3. Modelo transteórico de cambio para conductas adictivas
James O. Prochaska
Cancer Prevention Research Consortium
University of Rhode Island. U.S.A.
Janice M. Prochaska
Child and Family Services of Newport County. U.S.A.
1. Introducción
En 1984, se reunieron un grupo de teóricos, investigadores y terapeutas en un congreso
internacional en North Berwick, Escocia, para contribuir al desarrollo de un modelo
de cambio global en el tratamiento de las conductas adictivas. El libro que se creó
a partir de este congreso fue una señal del zeitgeist (Miller y Heather, 1986) y constituyó un nuevo intento de integración de los distintos
sistemas de psicoterapia (Prochaska, 1984).
Más tarde, en 1990, un grupo de científicos y clínicos se reunió en un simposio de
trabajo en Barcelona, España, para analizar los últimos avances en el conocimiento
y tratamiento de las conductas aditivas. El congreso y el libro que surgió a partir
del mismo son señales de un segundo zeitgeist: forman parte de los intentos que se realizan en la actualidad para investigar simultáneamente
en diversos países, y sobre distintas condiciones, la manera de conseguir una información
y unas soluciones comunes para las conductas adictivas.
Este capítulo presenta los datos más recientes de nuestras investigaciones sobre un
modelo global de cambio. Dicho modelo debe satisfacer simultáneamente varias demandas.
En relación a las conductas adictivas debe ser aplicable a un amplio rango de formas
de cambio –desde la máxima intervención de los programas tradicionales de terapia
en pacientes ingresados o en régimen ambulatorio, hasta los programas de intervención
menos intensa, como puede ser una terapia de corta duración para sujetos bebedores
(Heather, 1986) y fumadores problemáticos (Glasgow, Schafer y O'Neil, 1981). Un modelo
global de cambio también deberá enfrentarse al hecho de que, en el caso de ciertas
conductas adictivas, como el fumar, la mayoría de las personas las puede modificar
sin la ayuda de ningún programa formal de tratamiento (Consumo de cigarrillos como
un proceso de dependencia, 1979).
Un modelo global también debe ser aplicable a las diversas conductas adictivas que
los individuos deseen cambiar. El modelo debe hacernos progresar en el conocimiento
de cómo modifican los individuos conductas tan diversas como, por ejemplo, el abuso
de alcohol, la dependencia de la cocaína, la hiperfagia, la adicción a la heroína
o el tabaquismo. ¿Existen determinadas estrategias de cambio responsables del éxito
o del fracaso de los intentos para modificar estas conductas tan diversas?
Un modelo global debería ser útil como síntesis de los distintos modelos de cambio
de los que se dispone actualmente para las conductas problemáticas, incluyendo las
adicciones. Janis y Mann (1977), por ejemplo, presentaron un modelo de toma de decisiones
como modelo general de cambio en conductas problema como pueden ser las adicciones.
Bandura (1987, 1980), por otra parte, presentó un modelo de autoeficacia como modelo
general de cambio.
Además, un modelo global debería servir como síntesis de los distintos modelos de
tratamiento que se utilizan actualmente para las conductas adictivas. En 1976, Parloff
manifestó que existían más de 130 terapias disponibles en el mercado terapéutico (o
en la "jungla", como el mismo autor lo describió). En 1980 aproximadamente, Parloff
había revisado más de 250 terapias. Las personas que desean superar sus conductas
adictivas se enfrentan a la confusión creada por la excesiva cantidad de posibilidades,
siendo la información de que se dispone insuficiente para tomar una decisión con respecto
al tratamiento de elección en cada problema concreto. Un modelo global puede ayudar
a integrar el campo terapéutico hasta ahora fragmentado en un número excesivo de alternativas
y de tratamientos que compiten entre sí.
Un modelo global debe cubrir todo el proceso de cambio, desde el momento en que alguien
advierte la existencia del problema hasta el instante en que el problema deja de existir.
La mayoría de modelos de cambio han sido modelos de "actuación", pero existen muchos
otros cambios que proceden y siguen a la acción en el caso de las conductas adictivas.
La decisión de cómo ayudar a alguien incluye considerar el momento en el que se encuentra
cada individuo concreto dentro del ciclo de cambio.
Del mismo modo que el cambio es un fenómeno dinámico y abierto, un modelo global de
cambio debe estar también abierto al progreso, incorporando e integrando las nuevas
variables que se van encontrando integradas en la forma en que los individuos modifican
las conductas adictivas. En este capítulo presentaremos un modelo de cambio que no
es completo ni cerrado.
El modelo de cambio que venimos desarrollando desde hace 14 años no es sencillo, pero
es comprensible. Los días de búsqueda de soluciones simples han quedado atrás. La
complejidad de las conductas adictivas requiere soluciones multivariantes más que
univariantes. El enfoque transteórico que hemos desarrollado es un modelo tridimensional
que integra estadios, procesos y niveles de cambio.
En un estudio comparativo entre individuos fumadores que realizaron el cambio por
sí solos o que participaron en dos programas comercializados descubrimos, que tanto
unos como otros, identificaban algunos estadios comunes experimentados durante el
proceso de cambio para dejar de fumar (DiClemente y Prochaska, 1982). Estos estadios
fueron etiquetados como precontemplación, contemplación, determinación, actuación y mantenimiento (Prochaska y DiClemente, 1983).
Al desarrollar un instrumento de evaluación de los estadios de cambio en que se encuentran
los individuos al empezar un tratamiento, McConnaughy, Prochaska y Velicer (1983),
en un estudio realizado con 150 pacientes psiquiátricos ambulatorios que iniciaron
tratamiento, observaron la presencia de sólo cuatro componentes de alta fiabilidad
bien definidos. Denominamos a estos componentes o estadios de cambio: precontemplanción, contemplación, actuación y mantenimiento (Prochaska y DiClemente, 1982). Dado que no pudimos generar una escala para evaluar
el estadio que se halla entre la contemplación y la actuación, trabajamos con el cuarto estadio del modelo durante siete años (Prockaska y DiClemente,
1983, 1985, 1986a y b).
Tal como predijimos, los cuatro estadios de cambios formaron un patrón simple en el
que los estadios adyacentes correlacionaron entre ellos más que con ningún otro estadio.
Estos resultados sobre los estadios de cambio fueron replicados en otro estudio con
350 pacientes de psiquiatría general que acudieron para terapia ambulatoria (McConnaughy,
Prochaska, Velicer y DiClemente, 1989). Este estudio también puso de manifiesto que
el estadio de cambio en que se encuentra el paciente es mejor predictor del progreso
alcanzado, después 4 meses de terapia, que los diagnósticos del DSM III o que la gravedad
de los síntomas. Estos estadios de cambio se identificaron también en un grupo de
150 alcohólicos que acudieron a un tratamiento ambulatorio (DiClemente y Hughes, 1989).
El análisis factorial de cada una de estas tres muestras de pacientes permitió identificar
algunos perfiles de cambio comunes. Un grupo de pacientes puntuaba muy alto en la
escala de precontemplación y bajo en las otras tres. Este perfil representaba un grupo de pacientes en estadio
de precontemplación. Otro grupo de pacientes puntuó alto en contemplación y actuación. Este perfil representaba a pacientes en fase de determinación.
Incluso teniendo pruebas de la existencia de un estadio entre la contemplación y la actuación, debimos ignorarlo al no poder crear una escala independiente para evaluarlo. En
los últimos años hemos desarrollado sistemas de medición para este estadio intermedio
y nos referiremos a él como estadio de preparación (DiClemente, y col., en prensa; Prokaska y DiClemente, en prensa).
La Figura 1 muestra una ordenación lineal de los estadios de cambios. Permite observar
cómo el éxito en el cambio conlleva un progreso desde la precontemplación a la contemplación, a la preparación, a la actuación y finalmente al estadio de mantenimiento.
La precontemplacion es un estadio durante el cual los individuos no piensan seriamente en cambiar, por
los menos durante los próximos seis meses. Utilizamos un período de seis meses ya
que éste parece ser el intervalo máximo de tiempo en el que las personas pueden planear
seriamente el cambio de conductas como las adicciones. Los individuos pueden permanecer
en el estadio de precontemplanción porque no están informados o porque están poco informados sobre las consecuencias
de su conducta. Otros individuos se sienten desmoralizados respecto a su capacidad
de cambiar y no quieren pensar en ello. Los más frecuente es que los individuos en
estadio de precontemplación están a la defensiva en relación a sus conductas adictivas y se resistan a las presiones
externas para que cambien.
La contemplación es el período en que los individuos están pensando seriamente en el cambio a lo lardo
de los seis meses próximos.
Los sujetos en estadio de contemplación están mucho más abiertos al feedback y a la información sobre sus problemas y sobre la manera de cambiarlos. Sin embargo,
como veremos, pueden mostrarse bastante ambivalentes en relación al precio y al beneficio
de sus conductas adictivas. Tal vez, debido a esta ambivalencia, los individuos puede
permanecer en el estadio de contemplación durante años. Evaluamos un grupo de aproximadamente 250 fumadores que se encontraban
en estadio de contemplación cada seis meses durante dos años. La respuesta típica, la más frecuente, fue la permanencia
en el estadio de contemplación durante el período completo. A estas personas las denominamos contempladores crónicos.
Sustituyen la actuación por la acción de pensar.
La preparación es el estadio en que los individuos se encuentran preparados para la actuación, normalmente con intenciones de empezar al mes siguiente. En este estadio, se han efectuado
ya algunos pequeños pasos dirigidos a actuar, tales como reducir la frecuencia de
la conducta adictiva o haberla intentado dejar el año anterior.
La actuación es el estadio en que se produce abiertamente la modificación de la conducta problemática.
