Violencia y riesgo personal

  • Jaime Rivière

     Jaime Rivière

    Licenciado en Sociología y doctor en Ciencia Política y Sociología por la UNED, donde, además, trabajó durante seis años. Actualmente, es profesor de la Universidad de Salamanca en cuestiones de metodología, estructura social y sociología de la desviación en los grados de Sociología y Ciencia Política y, anteriormente, en el título propio en Criminología. Ha realizado estudios sobre una gama amplia de temas sociales de la actualidad, básicamente en torno al análisis de los procesos de estratificación y movilidad social, así como en el análisis de procesos de modernización, desigualdad y conformación del estado de bienestar en América Latina y Asia. Ha publicado libros sobre cultura económica y fracaso escolar, así como diversos artículos sobre movilidad social y logro educativo en España y desde una perspectiva comparada. En la actualidad trabaja con equipos de Madrid y Barcelona en el análisis de la segregación ocupacional de las mujeres y en el estudio del abandono escolar temprano como proceso de etiquetaje. Ha realizado estancias en Nicaragua, en el Reino Unido y en la Universidad de Stanford (California).

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Introducción

De todo el espectro de comportamientos humanos, la violencia es probablemente el que más nos perturba e impresiona. Es quizá el más difícil de entender tanto desde un punto de vista analítico como meramente empático. Todo el mundo puede en general ponerse en el lugar del otro con relativa facilidad (hemos evolucionado para eso), pero la mente de las personas que están ejerciendo algún tipo de violencia es probablemente la que nos resulta en general más ajena.
En este módulo vamos a examinar los comportamientos violentos desde el punto de vista de la ciencia social. Después de discutir los elementos que conforman las teorías sobre la violencia, vamos a analizar con más detalle algunos aspectos de la violencia interpersonal, a introducirnos en los aspectos sociológicos de la mezcla del sexo y la agresión, y vamos, por último, a analizar el suicidio en tanto que violencia infligida a uno mismo.
En términos generales, casi todas estas formas de violencia tienen en común el hecho de que forman parte de un proceso de conflicto. Desde este punto de vista, el marco general en el análisis social de la violencia debería ser el del estudio de los conflictos sociales.
Especialmente en el caso de la violencia física en general y de la familiar en particular, el acto violento es una fase o el resultado final de un proceso que tiene unos antecedentes, una historia y unos agentes específicos.
Ahora bien, mientras que en el caso de la violencia política o de la guerra podemos pensar que ese contexto de conflicto es explícito y relativamente claro ―aunque no por eso sea más fácil de resolver―, en la mayor parte de situaciones de violencia no es fácil encontrar bases que remitan la causa del conflicto a una situación general de contexto, a un enfrentamiento de intereses o a un conflicto incrustado en la estructura social que nos explique la causa última del comportamiento violento. Esto es especialmente claro en el caso del suicidio, ya que en este supuesto el conflicto que está operando suele ser, en gran medida, un conflicto interno, con bases psicológicas, en el cual están actuando mecanismos diferentes a los de otros procesos violentos. Como veremos en su momento, esto no ha impedido a los sociólogos y otros científicos sociales examinar con cierto detalle algunos aspectos de las variedades del suicidio que no tienen una interpretación sencilla.

Objetivos

Este módulo debe servir al estudiante para alcanzar los siguientes objetivos:
  1. Entender las dimensiones sociales de la violencia como fenómeno universal, así como sus bases biológicas y psicológicas.

  2. Comprender la diversidad de las formas de violencia.

  3. Entender los factores que afectan de modo general a los niveles de violencia presentes en una sociedad.

  4. Analizar los factores sociales y la distribución de las muertes violentas por homicidio y asesinato en el mundo.

  5. Comprender los patrones sociales de la violencia de carácter sexual.

  6. Conocer los análisis sociales sobre los patrones del suicidio, clásicos y modernos.

1.Las formas de la violencia: interpretaciones biológicas, psicológicas y sociales

Las formas que puede tomar la violencia son en realidad mucho más amplias que el puro enfrentamiento personal entre dos personas o dos grupos pequeños. Aunque normalmente, cuando pensamos en violencia, solemos imaginar un enfrentamiento o una agresión estrictamente física, bajo la palabra violencia se suele incluir todo un espectro de agresiones que complican mucho el análisis.
Es habitual ya hablar de violencia psicológica, entendida como actos de agresión usualmente verbales, pero también constituidos por actitudes y formas más sutiles de presión, como son las habituales en muchos conflictos familiares y en las situaciones de mobbing, bullying y otros contextos de acoso. En esta asignatura vamos a dejar de lado este tipo de fenómenos, que merecerían tener un trato aparte. También vamos a olvidarnos, por ahora, de las formas de agresión consistentes en la negación a una persona o a un grupo de los medios para su subsistencia o su seguridad psicológica y social, que podrían acogerse al término general de privación. La figura siguiente muestra un esquema general de las formas de violencia que recoge todas estas combinaciones. En lo que sigue de este tema, vamos a utilizar el término violencia para referirnos a la violencia física, como es usual en el uso natural de la lengua, especificando, en su caso, cuando estemos refiriéndonos a otro tipo de violencia. El estudiante debe tener siempre en cuenta, no obstante, que bajo la rúbrica analítica de violencia se deben contemplar fenómenos que van más allá de la violencia física, y que los mecanismos sociales que influyen en unos tipos de violencia y en otros son a menudo comunes.
Tipología de la violencia
No todas las combinaciones son posibles, pero algunas son inesperadas. Fuente: Adaptado de OMS (2002) "World report on violence and health".
No todas las combinaciones son posibles, pero algunas son inesperadas. Fuente: Adaptado de OMS (2002) "World report on violence and health".
Cada uno de estos tipos de violencia se puede clasificar en tres grandes categorías:
1) La violencia autoinfligida consiste obviamente en comportamientos en los que el propio actor se causa daño. Vamos a argumentar que, aunque se trata básicamente de fenómenos con un disparador de tipo psicológico, está sujeto a factores sociales que son fundamentales para su comprensión. En esta categoría debemos incluir en realidad dos tipos de comportamientos: el suicidio (que desde el punto de vista del estudio incluye tanto el suicidio logrado, como los intentos de suicidio, como los pensamientos suicidas) y los autoabusos, en los que podemos incluir algunos comportamientos neuróticos que se suelen tratar desde el punto de vista de la psicología y la psiquiatría clínica (como bulimia y anorexia), así como el extraño mundo de las automutilaciones. En este tema vamos a centrar la atención sobre el suicidio, entre otras razones porque el estudio social del autoabuso es escaso en la literatura.
2) La violencia interpersonal incluye lo que solemos imaginar cuando hablamos de violencia, pero también otros fenómenos. Se suele distinguir entre la violencia en el seno de la familia ―lo cual incluye a parejas no casadas― y violencia entre individuos no emparentados ni emparejados ―lo que en la literatura norteamericana se suele llamar violencia comunitaria (community violence). En este segundo caso estamos incluyendo, en realidad, un conjunto muy amplio de fenómenos: violencia aleatoria, crímenes de odio, violencia juvenil, agresiones sexuales por extraños o conocidos, y por supuesto, violencia en contextos de trabajo e institucionales, como escuelas, hospitales, cárceles y similares. Para que el alumno se haga una idea de las dificultades de clasificación de estos fenómenos, piénsese en el ejemplo del abuso infantil: puede ser físico, sexual, psicológico o una combinación de estos. Suele ocurrir en el seno de la familia, pero no solo en ese ámbito. Y puede tener una continuación en una futura propensión a la violencia por parte de la víctima o no tenerlo (la literatura no es clara sobre este aspecto).
3) La violencia colectiva es el nombre con el que designamos los actos de violencia cometidos por grandes grupos de individuos, por organizaciones o por el Estado. Al contrario que en los otros casos, al analizar actos de violencia colectiva se puede suponer que existe una motivación racional ―en el sentido de que se busca conseguir un beneficio- detrás de la violencia cometida. El catálogo de sucesos que pueden quedar incluidos en esta categoría es ingente: desde la guerra y sus formas de baja intensidad, hasta el terrorismo, la coacción mafiosa o los crímenes de odio cuando tienen una cierta escala. Incluso la violencia ejercida por el Estado en la aplicación de la ley entraría en esta categoría.
A pesar de que no podemos hablar de la existencia de una teoría o siquiera de un conjunto de teorías en debate en el análisis de la violencia, sí que encontramos repetidamente algunos debates de carácter general que adquieren aquí una importancia central.
  • La naturaleza frente a la cultura. (Nature vs. nurture). La cuestión central en este caso es determinar cuál es la importancia relativa de los factores biológicos y evolutivos, e incluso psicológicos, en la explicación del comportamiento violento, frente a los factores de carácter social y cultural. A pesar de que en la actualidad existe cierto consenso en el sentido de que el comportamiento tiene explicaciones que combinan los dos niveles de análisis, cada cierto tiempo aparece de nuevo la discusión sobre la importancia respectiva de unos y otros elementos. En el caso concreto del estudio de la violencia, los partidarios de la importancia de la naturaleza subrayan su valor adaptativo o el hecho de que parece una salida instintiva a situaciones de tensión. Esta posición reúne a tradiciones tan diversas en las ciencias humanas y naturales como el psicoanálisis, la etología o la psicología evolutiva. Los partidarios de las explicaciones ambientalistas o culturalistas provienen en general de las ciencias sociales y tienden a ver la violencia como el resultado de procesos sociales y culturales, construidos o históricos en cualquier caso, que activan las capacidades físicas y psicológicas de los individuos para coaccionarse unos a otros.

