Origen y evolución del monoteísmo

  • Mónica Bouso García

    Licenciada en Geografía e Historia, especialidad en Prehistoria, Historia Antigua y Arqueología, por la Facultad de Geografía e Historia, y en Filología Hebrea, por la Facultad de Filología, ambas de la Universitat de Barcelona; se doctoró en la misma universidad, en el año 2012, con la tesis titulada Las prácticas funerarias en el valle del Éufrates durante el tercer milenio y la primera mitad del segundo: estudio intertextual a partir de las evidencias arqueológicas y epigráficas. Ha sido investigadora en diversos proyectos que abarcan, tanto la arqueología (2014SGR1248 GRAMPO -Grup de Recerca Arqueològica a la Mediterrània i al Pròxim Orient- y el Proyecto Internacional ARCANE: Associated Regional Chronologies for the Ancient Near East and the Eastern Mediterranean como «Topic Coordinator of Burials and Funerary practices of the Area of Middle Euphrates»), como la filología (FFI2008-05004-CO2-01/FILO «Estudios de lexicografía sirio-mesopotámica en los milenios III y II a.n.e. (ELexSM) A Glossary of Old Syrian» y HUM2005-02223/FILO «Aportaciones del corpus documental sirio de la Edad del Bronce a la lingüística paleo y mesosemítica: El léxico»). Ha participado en más de cincuenta excavaciones arqueológicas, tanto en ámbito nacional (Mas Castellar de Pontós, Mas d’en Boixos en Vilafranca del Penedès, Can Roqueta en Sabadell), como internacional: en Europa (Hacki en Polonia, Le Traversant en Mailhac y Lattes en Francia, Butser Ancient Farm, Petersfield, en el Reino Unido; Cuma, Nápoles en Italia) y en el Próximo Oriente, donde ha excavado en yacimientos de Turquía (Akarçay Tepe) y de Siria (Tell Amarne y Chagar Bazar). Actualmente es profesora asociada de Historia Antigua en la Facultad de Letras de la Universitat de Lleida.

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Introducción

El objetivo de este módulo es presentar las principales creencias religiosas de las civilizaciones del Próximo Oriente, Egipto y del Mediterráneo oriental y central, concretamente las del mundo egeo y romano.
Entenderemos por religión la definición clásica, siguiendo la etimología latina de la palabra religare, es decir, entenderemos por religión la relación que establece el ser humano con aquello que le es superior o desconocido: la divinidad, lo sobrenatural, o el misterio de la vida y de la muerte. Esta actitud se concreta en una serie de creencias y se expresa en una serie de manifestaciones rituales. Aunque en determinadas ocasiones se puede hablar de la piedad personal, y, por tanto, de la religiosidad individual, en términos generales, entenderemos la religiosidad como un fenómeno colectivo. Por razones de espacio en este módulo nos centraremos en la concepción de la divinidad en estas sociedades, dejando de lado las numerosas y diversas prácticas rituales, ya que requeriría mucho más espacio y detenimiento del que aquí disponemos.
Analizaremos, en primer lugar, los sistemas religiosos de cada civilización, presentando la concepción de la divinidad y sus dioses principales, así como los episodios destacados de cambio en el seno de su desarrollo histórico. Veremos cómo los sistemas religiosos mesopotámico, egipcio y griego compartieron muchos rasgos muy significativos, como la existencia de un claro principio teogónico, en el que a partir de un «elemento» primordial las divinidades se articulan entre sí, a partir del modelo generacional, hasta llegar a una divinidad dominante que se impone a las demás (Marduk, Amón-Ra, Zeus).
De tal manera, exploraremos el universo politeísta de la religión en Mesopotamia, al mismo tiempo que trataremos el henoteísmo de ciertas divinidades en momentos concretos, como la supremacía de Marduk y Sin en Babilonia, en el segundo y primer milenio a.C., respectivamente, y la de Asur en Asiria en el primer milenio a.C. Seguidamente, estudiaremos el complejo sistema politeísta del antiguo Egipto y la ruptura del sistema religioso establecido que supuso la reforma amarniana de Akhenaton en el siglo XIV a.C. Nos adentraremos en el mundo religioso del Levante, en donde veremos que entre el politeísmo dominante surgió una religión única que proclamaba la existencia de un único dios: el yahwismo. Veremos la evolución de la religión egea desde la época minoica y micénica hasta época clásica, con la configuración del panteón politeísta, prestando especial atención a los cultos mistéricos. Este politeísmo antropomórfico griego fue heredado por Roma, donde, además, proliferaron otros cultos procedentes de los diversos territorios conquistados por el Imperio; especialmente relevantes son los cultos orientales.
Este desarrollo histórico nos llevará a examinar el importante cambio de paradigma religioso que representó la aparición del monoteísmo en frente de los, hasta entonces, sistemas básicamente politeístas con ciertos episodios de henoteísmo.
Según el eminente egiptólogo alemán y destacado especialista en religión, Jan Assmann, se pueden establecer dos formas diferentes de monoteísmo a partir de diferentes vías. Una es la vía evolutiva que conduce a un monoteísmo inclusivo; esta vía representaría una fase de madurez del politeísmo. La otra vía es la revolucionaria, la cual lleva, por el contrario, a un monoteísmo exclusivo, el cual se alcanza, no por un proceso de desarrollo, sino a través de una ruptura revolucionaria con todo el sistema anterior; únicamente para este monoteísmo exclusivo es válida la distinción entre religión verdadera y falsa. De acuerdo con esta clasificación, en Egipto se hallarían ambas formas: la del monoteísmo exclusivo y revolucionario en la reforma de Akhenaton y el monoteísmo inclusivo y evolucionista de la posterior restauración ramésida. De esta última forma encontraríamos también ejemplos en los momentos tardíos de la religión en Mesopotamia y en Grecia, mientras que del primer monoteísmo hallaríamos su máximo exponente en la religión yahwista y, más tarde, en la cristiana (Assmann 2006: 44).
Esta nueva religión, inicialmente minoritaria y perseguida, se convirtió en una de las corrientes más difundidas al inicio de nuestra era hasta llegar a ser, finalmente, la religión oficial del Imperio romano. Este hecho, incuestionablemente, ha marcado la religiosidad de Occidente hasta nuestros días.

Objetivos

Los objetivos que el alumno ha de alcanzar una vez estudiados los contenidos del módulo son los siguientes:
  1. Entender los diferentes sistemas religiosos propios de cada sociedad en el marco de su contexto cronocultural concreto, así como su desarrollo interno a lo largo de su historia.

  2. Entender la idiosincrasia de las concepciones sobre la divinidad y la de las prácticas religiosas asociadas que integran estos sistemas.

  3. Observar las influencias religiosas que unas culturas han ejercido sobre las otras mientras han estado en contacto, así como los mecanismos de adaptación de cultos y divinidades foráneas a través de fenómenos como el sincretismo.

1.Introducción

Tratar de reconstruir y de entender la concepción de la divinidad, así como las prácticas asociadas a su culto, de las culturas antiguas no resulta una tarea nada fácil. En primer lugar, porque el fenómeno religioso implica unos sentimientos que, si no son dejados por escrito, únicamente a partir de los vestigios materiales son difícilmente interpretables. Consecuentemente, para su estudio es necesario utilizar toda la información disponible, las diversas fuentes textuales (mitos*, plegarias, himnos, la onomástica, etc.), iconográficas (representaciones en diferentes materiales y soportes de divinidades, fieles, ceremonias, festivales, procesiones, etc.), arqueológicas (templos, santuarios, exvotos*, etc.), con el fin de poder reconstruir, en la medida de lo posible, el universo religioso de cada cultura.
Además, a la hora de estudiar estas religiones hay que tener en cuenta la transmisión que han tenido a lo largo de la historia, es decir, ¿cómo han llegado hasta nosotros estas ideologías religiosas? En el caso de Egipto y Mesopotamia, fueron los autores clásicos, pero sobre todo la Biblia, los que configuraron la imagen que ha tenido Occidente de estas culturas, en general, y de sus creencias religiosas consideradas paganas, en particular. Por lo que se refiere a las divinidades grecorromanas serán los Padres de la Iglesia los que nos aportarán también una visión desde fuera, una visión desde la religión dominante monoteísta cristiana.
En definitiva, pues, el estudio del fenómeno religioso en la antigüedad ha de ser entendido y estudiado a partir de sus propias fuentes y conviene tratar con cautela las fuentes externas posteriores.
Al acercarnos al fenómeno religioso antiguo debemos, también, ser conscientes que en estas sociedades no se puede trazar una clara línea divisoria que separe lo religioso de lo profano, ya que la religión formaba parte de todos los aspectos de la vida.
Otro elemento que ha de ser tenido en cuenta es la constante relación que las culturas en estudio mantuvieron entre sí en la antigüedad, especialmente en los momentos de formación de los grandes estados territoriales y de los imperios, es decir, en momentos en que grandes regiones con culturas y religiones propias pasaron a estar dominadas políticamente por un poder foráneo. Estas situaciones implicaron, necesariamente, la coexistencia no solo de lenguas y costumbres diferentes, sino también de divinidades y cultos. Veremos cómo determinados dioses y rituales tuvieron un gran impacto e influencia sobre otros sistemas religiosos, provocando diferentes situaciones: desde adopciones de cultos hasta la mezcla de elementos entre diferentes divinidades, etc.
Por poner un ejemplo, el gran impacto que tuvieron los cultos orientales en los últimos siglos del Imperio romano, especialmente los cultos egipcios de Isis y Serapis, los frigios de Cibeles y Atis, los cultos sirios de la diosa Atargatis (dea Syria), los dioses Adonis, Baal de Damasco o Hadad de Heliópolis y, finalmente, un cierto panteísmo* solar en el cual se dejan ver las prácticas y las ideas de los magos caldeos y persas.