Normalmente exigimos que los individuos que se hallan en el estadio de actuación alcancen un objetivo concreto durante un tiempo mínimo. En el caso de tabaquismo,
por ejemplo, se tiene que haber dejado el tabaco por lo menos durante 24 horas para
que pueda valorarse como un intento de actuación. La mera reducción del número de cigarrillos fumados o el cambio a cigarrillos menos
nocivos no suele contar como una actuación puesto que, en este campo, existe acuerdo de que el criterio para considerar satisfactoria
una intervención es la suspensión del hábito (Schumacher y Grunberg, 1987). Está claro
que en algunas áreas de la adicción no existe acuerdo sobre los criterios a seguir
y debemos conformarnos con los objetivos que se marcan los individuos o con nuestros
propios clínicos.
En el modelo de cambio, la actuación se prolonga durante un período de seis meses después de la modificación de la conducta
adictiva. En un principio, comparamos períodos de 0 a 3 meses y no encontramos diferencias
en relación de individuos que utilizaban determinados procesos de cambio para dejar
de fumar (Prochaska y DiClemente, 1983). Por lo tanto, agrupamos a estos individuos
en un estadio de actuación de 0 a 6 meses. Un problema frecuente es que muchos sujetos se otorgan un tiempo insuficiente
para completar es estadio más difícil y duro de la actuación.
El período de mantenimiento empieza a los seis meses de producirse el cambio y termina
cuando la conducta adictiva ha finalizado. Definimos el fin de la conducta adictiva
como la no existencia de tentaciones a lo largo de todas las situaciones problema.
El mantenimiento es un periodo de cambio, continuo, mientras que la finalización es mucho más estable
y el individuo no necesita utilizar procesos de cambio para impedir la recaída.
En general, los programas terapéuticos tradicionales han tratado a todos sus clientes
como si ya estuvieran preparados para entrar en el estadio de actuación. ¿Qué ocurre cuando clasificamos a los individuos en diferentes estadios en lugar de
sumir que ya están preparados para la actuación? La Figura 2 muestra el porcentaje de fumadores que encontramos en distintos estadios
y que entraron en acción durante los primeros 18 meses de un estudio de intervención.
Esta figura agrupa a unos 570 fumadores procedentes de cuatro tipos de intervención
de autoayuda y pone de manifiesto que el grado de éxito alcanzado después del tratamiento
se relaciona, directamente, con el estadio en el que se encontraban previamente.
Y, sin embargo, ésto es lo que se ha hecho habitualmente en muchos de nuestros programas
de intervención.
En un estudio de intervención en fumadores con patología cardíaca, Judith Ockene y
sus colaboradores observaron que el 22% de los fumadores que se encontraban en el
estadio de precontemplación antes del tratamiento permanecía sin fumar a los 6 meses del seguimiento (Ockene y
col., 1989). Asimismo, un 44% de los que estaban en el estadio de contemplación y, aproximadamente, el 80% de los que estaban preparados para la actuación no fumaba al cabo de seis meses. Por lo tanto, incluso en el caso de personas con
cardiopatías que amenazan su vida, existe una duplicación del cese del hábito tabáquico
entre los individuos en estadios de precontemplación y contemplación, y entre estos los contempladores y los que están preparados para actuar, o actuando
ya, al empezar el estudio.
Nuestros programas de intervención tradicionales asumieron, implícitamente, que todos
los participantes estaban preparados para entrar en el estadio de actuación para abordar
sus conductas adictivas. Podemos diseñar programas orientados a la actuación sobre la base de los últimos avances y decepcionarnos posteriormente debido a la escasa
participación de los individuos. Tracey Orleans y Victor Schoenbach (1988) estudiaron
una muestra representativa de fumadores en un centro de Seattle y observaron que el
7080% de los pacientes admitió que aprovecharía un programa de autoayuda para dejar
de fumar si la participación fuera gratuita. A continuación, los mismos autores ofrecieron
un excelente programa orientado a la actuación, con la disminución gradual de la nicotina, que recibió una publicidad considerable.
Sin embargo, resultó decepcionante comprobar que únicamente el 4% de los fumadores
se comprometió a asistir al programa durante un período de seis meses.
David Abrams y colaboradores realizaron una encuesta parecida para llevar a cabo un
programa de intervención de autoayuda en el lugar de trabajo Abrams, Follick y Biener,
1988). Conociendo la baja participación en los estudios del centro, utilizaron algunos
incentivos conductuales para animar a la gente a que colaborara. Ofreciendo la posibilidad
de ganar aparatos de vídeo, televisores y días de vacaciones del trabajo sólo por
el hecho de apuntarse al programa. Con ello, la cifra de inscritos aumentó de un 4
a un 7%.
La inmensa mayoría de nuestros programas de intervención ha sido diseñados para una
minoría que está preparada para pasar a la acción frente a sus problemas de conducta
adictiva. Utilizando los mejores datos disponibles a partir de cuatro estudios, podemos
estimar el porcentaje de fumadores en cada estadio y en cada momento. Estas estimaciones
indican que de un 7 a 10% está preparado para la actuación, de un 25 a un 35% se halla en el estadio de contemplación y de un 60 a un 65% se encuentra en el estadio de precontemplación. A pesar de que la conducta adictiva al tabaco es la que ha recibido más publicidad
sobre sus consecuencias nocivas y que 10 de millones de personas son objeto de los
proyectos de investigación en intervención del National Cancer, casi el 90% de los fumadores no se encuentra preparado para pasar a la acción.
Aparte de las dificultades existentes para reclutar a la mayoría de los individuos
en los programas orientados a la actuación, nos encontramos con grandes dificultades para que permanezcan en ellos una vez se
han inscrito. El abandono del programa suele ser un problema importante en los pacientes
que siguen una psicoterapia y esta circunstancia se agrava en el caso concreto de
los pacientes con conductas adictivas. Los estudios realizados indican que entre el
40 y el 60% de los pacientes en psicoterapia interrumpe el tratamiento prematuramente.
En algunos estudios sobre pacientes con conductas adictivas, la cifra de abandono
aumenta hasta un 80% de los participantes (Abrams, y col., 1989).
En uno de nuestro estudios intentamos predecir con qué tipo de terapia los pacientes
abandonarían el programa prematuramente y cuáles lo continuarían o lo finalizarían
pronto, pero adecuadamente. Utilizamos algunas de las mejores variables predictivas
que se encuentran en la literatura sobre estos tratamientos, tales como variables
demográficas –edad, educación, sexo y situación socioeconómica y variables relacionadas
con el problema– tipo, duración y gravedad del caso. No pudimos predecir con éxito
que un 40% de los pacientes terminaría prematuramente. Al utilizar variables relacionadas
con el estudio, como el Cuestionario del estadio de cambio, pudimos predecir estos abandonos con un 93% del precisión (Medeiros y Prochaska,
1990).
No existe ninguna prueba en el modelo de los estadios de cambio que indique qué individuos
en fase precontemplativa progresarán hacia el siguiente estadio de cambio. De hecho,
observamos que de los casi 200 individuos en estadio precontemplativo que fueron observados
cada seis meses durante dos años, dos tercios, aproximadamente, permanecieron todo
el tiempo en el estadio de precontemplación (Prochaska, DiClemente, Velicer, Rossi y Guadagnoli, 1989).
La Figura 3 muestra una gráfica de los procesos de cambio utilizados por los contempladores
que progresaron linealmente hasta la actuación y el mantenimiento, sin presentar recaídas, durante los dos años que duró el estudio de autoayuda. La
confianza aumenta, la tentación se reduce, los incentivos del fumar disminuyen, la
actuación se intensifica y la contemplación disminuye. Si pudiéramos reclutar más individuos con estas características para nuestros
estudios de intervención, podríamos quedarnos con los modelos lineales de cambio que
transforman a los fumadores en no fumadores de forma directa, drástica y discreta.
El problema es que sólo 9 de cada 180 contempladores, es decir un 5%, siguió este
patrón ideal de cambio (Prochaska y col., 1989).
Un modelo en espiral es la forma más apropiada de representar cómo cambian la mayoría
de las personas con el tiempo. La Figura 4 ilustra cómo progresan la mayor parte de
los individuos con problemas de conducta adictiva desde la precontemplación a la contemplación y a la actuación. La mayoría, recae alguna vez en algún momento del ciclo. Afortunadamente, una gran
parte de los pacientes que recaen no abandonan su intento, sino que se reciclan a
partir del estadio de contemplación y se preparan para una actuación posterior. El patrón en espiral indica que la mayoría de los individuos aprenden de
sus experiencias de recaída.
En 1971, Hunt, Barnett y Branch demostraron que, con un amplio abanico de terapias,
entre el 70 y el 80% de los alcohólicos, de los adictos a la heroína y de los fumadores
de cigarrillos, recaían dentro del primer año de tratamiento; se han encontrado resultados
similares con individuos obesos (Olcott, 1985). Así pues, la recaída es la norma más
que la excepción.
No obstante, la mayoría de los individuos no abandonan después de una recaída. En
un estudio longitudinal efectuado con 886 sujetos que siguieron un programa de autoayuda
en que estaba representado cada estadio de cambio, el 84% de los que recayeron volvió
al estadio de contemplación y reconsideró seriamente dejar el hábito dentro del mismo año. En lugar de abandonar
para evitar más fracasos, la mayoría de fumadores vuelven a entrar en el ciclo empezando
por el estadio de contemplación. Por lo general, los que participan en programas de autoayuda realizan tres revoluciones
importantes a lo largo de los estadios de cambio antes de poder pasar a una vida relativamente
libre de tentaciones de fumar (Marlatt, 1986; Prochaska y DiClemente, 1983b; Schacter,
1983).
Por desgracia, existen individuos que no se desembarazan nunca de sus conductas adictivas.
Algunos sujetos se estancan en estadios concretos de cambio. De un grupo de 113 individuos
que contemplaban la posibilidad de abandonar del tabaquismo, casi un tercio no pudieron
pasar a la actuación después de estar dos años en el estadio de contemplación (Prochaska y DiClemente, 1983).
El tratamiento de las conductas adictivas avanza suavemente si paciente y terapeuta
se centran en el mismo estadio de cambio. Focos de resistencia durante la terapia
se presentan cuando el paciente y el terapeuta trabajan en distintos estadios de cambio.
