incurable,
etc.), y por último se asegura que se puede prevenir fácilmente (uso de condón, sexo
seguro, cuidados mínimos de efectos personales). Se incide sobre las ventajas-beneficios
o creencias negativas.
Sin embargo, la experiencia de las campañas de educación para prevenir las ETS entre
los jóvenes mostró que la información y el conocimiento de los medios de prevención
de éstas no necesariamente implican un cambio en la conducta sexual. Después de campañas
de educación sanitaria contra el sida, en general, los adolescentes no cambian de
conducta. Alrededor de una 10 por 100 declara usar condón y otro 10 por 100 abstinencia
(Brooks-Gun, Boyer y Hein, 1988), y de los que cambian sólo uno de cinco realiza una
conducta preventiva correcta (Flora y Thoresen, 1988). En las campañas de prevención
de las ETS entre adolescentes de pequeña-burguesía en Estados Unidos se encontró que
la mayoría sabía que los preservativos prevenían las ETS y un 41 por 100 declaraban
usarlos. Un año después de un curso de educación sanitaria, un 49 por 100 declaraba
haberlo usado el mes anterior (un incremento de sólo el 8 por 100) y un 8 por 100
declaraba usarlo siempre (Mason, Olson y Parish, 1988).
Como ya se sabía en relación al problema de la contracepción, la información y el
conocimiento de los medios preventivos no se asocian de manera directa y simple a
cambios en la conducta.
Agreguemos, por último, que el escenario o guión implícito de interacción sexual entre
jóvenes excluye el plantear el tema de las ETS y las medidas de prevención, por miedo
al rechazo de la pareja y por temor a romper la atmósfera de intimidad (Fisher, 1988).
El uso del preservativo se integra sólo como mecanismo contraceptivo de transición
y no como profiláctico (Maticka-Tyndale, 1991).
Si el objetivo es que la comunicación pretenda suscitar cambios comportamentales preventivos,
habrá que tener en cuenta varios factores: 1) Aunque en general se sabe que la norma
es más importante que la actitud, habría que confirmar esto en nuestro contexto. Además
de identificar la variable con más peso predictor (creencias normativas o actitudes),
se deberían conocer las creencias o referentes más salientes de la actitud o norma
para cada grupo o población. 2) La seriedad o gravedad percibida tiene baja capacidad
de explicar y predecir la conducta preventiva; y el riesgo percibido no parece tener
una relación consistente y directa con la conducta preventiva. Por ende, estas dos
variables no deben ser un objetivo importante de la educación. 3) La ilusión de la
invulnerabilidad es una creencia normal y común en las personas que se explica por
el fenómeno denominado primus inter pares.
Por tanto, las creencias deberán modificarse en un sentido realista, disminuyendo
la ilusión de invulnerabilidad y control. 4) Los costes y beneficios percibidos asociados
al uso de contraceptivos se han asociado de forma inconsistente con la conducta preventiva.
La relación actitudes/creencias normativas e intención de conducta es media-alta y
la relación intención de conducta-comportamiento es alta, en el uso del preservativo.
La norma subjetiva es más importante que la actitud, pero, a su vez, ambas son más
explicativas que el riesgo percibido y los costes-beneficios. La experiencia en el
uso del preservativo parece ser un determinante importante de la conducta de no-riesgo.
Dado que esta última es una variable difícilmente manipulable por mera información,
debemos orientarnos a las otras. El riesgo y los costes/beneficios percibidos no deben
ser un foco de los programas de educación sanitaria, por su poca capacidad predictiva.
La educación debe orientarse antes que nada a un cambio de normas, y en menor medida
a un cambio de actitudes. 5) Deberá tenerse en cuenta la percepción de la situación,
tanto a nivel individual (de la actitud como proceso), como a nivel social (normas
sociales). Por tanto, son importantes las intervenciones normativas tanto grupales
como individuales. 6) El riesgo o susceptibilidad percibida de problemas y enfermedades
está asociada a una baja afectividad positiva (realismo depresivo); por el contrario,
una alta afectividad positiva (como es el caso de los jóvenes) se asociaría a una
inhibición de la percepción del riesgo, aunque también a una mayor creencia en la
eficacia de las conductas preventivas. En este sentido, deberá darse información que
sin ahuyentar a los jóvenes, les genere algún grado de desactivación de la afectividad
positiva y un poco de «lucidez realista» –que se asocia a estados ligeros de depresión–.
7) La conducta sexual de los jóvenes es improvisada y con un nivel de estrés medio.
La prevención deberá tener en cuenta este hecho para proponer medidas realistas y
adecuadas a los sujetos diana –que no impliquen una fuerte capacidad de autocontrol
y planificación–. Por ejemplo, accesibilidad a máquinas de preservativos en lugares
de diversión y ligue. 8) Habrá que examinar las creencias salientes asociadas a la
conducta objetivo (uso del preservativo), reforzar las creencias positivas y modificar
las negativas. En particular, habrá que examinar y cuestionar las conductas alternativas
de prevención, particularmente la selección de parejas «normales» diferentes del prototipo
implícito de sujeto de riesgo. 9) El control percibido y la autoeficacia son variables
predictoras importantes, aunque también la norma personal o individual. Las intervenciones
prácticas dirigidas a la adquisición de habilidades sociales, de asertividad, afrontamiento
del estrés y otras, serán las más adecuadas y eficaces, tanto en la modificación de
actitudes como de conductas, ya que son las que más probablemente generen una percepción
de control, un sentimiento de autoeficacia y ayuden a generar una norma personal de
conducta.
Nota: Este artículo se ha podido realizar gracias al Proyecto de Investigación 109.231-EA142/92,
de la Universidad del País Vasco.
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