2.El Próximo Oriente

2.1.Introducción

Gracias al desciframiento del cuneiforme y al inicio de las excavaciones arqueológicas en Oriente, el Antiguo Testamento y los textos clásicos dejaron de ser las únicas fuentes para el conocimiento de la antigua religión en Mesopotamia. De tal manera, desde el nacimiento de la Asiriología hasta nuestros días, no ha parado de aumentar el volumen de información accesible sobre estas culturas; y su estudio ha puesto de manifiesto la increíble riqueza y complejidad de tres milenios de historia, en una extensa región geográfica ocupada por una gran variedad de culturas. Dada esta enorme complejidad, en este breve espacio trataremos de ofrecer una visión global, pero completa, de los rasgos más significativos de la religiosidad en Mesopotamia; entendiendo que ésta no constituye de ninguna manera un corpus homogéneo doctrinal, todo lo contrario, tenemos un conjunto de divinidades, templos, rituales*, etc.
2.1.1.Las fuentes
En primer lugar, hay que hablar de las fuentes de que disponemos para su estudio, comenzaremos por las fuentes textuales. En el caso de Mesopotamia por fuentes textuales nos referiremos, básicamente, a las tablillas de barro que utilizan el sistema de escritura cuneiforme para expresar, principalmente, las lenguas sumeria y acadia. Tal y como ya hemos comentado, en la antigüedad la religión impregnaba todas las esferas de la vida, es por eso que no encontramos fuentes textuales específicamente religiosas separadas claramente de las profanas. De esto se desprende que para estudiar la religión se tendrán que tener en cuenta desde inventarios económicos, de entrada y de salida de productos de los templos, hasta una plegaria. Fundamentalmente, dispondremos para la Mesopotamia del tercer y segundo milenios de obras literarias: composiciones poéticas y míticas que exponen grandes cuestiones, himnos, plegarias y listas de divinidades; así como también de textos rituales y conjuros mágicos, inscripciones votivas, fórmulas de juramento incluidas en la documentación legal, textos de presagios, listas léxicas, textos médicos, cartas, libros de contatibilidad, la onomástica, es decir, los nombres propios, etc.
La onomástica
El acto de dar un nombre tiene una importancia primordial en el antiguo Oriente, de hecho, según la mentalidad mesopotámica aquello que no tiene nombre, simplemente no existe. En las culturas antiguas encontramos numerosos nombres teóforos, es decir, nombres que incluyen el nombre de una divinidad. En efecto, el nombre de las personas no era una cuestión casual: el nombre de los monarcas revelará la ideología establecida por una determinada dinastía, y, por tanto, hasta cierto punto ya fijada. En cambio, los nombres de las personas nos revelarán otra faceta de la religiosidad: la piedad popular, en tanto que nos muestran cuáles eran las divinidades que realmente veneraba el pueblo, cuáles eran las escogidas para encomendarse, pedir protección o adorar. Además, la documentación, en ocasiones, de nombres de deidades foráneas representa un elemento de enorme interés, ya que atestigua la existencia de otras tradiciones religiosas. Por ejemplo: el nombre babilónico de Nabucodonosor es Nabu-kudurri-u ur, que traducido literalmente significa «Nabu defiende mi frontera», Nabu era el dios de la escritura y especialmente adorado en Babilonia.
Las fuentes arqueológicas constituyen nuestra gran segunda fuente de información: desde figurillas de terracota y/o de metal, exvotos con inscripciones, templos, capillas domésticas, zigurats*, etc.
El Etemenanki
Uno de los zigurats mejor conservados es el del dios Nanna en Ur construido por Ur-Nammu, pero, sin duda, el más emblemático es el de Babilonia: el zigurat Etemenanki (‘Casa del fundamento del Cielo y la Terra’), del cual deriva la imagen de la bíblica Torre de Babel.
Maqueta del Etemenanki, Pergamonmuseum, Berlín. Fuente: Wikimedia Commons
Maqueta del Etemenanki, Pergamonmuseum, Berlín. Fuente: Wikimedia Commons
2.1.2.Las características principales
En la religión oriental antigua existe un fuerte componente mágico, perfectamente integrado en su culto, con una gran variedad de técnicas y de especialistas. En términos generales, se pueden distinguir dos clases de magia: la prospectiva, es decir, la que intenta conocer y dominar el futuro (la adivinación) y la profiláctica, es decir, la que intenta solucionar el presente con conjuros y prácticas.
La adivinación en Mesopotamia se practicó de múltiples formas (la aruspicina*, el augurio*, la lecanomancia*, la nigromancia*, la observación astrológica, la interpretación de los sueños, etc.). Estas técnicas consistían en establecer la relación entre una determinada circunstancia (A) que significaba que tendría lugar un determinado hecho (B), y generaron un gran volumen de información escrita que registraba toda una serie de presagios para ser consultados. Su función era la de conocer el mal antes de que fuera real con el fin de poderlo prevenir y neutralizar.
La otra importante manifestación religiosa, la magia propiamente dicha, mediante conjuros y rituales, tenía el objetivo de eliminar los males que acosan al hombre; basada en la creencia de que la casualidad no existe –todo está dictado en las tablas del destino–, sino que cada causa tiene una serie infinita de efectos. En relación a estas ideas, cabe destacar el carácter apotropaico de estas prácticas, es decir, el valor que se le daba a determinados objetos –tanto pueden ser amuletos personales colgados del cuello como estatuas situadas en las puertas de entrada de las ciudades o de los palacios– con una función protectora ante la adversidad, el peligro, los males. En este sentido, observamos junto a la veneración a las divinidades principales del panteón, la que se profesaba a lo que se ha dado en llamar el «dios personal», es decir, la existencia de una relación individualizada de una persona con una determinada divinidad.

2.2.Mesopotamia

Lo que denominamos genéricamente Mesopotamia hace referencia a diversas culturas que ocuparon fundamentalmente la zona de las cuencas bajas y medias de los ríos Éufrates y Tigris, primeramente sumerios y acadios, más tarde, babilónicos y asirios. Estas civilizaciones estuvieron rodeadas por otros pueblos con los cuales interactuaron, en mayor o menor grado, en función del momento histórico. Estas otras culturas, fuera del núcleo estrictamente mesopotámico, influyeron y también fueron influenciadas de manera diversa por este núcleo; principalmente encontramos la cultura hitita en Anatolia, los hurritas en el Cáucaso, además de las incursiones de pueblos nómadas procedentes de diversas zonas que, en ocasiones, se enfrentaron a estas culturas urbanas y, en otras, llegaron incluso a «urbanizarse». Por razones de espacio nos centraremos en la religión sumero-acadia.
En sumerio la palabra dios se escribe con el signo logográfico AN, que significa ‘cielo’, referido a una divinidad se lee DINGIR en sumerio y ilu en acadio.
La característica, probablemente más importante, de este sistema religioso es lo que se define como la simbiosis sumero-acadia, es decir, desde un principio se asiste a la identificación de atributos similares en diferentes divinidades y se produce su fusión en una única figura. De tal manera, las divinidades sumerias ENKI, UTU e INANNA se asimilan a las acadias Ea, Šamaš e Ištar, respectivamente. Se trata de un proceso complejo y causado por múltiples factores, entre los cuales destacamos la simbiosis cultural de estas dos tradiciones, transmitidas en lengua sumeria y acadia, hasta acabar configurando un único sistema; otros factores son las preferencias del pueblo, las teologías políticas, etc. Este proceso es análogo a lo que se denomina interpretatio graeca o interpretatio romana de la antigüedad clásica, que veremos más adelante, y que, en definitiva, lo que muestra es un mecanismo de asimilación y reformulación religiosa que evidencia un sistema politeísta muy elástico y cambiante, que acepta ampliaciones y modificaciones en función de las necesidades económicas, políticas y sociales del momento.
2.2.1.El panteón sumero-acadio
En Mesopotamia, el sistema religioso imperante es politeísta, en este sistema no se observa ningún rastro de panteísmo. Los seres divinos están organizados en un panteón con multitud de divinidades; se trata de dioses personales y antropomórficos, de marcada individualidad con una importante función protectora, los dioses no son modelos morales. Las deidades principales son patronas de una ciudad y poseen los me (término difícil de traducir, sería una especie de orden, de fuerza del ser) y ejercen su poder mediante la palabra (dotada de fuerza creadora) y de un «plan o proyecto de vida» que destinan a cada ser.
El panteón obedece a la devoción del monarca, forma parte, por tanto, de la ideología religiosa de la dinastía gobernante, es decir, es fruto de una teología política que tiende al henoteísmo*, en tanto que, a imagen de la organización del estado, el panteón está presidido por un dios supremo –el rey de los dioses–. Este dios es AN/Anum [los nombres de los dioses en sumerio están escritos en mayúsculas y los acadios en minúsculas], el dios del cielo, gobierna una asamblea y tiene toda una serie de funcionarios. La misión de la asamblea es determinar el destino de todo el mundo: el de los dioses inferiores, el de los humanos y el de las cosas. De tal modo, es manifiesta la jerarquía divina, no todos los dioses son iguales: existen los Grandes dioses, que acostumbran a estar emparentados, su núcleo está formado por los dioses cosmológicos: AN/Anum, ENLIL, ENKI/Ea y las divinidades astrales UTU/Šamaš, NANNA/Sin e INANNA/Ištar. También encontramos diosas con una dimensión maternal, como Ninḫursanga , Aruru, Mama y Mami. Aparte de los grandes dioses, hay dos grupos que tienen un importante papel en la mitología, en tanto que determinantes del destino y miembros de la asamblea: los ANUNNA/Anunnakku, en relación con el mundo infernal, y los Igigu, de base astral, éstos de tradición exclusivamente acadia.
Como decíamos, el dios supremo, creador pero no primordial, es el dios cielo AN/Anum, es padre de ENLIL, de IŠKUR/Adad, de INANNA/Ištar y patrón de la ciudad de Uruk. Aunque es el dios supremo, su papel es pasivo; de hecho, el que actúa como dios supremo del panteón y que tiene las tablas del destino es su hijo ENLIL. ENLIL es el «Señor Aire», entendido como el espacio percibido como movimiento, es la divinidad patrona del importante centro religioso, ya desde época sumeria, de Nippur. La esposa de ENLIL es NINLIL, y su supremacía será rivalizada por Marduk en época babilónica media y por Asur en época neoasiria. También hijo de AN/Anum, ENKI/Ea, el «Señor Tierra», domina sobre el Apsu, el océano inferior de las aguas dulces sobre el cual flota el disco de la Tierra; en este sentido, cabe destacar la relación del principio primordial con el elemento acuoso en todas las mitologías orientales; es el patrón de los saberes prácticos, es el dios consejero y patrón de la ciudad de Eridu. El dios de la tempestad IŠKUR/Adad, Hadad en las culturas del Levante, es también hijo de AN/Anum. Es el regulador del equilibrio climático.
Por lo que se refiere a las divinidades astrales tenemos: UTU/Šamaš, el dios solar, y su gemela INANNA/Ištar, el planeta Venus, hijos del dios luna NANNA/Sin (hijo de ENLIL y NINLIL). El dios lunar, de carácter benéfico, tiene poder sobre la vegetación y la fertilidad, es el patrón de Ur, en el sur, y de Ḫarran , en el norte siro-mesopotámico. UTU/Šamaš, dios de la luz, es el juez supremo, al atardecer recorre el mundo inferior, y, por tanto, es también rey de las almas; sus principales lugares de culto son Larsa y Sippar. INANNA/Ištar es la deidad femenina más importante del panteón, posee tres aspectos fundamentales: el guerrero, el erótico y el astral, es además la protagonista de un ritual llamado la Boda Sagrada, que es «la unión matrimonial» reproduciendo las míticas bodas de la diosa y su esposo mortal Dumuzi. Se trata, por tanto, de un ritual de unión de un personaje divino (la diosa, representada por una sacerdotisa) y uno humano (el esposo de la diosa Dumuzi, representado por el rey); la finalidad del ritual es sellar el destino del rey en tanto que declarado digno del trono por la diosa. Otras divinidades importantes son: Nergal, dios del infierno, y su esposa Ereškigal.
Iconográficamente se observa, por un lado, un imaginario de dioses antropomorfos, caracterizados por una serie de rasgos que los identifican, en primer lugar, como divinidades (tiara de cuernos de toro y ciertas peculiaridades de su vestimenta, especialmente una especie de túnica con volantes) y, en segundo lugar, con sus atributos específicos: su emblema.
Los emblemas más frecuentes son fenómenos astrales, como la media luna de Sin, el disco solar de Šamaš; un objeto, como el cálamo del dios de la escritura Nabu; animales, como el león de la diosa Ištar; seres mitológicos, como la serpiente-dragón Mušḫuš , el emblema de Marduk.
Por otro lado, aparecen toda una serie de figuras de morfología mixta con un fuerte componente zoomorfo (dios-barco, dios-toro, el león alado, el águila con cabeza de león), que simbolizan las dimensiones fantásticas, no humanas, de lo religioso (como por ejemplo Lamaštu y Pazuzu).
Sello cilíndrico con una inscripción que identifica que «Adda, un escriba» era el propietario del sello. En la escena aparece en el centro la diosa INANNA/Ištar de pie encima del dios sol UTU/Šamaš. A su izquierda un dios cazador/guerrero no identificado. A su derecha: ENKI/Ea, a su lado Isimud, su ministro (British Museum). Fuente: Wikimedia Commons
Sello cilíndrico con una inscripción que identifica que «Adda, un escriba» era el propietario del sello. En la escena aparece en el centro la diosa INANNA/Ištar de pie encima del dios sol UTU/Šamaš. A su izquierda un dios cazador/guerrero no identificado. A su derecha: ENKI/Ea, a su lado Isimud, su ministro (British Museum). Fuente: Wikimedia Commons
2.2.2.La supremacía de Marduk en Babilonia y la de Asur en Asiria
Aunque, como hemos visto, la religión en Mesopotamia se caracteriza por ser un sistema politeísta, durante el primer milenio, principalmente, se producen unas elaboraciones teológicas con una evidente tendencia al henoteísmo, e, incluso, a un cierto monoteísmo, éste de carácter evolutivo e inclusivo, siguiendo la distinción establecida por J. Assmann. Estas evidencias son, especialmente, los cultos a Marduk y a Asur vinculados claramente a un contexto político bien específico.
Marduk era la divinidad patrona de la ciudad de Babilonia, ciudad que adquiere relevancia histórica a inicios del segundo milenio, cuando un grupo de origen estepario seminómada, los amorreos (los ‘occidentales’), se hacen con el poder. Este grupo funda lo que se conoce como la Primera Dinastía de Babilonia y uno de sus monarcas más relevantes fue Hammurapi (1792-1750). Es en este momento que aparece Marduk y, no solo se introduce en el panteón, sino que consigue ocupar un lugar preeminente hasta convertirse en el siglo XII en el «rey de los dioses», relegando a un segundo plano al hasta entonces dios principal Enlil, curiosamente recibiendo el título de «Enlil de los dioses».
Durante este proceso, Marduk fue fusionando características propias de las divinidades primordiales, hecho que evidencia esta clara tendencia henoteísta. Este fenómeno, como veremos, también se produjo en el primer milenio con el dios Asur, en Asiria, y con Nabu y Sin, en Babilonia. Las causas de estos desplazamientos fueron múltiples; las más frecuentes serían las rivalidades entre diferentes grupos sociales vinculados a diferentes divinidades. En el caso de Marduk, hay que tener en cuenta, especialmente, la devoción popular y los círculos sacerdotales babilónicos. Serán éstos los que, para tratar de mostrar la supremacía del dios, le configurarán una mitología y, por este motivo, se redactó el mito del Enūma Eliš , «El Mito de la Creación». El poema, que ocupa siete tablillas, tenía por objetivo glorificar a Marduk y justificar su hegemonía, consecuentemente se le convirtió en dios creador del mundo y de la humanidad y se le hizo hijo del dios Ea. El poema se recitaba anualmente en la fiesta del Año Nuevo, el día 4 del mes de nisan (marzo/abril). Su principal lugar de culto era el Esagila y el zigurat Etemenanki en Babilonia.
Un fenómeno paralelo al ascenso del dios Marduk se atestigua con el dios nacional de Asiria: Asur. Nombre idéntico al de la capital del estado: Asur (moderna Qala’at Šergat). Originariamente era un dios prácticamente desconocido que fue ascendiendo a la cima del panteón a medida que aumentaba el poder político de Asiria. Al igual que Marduk, Asur fue fusionando atribuciones de otros dioses (a partir del siglo XIII se le denomina «el Enlil de Asur»), como: la asignación del destino, la decisión judicial y, sobre todo, la vertiente bélica, es un dios guerrero; se le representa bajo la forma de dios arquero con un disco alado o sobre un león. Su templo principal estaba en Asur, era el Ešarra («La gran casa montaña de los países»).
2.2.3.El culto a Sin
Así como una divinidad ejercía de patrona de una ciudad, también podía estar asociada a una determinada dinastía, familia y/o profesión. Particularmente, los monarcas neobabilónicos eran especialmente devotos del dios Nabu, el dios de los escribas, pero Nabonido, el último rey de la dinastía y el último de una Babilonia independiente (555-539) lo fue de Sin. Muy probablemente Nabonido estuvo influido por su madre, que fue suma sacerdotisa del dios en Ḫarran , ubicado en el norte siro-mesopotámico, emplazamiento donde se erigió el santuario Eḫulḫul para adorar al dios Sin. Durante el primer milenio, Ḫarran se convirtió en un importante centro económico, cultural y religioso que rivalizó con Babilonia y su dios Marduk. Esta devoción de Nabonido por Sin lo hizo impopular y reprobado políticamente por los círculos sacerdotales del gran dios nacional Marduk. Este hecho aceleró la caída de la dinastía y, en el año 539, el Imperio fue conquistado por el rey persa Ciro II.