Un terapeuta muy directivo y orientado a la actuación se encontrará con pacientes
que, en el estadio de contemplación, son muy resistentes a la terapia. Desde la perspectiva
del paciente, el terapeuta se mueve demasiado rápido. Por otra parte, un terapeuta
especializado en la contemplación y la comprensión tenderá a considerar al paciente
preparado para actuación, pero que no la consigue, como resistente a los aspectos
de insight de la terapia. El paciente recibirá la advertencia de que está actuando impulsivamente.
Desde el punto de vista del paciente, el terapeuta se está moviendo demasiado despacio.
Tanto los terapeutas como los pacientes pueden estancarse en un estadio de cambio
determinado.
2. Procesos de cambio
¿Qué hacen los individuos para avanzar desde un estadio de cambio al siguiente? ¿Cuáles
son los procesos básicos que se utilizan con éxito para finalizar el ciclo del cambio?
Un análisis comparativo de 29 de sistemas terapéuticos reveló la existencia de diez
procesos básicos de cambio (Prochaska, 1984). El enfoque transteórico asume que la
integración de diversos sistemas terapéuticos puede producirse más fácilmente a un
nivel analítico, situado entre las asunciones teóricas y las técnicas terapéuticas,
es decir, al nivel de los procesos de cambio. Es interesante destacar la sugerencia
de Goldfried (1980, 1982) en el sentido de que los principios o procesos de cambio
constituyen el punto de inicio teórico apropiado para que se produzca una integración.
Los procesos de cambio representan un nivel medio de abstracción entre las presunciones
teóricas básicas d un sistema terapéutico y las técnicas propuestas por la teoría.
Un proceso de cambio consiste en una actividad iniciada o experimentada por un individuo,
que modifica el afecto, la conducta, las cogniciones o las relaciones interpersonales.
Existen diversas actividades de afrontamiento, pero el número de procesos que representan
los principios básicos del cambio subyacentes a estas actividades es limitado. Por
ejemplo, la concienciación es el proceso de cambio utilizado más ampliamente en el
contexto de los diversos sistemas terapéuticos. Algunas de las técnicas utilizadas
para concienciar a los pacientes respecto de sí mismos y de sus problemas son interpretativos
educacionales, de confrontación, de observación, interpretativas y de vídeo feedback.
La Tabla 1 refleja los diez procesos de cambio que han recibido mayor apoyo teórico
y empírico en el trabajo que hemos realizado hasta la fecha con las conductas adictivas
(Prochaska y col., 1988). Estos procesos básicos de cambio no han sido identificados
solamente en análisis teóricos y empíricos de los mejores sistemas terapéuticos (Prochaska
y DiClemente, 1984), sino que también se han identificado en estudios retrospectivos,
transversales y longitudinales de programas de autoayuda (DiClemente y Proachaska,
1982; Prochaska y DiClemente, 1985).
En varias áreas problema, como en el malestar psíquico, el tabaquismo y el control
del peso, se ha encontrado un grupo común de procesos de cambio (Prochaska y DiClemente,
1986). En cada área problema, este grupo de procesos es responsable de casi el 70%
de la varianza, según se comprobó con un análisis del componente principal del Cuestionario de los procesos de cambio. Las semejanzas entre las distintas áreas problema no consistían únicamente en el
grupo de procesos de cambio, sino que también se encontraron similitudes importantes
en la frecuencia del uso de estos procesos la base de la frecuencia con que se utilizan
en cada uno de estos tres problemas conductuales, la ordenación resultó ser prácticamente
idéntica. Por ejemplo, las relaciones interpersonales de ayuda, el aumento de la concienciación
y la autoliberación fueron los tres procesos situados en primer lugar, mientras que
el reforzamiento y el control de estímulos ocupaban la situación más retrasada.
Tabla 1
Procesos de cambio en el enfoque transteórico
|
1. Concienciación
2. Autoliberación
3. Liberación social
4. Contracondicionamiento
5. Control de estímulos
6. Autoreevaluación
7. Revaluación del entorno
8. Manejo de contingencias
9. Alivio por dramatización
10. Relaciones de ayuda
|
Sin embargo, existen algunas diferencias significativas en la frecuencia absoluta
del uso de los procesos de cambio en las distintas áreas problema. Los individuos
se sirven más de las relaciones interpersonales de ayuda o apoyo y de la concienciación
para superar el malestar psíquico, que para lograr el control de peso o para abandonar
el hábito tabáquico. Los sujetos con problemas de control de peso se apoyan más en
la autoliberación y en el control de estímulos que los sujetos con distrés psíquico.
Las investigaciones realizadas hasta la actualidad indican que existe un grupo de
procesos de cambio común utilizado por todos los individuos que intentan superar problemas
como el distrés psíquico y las conductas adictivas.
La mayoría de los sistemas de psicoterapia subrayan especialmente dos o tres procesos
de cambio (Prochaska, 1984). Sin embargo, tanto los pacientes que siguen tratamiento
como los sujetos que cambian por sí mismos, utilizan de ocho a diez procesos de cambio
(Norcross y Prochaska, 1986a y b). Unas de las aseveraciones del enfoque transteórico
es que los terapeutas son, por lo menos, tan complejos a nivel cognitivo como sus
clientes. Por consiguiente, deberían poder pensar e intervenir en función de procesos
de cambio más globales.
3. Integración de los estadios y procesos de cambio
Uno de los hallazgos más útiles surgido a partir de nuestras investigaciones con individuos
que cambian por sí mismos y con los cambios se utilizan unos procesos en particular
(Prochaska y DiClemente, 1983; DiClemente y col., en prensa). La integración de los
estadios y procesos de cambio podrá, pues, servir de guía para los terapeutas. Una
vez se conozca en qué estadio de cambio se encuentra un paciente determinado, el terapeuta
sabrá qué procesos debe aplicar para ayudarlo a avanzar hacia el siguiente estadio.
En lugar de aplicar los procesos de cambio de una forma fortuita, o según una técnica
de ensayo y error, los terapeutas podrán aplicar los mismos de un modo mucho más sistemático.
En la Tabla 2 se muestra un diagrama que refleja la integración entre los estadios
y los procesos que encontramos en nuestros estudios de investigación (Prochaska y
DiClemente, 1983; DiClemente y Prochaska y col., en prensa). Durante el estadio de
precontemplación, la utilización de los procesos de cambio es significativamente menor que en los
demás estadios. Los precontempladores suelen acudir a la terapia porque reciben presión
de sus cónyuges, padres, superiores, maestros o jueces. Es innecesario subrayar el
alto riesgo de abandono en estos casos (Medieros y Prochaska, 1990), aún cuando esto
sujetos necesitan un tratamiento más intenso que los que se encuentran en otros estadios
más avanzados. Los precontempladores procesan menos cantidad de información relacionada
con sus problemas; invierten menos tiempo energía en su propia revaluación; experimentan
menos reacciones emocionales ante los aspectos negativos de sus problemas; tienen
una actitud menos abierta con sus allegados en relación a sus problemas; y realizan
muy poco esfuerzo para dirigir la atención a su entorno y hacia la superación de sus
problemas. En el contexto terapéutico, suelen presentar resistencia a los esfuerzos
del terapeuta para ayudarles a cambiar.
¿Qué puede hacerse para ayudar a estas personas a moverse del estadio de precontemplación al de contemplación? La Tabla 2 sugiere varios procesos de cambio útiles en estos casos. En primer lugar,
las intervenciones encaminadas a conseguir un aumento de la concienciación, como las
observaciones, las confrontaciones y las interpretaciones, pueden despertar la conciencia
de los pacientes ante su conducta adictiva. Pero los precontempladores se caracterizan
por una tendencia a la defensa y a la resistencia, capaz de impedir el aumento de
la concienciación respecto de las consecuencias nocivas de su conducta adictiva a
corto y a largo plazo. Con frecuencia, el primer paso debe dirigirse a poner en evidencia
la presencia de estas defensas antes de demostrarles el motivo de su resistencia.
Otra forma de llegar a los pacientes es a través de las experiencias de alivio obtenidas
mediante la dramatización. Las experiencias de tipo afectivo, como por ejemplo las
utilizadas en el psicodrama o en las técnicas de gestalt (entre ellas la de la silla vacía), despiertan emociones relacionadas con las adicciones.
Los acontecimientos vitales estresantes también pueden alterar el estado emocional
de los adictos; por ejemplo, la enfermedad o la muerte de un amigo o de un ser querido,
sobre todo si estos sucesos están relacionados con la ingesta de drogas.
Los individuos en estadio de contemplación suelen utilizar con más frecuencia las intervenciones tipo biblioterapia u otras intervenciones
educativas. A medida que los pacientes se vuelven más conscientes de sí mismos y de
la naturaleza de sus problemas, adquieren mayor libertad para autoreevaluarse a nivel
afectivo y cognitivo. La autoreevaluación incluye un análisis de los valores que
los individuos intentarán hacer realidad respecto de los que se pondrán en acción.
Los pacientes deben también evaluar los valores que dejarán extinguir. Cuanto más
nucleares, respecto a sí mismos, sean sus problemas conductuales, mayor será la probabilidad
de que sus reevaluaciones conlleven cambios en su propia percepción. Los sujetos se
preguntas, "¿Me gustaré más cuando deje de beber o de fumar? ¿Seré mejor aceptado
por las personas que me importan? ¿Qué ocurrirá si después del cambio me convierto
en una persona más ansiosa o irritable? Si la comunidad en que me muevo está compuesta
principalmente por bebedores o toxicómanos, ¿estoy arriesgándome a su rechazo? Si
fracaso en el intento de cambiar, ¿me sentiré coaccionado, culpable o débil?"
Los individuos en estadio de contemplación también reevalúan los efectos de sus conductas adictivas con respecto a su entorno,
sobre todo en relación a las personas importantes para ellos. ¿Qué pienso y cómo me
siento con respecto a vivir en un entorno que se deteriora y que me coloca a mí y
a mi familia en una situación de mayor riesgo de enfermedad, muerte, pobreza o encarcelamiento?