  • El trasfondo frente a la situación. (Background vs. situation). Entre las explicaciones de corte social, existe por otra parte una división más sutil entre aquellas que defienden la importancia de las características del trasfondo o del contexto social en el que se da una situación de violencia, y los que defienden la importancia de las características de la situación propiamente dicha. Entre los primeros podríamos señalar a los teóricos de la anomia, los que subrayan la importancia de la estructura del espacio en el que se da una situación, o los psicólogos que defienden entender la agresión como una salida a una frustración. Todos ellos comparten la idea de que las situaciones violentas son el resultado de factores externos a la situación que dan lugar a la violencia que observamos. Los que defienden un mayor peso de los factores situacionales son en general herederos de la tradición de la etnometodología, pero también los que subrayan la importancia de la oportunidad o el control social inmediatos: señalan sobre todo que la escena violenta que observamos es posible porque se han dado una serie de condiciones sin las cuales no puede tener lugar. Las críticas que se hacen unos y otros son simétricas: el trasfondo es necesario pero no suficiente para que haya violencia, la situación es suficiente, pero no necesaria, en el sentido de que no explica las condiciones sociales que generan la violencia.

Entre los psicólogos que han estudiado la violencia ha habido tradicionalmente dos posiciones que podríamos llamar pesimista y optimista. Para los pesimistas, los comportamientos violentos están grabados en el cerebro ―sobre todo en el masculino― en la forma de instintos, respuestas automáticas a la frustración o atavismos. La violencia no es sino el recuerdo de la naturaleza animal de los humanos. Para los optimistas, los comportamientos violentos son aprendidos, y son por lo tanto, evitables, del mismo modo que son programables en la personalidad. En gran medida los primeros defienden una explicación naturalista de la violencia, mientras que los segundos defienden una interpretación más bien culturalista.
El trabajo de los psicólogos y de los biólogos sobre la violencia tiende a girar en torno al concepto de agresión. En varias disciplinas se realiza una distinción entre agresión afectiva y agresión instrumental. La primera incluye las agresiones originadas en un estado emocional de frustración y en la hostilidad o la represalia. La segunda incluye las situaciones en las cuales la violencia está dirigida a un objetivo por parte del agresor, bien una actividad predatoria o bien un deseo de dominar o destruir al adversario. No obstante, en las situaciones reales ―con personas, no con animales― es a menudo muy difícil distinguir entre estos dos tipos de motivaciones, entre otras razones porque probablemente las respuestas emocionales y quizá bioquímicas por parte del agresor son seguramente similares.
En el contexto de la biología y la etología, se entiende que la agresión supone ventajas adaptativas para el agresor.
El catálogo de conductas agresivas incluye la ostentación de aspectos del cuerpo amenazantes: el tamaño, los dientes, los cuernos o las garras; vocalizaciones como cantos o gruñidos; señales estandarizadas o estereotipadas como las danzas, los vuelos, los golpes y las expresiones faciales; cambios en los colores o la emisión de productos químicos y olores. Estas conductas relacionadas con la lucha y la agresión se denominan comportamiento agonístico. De acuerdo con la investigación más reciente, el comportamiento del depredador no es equivalente a una agresión, al menos en el sentido de que no se activan las mismas zonas del hipotálamo ni se exhiben los comportamientos agonísticos típicos de cada especie.
Un gato no arquea la espalda ni bufa cuando caza ratones.
La pelea propiamente dicha es, desde este punto de vista, una continuación de la agresión, que no se da en todas las especies ni en todas las situaciones. No está claro hasta qué punto la agresión gratuita es particular de una especie –la humana–: hay muchos casos de depredadores que realizan juegos con víctimas casuales, probablemente en el contexto del aprendizaje de la caza por las crías. Es privativo de los humanos y los chimpancés, por otra parte, la creación de coaliciones coordinadas para asaltar el territorio de otro grupo y matar a sus miembros.
Los mecanismos bioquímicos de estos comportamientos son bastante conocidos, y están ligados al desarrollo de reflejos de lucha-o-huida (fight or flight), como propuso el psicólogo Walter B. Cannon en 1915. Estas respuestas están ligadas a la segregación de adrenalina o noradrenalina y a una cadena de consecuencias corporales ligadas básicamente a la preparación para la respuesta muscular violenta: aceleración del pulso y de la respiración, desaceleración de la digestión, constricción de los vasos sanguíneos, liberación de glucosa, dilatación de la pupila, desinhibición de los reflejos espinales, visión de túnel y exclusión auditiva, junto a un estado general de hiperactivación. El valor de supervivencia de estas respuestas fisiológicas es obvio.
En psicología, se ha relacionado tradicionalmente la agresión con la respuesta a la frustración. La variante más conocida de esta idea, conocida como hipótesis de la frustración-agresión, defiende que, aunque la agresión es la respuesta más común a la frustración, no siempre existe la oportunidad de agredir al origen de esta, o se da la circunstancia de que este no es un individuo concreto. De este modo se origina un desplazamiento de la agresión hacia una víctima que hace el papel de chivo expiatorio. Esta respuesta puede ser, además, demorada en el tiempo.
Una variante actual de la línea de interpretación más naturalista del comportamiento humano es la representada por la psicología evolucionista. La psicología evolucionista es un programa de investigación que aspira a explicar el comportamiento humano en términos del valor evolutivo de los comportamientos que observamos. Extrapola, por lo tanto, desde una teoría general de la genética evolutiva a comportamientos humanos específicos como la lucha, el homicidio y la agresión sexual (Daly y Wilson, 1988), e intenta explicar otros aspectos de la conducta humana, como la homosexualidad, el infanticidio, la promiscuidad, la percepción de la belleza y una serie de instituciones descritas por la antropología, como la dote y el precio de la novia o los patrones de matrimonio. Tomada en su conjunto, la psicología evolucionista ha añadido un punto de vista valioso sobre fenómenos como la aparición de la conciencia y del lenguaje, los modelos de aprendizaje o la personalidad, pero en su enfoque de la violencia y la agresión ha despertado cierta cautela entre la comunidad de investigadores.
La psicología evolucionista formaliza la idea intuitiva de que la violencia humana es básicamente una tendencia de los varones humanos, seleccionada por la evolución, a la lucha por la dominación reproductiva.
Esta idea parece apoyada por el hecho de que, como veremos, la inmensa mayoría de la violencia registrada tiene como protagonistas a hombres jóvenes. Aunque no se trata de un comportamiento dominante en el espectro de posibilidades comportamentales de los jóvenes machos humanos, su presencia indica una ventaja adaptativa en determinadas situaciones.
Se ha señalado, sin embargo, que este argumento tiene varios puntos débiles. El principal es que, aunque la violencia llevada a cabo por hombres jóvenes tiende a tener efectos más dramáticos en las tasas de homicidios y asesinatos, la abrumadora mayoría de la violencia ocurre en un contexto familiar en el que las víctimas son principalmente los niños, y los agresores los adultos u otros niños. Como señala Randall Collins, esto es un problema para la psicología evolucionista, ya que las riñas entre niños comienzan a una edad muy temprana, y a menudo están protagonizadas por las niñas (2008, pág. 25).
En números absolutos, la mayor parte de la violencia ocurre a edades no reproductivas, y no es exclusivamente entre hombres.
Por otra parte, no es difícil montar explicaciones alternativas a por qué los hombres jóvenes tienen una presencia predominante en las situaciones de violencia basada exclusivamente en condicionantes sociales: tienen el estatus social más ambiguo, el recurso en el que son predominantes es precisamente en la fuerza física, mientras que tienen pocos recursos en términos de poder económico y organizativo y reciben poca deferencia de los demás.
En resumen, mientras en el contexto de la investigación biológica se tiende, como es natural, a concebir la agresión como una respuesta preprogramada ante determinadas situaciones, la psicología ha tendido a ser algo más ambigua en este sentido.
El debate actual enfrenta a los partidarios de la psicología evolucionista y a sus detractores, sobre líneas que básicamente son las de la discusión entre los que favorecen explicaciones naturalistas o reduccionistas y los que favorecen explicaciones basadas en condicionantes sociales, situacionales o culturales.