2.3.El Levante

La especificidad, tanto geográfica –su localización en la costa, su dependencia de la lluvia– como social –su organización monárquica– de la zona del Levante mediterráneo oriental ha determinado, en gran medida, su religiosidad y mitología.
Durante el segundo milenio, más concretamente durante la segunda mitad, lo que arqueológicamente denominamos Edad del Bronce Final, sobresale la información, tanto arqueológica como textual, proveniente de la antigua ciudad portuaria del norte del Levante: Ugarit (actual Raš-Šamra). Es a partir de esta documentación que se obtiene un contrapeso a la imagen dada por la Biblia de la religión siro-cananea, descrita como idolátrica y pagana, desde la visión del pueblo de Israel.
En lo concerniente al primer milenio, son patentes grandes cambios en la zona, con la irrupción de nuevos pueblos, como consecuencia del colapso de la civilización que había funcionado durante el Bronce Final en toda la zona próximo oriental. En este momento encontramos instalados en la costa pueblos, como los filisteos y los fenicios, y, en el interior, los hebreos y los arameos. Una fuente imprescindible para conocer la religiosidad de todos estos pueblos será, como apuntábamos, la Biblia hebrea; sin embargo, hay que tener en cuenta que la visión de Israel definirá el resto de religiosidades en contraposición a la auténtica religión que es la suya. Lamentablemente, a excepción de la de los hebreos, de la religión de estos otros pueblos no disponemos de demasiados datos.
La religión fenicia hunde sus raíces en la religión cananea del segundo milenio, con la figura divina predominante de Baal, el señor de la ciudad. Su mitología se conoce a partir de la obra de Filón de Biblos (siglos I-II d.C.), transmitida por Eusebio de Cesárea (siglos III-IV d.C.), por tanto, a través de fuentes externas y alejadas en el tiempo. Las inscripciones fenicias revelan la existencia de tres divinidades importantes: la Señora de Biblos, Melqart de Tiro (identificado con Heracles) y Ešmun de Sidón (el terapeuta divino); otras divinidades importantes atestadas son Baalšamin («el Señor de los cielos») y Aštarte. La religión de los arameos, población de orígenes nómadas, estaba vinculada a la tribu con el dios de los padres El y, también, con Hadad, el dios del trueno.
Es en este ámbito religioso siro-cananeo donde hemos de situar la religión de los hebreos. Su religiosidad comparte muchos de los patrones religiosos dominantes de la zona, pero sus circunstancias históricas (el exilio de gran parte del pueblo de Judá a Babilonia) conducirán a un gran cambio de paradigma religioso. Este cambio provocará que la religión de los hebreos se diferencie y se individualice de la cananea y se convierta, finalmente, en una religión monoteísta, la única, y también la única que ha perdurado hasta nuestros días, como la fe del pueblo de Israel. Para entender, pues, este fenómeno religioso y su desarrollo no lo podemos aislar del contexto en el cual se inserta.
En definitiva, para poder comprender la religión cananea del segundo y primer milenios tendremos que analizar conjuntamente todos los datos de los que disponemos: tanto los datos procedentes de Ugarit (II milenio), los de la religiosidad fenicia y aramea (I milenio), como los que nos aporta la Biblia hebrea, atendiendo a las particularidades de cada tipo de fuente.
2.3.1.Los dioses cananeos
Tal y como hemos puesto de manifiesto, para conocer la religión cananea nos centraremos básicamente en la documentación ugarítica de la segunda mitad del segundo milenio. Las excavaciones de este yacimiento han proporcionado, desde el año 1929, cuantiosos datos textuales, entre los cuales encontramos numerosos textos mitológicos y literarios, así como listas de dioses que nos muestran un panteón organizado con grandes divinidades primordiales. También contamos con textos cultuales que describen los ritos realizados, sobre todo los relacionados con el culto oficial, es decir, el del palacio (rituales de entronización, de invocación, de purificación, banquetes, etc.). Este culto palatino era oficiado por el mismo rey en relación a los dioses del palacio, a los dioses tutelares y a los dioses ancestrales. Los textos atestiguan la ideología regia que otorgaba al soberano un carácter divino una vez muerto. Se han de añadir, además, los textos de adivinación y oraculares, de plegarias y de conjuros. Por lo que se refiere a la magia y a la adivinación, también, era el rey el primer oficiante, quien transmitía la respuesta divina.
Arqueológicamente, se han documentado dos templos principales en la acrópolis de la ciudad: el templo de Baal y el templo de Dagan-El, así como el espacio de culto dentro del palacio. Cabe destacar, además, el hallazgo de modelos de hígados y pulmones inscritos, junto a tablillas mágicas, en un mismo edificio, situado al sur de la acrópolis. En función de este registro, se ha planteado la posible identificación de este lugar con la casa de un sacerdote mago o, quizás, un santuario particular. También disponemos de estelas y esculturas de divinidades, exvotos, etc.
La religión de Ugarit era politeísta. Se trata de un politeísmo de una extrema fluidez, con un panteón abierto al sincretismo y al intercambio cultural (en el cual se aprecian influencias amorreas, hurritas, hititas, sumero-acadias). En Siria-Palestina el carácter tutelar de la divinidad se desarrolló sobre todo a partir de la multiplicación de una misma avocación (los Baales locales); tal y como nos muestran las listas de dioses, con cerca de doscientos cuarenta nombres y avocaciones.
En este sistema aparece una pareja primordial de la cual dimanan en primera generación todas las demás, denominadas los «hijos de El» o «los setenta hijos de Ašera», ningún otro dios genera divinidades. Los dioses principales son los que forman parte del llamado ciclo Baal-Anat, y entre ellos encontramos los tres hijos destacados de El, que corresponden a los tres ámbitos principales que envuelven la Tierra: el cielo con Baal (la fecundidad, sus atributos básicos son el rayo y el trueno), el mar con Yam, y el infierno con Mot (la muerte). La relación entre estas divinidades es de pugna para convertirse en el rey de los dioses, el garante del orden cósmico y del ciclo estacional. A partir del conflicto entre estas divinidades se articulará, pues, todo un ciclo mitológico alrededor de Baal, en tanto que su preponderancia estaba ligada a la importancia que tiene la lluvia en esta región para que exista la vida. En efecto, en el primer milenio Baal acabará desplazando a El como dios supremo de Siria-Palestina, en su calidad de dios de la lluvia-tempestad y de la fertilidad.
Otras divinidades determinantes serán: Kothar-Hasis, dios de la magia, y entre las divinidades femeninas: Ašera, Anat (diosa guerrera) y Šapaš (el aspecto astral relacionado con el culto infernal). Además, existían numerosas deidades menores.
El ciclo mitológico de Baal está relacionado con la fecundidad de la tierra, la muerte y la regeneración, donde se integra además la divinización de los reyes muertos. El triunfo de Baal es el triunfo de la fertilidad y de la vida, después de la victoria sobre el caos primordial que amenaza la tierra con la muerte y la esterilidad. El ciclo está formado por tres partes: la primera es la lucha entre Baal, dios de la lluvia, contra Yam, dios del mar y de las aguas subterráneas, con la subsiguiente victoria de Baal sobre el mar, garantizando así la tranquilidad y el orden cósmico, incluida la navegación. La segunda parte trata de la realeza divina y de la construcción del palacio de Baal. La tercera aborda la lucha entre la vida, Baal, y la muerte, Mot; la muerte de Baal por parte de Mot, su vuelta a la vida y restitución al trono por Anat, donde la experiencia vida y muerte transciende al reino vegetal-animal y a su ciclo agrario. Este contraste estacional es solamente un episodio más de la lucha entre Mot, dios de la muerte, y personificación de todas las fuerzas que aniquilan la vida, y Baal, dios de la lluvia, del cielo, de la vida y personificación de todas las fuerzas renovadoras de la vida. Es esta percepción de la lucha que preside el reino de la vida, el valor más sobresaliente del mito. Se cree que era recitado en el festival de otoño del Año Nuevo y de la cosecha del vino.
2.3.2.El yahwismo y la creación del monoteísmo
Como hemos comentado, la otra gran fuente de información principal para conocer la religión cananea es la Biblia hebrea, a partir, no obstante, de la visión del pueblo hebreo. Es a finales del segundo milenio que los hebreos aparecen como una unidad étnica y política diferenciada en la zona del sur del Levante. Su aparición coincide con la caída del sistema que había imperado durante el Bronce Final en todo el Mediterráneo oriental, y con la incursión de nuevos pueblos, los conocidos como «pueblos del mar». Tanto sus orígenes (si son amorreos, arameos o los habiru*), como su implantación en la zona (si se infiltraron paulatinamente o fue a través de una conquista) son todavía debatidos.
Mapa de los reinos de Israel y de Judá (antes de la casa de Omri, rey del reino de Israel), a partir del mapa de Israel Finkelstein, Finkelstein, I.: Le Royaume biblique oublié, p. 128. Fuente: Wikimedia Commons
Mapa de los reinos de Israel y de Judá (antes de la casa de Omri, rey del reino de Israel), a partir del mapa de Israel Finkelstein, Finkelstein, I.: Le Royaume biblique oublié, p. 128. Fuente: Wikimedia Commons
Lo que sí sabemos es que, después de un período tribal sin vertebración política, a partir del siglo X se organizan en un estado unitario que, finalmente, quedará configurado en dos reinos: el reino de Israel, en el norte, y el reino de Judá, en el sur. El destino histórico de los reinos de Israel y de Judá –relatados en la Biblia y en otras fuentes mesopotámicas– acabó bajo la sumisión de los neoasirios el primero, en el año 722, y bajo el dominio neobabilónico, el segundo, en el año 587. Mientras que los habitantes del Reino del Norte fueron dispersados por los asirios y su territorio fue repoblado con otras étnias; una elite reducida de los habitantes del Reino del Sur fue deportada a Babilonia, la capital del Imperio, donde disfrutaría de una cierta autonomía. Este hecho será decisivo para la historia del pueblo de Israel. Si, por un lado, el exilio representó la pérdida de su independencia política, se encuentran sin estado, por el otro, supuso el punto de inflexión con el resurgimiento de una conciencia religiosa que dotó su fe de nuevos parámetros con la creación de un monoteísmo excluyente. Será, pues, en el exilio donde nace el judaísmo como religión histórica, con la revisión profético-deuteronomista, y, por consiguiente, donde los hebreos devinieron judíos.
Las circunstancias históricas ayudaron al triunfo de esta visión. El Imperio Neobabilónico se debilitaba y fue al final conquistado por un nuevo imperio, el Persa, el cual aplicó una política que cumplió con las expectativas de salvación del pueblo hebreo con el permiso de regreso a Judá y de reconstruir el templo de Jerusalén.
Conviene remarcar que al principio la religión de los hebreos no era monoteísta; como todas las religiones cananeas tenía sus divinidades protectoras y, Yahweh, era la del pueblo de Israel. En un comienzo, Yahweh era un miembro de la asamblea divina de los «santos» presidida por El, el dios supremo de Canaán, con su consorte Ašera. Al parecer, ya en el siglo VIII, Yahweh había desplazado a El en la asamblea divina y gobernaba en solitario sobre una multitud de «santos». Baal y Yahweh convivieron en el templo de Jerusalén hasta finales de la época monárquica. Otras fuentes atestan la existencia del culto a otras divinidades. Por ejemplo, la misma Biblia menciona que hasta la caída de Jerusalén y la destrucción de su templo, a manos de Nabucodonosor en el año 586, allí se adoraban numerosas deidades. En la colonia judía de Elefantina, en Egipto, que se remonta probablemente al siglo VI, también se ha documentado el culto a diversos dioses.
De la misma manera que hemos ido viendo como la supremacía de un dios iba acompañada de un proceso de asimilación y apropiación de ciertos atributos de dioses principales, el mismo proceso lo podemos rastrear en el caso del dios de Israel. Yahweh pasó de ser el dios de los padres (figura divina parental-tribal de seminómadas: Yahweh-El), a ser el dios nacional (asumiendo prerrogativas urbanas y sedentarias de Baal, cuyos atributos y funciones pasarán a Yahweh), para acabar convirtiéndose en el dios supremo y, finalmente, único. Así como Baal mora en el monte Sapan, donde le construyeron un palacio, Yahweh habita en el monte Sión; por consiguiente, la restauración de su pueblo irá indisolublemente vinculada a la reconstrucción de su templo.
El Primer templo de Jerusalén fue construido según la Biblia por arquitectos fenicios. En la imagen dos reconstrucciones: planta y alzado del templo a partir de una ilustración de la Encyclopaedia Biblica. Fuente: Wikimedia Commons
El Primer templo de Jerusalén fue construido según la Biblia por arquitectos fenicios. En la imagen dos reconstrucciones: planta y alzado del templo a partir de una ilustración de la Encyclopaedia Biblica. Fuente: Wikimedia Commons
Pero esta antigua tradición, caracterizada por la simbiosis cultural Canaán-Israel, será revisada por la nueva religiosidad que intentará borrar este carácter cananeo de la religión hebrea. Esta empresa no resultará fácil. El énfasis bíblico en abolir y condenar los usos idolátricos cananeos, así como la insistente predicación profética en defensa del único dios, no hacen otra cosa que demostrar como de profundamente arraigados estaban entre la población la adoración a Baal y prácticas mágicas, como la adivinación. Desde la perspectiva de este monoteísmo excluyente, los únicos reyes piadosos de Israel serán aquellos que luchen contra Baal y supriman su culto. La nueva perspectiva acabará absorbiendo el profetismo (el profetismo bíblico representará la contrapartida a la adivinación religiosa oriental) e impondrá un culto sin imágenes, otorgando a Yahweh el triunfo sobre todas las naciones, quien traerá la paz definitiva a la tierra.
Así pues, el Exilio no será entendido como una derrota, sino que será reinterpretado como el castigo anunciado y ejecutado por dios contra su pueblo por prevaricación. Por tanto, la historia ofrecía una nueva ocasión para purificarse, la esperanza en su restauración y una firme creencia en un único Dios, no es solo que los otros dioses no hayan vencido, es que ni siquiera existen. Y aquí radica la primera gran distinción de transcendencia histórica: la creación de un monoteísmo excluyente.
Yahweh es el creador del mundo, que utiliza los otros pueblos para configurar el suyo, el pueblo que ha elegido para que dé testimonio de su ser y con el cual establece una alianza por la cual Israel se compromete a regirse por un código de conducta moral y teológico que lo distingue y lo separa del resto. El no cumplimiento del pacto lo llevará al castigo y a la reprobación histórica. Y aquí aparece la otra gran distinción con el resto de religiones: la dimensión ética del monoteísmo bíblico. Mientras que el culto al resto de dioses paganos se basaba en la pureza de los sacerdotes, en la corrección de los rituales, en la abundancia de los sacrificios; el aspecto que interesa principalmente al dios bíblico es la justicia. A este dios se le ha de servir con buenas obras y caridad. Dentro de esta dimensión, la función y legitimidad de la realeza estaban vinculadas a su propio sometimiento y obediencia a la ley de la Alianza: el rey ya no era un mediador imprescindible. De hecho, la realidad histórica obligó al pueblo a dirigirse directamente a su dios, quien asumía las funciones del rey; en realidad era Yahweh el auténtico rey de Israel.
En esta nueva configuración religiosa del yahwismo, el libro tuvo un papel fundamental, dando origen al culto de su lectura y meditación, y con ellos su sacralización. Esta corriente de pensamiento llamada deuteronomista (en tanto que el Libro del Deuteronomio configuró la espiritualidad del judaísmo posterior) se alzó vencedora postulando un único dios y un único templo. Este pensamiento fue elaborado por los yahwistas del Exilio y la Biblia hebrea, recogiendo e interpretando la propia tradición, ampliada posteriormente con las reflexiones sapienciales de los siglos siguientes. Nace así el libro normativo, canónico como la «Palabra de Dios», ya que contiene las leyes. Este culto convivirá y suplirá el sacrificial del destruido templo de Jerusalén, y será el origen de la posterior liturgia celebrada en la sinagoga, cuyos orígenes se remontan al siglo III.
Así, de este modo, sin rey, sin estado, sin capital y sin templo, el pueblo de Israel fue capaz de preservar su religión hasta nuestros días.