En el caso de algunas conductas adictivas, como la adicción a la heroína, los efectos
inmediatos sobre el entorno son mucho más reales. En el caso de otras adicciones,
como el tabaquismo, debe prestarse mayor atención a los efectos a largo plazo, como
por ejemplo poner a los hijos de los fumadores o a sus animales domésticos en una
situación de mayor riesgo para sufrir determinadas patologías como pueden ser las
enfermedades respiratorias a una edad temprana.
El paso de la precontemplación a la contemplación y el progreso dentro del estadio de contemplación conlleva un mayor uso de los procesos de cambio cognitivos, afectivos y de evaluación.
La preparación de los individuos para la actuación requiere cambios en la forma de pensar y de sentir en relación a su conducta adictiva
y en la valoración de sus estilos de vida.
Algunos de los cambios se mantienen durante el estadio de preparación. Simultáneamente, los sujetos empiezan a dar algunos pasos hacia la actuación. Es posible que utilicen procesos de contracondicionamiento y de control de estímulos
para empezar a reducir la utilización de las sustancias adictivas. El punto más importante
es que el uso de la sustancia se vaya considerando en mayor medida bajo control propio
que bajo control biológico.
Durante el estadio de actuación es importante que los individuos actúen para autoliberarse (Prochaska y DiClemente,
1983). Necesitan creer que poseen la autonomía necesaria para cambiar sus vidas en
los aspectos clave. Por otra parte, deben aceptar que la coacción forma parte de la
vida tanto como la autonomía. En consecuencia, si cometen un fallo durante la actuación
y lo atribuyen totalmente a su falta de voluntad, experimentarán sentimientos de culpa
o de vergüenza que pueden impedir que vuelvan a iniciar dicho estadio de actuación. Si, por el contrario, atribuyen todos sus logros a los terapeutas o a las relaciones
interpersonales de ayuda, corren el riesgo de depender excesivamente de ellos.
La autoliberación se fundamenta, parcialmente, en la sensación de autoeficacia (Bandura,
1977; 1982), la creencia de que los propios esfuerzos representan un papel crítico
en la superación del problema aún cuando se enfrenten a situaciones difíciles. Sin
embargo, la autoliberación no tiene solamente un fundamento afectivo y cognitivo.
La utilización de procesos conductuales, tales como el contracondicionamiento y el
control de estímulos, puede también ser suficiente para que los individuos modifiquen
el estímulo condicionado que les empuja a la recaída (Prochaska, DiClemente, Velicer,
Ginpel y Norcross, 1985).
Los terapeutas pueden analizar hasta qué punto los sujetos son capaces de aplicar
procesos como el control de contingencias y el control de estímulos. También pueden
proporcionar entrenamiento en los procesos conductuales para aumentar las probabilidades
de éxito de los pacientes en su inicio de la actuación. A medida que se avanza en el estadio de actuación, los terapeutas se erigen en consultores de los pacientes que cambian por sí mismos,
contribuyendo a identificar cualquier error en los intentos de modificación de la
conducta y del entorno en un sentido más libre y sano.
Dado que la actuación es un estadio de cambio especialmente estresante y conlleva la posibilidad de que
se experimenten sentimientos de coacción, culpa, fracaso y limitación de la libertad
personal, los individuos presentan una necesidad especial de apoyo y de comprensión
a nivel de sus relaciones interpersonales (Prochaska y DiClemente, 1983). Para los
pacientes, el inicio de la actuación suele significar el enfrentamiento al riesgo del rechazo. El hecho de contar, por
lo menos, con una persona que se preocupa por ellos y que se ha comprometido a ayudarles,
les descarga de parte del malestar y de la amenaza que representa el inicio de la
actuación como un proceso que puede producir cambios en sus vidas.
Del mismo modo que la preparación para la actuación es básica para el éxito, también lo es la preparación para el mantenimiento. El éxito en el mantenimiento se construye a partir de cada uno de los procesos previos. Sin embargo, la preparación
específica para el mantenimiento conlleva una evaluación abierta de las condiciones bajo las cuales el individuo tiene
mayor probabilidad de recaer. Los sujetos necesitan valorar las alternativas de que
disponen para afrontar dichas condiciones sin que resurjan las defensas autodestructivas
y los patrones patológicos de respuesta. Es posible que lo más importante sea la sensación
de que uno se está convirtiendo progresivamente en el tipo de persona que desea ser.
La eficacia de la continuidad en la aplicación de las técnicas de contracondicionamiento
y de control de estímulos depende de la convicción de que el cambio producido revierte
en una mejor valoración del individuo, tanto por sí mismo, como por parte de un ser
querido, por lo menos. ¿Cuánto tiempo dura el mantenimiento? Para algunos individuos con problemas como el alcoholismo, la obesidad y la esquizofrenia,
puede prolongarse toda una vida. Para otros con problemas como el tabaquismo y determinados
trastornos de ansiedad y del estado de ánimo, es posible que una vez superados sus
problemas no tengan que hacer nada para evitar las recaídas.
El criterio que se sigue para decidir si se ha alcanzado la superación del problema
es que la persona consiga un estado de máxima autoeficacia o de confianza y que las
tentaciones sean mínimas al enfrentarse al problema conductual, en todas la situaciones
que previamente representaban un riesgo. Muchos fumadores llegan a un punto en el
que no experimentan ningún deseo de fumar, la confianza en que no volverán a fumar
es total y manifiestan que no les es necesario esforzarse para evitarlo. ¿Cuánto se
tarda en completar el estadio de mantenimiento? Anteriormente creíamos que para un fumador, una abstinencia continuada durante 12
meses significaba que estaban libres de su hábito, Actualmente sabemos que incluso
después de un año sin fumar, el 37% de los exfumadores recae en el hábito regular
en algún momento de sus vidas. El riesgo de recaída, una vez pasados 5 años de abstinencia,
desciende al 7% (USDHHS, 1990). Por lo tanto, el estadio de mantenimiento tiene una duración comprendida entre los 6 meses y los 5 años posteriores al inicio
de la actuación.
4. Modelo del equilibrio en la toma de decisiones
En nuestra investigación hemos utilizado el modelo de toma de decisiones de Janis
y Mann (1977) para comprender mejor la forma cómo cambian los individuos. Janis y
Mann postularon ocho categorías en relación a la toma de decisiones.1. Beneficios
instrumentales para uno mismo. 2. Beneficios instrumentales para los demás. 3. Aprobación
por parte de uno mismo. 4. Aprobación por parte de los demás. 5. Costes instrumentales
para uno mismo. 6. Costes para los demás. 7. Desaprobación por parte de uno mismo.
8. Desaprobación por parte de los demás.
Cuando comprobamos la validez de este modelo en áreas problema como por ejemplo el
tabaquismo, el control de peso y la entrada en un programa terapéutico, sólo observamos
claramente la existencia de dos categorías principales. Aparentemente, las personas
sólo discriminan entre los pros y los contras de una decisión, lo cual facilita mucho
nuestras evaluaciones. Los pros y los contras son factores ortogonales o independientes,
lo que significa que los individuos puede puntar alto en uno y bajo en el otro, alto
en ambos o bajo en los dos.
Se construyó una medida del equilibrio de la toma de decisiones en relación al abandono
del tabaquismo con el fin de evaluar los pros y los contras del hábito de fumar en
cada uno de los estadio de cambio (Velicer, DiClemente, Prochaska y Brandenburg, 1985).
Los pros y los contras tienen una gran importancia en los estadios de precontemplación, contemplación y preparación. En el estadio inicial de la precontemplación, existen más pros que contras para fumar. A medida que los individuos pasan del estadio
de precontemplación a estadios más avanzados, se va estrechando la diferencia entre los pros y los contras,
hasta acabar invirtiéndose. Sin embargo, durante los estadios de actuación y de mantenimiento, el equilibrio en la toma de decisiones tiene menos importancia como predictor de
éxito (Prochaska, DiClemente, Velicer, Ginpil y Norcross, 1985).
La relación entre los pros y los contras en los diferentes estadios resulta muy interesante.
El patrón observado a medida que se pasa de un estadio a otro es muy revelador. Los
pros para fumar se mantienen bastante altos en los tres primeros estadios del cambio.
Durante los estadios finales de preparación y de actuación, los pros van perdiendo importancia. Por su parte, la importancia de los contras aumenta
durante la contemplación hasta el punto que se iguala con los pros. En este momento, la toma de decisiones
está en equilibrio, lo cual disminuye la probabilidad de que se realice un movimiento
en algún sentido. En el estadio de preparación, los contras se mantienen más altos que los pros, pero la importancia de ambos es
menor. Finalmente, al lograrse el mantenimiento del cese de la conducta adictiva,
la importancia de la relación entre estos factores es menor aunque se mantiene el
equilibrio de la toma de decisiones contraria a fumar (DiClemente y Prochaska, 1985;
Prochaska y col., en prensa).
5. Modelo de autoeficacia
Bandura (1986), llegó a la conclusión de que el pensamiento autorreferencial constituye
un mediador importante entre el conocimiento y la acción. Las percepciones de la eficacia
personal afectan las motivaciones y la conducta. En su teoría cognitiva social se
defiende que las evaluaciones de la autoeficacia influyen en la elección, el esfuerzo
dedicado, los pensamientos, las reacciones emocionales y la conducta ejecutada. En
un trabajo previo, Bandura (1977) afirmó que la autoeficacia funciona como un elemento
unificador esencial para entender el cambio conductal. La relación entre la autoeficacia
y los estadios de cambio nos ha intrigado durante algún tiempo.
La aplicación de la teoría de la autoeficacia a las conductas adictivas no es una
tarea simple (DiClemente, 1986). Con más frecuencia, se evalúan las respuestas de
los sujetos a la valoración que realizan del grado de confianza respecto a su capacidad
para abstenerse, evitar, reducir o controlar la conducta en el contexto de distintos
estímulos relevantes. Las evaluaciones de la eficacia se relacionan más claramente
con los problemas para lograr el mantenimiento o con los problemas de las recaídas
en estas conductas (Marlatt y Gordon, 1985; Donovan y Marlatt, 1988). Se ha hallado
una relación entre las evaluaciones de la eficacia y el mantenimiento con éxito del
abandono del tabaquismo (DiClemente, 1981; Condiotte y Lichenstein, 1981) así como
del alcoholismo (Annis, 1986).