2.La violencia física

2.1.¿Son unas sociedades más violentas que otras?

Uno de los argumentos más convincentes desde el punto de vista de las interpretaciones menos biologicistas de la violencia es el hecho de que las sociedades tienen distintas incidencias de violencia y, por lo tanto, ninguna explicación que se base únicamente en una supuesta propensión a la violencia –por parte de los humanos como especie o de los hombres jóvenes como caso extremo– puede dar cuenta de estas diferencias entre sociedades. Este argumento se puede hacer tanto desde el lado del examen histórico de la violencia como desde la comparación entre diferentes sociedades actuales.
Desde el punto de vista de la historia, encontramos un patrón que puede parecer sorprendente:
Mientras la capacidad técnica para ejercer violencia crece, la inclinación a la violencia decrece.
Cuando los historiadores han examinado la violencia de las sociedades de otras épocas, han encontrado de un modo más o menos sistemático niveles de violencia mucho más altos que en las sociedades actuales –con algunas salvedades. Los arqueólogos han mostrado ya repetidamente cómo en las sociedades antiguas la proporción de enterramientos de cadáveres con signos de muerte violenta es muy elevado. Estos niveles aumentan incluso entre las sociedades medievales europeas, donde el dominio inmediato de la autoridad local era ejercido por medios expeditivos y fatales, y la distancia del espacio de intercambio y comercio habitual estaba limitado a unas pocas decenas de kilómetros, por lo que el margen para pasar a ser un extraño era corto. Según los antropólogos Lawrence Keeley, Stephen LeBlanc, Phillip Walker y Bruce Knauft, si la proporción de bajas típica de las guerras tribales se hubiera mantenido en el siglo XX, la cifra no habría estado en los 100 millones reconocidos, sino en torno a los 2.000 millones.
La historia de la violencia
En su libro de 1996, Una historia de Europa, el historiador Norman Davies cuenta cómo, en el París del siglo XVII, existía un entretenimiento muy popular consistente en colgar un gato de una cuerda y hacerlo descender poco a poco sobre un fuego: “los espectadores, incluidos reyes y reinas, rugían de gozo mientras los animales, maullando de dolor, eran chamuscados, asados y, finalmente, carbonizados. Evidentemente, la crueldad se creía algo divertido” (pág. 811). Esta escena horrible es utilizada en un libro reciente por Stephen Pinker (2011), psicólogo e intelectual norteamericano, en el que argumenta nada menos que vivimos probablemente en una de las etapas más pacíficas de la historia de la humanidad, en las que muchas formas de relación sustancialmente violentas del pasado prácticamente han desaparecido. El catálogo incluye la crueldad como entretenimiento, el sacrificio humano para apaciguar la superstición, el esclavismo, la conquista como la labor declarada del Estado, el genocidio como forma de adquisición de terreno, la tortura y la mutilación como castigos rutinarios, la pena de muerte por cuestiones menores y diferencias de opinión, el asesinato como mecanismo de sucesión política, la violación como botín de guerra, los pogromos como salida a la frustración social, o el homicidio como modelo básico de resolución de conflictos.
La explicación de esta evolución histórica se ha buscado en los aspectos civilizatorios de la Modernidad. Norbert Elias recorrió en el monumental trabajo El proceso de la civilización (1939) el modo en el que las formas europeas posteriores a la Edad Media de aceptación de la violencia, de comportamiento sexual, de forma de hablar, de funciones fisiológicas y de maneras en la mesa, fueron evolucionando y transformándose merced a niveles cada vez más altos de pudor y de repugnancia. Elias defiende que este proceso es el resultado de la generalización de la etiqueta cortesana, y lo explica por el desarrollo de niveles de autocontrol históricamente crecientes inducidos por el cambio cultural de la modernidad. Es habitual considerar el esquema de Elias como el marco en el que se entienden los niveles de violencia usuales en la actualidad en el mundo desarrollado, resultado de un proceso histórico de refinamiento de los modos de relacionarse y de autoexigencia personal.
Si se realiza una comparación entre países, se puede observar con facilidad cómo los niveles de violencia son asimismo muy variables de unos países a otros. En términos generales, el norte es mucho más pacífico que los países en vías de desarrollo, y puede encontrarse una relación bastante clara entre el nivel de desarrollo y la prevalencia de la violencia, aunque con algunas matizaciones importantes:
  • En el norte, los Estados Unidos rompen todas las estadísticas con un nivel de muertes violentas por armas de fuego ocho veces superior al de sus equivalentes en cuanto a nivel de vida.

  • En el contexto europeo, las muertes por arma de fuego están ligadas a la permisividad con respecto a estas, siendo Finlandia un caso destacable en este sentido.

  • En el sur, la violencia no parece estar relacionada tanto con la renta per cápita como con otros factores, especialmente la desigualdad relativa y percibida y el modelo de desarrollo urbano. En el primer caso, las diferencias se explican por la disponibilidad de armas de fuego. En el segundo, por el hecho de que distintos países encaran el desarrollo de modos muy diferentes.

Una hipótesis aceptable en este caso es que los niveles de violencia comparados están relacionados con modelos de desarrollo urbano especialmente desordenados, que generan grandes bolsas de pobreza concentrada. En poblaciones conformadas por un campesinado migrante que tiene su origen a su vez en zonas rurales más violentas de lo que es habitual en el mundo desarrollado, el despliegue de dinámicas de violencia en las generaciones más jóvenes ha demostrado ser atroz.
Entre el año 1979 y el año 2003 murieron por efecto de la violencia alrededor de medio millón de personas solo en Brasil (Collins, 2008).