3.Egipto

3.1.Introducción

Como en el caso de Mesopotamia, hasta el desciframiento de la escritura jeroglífica por Jean-François Champollion en el año 1822 y la creación de la disciplina científica de la Egiptología –después de un período inicial de incursiones donde se mezclaba el espíritu de aventura y de lucro–, no se disponía de las herramientas necesarias que permitieran acceder a esta singular y fascinante civilización.
3.1.1.Las fuentes
Respecto a las fuentes procedentes de Egipto, hay que tener en cuenta, en primer lugar, el diferente estado de preservación de los restos entre el Alto y el Bajo Egipto. Mientras que la aridez del desierto del valle garantiza la conservación de materiales perecederos como el papiro; el grado de humedad del delta, en el norte, dificulta enormemente la preservación de los restos, enterrados bajo espesas capas de aluvión. Por consiguiente, se dispone de más vestigios arqueológicos y mejor conservados procedentes del sur.
Como ya hemos comentado, la religiosidad impregnaba todas las esferas de la vida de las sociedades antiguas, y el antiguo Egipto no es una excepción, todo lo contrario, es uno de los máximos exponentes. No es, por tanto, casualidad que la inmensa mayoría de textos conservados sean de carácter religioso, y que los templos estuvieran construidos en piedra, mientras que las casas eran de barro. En consecuencia, no es posible separar los textos por categorías fijas; será imposible, pues, separar la física de la mitología, la ciencia de la religión.
Consecuentemente, los textos escritos presentan una gran variedad de temas y géneros: desde calendarios con días fastos y nefastos, a colecciones de fórmulas rituales, hasta diversos mitos cosmogónicos; de hecho, cada centro religioso elaboró su propio mito, que hacía de su dios local el gran demiurgo*. Han llegado, también, a nosotros numerosos textos de carácter funerario en diversos tipos de soportes y materiales, desde papiros hasta inscripciones en las paredes de las tumbas.
Las fuentes arqueológicas están compuestas eminentemente por multitud de templos, en tanto que era la casa del dios y la representación de la forma del mundo. Estos templos estaban ricamente decorados con relieves e inscripciones, tanto el interior como el exterior, con escenas de divinidades, en los que los faraones están constantemente presentes; también, incluían salas para las barcas con las cuales se celebraban procesiones. Se han de añadir, además, entre los restos más relevantes: estatuas de divinidades, en piedra y en metal, exvotos, amuletos de diferentes materiales y formas, que se adaptaban a cada ocasión y necesidad, etc.
3.1.2.Las características principales
Uno de los rasgos definidores de la religión en el antiguo Egipto es la incorporación de novedades sin desprenderse de antiguas concepciones, de esta manera, se encuentra al lado de ideas más evolucionadas, vestigios de cultos muy arcaicos. Esta diversidad de aproximaciones a un determinado aspecto no era vista como una contradicción, sino todo lo contrario, como un elemento enriquecedor.
Otro rasgo es el culto a los animales (como el culto al toro Apis de Menfis) y a las plantas (por ejemplo, el papiro de Hathor). La religiosidad en Egipto presenta además un carácter muy local: cada localidad tenía su dios supremo y su teología, ya desde tiempos anteriores a la formación del Estado egipcio; esta preeminencia de cultos locales será respetada por el monarca. Lo que nos lleva a otra de las características fundamentales de la religión egipcia, que es la creencia en la naturaleza divina del monarca, particularidad que lo convierte en el único legítimo oficiante del culto, actuando como mediador entre los dioses y los hombres, funciones que delegaba en los sacerdotes.
Al igual que en Mesopotamia, en Egipto la magia formaba parte esencial y complementaria del fenómeno religioso y la adivinación tenía un papel relevante. Los fieles podían consultar a la divinidad cuando ésta salía del templo en procesión los días de fiesta, si la estatua avanzaba, la respuesta era positiva, y si retrocedía era negativa; algunas de estas preguntas han quedado registradas en fragmentos de cerámica (ostracon). Los reyes consultaban la estatua de Amón en Karnak o su oráculo en el oasis de Siwa, oráculo que consultó Alejandro Magno cuando llegó a Egipto en el año 331. Otros métodos empleados en algunos templos fueron el de soltar a los animales y observar sus movimientos, la interpretación de los sueños o el oráculo del toro Apis en Menfis.
La parte esencial de las operaciones mágicas consistía en la lectura de las fórmulas mágicas y secretas que han generado numerosas colecciones de textos. Los fieles imponían su voluntad a los dioses mediante las plegarias e, incluso, con amenazas. La liturgia había de seguirse adecuadamente y los encantamientos –las palabras con capacidad operativa– debían pronunciarse correctamente para que la práctica fuera efectiva. El sacerdote instruido poseía un gran poder sobre todos los seres sobrenaturales. Para los antiguos egipcios el nombre era una parte básica del ser y solamente su conocimiento podía ejercer una influencia benéfica o maléfica, la vida y la muerte dependían del nombre.
Dadas estas características se hace patente la gran transcendencia del ritual en la religiosidad egipcia, si el templo es la representación del mundo, el ritual expresaba su dinámica.
Planta tradicional de un templo egipcio (izquierda). Reconstrucción de la sala hipóstila del gran templo de Ptah en Menfis (derecha). Fuente: Wikimedia Commons
Planta tradicional de un templo egipcio (izquierda). Reconstrucción de la sala hipóstila del gran templo de Ptah en Menfis (derecha). Fuente: Wikimedia Commons

3.2.El panteón egipcio

El panteísmo será una característica primordial de la concepción egipcia de la divinidad: las deidades egipcias se funden, se identifican unas con otras, un dios habita en otro. Por ejemplo, el dios solar Ra: Ra-Atum, Ra-Amón, dios creador y dinástico durante el Imperio Nuevo. Sin embargo, esto no quiere decir que sean idénticos, cada uno conserva su personalidad y se puede manifestar separadamente. Presenta, por tanto, un carácter sincrético que da fluidez al sistema religioso. Tanto es así que el aspecto externo de una divinidad no siempre es constante y bien definido; a veces, puede tener un aspecto antropomorfo o, a veces, estar representado por un animal. Por ejemplo, continuando con el dios solar, éste se puede personificar en tres dioses diferentes que simbolizan los tres aspectos del sol: el de la mañana, el del mediodía y el de la tarde, con el nombre de Ra-Atum-Khepri para explicar esta complejidad. Además, el sol de la noche, el que viaja de oeste a este, lo encarna el dios Osiris. Así pues, para unir todos estos aspectos del dios sol se le tendría que representar con elementos de todos ellos creando una nueva figura.
A la izquierda, Ra-Harakté, combinación de Ra y Horus. Wilkinson, Richard H. (2003). The complete gods and goddesses of ancient Egypt, London: Thames & Hudson. A la derecha, Ra-Khepri. Fuente: Wikimedia Commons
A la izquierda, Ra-Harakté, combinación de Ra y Horus. Wilkinson, Richard H. (2003). The complete gods and goddesses of ancient Egypt, London: Thames & Hudson. A la derecha, Ra-Khepri. Fuente: Wikimedia Commons
Como ya hemos mencionado, los grandes centros religiosos elaboraron complejos sistemas y cosmogonías, las más importantes son: la cosmogonía heliopolitana, la hermopolitana, la menfita y la tebana.
  • La cosmogonía heliopolitana estaba formada por nueve dioses (la Enéada): el demiurgo Atum-Ra («Aquel que existe por sí mismo»), las cuatro parejas divinas y sus descendientes: Shu (aire) y Tefnut (humedad atmosférica), de los que nacen Geb (la tierra) y Nut (el cielo) y sus cuatro hijos: Osiris, Isis, Seth y Neftis.