En nuestros estudios analizamos la autoeficacia pidiendo a los sujetos que puntúen
el grado de confianza que tienen en sí mismos para conseguir mantenerse abstinentes
del tabaco o del alcohol, en diversas situaciones y experiencias susceptibles de precipitar
una recaída. La ordenación se realiza en una escala de cinco puntos de Likert y se
suma en cada situación de riesgo para obtener una medida global de la autoeficacia
en la abstinencia. Por otra parte, creemos que es inadecuado realizar una valoración
de la eficacia sino se ha puntuado previamente la importancia de cada una de estas
situaciones. Por ello, incluimos una escala similar de cinco puntos para evaluar la
magnitud de la tentación de fumar o beber en cada situación. Posteriormente, utilizamos
las puntuaciones obtenidas en autoeficacia y en magnitud de la tentación, cuando examinamos
la relación existente entre la eficacia y los estadios del cambio (DiClememnte, y
col., 1985; Prochaska y col., en prensa; DiClemente y Hughes, 1990).
A lo largo de los estadios de cambio se encuentra una variación significativa en las
puntuaciones de la eficacia, siendo los precontempladores los que refieren los niveles más bajos de eficacia y los mantenedores los más altos.
La evaluación de la eficacia tiene una implicación distinta en los primeros estadios
de cambio cuando los individuos todavía no se han comprometido a actuar y no reciben
el feedback de la modificación para aplicarlo a su autoevaluación. En el caso de los precontempladores es difícil interpretar la eficacia en la abstinencia. Bajas puntuaciones en autoeficacia
en este grupo de su incapacidad y de falta de voluntad. En el estadio de actuación, los individuos son más capaces de evaluar directamente su capacidad y grado de confianza.
La relación entre tentación y eficacia aporta una información adicional que es específica
de cada estadio. La puntuación en la magnitud de la tentación es inversamente proporcional
a la evaluación de la eficacia y entre ellas existe una correlación considerable (0,60).
Tal como se vio con los pros y los contras, la eficacia y la tentación interaccionan
a lo largo de los estadios de cambio. En el estadio de precontemplación, existe un amplio desnivel entre la baja autoeficacia y la magnitud de la tentación,
este desnivel se reduce en los estadios de contemplación y de preparación. A medida que los individuos entran en el estadio de la actuación, el equilibrio entre la tentación y la eficacia se va haciendo más precario, ya que
la eficacia aumenta drásticamente y la tentación disminuye de forma gradual. En el
mantenimiento, se invierte el patrón de la precontemplación y la tentación disminuye totalmente, mientras que la eficacia alcanza su punto máximo
y se mantiene elevada (DiClemente, 1986; Prochaska y col., en prensa).
La covarianza de la eficacia y la tentación aporta una información importante en relación
a las diferencias dentro de los estadios o entre ellos. La agrupación por estadios
de cambio de los pacientes alcohólicos en tratamiento ambulatorio puso de manifiesto
diferencias interesantes en la autoeficacia para mantenerse abstinentes de alcohol.
Los precontempladores manifestaron un mayor grado de confianza que de tentación a pesar de los graves problemas
con el alcohol y de los síntomas de abstinencia. Este patrón difiere significativamente
del que se encontró en los sujetos del programa de abandono del tabaquismo. Descubrimos
un patrón que indicaba desesperación en los sujetos con un perfil de desaliento en
su estadio. Este perfil se caracterizaba por niveles muy elevados de tentación y muy
bajos de eficacia. En estos momentos estamos empezando a explorar el significado de
estas diferencias en otro estudio amplio de escalas.
Se puede sentar la hipótesis de que la eficacia es un predictor de cambio. En nuestra
investigación sobre los estadios para el abandono del tabaquismo, las evaluaciones
de autoeficacia resultaron ser predictores bastante válidos del paso a los estadios
de actuación y de mantenimiento, pero no del paso a los estadios previos (Prochaska y col., 1985). El movimiento desde
los estadios de precontemplación y de contemplación parece estar relacionado con los procesos cognitivos y de toma de decisiones del cambio.
Sin embargo, la predicción del movimiento de un estadio a otro, o de la evolución,
es solamente una de las posibles relaciones predecibles.
De nuestro microanálisis de la relación existente entre la eficacia y los estadios
surgió una interesante relación específica entre la eficacia y la actividad del proceso
de cambio. Aparentemente, las evaluaciones de eficacia modulan el esfuerzo o la actividad
de afrontamiento pero no lo hacen en un sentido unidireccional. Puntuaciones altas
entre los sujetos en estadio de precontemplacion y de contemplación correlacionaron con una mayor autoeficacia para abstenerse del tabaco presentaron
correlación con una disminución de la actividad del proceso de cambio. En consecuencia,
la eficacia influye en el esfuerzo realizado en procesos concretos de cambio, dependiendo
hasta cierto punto de la posición dentro del estadio (DiClemente, y col., 1985).
Las evaluaciones de autoeficacia reflejan la posición dentro de cada estadio y pueden
ayudarnos a entender algunos aspectos del potencial de cambio que posee un individuo
determinado. De todos modos, la capacidad predictiva de la autoeficacia es mucho más
marcada en los estadios finales del cambio que en los iniciales. Por ello, las evaluaciones
de eficacia pueden ser predictoras de la conducta hacia el cambio únicamente cuando
el individuo ya ha emprendido alguna acción. Antes del estadio de actuación, las evaluaciones de eficacia son menos precisas, o tienen menor relevancia. Tener
en cuanta el estadio es importante para comprender la forma en que la percepción de
la autoeficacia influye en el cambio de la conducta adictiva. La información que hemos
recogido hasta este momento revela que las evaluaciones de eficacia son tan específicas
de cada estadio que los investigadores y los clínicos deben ser prudentes al valorar
e interpretarlas en individuos situados en distintos estadios del cambio.
6. Predicción del cambio
Para predecir el avance desde un estadio al siguiente pueden utilizarse algunas variables
clave, como los procesos de cambio, la autoeficacia, la tentación y el equilibrio
en la toma de decisiones. En un estudio longitudinal, de dos años de duración, con
886 sujetos en proceso de autocambio, se encontraron seis funciones discriminantes
que predecían significativamente el movimiento para los grupos de precontemplación, contemplación, actuación y estadios de recaída (Prochaska, DiClemente, Velicer, Ginpil y Norcross, 1985). Los sujetos que abandonaron
la conducta adictiva durante un tiempo largo, representantes del estadio de mantenimiento, no sufrieron las recaídas suficientes para entrar en el estudio. Las funciones discriminantes
predijeron el progreso en un período de 6 meses. Las variables que entraron en las
funciones incluían los diez procesos de cambio, la autoeficacia y las medidas de tentación
y de equilibrio en la toma de decisiones.
Las seis funciones discriminantes no sólo fueron, también, estadísticamente significativas
sino que tuvieron un significado práctico considerable. Todas estas funciones estaban
definidas por variables abiertas al cambio. No se definían por variables estáticas
tales como el sexo, la edad o la historia del hábito. Estas variables predictivas
no tan sólo son susceptibles de modificación sino que pueden estar sometidas al autocontrol,
sin que dependan necesariamente de la intervención profesional.
Cuando se utilizaron como predictores las variables estáticas como la edad, la educación,
los ingresos económicos, la historia de tabaquismo, las antecedentes familiares, las
razones para fumar, los síntomas de abstinencia y los problemas de salud, los resultados
fueron mucho menos significativos. De las 17 variables predictivas utilizadas en esta
investigación, casi dos tercios no demostraron una relación significativa con el cambio
conductual (Wilcox, Prochaska, Velicer y DiClemente, 1985). No se encontró ninguna
función discriminante que predijera el cambio a partir del estadio de contemplación. Se encontraron tres variables que predijeron el cambio desde el estadio de precontemplación 1. Mayor número de problemas de salud. 2. Moderación en la cantidad cotidiana de tabaco
fumado. 3. Hábito de menos años de duración. La segunda función significativa indicaba
que después de una recaída, los individuos con un nivel de educación más alto y con
mejores ingresos económicos se sentían más inclinados a volverlo a dejar. La tercera
función discriminante indicaba que los sujetos que fuman menos desde menos tiempo,
tienen mayor probabilidad de mantenerse abstinentes o de tomas una acción posterior
que los fumadores empedernidos.
7. Niveles de cambio
Hasta ahora hemos expuesto solamente el enfoque de un problema de adicción único y
bien delimitado. Se ha discutido un modelo bidimensional que implica los estadios
y procesos de cambio que se aplican a una sola conducta adictiva. Sin embargo, la
realidad no es tan sencilla y la conducta humana no consiste en un proceso tan simple.
Aunque podamos identificar y aislar algunas conductas adictivas, la verdad es que
éstas se producen en el contexto de unos niveles interrelacionados de la actividad
humana. La tercera dimensión esencial del enfoque transteórico incide en este aspecto.
La dimensión de los niveles de cambio representa una organización jerárquica en cinco niveles distintos, interrelacionado,
de los problemas psicológicos susceptibles de ser tratados. Estos niveles son:
1. Síntomas / situación
2. Coginiciones desadaptativas
3. Conflictos actuales interpersonales
4. Conflictos de familia / sistemas
5. Conflictos intrapersonales
Tradicionalmente, cada sistema psicoterapéutico ha atribuido los problemas psicológicos
a uno o dos de estos niveles y ha centrado su atención en la resolución de los mismos.
Los conductistas se han centrado en los determinantes sintomáticos y situacionales;
los terapeutas cognitivos en las cogniciones desadaptativas; los terapeutas familiares
en el nivel de familia / sistema y los psicoanalistas en los conflictos intrapersonales.