2.2.Sociodemografía de la violencia

Según la Organización Mundial de la Salud, en el mundo hay alrededor de un millón y medio de muertes violentas al año (OMS, 2010).
La inmensa mayoría (el 90%) de ellas ocurren en países de ingresos bajos o medios. Alrededor de la mitad son suicidios. Las muertes por homicidio ascendieron a 535.000 en el año 2008, lo cual es un 35% del total de muertes violentas. La guerra y otras formas de conflicto son responsables de un 12% del total de muertes violentas: unas 180.000 al año. Obviamente, la violencia no lleva siempre a la muerte de una de las partes, por lo que entender la extensión y distribución de la violencia nos exige otras mediciones. Según la misma fuente, en el año citado se trataron en total alrededor de 16 millones de heridas no fatales relacionadas con la violencia, lo cual nos da una ratio entre muertes y heridas de 32, que es coherente con la estimación de otras fuentes (Thio, 2003, pág. 201) de que la muerte es el resultado final en una de entre cada 20 y 40 situaciones violentas.
Dado que las sociedades no tienen los mismos índices de violencia, la distribución por países no es uniforme.
En términos generales, las sociedades con niveles de desarrollo más bajos e índices de desigualdad más elevados tienen índices más elevados de violencia.
La importancia de cada uno de estos dos factores no está completamente clara, y algunos autores defienden que, de hecho, no es el nivel de desarrollo, sino la desigualdad presente en una sociedad lo que dispara los niveles de violencia cotidiana y tensión hasta el punto de aumentar las tasas de homicidios en América Latina, algunos países del sudeste asiático, África del sur y central y algunos países del norte de África.
En este contexto, y sin que tengamos una explicación realmente buena, hay que recordar que la tasa de homicidios en España es especialmente baja. Las cifras oficiales, según el sistema de cómputo, la fuente y el año, oscilan entre 0,781 y 1,4 por cada 100.000 habitantes.
Tabla 1. Homicidios por cada 100.000 habitantes. Año 2004

Puesto

País

Homicidios /100.000

1

África del Sur

69

2

Colombia

61.1

3

El Salvador

57.5

4

Jamaica

55.2

63

Estados Unidos

5.9

82

Finlandia

2.8

91

China

2.2

99

Canadá

2

101

Portugal

1.8

107

Francia

1.6

110

España

1.4

115

Italia

1.2

121

Alemania

1

121

Grecia

1

123

Austria

0.8

124

Emiratos Árabes Unidos

0.7

2.3.Los patrones sociales del asesinato

Las muertes violentas pueden en realidad subdividirse en dos grupos, que solo tienen un correlato parcial con la forma de clasificarlas que se utiliza en un contexto legal.
  • En unos casos, la muerte es el resultado de una búsqueda intencional por parte del asesino.

  • En otros casos, aunque la intención sea matar, la situación es el resultado de un enfrentamiento en caliente.

De algún modo, la distinción entre muertes en frío y muertes en caliente muestra el hecho de que mientras las segundas nos están hablando de homicidios o asesinatos realizados como parte final de un proceso de enfrentamiento violento, las primeras son el resultado de un plan premeditado de asesinato. Una interpretación habitual es que los factores sociales, y especialmente los situacionales, tienen un peso específico muy fuerte en las características, los modos y los ritmos de las muertes en caliente, pero no lo tienen tanto en el caso de las muertes en frío.
Como ya se ha dicho, una proporción muy elevada de homicidios es cometida por hombres jóvenes, entre los 18 y los 25 años de edad. Este patrón es consistente y estable y lo encontramos no solamente a lo largo del tiempo, sino también de un modo muy similar entre distintos países. Si observamos la tabla 1, veremos cómo en dos sociedades distinguidas por tasas de homicidios radicalmente opuestas, la distribución por edad es sin embargo prácticamente idéntica. La evolución de los homicidios cometidos por jóvenes y por mayores no sigue, además, el mismo ritmo. Mientras que los homicidios cometidos por jóvenes aumentaron al parecer entre 1975 y 1995 para descender después, los cometidos por mayores han disminuido de un modo consistente desde principios de los 90 (Lester, 2000).
Es interesante observar que las víctimas están relacionadas con el sexo del atacante. Mientras que los agresores hombres tienden a asesinar a otros hombres, las mujeres tienden a matar a personas del sexo opuesto (Thio, 2003, pág. 186).
Entre los factores de fondo, se da además la circunstancia de que hay un patrón consistente por el que los que cometen asesinatos y homicidios tienden a tener una extracción social baja. Aunque no tenemos buenos datos para Europa, se sabe que el 90% de los homicidios cometidos en Estados Unidos tienen por culpable a un trabajador de poca o ninguna cualificación o a un desempleado (Parker y Rebhun, 1995). Hay que destacar que, por lo que sabemos, este patrón se repite también en otras sociedades, aunque es de esperar que la presencia de instituciones de bienestar, además de disminuir las tasas globales de homicidios afecte más a la posibilidad de este tipo de muertes violentas que a las que tienen lugar de un modo más frío. Los homicidios se hacen además más frecuentes allí donde se acumulan focos de pobreza. La presencia de otras variables se explica en gran medida por esta relación con el estatus social: los miembros de determinadas minorías (como los afroamericanos en Estados Unidos) son más proclives a verse envueltos en este tipo de sucesos que los de otras.
Se debe destacar una última característica de las muertes violentas en nuestras sociedades. La gran mayoría tienen lugar en el contexto de una relación cercana. En un patrón que es común en Europa y en los Estados Unidos, alrededor del 50% de las víctimas mueren a manos de un conocido o un amigo, un 25% a manos de un familiar y otro 25% a manos de un extraño (Thio, 2003, pág. 196). Al menos tres de cada cuatro muertes violentas ocurren en el seno de una relación social cercana. Las variaciones entre países se refieren sobre todo a la última cifra, que es más elevada allí donde los índices de inseguridad son más altos.

2.4.Asesinatos seriales y de masas

En la categoría de los asesinatos de masas y seriales nos encontramos, en realidad, una miscelánea de fenómenos que son difíciles de incorporar en un esquema único. Por una parte, el término asesinato de masas tiene una connotación histórica que lo liga a fenómenos como el genocidio, más conectados con la violencia colectiva. Por otra parte, el análisis de los asesinos seriales ha sido poco desarrollado desde el punto de vista de la sociología. Por último, los fenómenos de asesinatos en grupo explosivos, que parecen un fenómeno típico de las sociedades contemporáneas, están sin embargo bien documentados en la literatura antropológica en sociedades tradicionales.
La terminología sociológica para hablar de estos fenómenos no es estable. Siguiendo el uso común en la criminología norteamericana, usualmente se distingue entre:
  • Asesinato serial (serial murder): Se cometen una serie de asesinatos separados, en momentos del tiempo diferentes.

  • Asesinato masivo (mass murder): Se comete un grupo de asesinatos en un mismo momento y lugar. A menudo se cita la cifra de cuatro muertes como el número mínimo para poder considerar un evento como asesinato masivo, pero esta cifra es en realidad arbitraria.

  • Asesinato relámpago (spree killer): Se comenten varios asesinatos separados por muy poco tiempo en distintos lugares. La definición usual habla de la ausencia de un periodo de enfriamiento entre unos y otros asesinatos, pero no está claro cuánto tiempo implica ese lapso entre las muertes.