  • Aunque el sistema hermopolitano se conoce mal, y a partir de textos tardíos, parece estar compuesto por cuatro parejas de dioses (la Ogdoada) que pusieron un huevo del que salió el Sol, creador del mundo. Una variación del mito relata el surgimiento de un niño de una flor de loto en lugar del huevo.

  • El sistema cosmogónico menfita lo conocemos gracias a la copia en piedra ordenada por el faraón Shabaka, Dinastía XXV, en el siglo VIII, de un antiguo papiro: la conocida como Piedra de Shabaka (conservada en el British Museum). En este caso la creación del mundo es a partir del pensamiento y de la palabra del dios de Menfis, Ptah.

  • En último lugar, la cosmogonía tebana, que atestigua la preeminencia de la ciudad, eleva a su dios Amón a demiurgo creando un sistema religioso que utiliza materiales muy diversos y procedentes de otros sistemas.

Representación de divinidades en el Papiro de Ani (British Museum). Fuente: Wikimedia Commons
Representación de divinidades en el Papiro de Ani (British Museum). Fuente: Wikimedia Commons
El sistema, como vemos, era politeísta, sin embargo, presentaba claras tendencias henoteístas con la existencia de un dios universal y omnipotente, pero rodeado de multitud de otras divinidades. Este rasgo está íntimamente vinculado a la ideología real teocrática egipcia. Durante el Período Dinástico Inicial la titulatura real incluía el nombre de Horus, patrón principal del rey (la encarnación terrenal del dios). Según la mitología: Horus, el sucesor de Osiris, se identificaba con el rey vivo, mientras que muerto lo hacía con Osiris. Esta ideología sobrevivió durante el Reino Antiguo, pero, además, se añadió la figura del dios solar Ra. Consecuentemente, Horus y Ra representaban formas de renacimiento: durante el día, el sol identificado con Horus viajaba por el cielo como fuente de vida, durante la noche se unía a Osiris en el más allá, para renacer al inicio del día. En el Reino Medio, la evolución de las creencias funerarias llevó a aumentar la importancia de la figura de Osiris, como el rey resucitado en el reino de los muertos, con Abydos como el centro principal de su culto. El gran cambio en el sistema tuvo lugar durante el Imperio Nuevo con la revolución amarniana que significó la introducción del monoteísmo con la negación radical de la existencia de los otros dioses.
No obstante la preeminencia de la teología política, coexistieron otros sistemas. Como hemos comentado, el politeísmo egipcio se manifestaba plenamente en su localismo, cada localidad tenía su dios supremo y su familia, que generalmente adoptaba la forma de una tríada. Una de las tríadas principales es la de Osiris (dios de la vegetación y de la inundación)-Isis-Horus, y su culto funerario y agrícola. Según el mito, el rey Osiris fue asesinado por su hermano Seth, dios del desorden, de la violencia, de los extranjeros que gobernaron Egipto, es la contraposición dialéctica al orden y la disciplina que encarna Osiris. El rey muerto, resucitado por el amor y la magia de su esposa y vengado por su hijo, se convierte en el garante de la inmortalidad y en sus múltiples manifestaciones (grano germinado, Nilo, luna, sol, príncipe que se perpetúa en su hijo, rey que muere y resucita) simboliza el ciclo vital: el eterno retorno, la concepción cíclica del universo.
Dada la gran multitud de divinidades veneradas en el antiguo Egipto y la limitación del espacio del que aquí disponemos, mencionaremos únicamente algunas. Ya hemos comentado el papel destacado del dios Amón, de origen misterioso, cuyo nombre significa ‘el Oculto’; será cuando Tebas, su lugar de procedencia, se convierta en la capital durante el Imperio Nuevo que adquirirá gran relevancia, hasta la reforma amarniana cuando se combatió enérgicamente el poder de Amón, pero esto fue efímero y sus sucesores devolvieron al dios su rango preeminente. Hathor, se vio en ella la vaca del cielo, que da a luz al sol, su marido era el Horus de Edfu. Anubis fue antes que Osiris el soberano de los muertos, dios de la momificación, recibía la momia en la puerta de la tumba y la conducía al otro mundo. Thot era el escriba de la Enéada divina, se encargaba de registrar las decisiones del tribunal de los dioses, una de sus atribuciones era contar el tiempo; también tomaba nota del peso del corazón de los difuntos durante su juicio, por tanto, compartía con Maat la inspección de la justicia.
Cuando los griegos identificaron a Thot con Hermes llamaron a su ciudad Hermópolis, y al dios le dieron el calificativo de Trismegisto, «Tres veces muy grande», además de convertirlo en protagonista de una literatura hermética.
Ptah, dios de Menfis, la importancia política de la ciudad hizo que se convirtiera en el protector de la monarquía. La tradición le atribuye la invención de los oficios manuales, era el patrón de los artesanos. A partir del Imperio Nuevo, el animal sagrado de Menfis fue el toro Apis, «el alma magnífica de Ptah».
A la izquierda, estatua de Osiris, ca. 500-550 (Walters Art Museum) Fuente: Wikimedia Commons. A la derecha, estatua de Zeus-Serapis, procedente del Templo de Isis-Perséfone, ca 180-190 d.C. Fuente: Wikimedia Commons
A la izquierda, estatua de Osiris, ca. 500-550 (Walters Art Museum) Fuente: Wikimedia Commons. A la derecha, estatua de Zeus-Serapis, procedente del Templo de Isis-Perséfone, ca 180-190 d.C. Fuente: Wikimedia Commons
Las diosas protectoras de la monarquía dual eran: la diosa Uadjet, la cobra protectora, del Bajo Egipto, representada por el uraeus* que se enroscaba en las coronas del faraón, su aliento inflamado consumía a los enemigos del faraón; y la diosa buitre Nekhbet, del Alto Egipto. Hapy era el dios de la inundación del Nilo que fertilizaba anualmente los campos.
Cabe añadir, además, la introducción de dioses foráneos, en particular, en la zona del delta, en la época del Imperio Nuevo, cuando destaca la presencia del culto al dios cananeo Baal, confundido con el guerrero Seth; así como las diosas Aštarte y Anat.

3.3.La reforma religiosa del faraón Akhenaton, a mediados del siglo XIV

A finales de la Dinastía XVIII, durante el Imperio Nuevo, la reforma religiosa del faraón Akhenaton supuso un cambio radical: se rechazó la religión tradicional en su totalidad y se instauró en su lugar un culto único al dios del Sol y de la Luz. Se trata, pues, de la implantación de un monoteísmo exclusivo y revolucionario, siguiendo la distinción de Assmann. Sin embargo, tuvo un carácter efímero, y la subsiguiente teología de la época inmediatamente posterior, la ramésida, reinstauró el mundo de los dioses tradicional; pero, además, desarrolló la idea de un ser supremo oculto, que se manifestaba en el mundo politeísta de los dioses como una forma de su viaje hacia el mundo. Esta teología puede ser entendida como una forma de monoteísmo inclusivo y evolucionista.
La revolución religiosa de Amenofis IV/Akhenaton fue, en parte, resultado de antagonismos políticos. Durante el reinado de su padre, Amenofis III, muchas de las ideas de la revolución atoniana ya estaban presentes: los himnos de la época reflejaban la piedad en torno a los cultos solares, especialmente dirigida a Ra.
En el año quinto de su reinado, el rey se cambió el nombre de Amenofis («Amón está contento») por el de Akh-en-Atón («Paz a Atón» o «Servicial para Atón»), sus partidarios borraron el nombre de Amón de todas partes. A continuación, fundó una nueva capital donde no hubiera más dios que Aton. La nueva capital se instaló en la riba derecha del Nilo, Akhetatón («Horizonte del disco solar», la actual El-Amarna), y se construyó un templo con un patio a cielo abierto (a diferencia del templo tradicional). El papel del monarca fue todavía más relevante que en la doctrina tradicional. Los himnos escritos en las paredes de las tumbas de Amarna fueron compuestos o inspirados por el soberano y son un reflejo de su doctrina. El más emblemático es el conocido como Gran Himno, copiado en la tumba del sacerdote Ay.
Se trataba, pues, de una religión universalista con un único dios: el disco solar que se creaba a sí mismo cada mañana y que excluía a los otros dioses. Su representación únicamente podía ser un disco solar, un simple círculo en el cual un uraeus sostenía el signo de la vida que se proyectaba hacia la tierra con sus rayos. Esta revolución implicó cambios en todas las esferas de la vida: las tumbas ya no se situaban en el oeste, se cambió la planta de los templos para adaptarla al culto solar, artísticamente también aparece un cambio en la representación de los monarcas. Esta nueva doctrina no hacía ninguna referencia al destino del alma después de la muerte. Se ha señalado que la eliminación del culto funerario a Osiris, tan arraigado entre la población, contribuyó a la derrota final del atonismo, junto con la oposición de los círculos sacerdotales de Amón.
Altar con la escena que muestra a Akhenaton, su esposa Nefertiti y tres de sus hijas, ca. 1340, procedente de El-Amarna (Egyptian Museum of Berlin). Fuente: Wikimedia Commons
Altar con la escena que muestra a Akhenaton, su esposa Nefertiti y tres de sus hijas, ca. 1340, procedente de El-Amarna (Egyptian Museum of Berlin). Fuente: Wikimedia Commons

4.El mundo Egeo

Si, como hemos ido explicando, la religión en el mundo antiguo es inseparable de las otras facetas de la vida, su papel social, y más concretamente asociado al gobierno, es fundamental en la religión helénica. El papel religioso de los palacios minoicos y micénicos, y, más tarde, el vínculo entre la polis y el sistema religioso es incuestionable. En este caso, sin embargo, el dominio no era exclusivo de los ciudadanos, ya que podían participar también las mujeres, los extranjeros y los esclavos, como ponen de manifiesto diferentes festivales, como por ejemplo el de Kronia –en el cual el papel de los esclavos y el de los hombres libres se revertía–, las tesmoforias en honor a Deméter y destinadas exclusivamente a las mujeres, o los misterios de Eleusis reservados a los iniciados.
En este apartado trataremos el fenómeno religioso en el ámbito egeo, empezando por la religión de la Creta minoica, religión que ha sido definida como naturalista y en la cual la mujer parece haber tenido una función destacada. De carácter muy diferente son los datos que nos revelan la religiosidad de la época micénica; gracias al desciframiento de su sistema de escritura, el Lineal B, se ha podido observar como algunos de los grandes dioses de la Grecia clásica ya aparecen adorados en este momento del Bronce Final. Exploraremos, seguidamente, las características principales de la religión griega, una religión en tensión entre el ámbito local y el panhelénico, y en la cual la vertiente metafísica se materializó en los cultos mistéricos.

