5.1.La transmisión del alfabeto
Como acabamos de ver, es, precisamente, en tierras occidentales donde se localizó
uno de los primeros ejemplares de escritura alfabética griega y será, justamente,
la transmisión del alfabeto griego a los habitantes de la península Itálica una de
las consecuencias más importantes de la colonización griega iniciada en el período
arcaico. La colonia griega de Cumas, al oeste de la bahía de Nápoles, parece haber
tenido un papel primordial. Los detalles exactos de la transmisión continúan siendo
discutidos por los especialistas, pero la influencia del alfabeto griego en las primeras
inscripciones preservadas de los etruscos y de los hablantes del latín de los alrededores
de Roma es inequívoca. Tanto si los latinos aprendieron el alfabeto directamente de
los griegos, como si lo hicieron a través de intermediarios etruscos, la deuda con
los helenos es obvia, tal y como atestan las primeras inscripciones latinas conservadas.
Después de rudimentarios pasos, en el siglo III el alfabeto latino alcanzó más o menos su estadio clásico de desarrollo.
Las fuentes literarias clásicas, griegas y romanas, no se ponen de acuerdo en quién
fue el responsable de la introducción del alfabeto en el centro de Italia. Según la
tradición transmitida por el historiador romano Tácito (Anales II, 14), los primeros habitantes del Lacio recibieron el alfabeto del griego arcadio
Evandro. Plinio el Viejo (Historia Natural, 7.56.193) asigna la introducción del alfabeto a los etruscos: a los pelasgi. El griego Plutarco (Romulus 6.1) y Dionisio de Halicarnaso (Antigüedades romanas, 1.84.5) lo atribuyen a la figura legendaria de Rómulo, quien educado por los griegos
en Gabii, habría sido el transmisor del alfabeto griego al mundo latino. Estas tradiciones
comparten la tendencia historiográfica de atribuir a personajes míticos o legendarios
una importante innovación cultural; pero también reconocen, correctamente, el papel
de los griegos en el proceso.
Las evidencias arqueológicas y epigráficas parecen demostrar que los etruscos –quienes
recibieron el alfabeto griego de los calcídicos, que lo llevaron con ellos a sus asentamientos
de Pitecusa (en la isla de Ischia) y de Cumas en el segundo y tercer cuarto del siglo
VIII– fueron los responsables de la adopción del sistema en el Lacio.
La presencia etrusca en el Lacio está atestada, como mínimo desde el 680-650, por
lujosos materiales de factura etrusca, tanto artesanía (joyas de oro, ornamentos de
marfil, vasos de plata, etc.) como productos (vino y aceite griegos). Gran parte de
este registro material procede de ajuares funerarios. En términos generales, las características
de esta cultura material apuntarían a una poderosa elite gobernante etrusca. Esta
influencia etrusca se deja ver también en otros ámbitos, como en las innovaciones
arquitectónicas (cambios en la estructura de los hábitats y de las tumbas) y en la
organización de los asentamientos del Lacio, entre los cuales figura Roma durante
el último cuarto del siglo. La tradición literaria latina confirma esta presencia
cultural etrusca con la figura de un rey etrusco en este período: Lucio Tarquinio,
de quien se dice que su padre era un comerciante griego de Corinto, Demarato, asentado
en Tarquinia ca. 650. Esta referencia se suma a las evidencias que señalan el papel de los etruscos
como intermediarios en el proceso de transmisión de la cultura griega al Lacio durante
el siglo VII.
En lo que concierne a la escritura, al parecer fueron, concretamente, los etruscos
de las ciudades de Caere (Cerveteri) y Veii (Veyes) –las más activas comercialmente en el Lacio durante el siglo VII–, situadas en el sur de Etruria, los transmisores; tal y como avala el hecho de que
el alfabeto usado en las inscripciones del Lacio es el mismo que el que se usaba en
estas dos ciudades etruscas.
El alfabeto introducido en el Lacio, en el siglo VII, fue el alfabeto de las ciudades etruscas de Caere y Veii, la conocida como variedad «de Caere» del alfabeto etrusco.
Como hemos comentado al tratar la adaptación del alfabeto fenicio por los griegos,
un sistema de escritura funciona con una determinada lengua, y, cuando este sistema
se adquiere para registrar otro sistema fonético aparecen dificultades derivadas de
las diferencias existentes entre las dos lenguas. De la misma manera, las diferencias
entre la lengua etrusca y la latina comportaron modificaciones en el alfabeto, como
por ejemplo el uso de ómicron con valor «o», que los etruscos no utilizaron nunca. Este hecho indica que los responsables
de la adaptación estaban familiarizados con los valores de las letras griegas. Los
abecedarios encontrados en Etruria contienen, adicionalmente a las letras usadas para
escribir el etrusco, letras que se empleaban para escribir el griego y el fenicio,
lo que demuestra que los etruscos preservaron y transmitieron el alfabeto de una forma
completa, presumiblemente, aquello que los griegos les transmitieron a ellos. Se cree
que los responsables del diseño del alfabeto latino fueron etrusco-latinos bilingües
(es decir, latinos que conocían como escribir y hablar el etrusco, y, etruscos que
sabían escribir el etrusco y hablaban latín).