Nos parece esencial, para el proceso de cambio, que tanto los terapeutas como los
pacientes se pongan de acuerdo en el motivo a que atribuyen el problema y en el nivel
o niveles que desean trabajar para cambiar la conducta patológica. En lo que concierne
a los estadios equiparables, es de una importancia extrema llegar a un acuerdo implícito
con el paciente sobre el nivel, o niveles, apropiados para el trabajo terapéutico,
si se desea que éste funcione adecuadamente.
En el enfoque transteórico preferimos intervenir, en un principio, en el nivel síntoma
/ situación porque el cambio suele ser más rápido en este nivel de problemas, más
consciente y contemporáneo y además, porque este nivel suele representar la razón
principal por la que el individuo acude a la terapia. Por otro lado, también la mayoría
de sujetos que cambian por sí mismos, prefieren intervenir inicialmente en el nivel
síntoma / situación. A medida que nos vamos centrando en un punto de la jerarquía
más bajo, más se alejan los determinantes del problema de la conciencia del individuo.
Al avanzar hacia niveles más bajos, nos encontramos con determinantes que pertenecen
a momentos más alejados en la historia del individuo y el problema se encuentra más
interrelacionado con la percepción de uno mismo. En consecuencia, podemos predecir
que cuanto más profundo sea el nivel que debe ser cambiado, más larga y compleja será
la intervención terapéutica y mayor la resistencia por parte del paciente (Prochaska
y DiClemente, 1984). Debemos añadir que los niveles mencionados no están separados
completamente unos de otros. Es probable que el cambio en uno de los niveles produzca
un cambio en los otros. Los síntomas suelen relacionarse con conflictos intrapersonales.
Las cogniciones desadaptativas suelen reflejar las creencias o normas de la familia
/ sistema.
En el enfoque transteórico, el terapeuta se encuentra preparado para intervenir en
cualquiera de los cinco niveles de cambio, aunque prefiera empezar por el nivel más
simple, consciente y actual, que pueda estudiar mediante la valoración y el juicio
clínico.
En resumen, según el enfoque transteórico, un tratamiento global consiste en la aplicación
diferencial de los procesos de cambio en cada uno de los cuatro estadios dependiendo
del nivel de problema que está siendo tratado. La integración de los niveles con los
estadios y procesos de cambio permite la aplicación de un modelo de intervención jerárquica
y sistemática en el contexto de un amplio abanico terapéutico. La Tabla 3 muestra
un resumen de la integración de los niveles, de los estadios y de los procesos de
cambios.
Tres son las estrategias básicas que pueden utilizarse para intervenir en múltiples
niveles de cambio. La primera, consiste en una estrategia de cambio de niveles. De entrada, la terapia se centrará en los síntomas del paciente y en las situaciones
que mantienen estos síntomas. Si los procesos pueden aplicarse eficientemente en el
primer nivel y el paciente progresa hacia los siguientes estadios de cambio, la terapia
podrá completarse sin necesidad de trasladarse a un nivel más complejo de análisis.
Si este enfoque no es eficaz, la terapia deberá trasladarse a otros niveles de la
secuencia para poder alcanzar el cambio deseado. La estrategia del cambio de un nivel
más alto a uno más profundo se ilustra en la Tabla 3 mediante las flechas que atraviesan
primero un nivel y prosiguen hacia el siguiente.
La segunda estrategia es la del nivel clave. Si la evidencia disponible apunta a un nivel clave de causalidad de un problema
y el paciente se compromete a trabajarlo, el terapeuta deberá ocuparse casi exclusivamente
de este nivel.
La tercera alternativa es la estrategia de impacto máximo. En algunos casos clínicos complicados, es evidente la implicación de múltiples niveles
como causa, efecto o mantenimiento de los problemas de los pacientes. En este caso,
se crean unas intervenciones encaminadas a tratar múltiples niveles de cambio para
conseguir el máximo impacto, de una forma sinérgica en lugar de secuencial.
¿Qué es lo que hace mover a las personas del estadio de precontemplación al de contemplación? ¿Por qué razón los individuos se hacen conscientes de que determinados patrones
de conducta previamente aceptados, son ahora problemáticos o patológicos? Con el fin
de responder a estas preguntas tan importantes, hemos tenido que ir más allá de los
datos obtenidos con la investigación y apoyarnos más en la experiencia clínica y en
la teoría (Prochaska y DiClemente, 1984).
Proponemos que el progreso desde el estadio de precontemplación al de contemplación se debe a cambios, ya sean del desarrollo o ambientales, que se producen a lo largo
de la vida de un individuo. Muchas personas empiezan a considerar la posibilidad de
cambiar debido a los procesos evolutivos de su vida. Tal como sugieren Levinson y
colaboradores (1978) en su trabajo Las estaciones de la vida de un hombre, muchas personas se sienten bastante satisfechas con su cónyuge durante la década de
los 20 años. Sin embargo, cuando entran en la década de los 30, empiezan a sopesar
la posibilidad de cambios radicales en sus matrimonios. Del mismo modo, muchos fumadores
empiezan a pensar en dejar de fumar a medida que se acercan a la edad de los 40 años
y aumenta la sensación del enfrentarse con una vida finita. No es una coincidencia
que los sujetos incluidos en nuestra investigación que cambiaron y que obtuvieron
la mayor tasa de éxito en el cese de su hábito tenían una edad media de 39 años cuando
decidieron emprender la acción. Desde el punto de vista del desarrollo, la edad de
los 40 años es el momento en el que muchas personas examinan sus vidas y deciden que
es necesario realizar cambios.
Aparentemente, otros individuos se preparan para el cambio por motivos no debidos
al desarrollo interno sino a alguna modificación del entorno. Es probable que el cónyuge
o uno de los hijos haya alcanzado un estadio nuevo del desarrollo y le pida o insista
en que abandone la bebida. En otros casos, el sujeto se da cuenta de que su entorno
ya no refuerza el consumo que hace de la droga sino que castiga de un modo sutil,
o no tan sutil, su viejo hábito. En el medio ambiente se producen múltiples cambios
que pueden estar relacionados con la conducta personal del individuo y que, en cualquier
caso, pueden impulsarle a considerar seriamente el abandono de su conducta adictiva.
Un ejemplo patético de este tipo de sucesos ambientales es el de un matrimonio que
participaba un nuestra investigación junto con individuos que realizaban un autocambio.
Ambos cónyuges eran fumadores empedernidos desde hacía 20 años. Un días, su perro
murió de cáncer de pulmón. El marido dejó de fumar. La esposa compró otro perro.
Un punto teórico importante es que el cambio intencional, como el que ocurre en la
terapia, es tan sólo una de las formas con que las personas cambian. También pueden
cambiar debido a alteraciones del ambiente que les rodea o a la entrada en nuevas
fases del desarrollo. El enfoque transteórico se centra principalmente en facilitar
el cambio intencional, pero en el trabajo con los pacientes reconoce y, en ocasiones, se apoya en otros tipos
de cambio, En cualquier caso, se acepta que si los cambios del desarrollo o del entorno
no dan lugar al cambio intencional, los pacientes actúan bajo coacción y aumenta la
probabilidad de que vuelvan a antiguos patrones conductuales una vez se elimina la
noxa externa.
Por ejemplo, es típico que los individuos afectos de alcoholismo dejen de beber cuando
sus cónyuges les amenazan con el divorcio. Una vez los cónyuges regresan al matrimonio
y desaparece la coacción de la amenaza de divorcio, estos individuos tienen una gran
probabilidad de recaer en el hábito alcohólico.
¿Cuáles con las circunstancias en las que los procesos del desarrollo o los cambios
del entorno son capaces de actuar como influencias liberadoras que motiven nuestro
deseo de realizar un cambio intencional en nuestras vidas? ¿Bajo qué circunstancias
experimentamos estos procesos como fuerzas coactivas que tratan de imponernos un cambio
ante el que debemos resistirnos con todas nuestras energías? ¿Bajo qué condiciones
los pacientes perciben la terapia como una influencia liberadora que les capacita
para realizar un cambio intencional en sus vidas? ¿En qué circunstancias los sujetos
perciben la terapia como una fuerza coactiva que les impone unos cambios ante los
que deben resistirse con sus mejores mecanismos de defensa?
Los terapeutas contribuyen al avance de sus pacientes hacia el estadio de contemplación si pueden ayudarles a identificarse con la fuerza del desarrollo o del entorno en
que están presionándoles para que cambien. Por ejemplo, los pacientes pueden tener
ciertas dificultades para identificarse con el proceso del envejecimiento, en el contexto
del desarrollo, a pesar de surgir del interior del individuo. El que la entrada en
una nueva época de la vida se convierta en una crisis vital o en una oportunidad de
crecimiento, depende de si se experimenta el envejecimiento como impuesto o como parte
de uno mismo. La mayoría de nosotros reconoce el proceso mismo incluye volverse más
independiente, maduro y adulto. En cambio, al llegar a la 40 o los 50 años, las personas
experimentan el envejecimiento como una imposición, sobre todo en una sociedad que
otorga mucha importancia a la juventud.
Los pacientes pueden resistirse a la coacción del proceso de envejecimiento de una
forma autodestructiva. Es posible que nieguen cualquier problema potencial de salud
mental o física para no tener que tomas en consideración el cambio en su deprimente
conducta alcohólica. Es posible que tomen estimulantes para recobrar la energía de
una juventud que se les escapa. Tal vez empiecen a tomar barbitúricos para dormir
durante la noche. En otros casos, se enzarzan en relaciones sin sentido para no enfrentarse
al hecho de que su impulso sexual ha disminuido. Algunos realizan gastos económicos
excesivos como una negación del límite existente en sus vidas.
Estos mismos mecanismos autodestructivos pueden ser utilizados contra las presiones
del entrono para el cambio. Un paciente, cuyo nombre era Harold, había participado
en una terapia de pareja durante tres meses en el momento en que dijo: "Todavía no
sé por qué vengo aquí. Afronto perfectamente todas las situaciones estresantes de
mi vida. Es mi mujer la que no puede afrontarlas, pero ella insiste en que yo acuda
a la terapia o si no me dejará". Por supuesto, a su esposa no le sirvió de nada repetir
por enésima vez que Harold había estado gastando dinero hasta llevarles casi a la
bancarrota, que podía perder su trabajo por tercera vez en 4 años, que sus hijos le
temían debido a la violencia de su temperamento y que ella estaba planteándose seriamente
la separación ya que su marido dedicaba toda su energía al club de esquí y ninguna
al matrimonio. Pero Harold no entendía a su mujer ni las razones que ella tenía para
que cambiara. La percibía como una madre manipuladora que intentaba quitarles su libertad
y su diversión.