4.1.La religión minoica

Las fuentes con las que contamos para estudiar la religión de la Creta minoica durante la Edad del Bronce son datos arqueológicos, ya que, aunque tenemos textos, su escritura, el Lineal A, no ha podido aún ser descifrada. Rastros de su mitología nos han llegado a través de mitos de épocas posteriores, como el famoso relato del Minotauro y el laberinto.
El papel central de la divinidad femenina y del toro son las principales características de la religión minoica. Estatuillas, frescos y relieves en sellos nos muestran la imagen de una gran diosa, a veces con serpientes en las manos, o acompañada de leones y ciervos; estos elementos se han documentado tanto en las cimas de las montañas, en santuarios al aire libre, como en el interior de los palacios. Por su lado, el toro es presente en el palacio y en los santuarios, a través de monumentales cuernos de consagración en piedra, o en representaciones murales de un ritual que parece consistir en saltar por encima de un toro en plena carrera.
Una ausencia notable es la evidencia de grandes templos formales en Creta (comunes en las culturas contemporáneas de Egipto y Mesopotamia). Los lugares de culto los encontramos en los palacios (capillas y altares marcados por símbolos religiosos, como los cuernos de consagración y las mesas de libación*), en las cuevas, en las fuentes, en los santuarios en la cima de los montes (característica específica minoica) y en las tumbas. Entre los numerosos elementos rituales hallamos figurillas, hachas dobles y vasos rituales con cabezas de toros (rytha).
Del conjunto de datos disponibles se puede apuntar la presencia de una clase sacerdotal (identificada en las representaciones) que incluye hombres y mujeres, y una gran variedad de rituales, entre los cuales: ofrendas, sacrificios, procesiones, danzas y la epifanía de un dios. Estas características, como comentábamos, han sugerido a los investigadores la descripción de la religión minoica como naturalista, donde se evidencia una gran relevancia de la naturaleza y de los animales, en la cual la mujer habría tenido un papel preeminente.

4.2.La religión micénica

De tradición religiosa muy diferente de la minoica, la religión micénica de la Edad del Bronce Final la conocemos a través, ya no únicamente a partir de la cultura material, sino también a partir de datos textuales. Nos referimos a las tablillas escritas en un griego arcaico en un sistema de escritura llamado Lineal B. Aunque la mayoría de textos son de carácter administrativo y no contamos con mitos, ni plegarias, ni himnos, estos textos nos ofrecen indirectamente el conocimiento de algunos aspectos de la religión. Uno de los datos más relevantes que su estudio ha aportado es que sabemos que adoraban dioses y diosas que conocemos de épocas posteriores y que forman parte del panteón clásico. Se trata de Zeus, Hera, Apolo, Afrodita y Poseidón, en santuarios dedicados a ellos.
Las fuentes iconográficas nos muestran representaciones de rituales en sellos y/o en sus impresiones y en frescos que decoraban las paredes de los palacios. Entre las actividades escenificadas observamos: procesiones, libaciones, sacrificios, fiestas y representaciones musicales.
Las fuentes arqueológicas, por su parte, han constatado que no se localizan santuarios fuera de los centros de palacio (como en el caso de las manifestaciones religiosas minoicas) y tampoco hay templos. Un rasgo distintivo de la cultura material micénica es la tradición de figurillas en depósitos con diferentes funciones: tanto en ajuares funerarios como en contextos domésticos, con una probable funcionalidad apotropaica.
En conclusión, estos elementos nos muestran, por un lado, una religiosidad vinculada al mundo anterior (la ausencia de templos y el papel religioso del palacio) y, por el otro, al mundo posterior (presencia de divinidades que serán las principales en época clásica griega), y manifiestan este carácter politeísta.

4.3.La religión griega

4.3.1.Introducción
En este apartado trataremos básicamente el fenómeno religioso griego de época arcaica y clásica. Épocas de nacimiento y consolidación del proceso urbano que caracterizó parte de la historia del mundo griego, aquel que eligió el modelo de ciudad estado. En este sistema de organización social, la religión formó parte intrínsecamente. Cada polis tenía su sistema religioso con su calendario de festividades, de tal modo, la polis legitimaba y mediaba todas estas actividades religiosas. La religión era la faceta de la ideología de la polis que todos los ciudadanos debían respetar, una falta de respeto a la religión constituía una falta de deslealtad a la polis y a la politeia*. La polis, además, era la custodia de la religión doméstica. Pero, paralelamente a esta dimensión local, existía la dimensión panhelénica, basada en la conciencia que, a pesar de la fragmentación política, todos los griegos compartían una lengua, una cultura y la adoración a las mismas divinidades. Esta dimensión panhelénica se articulaba fundamentalmente a partir de los santuarios, de los oráculos y de los juegos panhelénicos.
En consecuencia, la religión griega consistía en una red de sistemas religiosos que interactuaban entre sí y que organizaban el mundo, estructurando el caos y haciéndolo inteligible; en definitiva, creando un orden cósmico garantizado por un orden divino.
Con el helenismo asistimos a cambios importantes como, por ejemplo, la introducción del culto dinástico. Específicamente, en la ciudad de Alejandría en Egipto, fundada en el año 331, por Alejandro. Fue Ptolomeo I, con la apropiación del cuerpo de Alejandro para la ciudad, quien lo inició. El culto al gobernante se continuó con el culto a los reyes de la dinastía, los Ptolomeos, tras su muerte.
Las fuentes
No existe un corpus doctrinal textual, con lo que contamos es con una gran variedad y diversidad de mitos procedentes de diferentes contextos: el ámbito familiar, la épica, la lírica, la tragedia, la comedia; así como su expresión iconográfica (en cerámicas, relieves, estatuaria, etc.). En efecto, una gran pluralidad documental.
Arqueológicamente, si hablamos de religiosidad en Grecia, indudablemente, la primera imagen que viene a la cabeza es la del impresionante templo dedicado a Atenea que corona la Acrópolis de Atenas: el Partenón. Pero, este no es el único testimonio. Los helenos construyeron multitud de templos para venerar sus múltiples dioses, no solamente en Grecia sino en tota la extensión de su esfera de influencia, es decir, de un extremo al otro del Mediterráneo. De entre tanta diversidad, podemos destacar los espléndidos templos de la Magna Grecia, como el templo de la Concordia en la colonia griega de Agrigento, en Sicilia. De tal manera, hallamos templos en las ciudades y santuarios diseminados por el territorio, además, de un amplio registro de cultura material formado por exvotos, figurillas, altares, etc.
Planta del Templo de la Concordia en Agrigento, Sicilia. Fuente: Wikimedia Commons
Planta del Templo de la Concordia en Agrigento, Sicilia. Fuente: Wikimedia Commons
Templo de la Concordia en Agrigento, Sicilia. Fuente: Wikimedia Commons
Templo de la Concordia en Agrigento, Sicilia. Fuente: Wikimedia Commons
Las características principales
La religiosidad en el mundo griego se caracterizó por un politeísmo antropomórfico. Aunque se trataba de un sistema organizado, admitía variaciones locales que mantenían la pluralidad de las creencias, pluralidad característica de la sociedad griega. Además, la creación de un panteón canónico debe situarse en el contexto de una cultura oral.
Muchos mitos, leyendas, e, incluso, la misma organización del panteón evocan el Próximo Oriente; encontramos ejemplos concretos en el paralelismo de la batalla entre Marduk y Tiamat relatada en el Enūma Eliš y la batalla entre Zeus y Tifón en la Teogonía de Hesíodo. Pero sería reduccionista ver en estos paralelismos simples copias. La influencia y el contacto entre el mundo egeo y el próximo oriental era evidente y continua desde épocas remotas. La materialización más obvia de este contacto la hallamos en la adaptación en el siglo VIII del alfabeto fenicio para representar la lengua griega; y como, en este caso, el proceso implicó más que la simple copia, con la adaptación a las necesidades y particularidades propias del mundo griego.
La relación con las divinidades era de reciprocidad y estaba establecida a partir de la plegaria y del sacrificio. El sentimiento religioso, consecuentemente, se manifestaba mediante toda una serie de prácticas rituales, festivales y cultos (agrarios, de fecundidad, de protección, cívicos, etc.) que seguían un calendario litúrgico. Es en el culto donde el ritual y el mito se conectaban.
Al igual que hemos visto en Mesopotamia y en Egipto, la magia en el mundo griego no era un área separada de la religión. De tal modo, encontramos amuletos, tablillas con maldiciones, encantamientos de amor, conjuros para invocar la presencia de una divinidad, es decir, toda una serie de estrategias que son meramente una extensión de la religión cotidiana. La adivinación, también, tuvo un papel relevante en el mundo griego. Con el fin de conocer el destino se emplearon multitud de prácticas, como la observación del vuelo de las aves, los prodigios, los sueños, la nigromancia y, especialmente, la consulta a los oráculos, entre los que destacan el de Zeus en Dodona y el de Apolo en Delfos.
4.3.2.El panteón griego
Tal y como hemos mencionado, los dioses estaban profundamente integrados en el sistema de la ciudad, cada ciudad tenía un dios tutelar; al mismo tiempo, estaban anclados en el territorio a través de santuarios extramuros y se conectaban con la ciudad con procesiones durante las festividades. No hallamos en esta religiosidad la figura del mal, los dioses son árbitros del orden moral y pueden actuar ante determinadas transgresiones. La gran paradoja es esta ambigüedad de las divinidades, en parte, son como los humanos y, en parte, son completamente diferentes: poseen la inmortalidad y viven lejos de los hombres, en el Olimpo.
Relieve escultórico llamado "La procesión de los doce dioses y diosas", de izquierda a derecha: Hestia, Hermes, Afrodita, Ares, Deméter, Hefestos, Hera, Poseidón, Atenea, Zeus, Ártemis y Apolo (Walters Art Museum). Fuente: Wikimedia Commons
Relieve escultórico llamado "La procesión de los doce dioses y diosas", de izquierda a derecha: Hestia, Hermes, Afrodita, Ares, Deméter, Hefestos, Hera, Poseidón, Atenea, Zeus, Ártemis y Apolo (Walters Art Museum). Fuente: Wikimedia Commons
Los principales dioses estaban organizados como una familia, con genealogías de dioses, con un dirigente: Zeus. Dios del cielo, Zeus es el señor supremo del tiempo, armado con un trueno, rasgos que comparte con divinidades orientales. Es el guardián de las leyes no escritas e inalterables de los dioses, es también una figura paterna: es el padre de los dioses y de los hombres. Su esposa es Hera (madre de Hefestos, dios de la metalurgia, y de Ares, dios de la guerra). Otras divinidades importantes del panteón clásico griego son:
  • Poseidón (dios del mar).

  • Atenea (diosa guerrera, salida de la cabeza de Zeus).

  • Ártemis ('diosa del exterior', de todo lo que huye de la ciudad, diosa de las bestias y de las plantas).

  • Apolo (divinidad oracular y patrón de la música).

  • Dionisio (dios de las transiciones, mencionado ya en las tablillas micénicas).

  • Afrodita (diosa del amor y de la belleza).

  • Hermes (el mensajero de los dioses).

  • Asclepio (dios de la medicina).

A pesar de sus múltiples facetas, el culto tendió a especializar las divinidades y a vincularlas a un área específica, como Ilítia (diosa del nacimiento). También encontramos personificaciones como la victoria: Nike. Igualmente se adoraron otras deidades menores y personajes com los héroes, seres semidivinos, con una vida que escapaba de las reglas que regían la de los humanos, como la de Heracles.
4.3.3.Los cultos mistéricos
Los mysteria (de myein: «cerrar la boca») representaban unos cultos especiales, una parte de los cuales estaba reservada a los iniciados, mientras que otra era pública y estaba abierta a una amplia participación de fieles. Entre los más significativos, con un claro componente místico, destacan los de Eleusis en honor a Deméter, los de Dionisio, los vinculados a Orfeo y los relacionados con los Cabiros, hijos de Hefestos, venerados en la isla de Samotracia. Dado que la revelación de los misterios estaba castigada con la ley, las fuentes de que disponemos para su conocimiento son escasas y foráneas, como las de los autores cristianos que los condenaban. Al parecer, durante las ceremonias de iniciación los candidatos repetían los padecimientos que habían sufrido las divinidades en sus mitos. Sabemos que había toda una serie de objetos de culto relacionados, como la espiga «recogida en silencio» para Deméter, o juguetes infantiles para Dionisio. Frecuentemente, las ceremonias incluían visiones, momentos extáticos u orgiásticos en unión con la divinidad. Una vez iniciados, a los elegidos se les concedía la revelación de algunos secretos ligados a la esperanza de una salvación personal.
Para los atenienses, los misterios por excelencia eran las fiestas celebradas en Eleusis en honor a Deméter y a su hija Perséfone, en septiembre. Estos cultos se centraban en la noción de renovación. Aunque estaban organizados por el estado, al mismo tiempo, se mantenían al margen, en tanto que la iniciación era un acto individual y voluntario (solo se requería saber griego y estar limpio de grave impureza). Según la leyenda, Perséfone, la hija de Deméter y de Zeus, fue raptada por el dios del infierno y restituída un tercio del año a la superficie. Su culto estaba, así, relacionado con el ciclo anual de la vegetación. Del culto mistérico destaca, en cambio, la preocupación por el destino del alma después de la muerte. De tal modo, los iniciados disfrutaban de la vida eterna en compañía de los dioses, mientras que los no iniciados estaban destinados al «pantano».
La revelación de los cultos a Apolo sobre el más allá estaba, a diferencia, reservada a un grupo exiguo de elegidos predestinados. Otras doctrinas sobre la vida del alma en el más allá aparecen en los pitagóricos, con el pensamiento místico de la doctrina de la reencarnación y la necesidad de purificar el alma.
Mapa de los principales santuarios griegos. Fuente: Wikimedia Commons
Mapa de los principales santuarios griegos. Fuente: Wikimedia Commons