En este contexto se entiende la aparición del elemento griego, vía mediación etrusca,
en la forma del alfabeto latino. No se han encontrado abecedarios latinos arcaicos.
Por consiguiente, éste se ha de reconstruir extrayendo la forma de las letras a partir
de las primeras inscripciones de los siglos VII y VI (que no son demasiadas, cerca de una veintena). Esta reconstrucción ha identificado
veintiuna letras. Muchas de las inscripciones anteriores al 550 se han hallado en
Roma (éstas no están sujetas a normas, las inscripciones muestran una diversidad considerable
respecto a la forma de las letras y a la dirección de la escritura); a partir de esta
fecha, ya se atestan también en los asentamientos más importantes del Lacio.
Las inscripciones latinas de finales del siglo VII están escritas de izquierda a derecha, a imitación de la dirección de las de Caere y Veii de este período. Diversas fuentes contribuyen a mostrar la fluidez del estado del
alfabeto latino en los siglos VII y VI: la variación en la forma de algunas letras, por ejemplo ípsilon y my con cinco trazos es herencia de la escritura etrusca; el contacto con escrituras
foráneas, a parte de las del sur de Etruria, contribuyó a la variación de la forma
de las letras (cuatro trazos para my) y la dirección serpentina. Durante este período, también es posible reconocer las
primeras evoluciones internas. Estas variaciones en las inscripciones latinas de este
momento son importantes porque señalan que el sistema estaba vivo y estaba buscando
su camino autónomo entre los otros sistemas de escritura que existían en la antigua
Italia.
De las inscripciones que se documentan a finales del siglo VI, y de los escasos restos de escritura que existen de los siglos V y IV, se detecta la emergencia de normas de escritura, como por ejemplo la dirección de
la escritura de izquierda a derecha, que se convierte en la preferida. Esta normalización
se ha asociado, en parte, al auge de Roma como una entidad política preeminente en
el Lacio. Por consiguiente, es posible que las inscripciones romanas puedan haber
sido consideradas más prestigiosas y haber servido de modelo para otros centros latinos
del Lacio.
A inicios del siglo III, cuando Roma claramente domina políticamente el Lacio, las inscripciones son más
frecuentes. La diferencia más importante con la época arcaica es la representación
del sonido ‘g’. Según la tradición romana, esta introducción es obra de Spurius Carvilius
Ruga, hacia mediados del siglo III, a quien se atribuye la apertura de la primera escuela de gramática en Roma. De esta
manera, con la ‘z’ reutilizada para registrar el sonido ‘g’, el alfabeto latino asumió
su forma definitiva durante el final de la República y el inicio del Imperio. A finales
de la República, la ípsilon y la zeta griegas (con los valores griegos de ‘ü’ y ‘z’, respectivamente) se añadieron al alfabeto
latino para poder escribir palabras griegas. Cuando estas letras se codificaron, como
miembros del alfabeto, ocuparon su lugar al final de la serie detrás de la ‘x’.
Al final de la República, tanto la diversidad de funciones de las inscripciones (públicas
y privadas), como la adquisición de maneras de escribir más económicas (pincel y tinta)
contribuyeron a aumentar las diferencias estilísticas entre las formas de las letras.
La escritura monumental apareció regularmente en las inscripciones más importantes
erigidas por el estado y, ocasionalmente, en inscripciones privadas de particulares
que podían pagarlas. Estas letras, generalmente bien definidas, eran incisas en la
piedra por artesanos especializados.
La denominada scripta actuaria se utilizó para las largas inscripciones del estado, las de menor importancia y para
algunos asuntos del sector privado. También se usó para pintar las notícias sobre
las elecciones y anuncios, como se puede observar en los muros de las casas de las
ciudades, sepultadas por el Vesubio, de Pompeya y Herculano. Las letras de estos documentos,
debido a que se reproducían con pincel y tinta, asumieron una forma más fluida y fina.
Este estilo caligráfico fue, finalmente, imitado por los picapedreros y copiado en
las inscripciones talladas en piedra.
Funcionalidad
Exactamente cómo y por qué motivos los latinos aprendieron el arte de la escritura
aún no se ha podido establecer con certeza. No hay evidencias de que adquirieran la
escritura por razones económicas, es decir, para anotar cuentas y transacciones comerciales.