Estas distinciones están muy sujetas a controversia. Desde el punto de vista sociológico tienen un interés muy relativo, y en lo que se ha centrado la atención es, ante todo, en la existencia de situaciones socialmente construidas que favorecen de algún modo este tipo de respuesta. Desde este punto de vista, el estudio de los asesinos seriales que podríamos llamar clásicos, interpretables en general en términos psiquiátricos, no ha recibido una atención especial.
Asesinos en serie
El estudio más detallado de carácter sociológico sobre asesinatos en masa, seriales y relámpago es el realizado por Fox y Levin, resumido en el libro The Will to Kill: making Sense of Senseless Murder. A partir de dos pequeñas muestras de 107 y 400 casos, Fox y Levin descubren que hay un patrón común en este tipo de agresores en Estados Unidos. Suelen tener niveles de estudios bajos, estar empleados en trabajos manuales, a pesar de lo cual tienden a ser ingeniosos y habilidosos para mostrarse como amistosos y encantadores. La gran mayoría son hombres (84%) blancos (80%) en los últimos veinte y primeros treinta años de edad. Son más proclives al asesinato de extraños y de personas que presentan una vulnerabilidad: niños, mujeres, enfermos y ancianos. Según estos autores, hay una motivación común en estos casos consistente en un fuerte deseo de poder de carácter sádico. El perfil sociológico, por lo tanto, nos aleja del estereotipo del asesino serial de ficción por antonomasia, Dexter.
Jack Levin y James Fox (1985) llamaron la atención sobre el hecho de que el asesino de masas típico parece:

"extraordinariamente ordinario. Es indistinguible de cualquier otro. De hecho, podría ser el vecino de al lado, un compañero de trabajo o un miembro de la familia".

Una forma de aproximarse a este fenómeno es el hecho de que suele ocurrir en contextos específicos, que son en general causa de un extraordinario estrés para el asesino y que reúnen a mucha gente en un mismo espacio: lugares de trabajo, escuelas y universidades son escenarios habituales. En la misma categoría se deberían reunir los asesinos de sus propias familias. Un escenario relativamente habitual en los asesinatos de masas en el puesto de trabajo es que la intención inicial del asesino es matar solamente al jefe, pero el control se pierde rápidamente y se termina por asesinar a compañeros de trabajo y clientes de un modo aleatorio. Si debemos adelantar un análisis sociológico de estos fenómenos, hay que llamar la atención sobre el hecho de que son muy frecuentes en sociedades con niveles de aislamiento individual muy elevado y con sistemas de atención psiquiátrica y apoyo psicológico y emocional deficientes. Es obviamente más frecuente en sociedades que permiten un acceso más abierto a las armas de fuego. La escasez del fenómeno, no obstante, hace difícil establecer un patrón claro.
En antropología se han documentado varios casos de sociedades en las que, sin ser común, se conoce bien el fenómeno del asesinato de masas.
El ejemplo más clásico es el amok. En la cultura tradicional malaya, un mengamuk o gelap mata es un suceso en el que un hombre armado, que no ha mostrado previamente ningún signo de ansiedad o peligrosidad, comienza a atacar, herir y matar indiscriminadamente a los presentes –personas y animales― en un lugar muy frecuentado, como un mercado o un acto religioso, para terminar muerto por los que se atreven a enfrentarse a él o por su propia mano. El fenómeno se conoce desde antiguo, y es documentado al menos desde el siglo XVIII por los navegantes europeos.
El amok está suficientemente bien documentado como para haber entrado en los catálogos de enfermedades psiquiátricas, y se considera habitualmente un síndrome psiquiátrico de origen cultural.
Las explicaciones del amok no están claras, pero se pueden aventurar varios argumentos:
  • Desde el punto de vista emic, el amok está causado por la presencia de un espíritu del tigre de carácter siniestro (el hantu belian) que posee al protagonista.

  • Dados los resultados, muchos observadores defienden que estos episodios son en realidad suicidios, realizados en el contexto de una cultura fuertemente contraria a la pérdida voluntaria de la vida. El asesino busca una situación en la que, dado que el islam prohíbe terminantemente el suicidio, otros hombres acabarán con su vida por él.

  • Una versión más elaborada de esta explicación sugiere que el amok está fuertemente ligado a una determinada interpretación del honor masculino. El episodio, que acaba en casi todos los casos con la pérdida de la vida por parte del asesino, tiene la función de restablecer el honor perdido por parte del asesino, como hombre que debe ser respetado y, si es necesario, temido. Tiene por lo tanto un papel simbólico en torno a la reputación del propio asesino.

Trastornos psiquiátricos de origen cultural
Se conocen múltiples trastornos psiquiátricos que al parecer son específicos de contextos culturales particulares. El amok malayo y el grisi siknis de los misquitos son variantes homicidas de comportamientos y trastornos en la percepción de la realidad que se han documentado en otros contextos: el bits indio, el chakore de los indígenas panameños, el koro de muchos hombres asiáticos, el latah entre las mujeres del sureste asiático, el mal de pelea de puerto rico o el pibloktoq o histeria ártica de los inuit. También existen en las sociedades avanzadas: la bulimia y la anorexia nerviosa son trastornos compulsivos culturalmente específicos de los occidentales, mientras que un tipo de fobia social aguda conocida como tjs (taijin kyofusho o miedo a las relaciones personales), que conduce al hikkikomori, es sorprendentemente frecuente en Japón.
Este tipo de fenómenos se encuentra también en otros contextos culturales.
Básicamente, el mismo fenómeno se conocía en las Filipinas españolas con el nombre de juramentados. En las comunidades remotas de los indígenas misquitos, en Centroamérica, se viven en ocasiones episodios en los que un hombre aterroriza a toda la comunidad entrando en un estado de trance y atacando a cualquiera que se acerque con un machete. Los vecinos se encierran en sus casas hasta que pase el episodio, que puede durar más de un día. En este caso encontramos una variante femenina, el grisi siknis, en el que las víctimas –usualmente mujeres muy jóvenes o adolescentes– creen estar asediadas por demonios que les pegan y someten a vejaciones de carácter sexual, y que suelen terminar en episodios de violencia indiscriminada en los que la víctima puede atacar a cualquier persona cercana, confundiéndola con un ser demoniaco.

3.Violencia sexual

La segunda gran categoría de violencia es la que afecta a la integridad sexual de las víctimas o supone una agresión con intenciones sexuales. Debe quedar claro que la motivación inicial no tiene por qué ser únicamente sexual, sino que a menudo aparece en el contexto de un acto de representación de la dominación por parte del agresor o de cohesión de grupo por los agresores. En este texto, y dado que ya existe una asignatura dedicada específicamente al tema desde un punto de vista legal y psicológico, vamos enfocarlo únicamente desde el punto de vista de una sociología de la violencia. No nos interesan tanto los aspectos más criminológicos como los sociológicos del entorno.
Al hablar de la violencia sexual, el estudiante debe olvidar la idea de que las violaciones y otros actos de agresión forman parte del espectro del comportamiento sexual en algún sentido.
Son básicamente actos de violencia en los que se manifiesta una intención primaria de dominación, y no relaciones sexuales en un sentido común del término.

3.1.Incidencia, tipos y patrones de la violación

Del mismo modo que ocurre con otros fenómenos que tienen un carácter criminal, las estadísticas de violación presentan la dificultad de surgir del sistema judicial, lo cual plantea el mismo problema que en otros casos en los que la fuente inicial es una denuncia ante la policía. Dado que la primera decisión a la que se enfrenta la víctima es si denunciar o no denunciar, y dado que los sistemas judiciales de distintos países responden de un modo diferente ante las agresiones sexuales, es difícil creer que los datos comparados de violaciones y otras agresiones sexuales estén reflejando la realidad por completo. Al menos por dos razones:
  • El nivel de ocultamiento por parte de la víctima es muy elevado.

  • En ocasiones, la frontera psicológica entre una violación y otras agresiones sexuales es confusa –tanto para la víctima como para el agresor.