5.Roma

5.1.Introducción

Si un rasgo puede definir la religiosidad en Roma, este es su enorme diversidad. No podemos, por tanto, hablar de la religión romana como de un fenómeno normativo y único, al contrario, habrá que tener en cuenta esta pluralidad de manifestaciones religiosas.
En primer lugar, se debe mencionar la gran huella helénica sobre todas las esferas de la vida romana en general, y sobre la religiosa, en particular. Como apuntábamos al tratar la simbiosis cultural sumero-acadia, un fenómeno comparable se puede establecer entre las culturas griega y romana, lo que se ha dado en llamar la interpretatio graeca o romana. Este fenómeno ha dado como resultado toda una asimilación de divinidades y particularidades culturales helenas por parte de Roma. El más evidente lo observamos en la misma configuración del panteón romano.
En segundo lugar, hay que ser conscientes de la evolución de la cultura y de la religión de Roma a lo largo del tiempo, desde una ciudad en el centro de Italia hasta su constitución en un gran imperio que abarcaba todo el Mediterráneo, incluyéndo el norte de África y Egipto, parte del centro de Europa hasta las regiones orientales del Éufrates. Durante este proceso, en el que Roma se transformó en una gran metrópolis cosmopolita gobernada por una monarquía absoluta, el contacto con tantas otras poblaciones (recordemos que el ejército estaba formado fundamentalmente por mercenarios extranjeros) necesariamente produjo cambios religiosos considerables. Uno de ellos fue la introducción del culto al emperador, como un elemento unificador y de control ante la gran variedad de cultos y creencias, en el cual el príncipe se convertía en el pontifex maximus.
Otras innovaciones como la introducción del culto al dios Sol se enmarcan en un proceso más amplio, que es el de la propagación de los cultos orientales, que, junto con el desarrollo del neoplatonismo, tuvieron repercusiones cruciales en la moralidad del Imperio al afirmar la esencia divina del alma. Será, especialmente, en el siglo III d.C., época de crisis y pesimismo, cuando estos cultos orientales –que habían coexistido con los cultos de las ciudades estado en el Mediterráneo oriental desde el siglo IV y habían ganado fuerza entre los aristócratas durante la República– adquirirán más peso, una vez pasados por los filtros del helenismo. Y es, precisamente, en Oriente donde se fundan y se forman las primeras comunidades cristianas. Esta nueva fe adoptada por el emperador Constantino supuso la usurpación por parte del cristianismo del título de religión oficial y, por consiguiente, su conversión en la religión del estado.
Mapa del Imperio romano en el año 117 d.C. Fuente: Wikimedia Commons
Mapa del Imperio romano en el año 117 d.C. Fuente: Wikimedia Commons
Finalmente, el siglo IV d.C. vio la escisión del Imperio en dos mitades, evidenciando la oposición, especialmente religiosa, entre un mundo greco-oriental y un mundo latino.
5.1.1.Las fuentes
Para estudiar el fenómeno religioso en Roma se dispone de gran número de textos literarios, inscripciones y restos arqueológicos de todo género (templos, santuarios, capillas y altares domésticos, exvotos, estatuas de divinidades, amuletos, tablillas de maldiciones, etc.).
En relación a las fuentes textuales, cabe destacar la gran variedad existente. Así pues, tenemos atestadas colecciones proféticas conocidas como los Libros Sibilinos, se trata de fórmulas crípticas y advertencias de origen griego. Contamos, también, con fuentes oficiales sobre sacerdotes, magistrados y debates senatoriales sobre los cultos oficiales. Por lo que se refiere a los cultos orientales, sus testimonios son mucho más fragmentarios y dispersos: se conservan algunas fórmulas místicas citadas por autores paganos o cristianos, algunos fragmentos de himnos en honor a los dioses, referencias ocasionales en obras literarias, y el tratado de Plutarco: Sobre Isis y Osiris. Por otro lado, tenemos la visión que de estos cultos tenían sus detractores, como los estoicos y los platónicos, o los Padres de la Iglesia; éstos consideraban los cultos orientales como los enemigos más peligrosos del cristianismo.
5.1.2.Las características principales
En Roma se observa la paradójica combinación de conservadurismo y de innovación. Por un lado, se preservaron las viejas prácticas cultuales ejecutadas escrupulosamente, según la manera prescrita por la tradición. Por el otro, la continua introducción de nuevas divinidades y rituales (a menudo extranjeras) procedentes especialmente del mundo griego. Se trata de una particularidad inherente y destacada del carácter romano; como en el caso de las instituciones políticas, los viejos cultos no fueron sustituidos por los nuevos, sino que continuaron existiendo. El resultado de todo ello fue una enorme proliferación y variedad de cultos, fiestas y ceremonias.
Siempre se ha destacado el carácter eminentemente pragmático del sistema religioso romano, en el que tanto los dioses como los hombres, habitantes de la ciudad, debían mantener unas relaciones adecuadas para garantizar el funcionamiento del sistema. Éste venía regulado por una colección de iura: unos ‘decretos’ que ambas partes debían respetar. Este carácter práctico y empírico se puede sintetizar en la expresión do ut des, en el sentido de ‘dar para obtener’.
Dentro de este sistema es factible distinguir entre la sacra publica y la sacra priuata. La primera se refiere a los actos de veneración de divinidades particulares que el estado romano financiaba y que eran oficiados por colegios sacerdotales romanos (los sacerdotes de los cultos públicos eran elegidos entre la aristocracia). La segunda define los actos de veneración de los dioses domésticos del hogar y de la despensa: los Lares y los Penates, actos conducidos por el paterfamilias en el seno de la unidad doméstica.
Tampoco la religión romana fue aliena a la adivinación y a la magia, la creencia en los presagios y las predicciones estaba muy generalizada. En estos campos estuvieron muy influenciados por las prácticas etruscas, primero, y por las orientales, durante las últimas fases del Imperio. Fue entonces cuando llegó la astrología, rodeada por el prestigio de una ciencia exacta, y el poder de predecir el futuro (admitiendo la influencia de los planetas sobre los acontecimientos), y cuando se abandonaron la aruspicina y el arte augural tradicional.

5.2.El panteón romano

La religión romana era politeísta y reconocía multitud de dioses; junto al panteón olímpico, de clara influencia griega, encontramos otras divinidades, algunas de las cuales son simplemente cualidades personificadas, como la Piedad o el Pudor. Otras son de origen foráneo.
En la cima del panteón se halla la tríada capitolina formada por Júpiter, Juno y Minerva, las divinidades principales del culto del estado romano. Júpiter, el correspondiente latino de Zeus, era el dios del cielo, junto a su reina Juno, diosa también de los cielos y de los dioses. Minerva, la versión latina de la Atenea guerrera, también protegía las artes y los oficios. Otras divinidades relevantes fueron:
  • Apolo.

  • Venus (Afrodita).

  • Diana (Ártemis).

  • Marte (Ares).

  • Mercurio (Hermes).

  • Esculapio (Asclepio).

  • Baco (Dionisio).

  • Ceres (Deméter).

  • Y sin paralelo en el mundo griego encontramos a Jano, protectora del tránsito, de las zonas de paso.

Tal vez la mitología romana no poseía el encanto poético de la griega y sus dioses pretendían ser mucho más morales. Todos ellos imponían a los hombres (con la ayuda de los censores) la práctica de las virtudes nacionales, es decir, aquellas útiles para la sociedad, como la temperancia, el valor, la castidad, la obediencia a los padres y a los magistrados, el respeto por el juramento y las leyes, y todas las formas de patriotismo.
Mientras que en el occidente del Imperio se produjo una rápida absorción de la religión romana por parte de los pueblos conquistados; en Oriente, los cultos locales conservaron su poder e independencia. Los dioses de Egipto y de Asia no se dejaron anular, sino que, por el contrario, conquistaron todas las provincias romanas: Isis, Serapis, Cibeles, Atis, los Baales sirios y Mitra fueron adorados por cofradías de fieles hasta los confines del Imperio en Britania.
Imagen del templo del Panteón, en Roma, dedicado a todos los dioses romanos. Fuente: Wikimedia Commons
Imagen del templo del Panteón, en Roma, dedicado a todos los dioses romanos. Fuente: Wikimedia Commons

5.3.El culto al emperador

Hemos visto como, ya en época helenística, el culto dinástico era un culto dedicado a los reyes que devenían dioses tras su muerte y que, a partir de Antíoco III, en el año 205, incorporaba la divinidad del monarca reinante. Este tipo de culto ayudaba a consolidar el poder central en la medida que las capillas reales fundadas por el territorio conquistado quedaban bajo el control de los sacerdotes impuestos por el rey.
Durante la época romana, este culto dinástico adquirió una nueva forma a partir del reinado de Augusto, quien con sus decretos comparaba sus gestas con las de los dioses; a diferencia de los de época helenística, que únicamente describían la magnanimidad de los reyes, y su culto era una especie de muestra de agradecimiento de la ciudad por el trato recibido por el monarca. La actuación seguida por Augusto iba más allá e incluía la construcción de templos dedicados a él, o a él y a Roma, así como la creación de un sacerdocio dedicado al culto imperial. El culto imperial exigía, de esta manera, una prueba de lealtad por parte de los pueblos conquistados. Estos cambios en el culto imperial se enmarcaban en la reforma religiosa promovida por Augusto, con la que pretendía que la religión fuera el soporte moral del Imperio.

5.4.Los cultos orientales

En la transformación de la religiosidad romana, los cultos orientales fueron decisivos. A pesar de su gran variedad, la gran mayoría habían pasado por el filtro de la helenización antes de llegar a Roma y contenían, a la manera de los cultos mistéricos de Eleusis, un aspecto iniciático. Si el culto a los dioses de Roma constituía un deber cívico, el culto a los dioses orientales fue una fe personal.
La introducción de los cultos orientales fue lenta y, a menudo, desde las clases bajas a las altas. Estos cultos, con ideas de purificación espiritual y redención eterna, pretendían revelar a sus iniciados el secreto para conseguir la inmortalidad, hecho que representaba un aliciente frente a las creencias desoladoras sobre la vida de ultratumba de la religión romana. Estas ideas fueron especialmente bien recibidas en un momento de crisis, como el que se vivía en el siglo III d.C. Estos cultos ofrecían unos rituales más deslumbrantes (que seducían a las masas), más verdad en sus doctrinas (que seducía a los intelectuales) y un bien superior en su moral. Precisamente era un tiempo en el que, en Grecia, seguida de Roma, se habían desarrollado corrientes de pensamiento racionalistas, y en el que la religión había quedado reducida a un conjunto de fórmulas reproducidas maquinalmente. Por el contrario, en Oriente los sabios eran los sacerdotes, en los templos se estudiaban las ciencias, y, por tanto, se producía la unión entre fe y erudición. A diferencia del mundo romano, los sacerdotes orientales constituían un cuerpo propio jerarquizado que se distinguía del resto por su forma de vida, eran dirigentes espirituales y no simples funcionarios que regresaban a una vida normal una vez concluido el ritual.
El primer culto oriental que adoptaron los romanos y que fue oficialmente reconocido vino del Asia Menor: fue el de la diosa frigia Cibeles (Magna Mater) y el de su compañero Atis. Del Asia Menor también llegaron las Sibilas, profetisas de desgracias que solo ellas podían evitar.
A partir del siglo II se introdujeron los misterios de Isis y Serapis difundidos por Italia junto con la cultura alejandrina; a pesar de su persecución se establecieron en Roma y, finalmente, fueron reconocidos por Calígula. Ofrecían a los fieles la garantía de la inmortalidad del cuerpo y del alma. Cabe señalar que la religión egipcia bajo el Imperio romano adquirió una faceta de culto mistérico que no tenía en la religión egipcia.
La difusión de cultos semitas en Italia ya se inició con la República, pero fue a partir del siglo I y, sobre todo, en el III d.C., que alcanzaron una gran relevancia, principalmente a través de los esclavos y de los comerciantes. Primero, fue la diosa Atargatis conocida como la dea Syria y, después, los múltiples y variados Baales: el de Damasco (Jupiter Damascenus) Hadad de Baalbek-Heliópolis (Jupiter Heliopolitanus). Estos cultos presentaban una idea más elevada de la divinidad. La astrología caldea, de la cual los sacerdotes sirios eran discípulos, aportó los elementos necesarios para elaborar una teología científica: este dios residía más allá de las estrellas, era todopoderoso, universal y eterno, todo estaba regulado por las revoluciones de los cielos a lo largo de infinitos ciclos naturales. En resumen, la astrología enseñaba la adoración del Sol, fuente de vida.
La religión mitraica –formada por una combinación de creencias iranias y de teología semítica, mezcladas con determinados elementos de los cultos locales del Asia Menor (desde donde pasó directamente al mundo latino)– fue el último de los cultos orientales en llegar a Roma desde la lejana Persia y se convirtió en el siglo IV d.C. en el culto más importante del paganismo. Esta religión introducía un concepto de vital importancia y que la distinguió del resto: el dualismo entre el espíritu y la materia. El dualismo entre la razón y los sentidos ya estaba presente en la filosofía griega y era una de las claves del neopitagorismo y del pensamiento de Filón; la diferencia era que la doctrina de los magos deificaba el principio del mal, lo oponía como un rival al dios supremo y postulaba un culto a ambos principios. Mitra, genio de la luz, se convirtió en el zoroastrismo y en Occidente en el dios de la verdad y de la justicia, acentuando así el carácter moral. Su culto también incluía la garantía de la inmortalidad a los buenos.
Múltiples causas explican la transcendencia de los cultos orientales. De entrada, la preponderancia económica de Oriente, tanto artesanal como comercial, que las estructuras imperiales favorecieron facilitando el movimiento de sus comerciantes, artesanos, mercenarios y esclavos por todas partes. Otros factores fueron el carácter universal e igualitario de los cultos, así como también, su emotividad y esplendor, con unas divinidades más humanas frente al carácter eminentemente pragmático del culto romano.