¿De qué modo pueden intervenir los terapeutas para que los pacientes a la defensiva
les consideren como una influencia liberadora en lugar de una fuerza coactiva? Es
obvio que cuanto más se identifiquen los pacientes con el terapeuta y con los elementos
de la terapia, más probable será que consideren a esta como una influencia liberadora.
En especial con los precontempladores, la relación terapéutica se convierte en una precondición para el cambio ulterior.
Es más fácil que se produzca una identificación con el terapeuta si el paciente está
convencido de que éste se preocupa realmente por él. Es más fácil que se produzca
esta identificación si el sujeto siente que el terapeuta está intentando comprender
verdaderamente su experiencia, incluyendo su necesidad de defensa y su deseo de abrirse.
La probabilidad de que la identificación sea mayor depende de que piense que le terapeuta
se dedica a ayudarle de forma más conveniente para él y no para segundas partes como
la justicia, la escuela, el patrono o el centro de salud mental.
La preocupación, la comprensión y el compromiso encaminados al bienestar de los pacientes
son los valores básicos para que se produzca la identificación con la terapeuta. Los
terapeutas se sienten más libres como tales, si son capaces de preocuparse, entender
y comprometerse en el bienestar de sus clientes. Ciertamente, en ocasiones, los terapeutas
pueden sentirse coaccionados por los fenómenos de contratransferencia o por otros
tipos de presiones que no tienen que ver realmente con la necesidad del paciente sino
con sus propias necesidades. También puede ocurrir que no comprendan realmente a su
paciente sino que estén respondiendo a su propia proyección en él. La mayoría de terapeutas
reconocen que existe una línea muy precisa entre la proyección y la empatía, ya que
la empatía es la proyección correcta. Es necesario que los terapeutas se comprometan
a dejar de lado sus propias necesidades y proyecciones problemáticas para identificarse
adecuadamente con cada uno de sus pacientes.
Los pacientes deben sentir que su terapeuta tiene la libertad necesaria para identificarse
con ellos antes de poderse identificar libremente con él. Si el paciente advierte
que su terapeuta no puede identificarse con la situación debido a una falta de preocupación
hacia él, porque no le comprende o porque no se dedica lo suficiente, es probable
que decida abandonar el tratamiento antes de empezarlo. Los pacientes necesitan creer
que el terapeuta puede identificarse con ellos del mismo modo a como lo haría con
sus amigos y familiares, no como si fueran seres ajenos a su identidad. Si el sujeto
piensa que el terapeuta no identifica con él por cuestiones de sexo o de grupo étnico,
procedencia cultural, clase social u orientación sexual, no se sentirá libre durante
la terapia. Es posible que el paciente evite a un terapeuta por miedo al riesgo de
coacciones étnicas, de clase social o de orientación sexual.
A medida que se va desarrollando una identificación compartida entre el paciente y
el terapeuta, aquel es más sensible a la influencia de este último. Los sujetos se
sienten mucho más libres para responder al feedback y a la educación respecto a los aspectos alienados de sus vidas y están especialmente
receptivos al procesamiento de la información procedente del terapeuta o de otras
personas con las que tienen una relación de ayuda. Los terapeutas también se abren
más a la influencia de sus clientes, de manera que realizan una formulación más favorable,
susceptible de ser corregida por informaciones posteriores. De todos modos, nos centraremos
en la forma en que los pacientes cambian durante la terapia y no en cómo cambian los
terapeutas. Una relación de apoyo, como la relación terapéutica, otorga al individuo
la libertad de procesar los acontecimientos del desarrollo o del entrono en una atmósfera
amigable y no coactiva. Al bajar las defensas, los pacientes pueden empezar a verse
a sí mismos más claramente. Entonces, pueden plantearse la posibilidad de realizar
cambios intencionales en sus vidas sin sentirse totalmente presionados por los acontecimientos
del desarrollo o del medio ambiente. Como ocurre con muchos otros cambios vitales,
la entrada en el estadio de contemplación suele experimentarse como una combinación de coacción y de decisión libre.
Una vez los pacientes van entrando en el estadio de contemplación, su capacidad de
introspección y de comprensión ha de ser crítica para que se mantenga el progreso.
El hecho de que esta introspección sea históricogenética, interactiva, cognitiva
o situacional depende del nivel de cambio necesario. Para los sujetos que trabajan
en el nivel síntoma / situación, es posible que lo único que necesiten sea un análisis
funcional de los antecedentes y las consecuencias inmediatas de su trastorno conductual.
Por otra parte, los clientes que están intentando cambiar unas relaciones interpersonales
perturbadas deben profundizar en la naturaleza interactiva de sus problemas. Los que
no se han liberado suficientemente de los vínculos de su familia de origen, o que
están cargados de conflictos intrapersonales internalizados, tendrán que indagar en
el interior de las causas históricogenéticas de sus conflictos.
La introspección y la comprensión pueden convertirse en un proceso interminable, si
los pacientes desean lograr un conocimiento completo de todas las influencias que
actúan sobre ellos. Algunas personalidades muestran una propensión a estancarse en
la contemplación prolongada de un problema. En particular, las personalidades obsesivas
prefieren creer que si piensan en un tema el tiempo suficiente, conseguirán que desaparezca
o bien alcanzarán el grado de comprensión suficiente como para poder solucionarlo.
El individuo obsesivo no suele admitir que existen unos límites importantes para el
pensamiento y que muchos problemas personales sólo pueden resolverse mediante compromisos
más allá del razonamiento. El temor a enfrentarse con lo irracional puede mantener
a un obsesivo buscando respuestas en su interior durante años, yendo de un libro a
otro y de un terapeuta a otro. Por supuesto, algunos terapeutas tienen también el
temor de comprometerse en la acción si no consiguen una comprensión obsesiva del problema
de sus clientes.
El paso de la contemplación a la preparación conlleva una concienciación, un alivio drástico y una serie de procesos de revaluación.
Las intervenciones de concienciación, como las observaciones, las confrontaciones
y las interpretaciones, adquieren su importancia máxima durante es estadio de contemplación. Las intervenciones afectivas, como las utilizadas en el psicodrama, la terapia gestáltica
o en algunas terapias de grupo, pueden ayudar a los pacientes a experimentar de forma
más directa algunas emociones que habían sido enmascaradas por sus adicciones. El
acceso directo a la ira, a la ansiedad o a la tristeza puede ser, de entrada, un proceso
doloroso, pero estas emociones también pueden constituir una importante fuente de
motivación entrar en acción. Las técnicas de clarificación de valores tienen su importancia
en la preparación de los pacientes para el inicio eficaz de la acción. Ayudar a los
clientes a trabajar en el equilibrio de la toma de decisiones permitirá, por ejemplo,
discernir qué tipo de acción refleja con más probabilidad el tipo de persona que el
sujeto quiere ser. En el momento en que los pros de una acción determinada superan
claramente a los contras, se encuentras más predispuestos a pagar el precio subsidiario
a un gran cambio en sus vidas.
Durante el estadio de preparación, los pacientes deben empezar a iniciar algunos pequeños pasos encaminados a la actuación.
Estarán mejor preparados para emprender una acción importante si ya han empezado a
reducir el uso de sustancias tóxicas, si tienden a retrasar la ingesta diaria, o si
pueden controlarla. Los pequeños pasos como éstos, consiguen someter las conductas
adictivas a un control más personal y menos biológico. El salto directo a la acción
sin algunos pasos de preparación es equiparable a intentar correr una maratón sin
haber corrido distancias más cortas previamente.
Cuando se trata de actuar, la adquisición o la utilización de determinadas habilidades
es importante para el progreso terapéutico. Si el terapeuta es tan sólo eficiente
en las intervenciones de concienciación, tales como las interpretaciones, el estadio
de contemplación se alarga de una forma excesiva y obsesiva. La aplicación de técnicas conductuales
como la exposición a estímulos, la desensibilización, el entrenamiento en asertividad,
en comunicación o en negociación, son aspectos importantes del estadio de actuación. El tipo de técnicas que se utilicen depende del nivel de cambio del paciente. Por
ejemplo, lo desensibilización suele utilizarse sobre todo en el nivel síntoma / situación,
mientras que el entrenamiento en comunicación es mucho más importante para el nivel
interpersonal. En el nivel de familia / sistema es particularmente liberador el renegocia
las normas de la familia disfuncional. De otro lado, la asertividad de base existencial
constituye uno de los medios liberadores para la expresión del nuevo yo, que emerge
cuando se han resuelto los conflictos intrapersonales.
Desde una perspectiva transteórica, la relación terapéutica, las interpretaciones,
la adquisición y uso de capacidades tienen una importancia fundamental para conseguir
el cambio. Su importancia relativa varía de estadio en estadio, siendo la relación
terapéutica la más importante para facilitar el paso del estadio de precontemplación al de contemplación. La confrontación y la interpretación tienen su máxima importancia durante la contemplación, la clarificación de valores y el compromiso durante la preparación y la adquisición y utilización de capacidades durante los estadios de actuación y
de mantenimiento.
8. Aspectos clave en relación con el cambio
De qué modo puede responder el modelo transteórico a las preguntas de quién, qué,
cuándo, dónde, porqué y cómo, se produce el cambio? El modelo transteórico de cambio
que hemos desarrollado se centra en el momento de ocurrir los cambios, en cómo y cuáles
son los que ocurren cuando se modifican las conductas adictivas. La dimensión de los
estadios de cambio indica cuándo las personas se deciden a realizar cambios que modifican sus conductas adictivas.