Además, bajo la etiqueta de agresiones sexuales se incorporan sucesos que tienen naturaleza muy diferente unos de otros.
Dicho esto, existen grandes diferencias en las estimaciones de la extensión del número de violaciones según las estadísticas oficiales y según las fuentes basadas en estudios victimológicos.
A partir de los primeros, Naciones Unidas estima que el número anual de violaciones denunciadas y registradas por la policía en todo el mundo alcanza los 250.000 casos. (ONU, 2003)
Las diferencias en la incidencia de la violación entre países son muy elevadas. No obstante, la presión cultural, la confianza en la policía y las definiciones legales de lo que es y no es una violación son tan grandes que las comparaciones son prácticamente imposibles.
  • En algunos países, la información estadística es de calidad, aunque se puede suponer que la proporción de violaciones no reportadas sea elevada. Es habitual que los datos incluyan distintos tipos de agresión sexual. En los Estados Unidos se calcula una cifra cercana a las 200.000 agresiones sexuales anuales, en el Reino Unido las cifras oscilan entre los 15.000 y los 85.000 casos, mientras que en Francia está estabilizada en torno a las 10.000 violaciones anuales. Los países con sistemas judiciales más vigilantes, poblaciones más concienciadas y leyes más proclives a una definición rigurosa de la agresión sexual tienen cifras más elevadas. Así, Suecia, que tiene una población de nueve millones y medio de habitantes, da una cifra de violaciones de casi 5.000 casos anuales, el doble de casos que en España con una población estable casi cinco veces mayor y una población circulante de treinta millones de personas. (ONU, 2003)

  • Los estudios basados en datos a partir de encuestas de victimización, por su parte, dan cifras muy diferentes, en algunos casos sorprendentes. El informe de Robert Michael y asociados, de 1994, afirma que un 22% de las mujeres norteamericanas entre las edades de 18 y 59 años afirman haber sido forzadas a tener sexo en alguna ocasión, lo cual es la cifra más alta publicada. Otros informes de distintos países hablan de una cifra cercana a una de cada diez mujeres a lo largo de sus vidas (Russell y Bolen, 2000). Un informe británico afirmaba que una de cada tres adolescentes entre los 13 y los 18 años sufría algún tipo de violencia sexual (Opinion Matters, 2010). Las pocas cifras ofrecidas por estudios de victimización en países en vías de desarrollo dan cifras aún más altas (Russel y Bolen, 2000, pág. 26).

Al leer estas cifras hay que analizar con precaución varios puntos:
  • Las estadísticas oficiales dan cifras muy bajas. La subrepresentación es segura prácticamente en todos los países, pero como las respuestas institucionales ante las agresiones sexuales no son iguales, no hay un patrón claro.

  • Las cifras basadas en encuestas de victimización son muy elevadas, ya que usualmente incluyen muy diversos tipos de agresión sexual. Estas cifras no nos están hablando en absoluto de asaltos por parte de un desconocido, pero son un indicador de los niveles de presión y exigencia sexual por parte de los hombres.

  • En muchos casos, los expertos, los especialistas de apoyo y las leyes consideran como agresiones sexuales relaciones que las propias víctimas no considerarían como tales. Esto dificulta enormemente el cómputo y la atención.

En la confusión de las cifras oficiales, la conclusión más clara que se puede extraer es que la probabilidad de que una agresión sexual se denuncie ante la policía está ligada con el hecho de que el agresor sea un extraño (Thio, 2003, pág. 208)
Una regularidad que confirman diversas fuentes es que hay una mayoría de violaciones cometidas por agresores que son cercanos a la víctima. Michael y sus colaboradores estimaban que el agresor era el marido (o raramente la esposa) en un 9% de los casos, una persona de la que la víctima estaba enamorada en un 46% de los casos, alguien a quien conocía bien en un 22% y un conocido en otro 19%. El departamento de justicia norteamericano calcula que la pareja actual o pasada es el agresor en un 26% de los casos, y un amigo o conocido en un 36% (Greenfeld, 1997).
El informe Amir
Menachem Amir publicó en 1971 un informe basado en el análisis de los registros policiales de 646 casos de violación denunciados en la ciudad de Filadelfia entre 1958 y 1960, que constituyó en su momento el primer trabajo serio realizado sobre el contexto social y criminológico en el que ocurrían las violaciones. Amir descubrió que en la ciudad de Filadelfia, que tiene tradicionalmente una amplia comunidad afroamericana, las violaciones eran en un 95% intrarraciales: rara vez un agresor blanco atacaba a una víctima negra y viceversa. La mayoría de los agresores tenía además un estatus social bajo, y alrededor de la mitad tenía un registro policial de arrestos previos. La edad media de los agresores se encontraba en los 23 años, pero los agresores más frecuentes tenían entre 15 y 19 años. Amir encontró una relación inversa entre la edad de los agresores y la de las víctimas: cuanto mayor era el o los agresores, más joven era la víctima (Kanin, 1984). Amir defendió que había dos tipos de violadores: los criminales y los psiquiátricos.
Entre otros patrones criminológicos, Amir describió un patrón temporal claro en las agresiones sexuales: la mayor parte tenía lugar en los fines de semana, entre las ocho de la tarde y las dos de la mañana. Alrededor del 70% de las violaciones que estudió habían sido planificadas de una u otra manera. Uno de los puntos más controvertidos del informe Amir, por el que ha sido muy criticado, es que los registros policiales de la época indican precipitación victimal en alrededor de un 16% de los casos, información que no se puso en duda en la confección del informe.
Algunas situaciones de la violación exigen un análisis específico. Las violaciones en grupo son más frecuentes en atacantes adolescentes o muy jóvenes. En el informe Amir, en el cual probablemente estaban muy infrarrepresentados los ataques por personas cercanas a la víctima, un 43% de los casos reportados eran violaciones en grupo. Es frecuente que se trate de grupos de jóvenes de extracción social baja, pertenecientes a bandas o ligados por lazos muy cercanos. Este patrón se rompe en el fenómeno que es conocido como violaciones de campus, poco frecuente en Europa.
En la actualidad, se suele argumentar que los participantes en violaciones en grupo están cumpliendo una exigencia grupal antes que ningún tipo de deseo sexual (Groth y Birnbaum, 1979). La presión del grupo de iguales para demostrar que su hombría y su sentido de pertenencia son equivalentes al estándar exigido por el grupo puede llevarles a participar en ello.

4.Violencia autoinfligida: el suicidio

De acuerdo con las estadísticas oficiales, las cifras globales de suicidio han aumentado en un 60% en los últimos cincuenta años (Hawton y Van Heerigen, 2009). Sin embargo, el estudiante debe ser escéptico con esta cifra, ya que puede estar señalando una mejora general en la forma de consignar y calcular la extensión del suicidio más que una expansión real del fenómeno. Esto es una muestra de un problema generalizado en los estudios de suicidio: dado que la forma de calcular su incidencia pasa por un procedimiento de carácter médico, forense y judicial, hay una tendencia generalizada a la subestimación de las cifras de suicidio. Siempre ha existido la sospecha, además, de que algunas diferencias en la incidencia del suicidio eran el resultado de diferencias en la capacidad de registro administrativo de este y en el nivel de ocultamiento de los casos de suicidio por parte del entorno social de la víctima. Las cifras de suicidio pueden estar muy sometidas a regulación cultural, como demuestran las bajas cifras –prácticamente inverosímiles– de algunos países islámicos.
Se suele calcular que por cada suicidio que efectivamente tiene éxito, cerca de veinte se quedan en intentos (OMS, 2008). Desde cierto punto de vista, cuando examinamos el suicidio estamos viendo la punta del iceberg del fenómeno de la violencia autoinfligida. Si la relación de intentos de suicidio a suicidios efectivos es de veinte a uno, ¿cuál es la frecuencia de las ideaciones suicidas o del desarrollo de planes más o menos elaborados?
Cuando analizamos un proceso tan complejo como este, debemos tener en cuenta dos ideas:
  • Como fenómeno social, es un proceso que tiene varias fases, y que de hecho se manifiesta en forma de intentos del mismo modo que de suicidios efectivos. Ideaciones, avisos, intentos y suicidios efectivos son facetas o pasos del mismo proceso.