5.5.La introducción del culto al dios sol Elagábalo por Heliogábalo (218-222 d.C.)

Durante la época helenística el desarrollo de un panteísmo solar creció en Siria bajo la influencia de la astronomía caldea y se impuso durante el Imperio a todo el mundo romano, sobre todo en el siglo III d.C., con la dinastía de los Severos, respaldada por una corte semisiria.
Tal y como ya hemos comentado, en estos cultos solares y estelares, el conocimiento sobre las estrellas y los planetas era de gran importancia y, de aquí, la importancia de la astrología en la religión. Concretamente, fue vital la noción teológica de que los astros divinos nunca morían, eran invencibles (invicti) y eternos. Esta noción penetró en los misterios de los Baales sirios en Occidente. Paralelamente, los sacerdotes egipcios popularizaron en el mundo romano la idea de que dios no poseía ni principio ni fin; de esta manera contribuyeron, junto con el judaísmo, a conceder una autoridad de dogma religioso a lo que, hasta entonces, era solamente una teoría metafísica.
En dos ocasiones se quiso reemplazar al Júpiter Capitolino por un dios semítico y hacer de su culto el principal de los romanos. Esto acaeció durante los reinados de Heliogábalo y de Aureliano.
En el año 218 d.C., un niño de catorce años, sacerdote del dios Sol en Emesa (Siria), subió al trono de Roma y llevó con él la piedra negra que era la imagen del dios. El emperador Heliogábalo impuso el culto del dios Sol al pueblo de Roma, a la manera de un monoteísmo, similar a la monarquía terrenal, insistiendo en la supremacía de su dios. Erigió diversos templos en Roma e instauró fiestas al nuevo dios Sol invictus Elagabal. El epíteto «invicto» aplicado al Sol también se aplicaba comunmente a Mitra, así como a emperadores tardíos. Tras solo cuatro años en el trono, fue asesinado y colocado en el poder otro miembro de la familia de los Severos.
El emperador Aureliano (270-275 d.C.), medio siglo más tarde, aparentemente inspirado por este pensamiento, crearía un nuevo culto: el del «Sol invencible», divinidad elevada al rango supremo de la jerarquía divina y protectora de los emperadores y del Imperio. Esta deidad fue honorada con un espléndido templo y festejada cada cuatro años con unos juegos.
Relieve con la representación del Sol invicto y de Júpiter Dolicheno, segunda mitad del siglo II d.C., Museo de las Termas de Diocleciano, Roma. Fuente: Wikimedia Commons
Relieve con la representación del Sol invicto y de Júpiter Dolicheno, segunda mitad del siglo II d.C., Museo de las Termas de Diocleciano, Roma. Fuente: Wikimedia Commons

5.6.El nacimiento y la difusión del cristianismo

La propagación de los cultos orientales abrió la puerta al cristianismo y facilitó su triunfo. Es evidente, tanto el origen judío del cristianismo, como la influencia que ejerció sobre él la religiosidad grecorromana de los siglos I y II d.C. A diferencia de otras religiones, el cristianismo nació en la clandestinidad, sin una escritura sagrada, tuvo que luchar para ser aceptado y, desde el principio, se esforzó por ampliar su campo de acción.
En lo concerniente a las fuentes para su conocimiento, contamos con los escritos del llamado Nuevo Testamento: los cuatro Evangelios y los escritos de los Apóstoles. A estas fuentes principales se ha de añadir toda la producción de los primeros autores cristianos, los denominados Padres de la Iglesia.
El cristianismo nació, como decíamos, en un lugar bien concreto, en el seno del hebraísmo de la Palestina del siglo I, un hebraísmo bien diverso, como han evidenciado la biblioteca del grupo de los esenios en Qumrán, en el mar Muerto, y la figura de numerosos mesías, como la de Juan el Bautista. Es en este contexto donde hemos de situar la figura del Jesús histórico, de orígenes oscuros, quien no dejo nada escrito. Esta figura proclamaba un mensaje que lo alejaba de los esenios y de Juan, postulaba la salvación universal ante el juicio que el mismo Juan anunciaba, proclamando la existencia del reino de Dios. Una realidad que revertía el orden de las cosas: reducía la exigencia de la ley al amor a dios y al prójimo, ofreciendo la gracia divina y la pretensión de hacer entrar a Israel en un nuevo horizonte. Jesús fue arrestado en Jerusalén por las autoridades hebreas, que lo acusaban de perturbar el orden público, y fue entregado a los romanos. Finalmente, en la primavera del año 30 d.C., fue condenado por orden de Poncio Pilatos y crucificado. Su llamada a sus discípulos proclamando que había vencido la muerte, los llevó a iniciar la misión de difundir el mensaje del maestro.
Un largo camino se recorrió desde los inicios de esta nueva religión (de hebreos de habla semítica) hasta el primer concilio ecuménico de Nicea en el año 325 d.C. (de cristianos de habla griega y un poco de latín), acontecimiento que significó la alianza entre el Imperio romano y la Iglesia cristiana. La tolerancia universal proclamada por Constantino en el edicto de Milán del año 313 d.C. y su conversión, establecía una pauta de alianzas entre las autoridades temporales y las religiosas. Constantino solamente tuvo dos sucesores paganos: Julio y Eugenio, ninguno de los dos pudo alterar la dinámica imperante.
Desde los inicios del cristianismo en Nicea, se pueden establecer tres fases de desarrollo. Una primera (del 30 al 125 d.C.) de rápida expansión y emancipación del cristianismo del seno del judaísmo en donde nació; se apropiaron del término de Mesías para designar a Jesús; el bautismo y la comunión se conviertieron en los dos sacramentos principales del culto; se adoptó íntegramente el Antiguo Testamento y los doce apóstoles alcanzaron una autoridad especial que preparó el terreno para la jerarquía. En una segunda fase (del 125 al 250 d.C.), se asiste a la transformación de una pequeña secta a la formación de una iglesia, al nacimiento de la ortodoxia con el canon de la escritura y, en consecuencia, a las primeras herejías, como la del gnosticismo*. Durante la tercera fase (del 250 al 325 d.C.), el cristianismo se convirtió en un factor político, y pasó de la persecución, de ser considerado una amenaza para el Imperio romano, a ser declarado por Constantino como el culto oficial.
Después de este momento, el camino fue el inverso, desde el cristianismo se persiguieron los otros cultos. En el año 331 d.C., los emperadores cristianos empezaron a atacar las propiedades de los antiguos dioses; en el año 337 d.C. aparecieron las primeras restricciones a los sacrificios paganos; en el año 357 d.C. se aprobó una orden universal contra los cultos paganos. Y, a pesar del período de tolerancia del emperador Juliano y después del breve reinado de Eugenio, Teodosio ordenó el cierre de los templos y el fin de los sacrificios.
Con la difusión final del cristianismo, la religión dejó de estar vinculada a un estado para convertirse en una religión universal, dejó de ser concebida como un deber público para ser considerada como una obligación personal; ya no se trató de subordinar el individuo a la ciudad, sino que ante todo se pretendió asegurarle la salvación en este mundo y en el otro. La existencia en este mundo pasó a ser concebida como una preparación para una vida bienaventurada, como una prueba cuyo resultado habría de ser una felicidad o un sufrimiento infinitos. De este modo se alteraba todo el sistema de valores antiguos.

Glosario

aruspicina
Procedimiento de adivinación que consistía en el análisis de las morfologías y patologías de las vísceras: hígado y pulmones de los animales sacrificados.
augurio
Procedimiento de adivinación que consistía en estudiar el vuelo de bandadas de ciertas aves dejadas ir a propósito, o la forma que tenían las aves de picotear el grano que se tiraba ante ellas.
demiurgo
Era el ordenador del mundo a partir de la materia primigenia caótica y eterna según el pensamiento platónico. En este sentido de creador del mundo se utiliza al hablar de religión.
exvoto
Objeto, a veces con una inscripción, ofrecido a la divinidad de manera permanente y depositado en un santuario. Podían ser ofrecidos tanto por soberanos como por particulares. En función de las culturas y cronologías, los objetos son diversos: mazas, armas, vajilla, estatuillas, estelas, sellos, etc.
gnosticismo
Corriente de pensamiento desarrollada en el mundo helenístico durante los siglos II y III d.C., que profesaba la salvación por la gnosi, es decir, a partir del conocimiento intuitivo de la divinidad. Se puede reducir la enseñanza característica del gnosticismo cristiano en tres puntos: el Dios supremo es transcendente, diferente del creador del mundo o demiurgo; el hombre espiritual (pneumático) está constituido por un elemento divino que lo diferencia esencialmente del hombre no pneumático; y la salvación consiste en el conocimiento de esta realidad divina interior.
habiru
Colectivo heterogéneo descrito en las fuentes mesopotámicas y egipcias como grupos de merodeadores, nómadas y pastores que se mueven por el ámbito sirio durante el segundo milenio. No parecen constituir, por tanto, ni un grupo cultural ni lingüístico.
henoteísmo
Término que se utiliza para describir el fenómeno documentado en varias religiones antiguas de admitir la pluralidad de dioses, pero dar más preeminencia a uno en particular.
lecanomancia
(del griego lekanomanteía) procedimiento de adivinación que consistía en examinar las formas que adoptaban unas gotas de aceite vertidas en un cuenco de agua.
libación
Ritual que consiste en el vertido de algún tipo de líquido.
mito
Término que deriva del griego antiguo mythos con el significado de ‘relato’, pero que ha derivado a significar ‘relato inventado’, en contraposición a logos, ‘discurso racional’. Finalmente, ha acabado indicando un relato de origen religioso, y, como tal, en última instancia el mito dota de significado al ritual.
nigromancia
Técnica de adivinación que consiste en la consulta a los difuntos.
panteísmo
Divinización de todas las cosas y a la identificación esencial de dios con todo lo que existe.
politeia
Conjunto de leyes e instituciones que componen la constitución de una ciudad, incluido también el derecho de la ciudad.
ritual
Conjunto de prácticas mágicas, pueden ser muy diversas dependiendo de las culturas y de las épocas.
sincretismo
Fenómeno por el cual divinidades diferentes pero con atributos y funciones homologables se fusionan.
uraeus
Representación simbólica de la deidad Uadjet, la cobra protectora del Bajo Egipto. Aparecía en las coronas de los faraones y de algunas divinidades.
zigurat
Torres escalonadas, de planta generalmente cuadrangular con los ángulos orientados a los puntos cardinales, erigidas en nombre de una divinidad. El término zigurat deriva del verbo acadio zaqārum , que significa ‘destacar’, ‘alzarse’.

Bibliografía

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