Las evidencias epigráficas procedentes del Lacio y de Etruria apuntan a un escenario
diferente, al parecer la escritura fue adoptada como un símbolo de prestigio por familias
pudientes.
Se sabe que en Etruria se practicaba el intercambio de regalos valiosos para cimentar
acuerdos, negocios y amistad, algunos de estos regalos presentaban inscripciones que
nos muestran tal funcionalidad. Estas inscripciones acostumbran a revelar el nombre
del propietario del regalo, el nombre de la persona que lo dedicaba, y, más raramente,
el nombre del productor del objeto.
La naturaleza de las primeras inscripciones latinas documentadas sugieren que esta
práctica se habría introducido en el Lacio, y, por tanto, resulta plausible interpretar
que la escritura, en este contexto, habría funcionado como un mecanismo más en la
adquisición de estatus por parte de ciertos individuos.
Las dos inscripciones más antiguas de que disponemos, fechadas en las últimas décadas
del siglo vii (ca. 620-600), proceden de contenedores de vino de producción latina. Presumiblemente,
estos contenedores habrían contenido un vino valioso, adecuado para el intercambio
de presentes. El primer contenedor se encontró en una tumba cerca de Gabii y lleva
una inscripción en forma de saludo: «Que estés bien, Tita» o «Que Tita esté bien»,
dependiendo de si se interpreta el verbo en segunda o en tercera persona. Del segundo,
no se conoce su procedencia con seguridad, pero parece provenir del Lacio, quizás
de Roma, lleva una inscripción dando el nombre del propietario y el nombre del responsable
de la producción del contenedor: eco urna tita vendias mamar[cos m]
[ced], «Soy la urna de Tita Vendia, Mamar[cos me hizo]».
Aunque no podemos determinar en qué contexto hemos de situar estos objetos, es interesante
mencionar que ambas inscripciones se refieren a mujeres: Tita y Tita Vendia. Se ha
propuesto que el segundo podría tratarse de un regalo nupcial. A pesar de que estas
inscripciones latinas parecen sugerir la misma función que la de sus paralelos etruscos
(regalos inscritos), no siguen la estructura de las inscripciones etruscas. La inscripción
de Tita es un saludo, el cual no halla paralelo entre las primeras inscripciones etruscas.
Si es cierto que familias latinas acaudaladas fueron las responsables de la adaptación
del sistema alfabético etrusco al latino, la escritura parece haberse difundido velozmente
de estos círculos. La inscripción del Foro de Roma, datada de manera segura ca. 570-550, es una inscripción pública que prohibe la profanación de un área sagrada.
Por tanto, la escritura se utilizó con celeridad para funciones públicas y religiosas;
sin embargo, desconocemos cómo fue el proceso, ya que a finales del siglo VI los restos de escritura en el Lacio no son todavía muy abundantes.
Resulta plausible proponer que, igual que en Etruria, los santuarios habrían tenido
un papel clave en la diseminación de la escritura, ya que en ellos existían escuelas
escriturales. Sabemos que sacerdotes romanos registraron acontecimientos relevantes
con los nombres de los magistrados en oficio desde el inicio de la República, ca. 509.
Como ya hemos anunciado, el aspecto más destacable del alfabeto latino es la velocidad
con la que se difundió desde la ciudad de Roma a tota la península italiana. Entre
el 300 y el cambio de era, el alfabeto se había convertido en el principal sistema
de escritura de la Península, substituyendo los sistemas de los etruscos, umbrios,
samnitas y griegos. Esta rápida difusión por la península italiana es el resultado
directo de la exitosa política de colonización de Roma. Cuando Roma conquistaba ciudades
fuera del Lacio, el terreno de la ciudad era confiscado y la tierra distribuida entre
los ciudadanos romanos. Éstos tenían la tarea de colonizar el territorio, y, de este
modo, estas colonias de hablantes de latín fueron formando los centros que extendieron
la lengua y su sistema de escritura.
Aunque es obvio que esta difusión estaba ligada al dominio político y comercial de
Roma, su adopción por pueblos tan diversos, tan velozmente, es muy remarcable, dado
que la dominación política no implica necesariamente un dominio lingüístico o cultural.
Este hecho es claramente visible en Grecia, a pesar de que a partir del siglo II Roma devino la principal fuerza política, la lengua griega continúo siendo escrita
en el sistema heredado de los fenicios. En realidad, fue el sistema griego el que
influyó en el latino, con la introducció, como hemos visto, de dos letras griegas;
una evidencia más de la enorme influencia que ejerció la cultura griega sobre Roma.