  • Aunque solemos ligar el suicidio con situaciones de depresión y por lo tanto con trastornos psiquiátricos, ni la diversidad social de las formas de suicidio ni muchas de las sutilezas que veremos pueden explicarse por completo en el contexto del desarrollo de una enfermedad mental. Cabría preguntarse, por otra parte, hasta qué punto no debemos incluir determinadas formas de respuestas a la depresión entre los pasos del proceso suicida.

  • Por otra parte, y sin negar el papel de distintos tipos de depresión en el proceso suicida, los suicidios tienden a mostrar otros patrones no relacionados con la enfermedad, sino con el contexto -como la ausencia de apoyo social-, que explican por qué unos casos terminan en suicidio y otros no. Como decíamos más arriba al hablar de otras formas de violencia, la depresión podría ser una condición necesaria, pero no suficiente. Más adelante veremos que, en algunos casos, no es ni siquiera necesaria.

4.1.Variedades y epidemiología

Si examinamos la cadena del proceso del suicidio encontramos que:
  • Las cifras y estadísticas oficiales nos señalan solamente una parte de los suicidios efectivos, y probablemente la parte no computada cambia de unas sociedades a otras y con el tiempo.

  • Los suicidios efectivos son una proporción de no más del 5% de los intentos de suicidio.

  • Los intentos de suicidio no se realizan todos con la intención efectiva de encontrar la muerte. De acuerdo con los estudios basados en entrevistas a supervivientes, una proporción considerable de ellos son intentos de pedir o recuperar la atención de otros, sean personas concretas o no (Bettridge y Fabreau, 1995). Se deben interpretar en gran medida como peticiones de ayuda.

  • No todos los métodos de suicidio son igualmente eficaces, y esto explica algunas variaciones importantes en las tasas de suicidio, como por ejemplo las diferencias entre hombres y mujeres.

  • Se ha detectado una tendencia de los suicidas menos convencidos ―los que en el fondo desearían no hacerlo― a utilizar métodos menos eficaces (Peck, 1984).

  • Alrededor del 60% de los suicidios los comete una persona que ha realizado un intento previo (Hendin, 1995).

  • No todos los suicidas avisan, ni mucho menos. Se podría pensar en una tipología de comportamiento suicida típica del que no avisa ni da señales previas, y utiliza un método muy efectivo de suicidio. Los distintos estudios dan proporciones de suicidios con aviso previo de entre un 14% y un 53% (Bettridge y Fabreau, 1995).

Todo esto quiere decir que probablemente los suicidas más efectivos no avisan y en muchos casos no hacen intentos previos. Se puede pensar que estos suicidios son el resultado de una decisión calculada. En muchos otros casos el suicidio forma parte de un despliegue de señales de desesperación más complejo. El fenómeno es, no obstante, demasiado multifacético como para estereotipar las respuestas. Esta idea del suicidio calculado entronca con lo que se ha venido a denominar suicidio racional, es decir, la determinación de terminar con la propia vida después de una consideración sosegada de los pros y los contras de esa decisión. Como se puede entender, el suicidio racional es antes un estado teórico de cosas que una tipología. Dado que las estimaciones de los epidemiólogos cifran el número de suicidas que presentan algún tipo de rasgo depresivo en entre un 85% y un 98% ―y por lo tanto pensamientos y percepciones sesgadas de la realidad― (Hawton y Heerigen, 2009), es difícil mantener la idea de la racionalidad de la decisión, en la medida en la que una decisión racional esté basada en un examen objetivo de las cosas.
Se suele considerar por lo tanto que hay cuatro tipos de fenómenos relacionados con el suicidio:
1) Ideaciones suicidas. Son pensamientos repetitivos e intrusivos sobre la propia muerte y sobre su realización; reflexiones sobre la forma de morir deseable y la manera de provocarla; imaginaciones sobre la respuesta del entorno, y sobre la situación, las circunstancias, y los medios utilizados. Muy habitualmente están ligadas a ciclos depresivos, o más exactamente: las ideaciones suicidas pueden considerarse como un síntoma depresivo claro. Se puede distinguir como se hace en psiquiatría entre el deseo inespecífico de morir, la representación suicida (es decir, imágenes mentales de la propia muerte por suicidio), y las ideas suicidas con o sin método, planificadas o no.
2) Amenazas de suicidio. Las amenazas se interpretan en algunos casos como una señal de que la persona que avisa tiene más intención de vivir que de morir. En un contexto clínico, no obstante, se toman muy en serio y provocan una respuesta inmediata por parte de los dispositivos de intervención. Como las amenazas tienen a menudo un carácter muy informal, su investigación es difícil, y no es posible calcular qué proporción de ellas se llevan a cabo (Stephens, 1995; Lester, 1988).
3) Intentos de suicidio. Lo que usualmente contemplamos como intentos de suicidio cae básicamente en dos categorías, que no siempre son fáciles de distinguir. Por una parte están los que extienden las amenazas de suicidio hasta la realización de un intento real, a menudo con medios que no aseguran en absoluto el resultado buscado ―una dosis insuficiente de píldoras o una petición de ayuda después de la autoagresión. En algún sentido, se trata de una peligrosa dramatización de la petición de ayuda. Por otra parte, están los fallos reales en intentos realizados con poca pericia, o en los que la intervención inmediata de una tercera persona salva la situación. Una muestra de hasta qué punto los intentos de suicidio son en parte un fenómeno diferente de los suicidios consumados es el hecho de que los perfiles de los que lo intentan son distintos de los perfiles de los que lo consiguen. Son con más frecuencia mujeres que hombres, son más bien jóvenes que mayores, tienden a ser de clases más humildes que de clases altas. En los suicidios consumados encontramos en general los perfiles inversos. Los intentos están con frecuencia ligados a trastornos depresivos o psicóticos, y muy claramente al consumo de drogas (O'Boyle y Brandon, 1998).
4) Suicidios efectivos. Desde el punto de vista en el que lo estamos tratando aquí, comprenden en realidad una serie de tipos mixtos. Por una parte, incluye a los que amenazan y no consiguen lo que quieren. Por otra, a los que lo intentan y no son rescatados a tiempo, y, en fin, los que estaban más determinados a morir.
Diversas investigaciones han centrado la atención en el análisis de las cartas de despedida dejadas por los que deciden quitarse la vida, en busca de un patrón psicológico o relacional común (Wartik, 1995; Folse y Peck, 1995; Firth, 1961). Quizá lo más interesante de estos trabajos es precisamente que han encontrado una variedad de emociones expresadas en las cartas de despedida:
  • Depresión mayor, con una huida de las actividades rutinarias, típica por otra parte de los cuadros depresivos.

  • Sentimiento de culpa por haber defraudado y búsqueda de perdón, especialmente de las personas queridas que se dejan atrás.

  • Enfado y resentimiento hacia otros.

  • Enfado hacia uno mismo, por ejemplo, tras haber matado a otra persona o haber supuestamente defraudado a las personas cercanas.

  • Magnanimidad hacia el mundo que se deja atrás, perdonando a los que les han hecho daño, dejando el cuerpo para la ciencia, donando los bienes.

  • Emociones de carácter surrealista, en los que se pierde el contacto con la realidad por experiencias alucinatorias o delirios, en ocasiones derivados del método elegido para darse muerte.