Los procesos de cambio indican cómo las personas se deciden a realizar cambios que modifican sus conductas. Adictivas.
Los procesos de cambio indican cómo se realizan estos cambios al pasar de un estadio al próximo. Los niveles ponen de
manifiesto qué es lo que necesitan cambiar las personas para superar sus problemas particulares
de adicción.
El dónde cambian las personas no se considera una dimensión esencial del cambio. El que los
individuos cambien en programas de tratamiento residenciales, en el curso de una terapia
ambulatoria, en grupos de autoayuda, con manuales de autoayuda o trabajando en su
propio hogar puede tener implicaciones prácticas importantes, pero no parece ser una
dimensión crítica para desarrollar un modelo global de cambio.
El porqué las personas intentan superar sus problemas de adicción se relaciona con el importante
aspecto de la motivación, considerado por los clínicos como un punto clave para el
éxito del tratamiento. Hasta ahora, no hemos prestado suficiente atención a la cuestión
de porqué algunas personas intentan cambiar y otras lo evitan. Entre las variables
que hemos estudiado, el equilibrio en la toma de decisiones parece ser la que ser
relaciona más estrechamente con el hecho de que algunos individuos cambien y otros
mantengan sus conductas adictivas. Los datos existentes sobre el equilibrio en la
toma de decisiones y nuestras observaciones informales indican que las motivaciones
para cambiar varían según el estadio en el que se encuentra el individuo. La razón
por la que un individuo empieza a plantearse la necesidad de abandonar su consumo
de drogas puede ser distinta de la razón por la que finalmente toma la acción para
dejarlas. La razón por la que alguien se esfuerza en mantener su vida libre de drogas
puede ser distinta de la razón por la que otra persona decide volver a intentarlo
después de haber fracasado en el mantenimiento de un estilo de vida libre de adicciones.
Por ejemplo, un individuo puede plantearse el abandono de las drogas debido a que
un amigo murió por una sobredosis. Es probable que esta misma persona esté más preparada
para actuar después de participar durante algún tiempo en un programa terapéutico.
Un individuo puede emprender la acción en el momento de un cumpleaños clave y por
tener la sensación de que el tiempo se le acaba. La lucha por mantenerse libre de
drogas se fundamenta, por un lado, en la motivación para evitar el fracaso. El retorno
a la contemplación, en vez de abandonar el intento, puede establecerse en la motivación
para tener un control de propia vida más que en la creencia de que una conducta adictiva
está más allá del autocontrol. Desde la perspectiva transteórica, pensamos que el
análisis global de la motivación para el cambio incluye un análisis de la motivación
en cada estadio y la aceptación de que esta motivación puede ser un fenómeno dinámico
que fluctúa de un estadio al siguiente.
El hecho de quién puede cambiar durante un tratamiento y quien fracasa en el intento ha sido tratado
tradicionalmente mediante el estudio de las características personales del paciente.
Variables tales como la edad, el sexo, el nivel socioeconómico, la duración, la frecuencia
y la intensidad del problema, el nivel intelectual, la disposición psicológica y el
grado de psicopatología son algunas de las características del sujeto que han recibido
una atención considerable en la literatura (Luborsky, Chandler, Auerback, Cohen y
Bachrach, 1971; Meltzoff y Fornreich, 1970). Por nuestra parte, no hemos prestado
demasiada atención a estas variables por distintas razones. La más importante es que
las variables demográficas, de personalidad y psicopatológias suelen ser variables
tipo rasgo, poco abiertas al cambio y sobre las que el influjo del paciente o del
terapeuta es poco eficaz. Algunas décadas de investigación psicoterapéutica sobre
quién se beneficia del tratamiento no ha dado lugar a demasiados avances en el conocimiento
de cómo podemos ayudar a cambiar, En ocasiones, esta misma investigación no ha hecho
más que añadir cierto pesimismo en los clínicos respecto a su capacidad para poder
ayudar al conjunto de una clase, una cultura o una comunidad de personas a superar
problemas destructivos, como pueden ser las conductas adictivas. Hasta que consigamos
desarrollar uno modelos de tratamiento más adecuados, fundamentados en modelos de
cambio más globales, no podremos responder a la pregunta de quién puede cambiar con
el máximo de tratamiento, quién puede cambiar con un tratamiento mínimo, quién puede
cambiar por sí mismo y quién cambiará, o no, independientemente de lo que intente
o de lo que nosotros hagamos.
9. La recaída no es principal problema de las adicciones
Muchos clínicos e investigadores han llegado a la conclusión que la recaída es el
problema principal de la intervención terapéutica en una conducta adictiva (p. ej.,
Brownell y col., 1987). Esta suposición se establece, probablemente, sobre los resultados
de las intervenciones en clínicas y hospitales, donde un alto porcentaje de pacientes
pasan a la acción y alto porcentaje de ellos recae (p. ej. Lando, 1977; Hunt y col.,
1971). Los sujetos que acuden a las clínicas pueden decidir actuar por distintas razones.
En primer lugar, el coste total de los centros clínicos (económico, temporal y emocional)
elimina, probablemente, a muchos individuos que no están preparados para actuar. En
segundo lugar, la intensidad del tratamiento en estos centros permite acoge a muchos
participantes que desean emprender una acción. En tercer lugar, en estas clínicas
existe un considerable apoyo y presión social para que se pase a la acción, como por
ejemplo, escoger una fecha común para abandonar el hábito tabáquico (p. ej., Lando,
1977). Por último, en ciertos contextos, como en el caso de los tratamientos con pacientes
ingresados o en residencias, se instaura con control social que prohíbe o hace imposible
el uso de sustancias adictivas durante el tratamiento.
Con la combinación de todas estas influencias y presiones, es de esperar que un gran
porcentaje de pacientes se decida a actuar durante el tratamiento. No obstante, después
del tratamiento la mayoría vuelve a sus conductas adictivas, con lo que la recaída
parece ser un problema muy importante.
Cuando dejamos los programas con pacientes ingresado e intervenimos en poblaciones
enteras, en lugar de hacerlo en muestras seleccionadas de individuos adictos, descubrimos
que la recaída es solamente uno de los principales problemas con los que nos enfrentamos,
Cada estadio del cambio se asocia a algún problema importante.
Las intervenciones innovadoras diseñadas para la mayoría de poblaciones en el estadio
de precontemplación tienen que resolver los importantes problemas de cómo llegar y retener a los precontempladores. No podemos esperar que un gran número de precontempladores estén dispuestos a pagar el coste derivado de los programas terapéuticos realizados
en una clínica o en un hospital. Es interesante mencionar que, incluso en el caso
de un programa que podía llevarse a cabo desde el hogar, dirigido a una población
de fumadores en todos los estadio, sólo el 11% de 1600 participantes era precontemplador (DiClemente y col., en prensa). Los precontempladores que deciden acudir a la terapia en una clínica, presentan una tasa bastante alta de
abandono del tratamiento (Medieros y Prochaska, 1990).
El problema principal en el estadio de contemplación consiste en la ayuda que puede ofrecerse a los participantes del programa para que
empiecen a actuar. En nuestros programas con base en el domicilio particular, todos
los contempladores, por definición, manifestaron al inicio que tenían la intención de dejar de fumar
en los próximos seis meses. Aún disponiendo de los mejores programas de autoayuda,
menos del 50% dejó de fumar por lo menos durante 24 horas en los 12 siguientes.
En el estadio de preparación, el mayor reto es mantener a los participantes en acción continua durante un tiempo
suficiente como para que aprendan del siguiente intento de actuación. Es poco probable
que los intentos de actuación que duran sólo uno o dos días, o una o dos semanas, ayuden a los individuos a aprender
de sus propias experiencias tanto como los intentos que duran uno o dos meses. Cuanto
más dure el intento de actuación, más individuos aprenderán lo que funciona adecuadamente y lo que no funciona.
En el estadio de actuación, el principal problema son las recaídas. La mayoría de las personas que deciden actuar
en contra de sus conductas adictivas con o sin intervención profesional, recaen alguna
vez (Brownell y col., 1987). Las últimas tendencias consideraban que la mejor solución
era prevenir la recaída (p. ej., Marlatt y Gordon, 1988). Aunque en principio estamos
de acuerdo con los programas de prevención de recaídas, en la práctica no parece que
sirvan de ayuda para mantener los patrones no adictivos en la mayoría de los individuos
(Brownell y col., 1987).
Hasta que se produzcan un mayor desarrollo en los programas de prevención de recaídas,
creemos que la alternativa más práctica consiste en los programas de reciclaje. El
objetivo de los programas es conseguir que los sujetos que han recaído se reciclen
de un modo más eficiente y efectivo. Para una minoría de participantes, desmoralizados
respecto a su capacidad para cambiar, el objetivo inmediato es evitar que recaigan
al estadio de precontemplación. Para la mayoría de individuos, que recaen en el estadio de contemplación, los esfuerzos deben dirigirse a que empiece la acción mucho antes de lo que lo harían
normalmente. En cuanto a los que recaen en el estadio de contemplación, los esfuerzos deben dirigirse a que empiece la acción mucho antes de lo que lo harían
normalmente. En cuanto a los que recaen y vuelven a la fase de preparación, la ayuda
se centra en darles un feedback más inmediato sobre los procesos de cambio que ya han utilizado suficientemente,
sobre los que han infrautilizado y sobre los que han utilizado en exceso comparado
con los grupos normativos que han tenido más éxito en la acción.
El mayor problema para una minoría de personas que han llegado al estadio de mantenimiento con cualquier intento de actuación, es conseguir que acaben con su conducta adictiva. Mientras estos individuos permanezcan
en el estadio de mantenimiento, deberán seguir aplicando los procesos de cambio y seguirán presentado un riesgo
de recaídas. El problema es ahora encontrar los medios para acelerar el proceso de
finalización, de manera que los individuos se liberen del alto riesgo de recaída en
el tiempo más corto posible. Otro problema muy importante consiste en determinar quienes
y con qué tipo de conductas serán capaces de acabar totalmente con sus adicciones
y quienes estarán en situación de mantenimiento de por vida.
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