Al examinar la epidemiología del suicidio debemos recordar que esta se centra en tan solo uno de los aspectos del suicidio, que es el de aquellos casos que terminan en la muerte definitiva de la víctima. Esto puede ser muy relevante si, como hemos visto en la sección anterior, distintas manifestaciones del proceso suicida tienen una distribución social muy diferente. Así lo hemos visto, por ejemplo, en el contraste entre intentos y suicidios actuales.
Por otra parte, las últimas décadas han visto cambios de importancia en la prevalencia y distribución del suicidio. Aunque tradicionalmente el grupo de más riesgo ha sido el de los hombres mayores, en las últimas décadas han ido siendo sustituidos por hombres jóvenes, hasta el punto de que en algunos países en vías de desarrollo han pasado ya a ser el grupo de mayor riesgo relativo. Por otra parte, algunos autores defienden que en los países ricos la multiplicación en el uso de antidepresivos suaves, los llamados de segunda generación, que actúan en la recaptación de los neurotransmisores relacionados con la depresión (serotonina, dopamina y noradrenalina), ha provocado de hecho un descenso del número final de suicidios.
Tabla 2. Tasas de suicidios de hombres y mujeres en distintos países

Puesto

País

Hombres

Mujeres

Total

Año

1

Corea del sur

41.4

21.0

31.2

2010

2

Lituania

54.3

10.7

30.9

2010

3

Guayana

39.0

13.4

26.4

2006

4

Kazajistán

43.0

9.4

25.6

2008

7

Japón

33.5

14.6

23.8

2011

19

Finlandia

27.2

8.6

17.6

2010

21

Francia

26.4

7.2

16.2

2008

24

Estados Unidos

23.8

7.1

15.2

2009

53

Portugal

13.2

3.4

7.9

2008

58

España

11.9

3.4

7.6

2008

61

Reino Unido

10.9

3.0

6.9

2009

64

Italia

10.0

2.8

6.3

2007

84

Grecia

6.1

1.0

3.5

2009

Las diferencias entre los sexos en las tasas de suicidio son bien conocidas, pero sus causas no lo son tanto. Prácticamente en todas las sociedades los hombres tienen una tasa de suicidios más elevada que las mujeres, y la explicación de esto no es fácil de encontrar.
Una interpretación sociológica de esta diferencia, que ayuda a explicar otras pautas en la tasas de suicidios, es la observación de que la capacidad para quitarse la vida está ligada a la autonomía personal. Tradicionalmente, los hombres debían afrontar la responsabilidad de las situaciones de un modo que no era exigido a las mujeres.
Por lo tanto, cuanto mayor fuera la desigualdad en la asunción de papeles sociales entre los sexos, mayor debía ser la diferencia en la tasa de suicidios entre unos y otras.
Sin embargo, este argumento choca con que, aunque ha sufrido un descenso, la tasa para los hombres sigue siendo en la actualidad mucho más elevada que para las mujeres a pesar de que los niveles de desigualdad de género son mucho más bajos que en el pasado.
Un argumento más prosaico que intenta dar cuenta de esta diferencia se basa en la idea de que los hombres tienden a utilizar métodos más expeditivos a la hora de quitarse la vida, lo cual además explicaría por qué las mujeres están sobrerrepresentadas en los intentos de suicidio, pero no en los suicidios. En general, las mujeres muestran preferencia por el uso de métodos como el envenenamiento o la asfixia por gas. Estos métodos tienen menos efectividad final que los métodos preferidos por los hombres: armas de fuego si están disponibles, precipitación o ahorcamiento.
Como decíamos más arriba, la edad presenta también un patrón claro de asociación con la prevalencia del suicidio, o lo ha presentado hasta las últimas décadas. Tradicionalmente, los hombres mayores eran los que cometían más suicidios. Es una tipología de suicidio ligada sobre todo a la enfermedad y al aislamiento social, que todavía existe. Si se quiere plantear así, gran parte del suicidio tradicional era un suicidio racional ante la perspectiva de una vejez dependiente, solitaria o miserable. Hay no obstante algunos argumentos en contra de esta idea, como el de que muchas más mujeres que hombres afrontan una vejez en solitario, pero sus tasas de suicidio no son de hecho más elevadas (Girand, 1993).
Este modelo ha ido transformándose para grupos sociales específicos en las últimas décadas, y no es uniforme en los países en los que hay minorías. Los hombres afroamericanos tienen tasas de suicidio mucho más bajas en las edades más avanzadas, mientras que las tienen similares en la juventud, de modo que proporcionalmente son más altas (Girand, 1993). Es posible que esto refleje el hecho de que las generaciones mayores, en los Estados Unidos y en otros países que presentan una alta diversidad racial, eran más diferentes entre comunidades étnicas de lo que lo son los jóvenes. Es decir, los jóvenes blancos y negros se parecen mucho más entre sí de lo que se parecían sus abuelos. No obstante, la tasa de suicidios en los Estados Unidos sigue siendo mucho más elevada entre blancos que entre negros.
Tabla 3. Tasa de suicidios por cada 100.000 habitantes, por sexo y edad en España. Año 2010

Ambos sexos

Varones

Mujeres

Todas las edades

6,854

10,873

2,952

Menores de 15 años

0,043

0,084

De 15 a 19 años

1,258

1,925

0,554

De 20 a 24 años

3,645

5,865

1,343

De 25 a 29 años

3,551

5,780

1,237

De 30 a 34 años

5,363

8,511

2,016

De 35 a 39 años

7,210

11,164

3,014

De 40 a 44 años

9,256

13,833

4,528

De 45 a 49 años

8,976

13,762

4,176

De 50 a 54 años

10,180

16,090

4,402

De 55 a 59 años

8,979

13,996

4,184

De 60 a 64 años

9,109

14,401

4,208

De 65 a 69 años

9,665

15,110

4,787

De 70 a 74 años

10,604

17,648

4,769

De 75 a 79 años

13,401

24,212

5,318

De 80 a 84 años

15,032

32,566

3,822

De 85 a 89 años

19,241

44,423

5,851

De 90 a 94 años

18,227

51,136

4,903

De 95 años y más

12,274

33,058

5,43

Además de las diferencias por sexo y edad, otras tres variables han demostrado tener una influencia notable en las tasas de suicidio:
1) Medio rural y urbano. Tradicionalmente, las tasas de suicidio eran más elevadas en el medio urbano que en el medio rural, y se han desarrollado gran cantidad de explicaciones a esta relación que es consistente y estable.
  • Las ciudades son medios que aíslan mucho más a las personas, que pierden contacto con los valores y las comunidades tradicionales, que a su vez ejercen una labor de vigilancia y control social intermedio, y en el caso de la regulación del suicidio, de apoyo emocional.

  • Las ciudades son asimismo medios sociales más complejos: normas sociales conflictivas y estilos de vida cambiantes tienen la capacidad para debilitar los lazos con otras personas.

  • Además de todo esto, las condiciones de vida de los migrantes desde el campo eran a menudo especialmente duras.

En las últimas décadas, no obstante, se ha visto como la ratio entre suicidios urbanos y rurales se iba volviendo favorable a los últimos. Esto puede tener dos tipos de explicaciones: que en el medio rural se dan ahora las condiciones para que los suicidios sean más frecuentes (aislamiento, autonomía e individualismo) en relación sobre todo a la escasez de población, o que simplemente el tipo de persona que tiene una mayor propensión al suicidio se encuentre más a menudo en el mundo rural y lo que veamos sea simplemente un efecto de composición, sin relación con las características del hábitat.
Por ejemplo, en las zonas rurales hay más hombres mayores en proporción con otros grupos de edad, que son el primer grupo de riesgo, y en las sociedades multirraciales hay más hombres blancos, que son asimismo un grupo de riesgo más elevado.
2) El estatus social y la riqueza. Al contrario que con otras formas de violencia, se ha argumentado que en el caso del suicidio la relación entre la prevalencia y el bienestar es directa, y no inversa. Efectivamente, las tasas de suicidio tienden a ser más elevadas en países más ricos y en regiones más prósperas dentro de esos países. Además, tanto en el norte como en el sur, las clases medias tienden a tener tasas de suicidio más altas que las clases trabajadoras. Como veremos más adelante, esta relación puede tener que ver con varios factores intervinientes.
  • Uno de importancia es el hecho de que los niveles de autonomía personal aumentan con el bienestar.

  • Otro es el hecho de que las clases medias y acomodadas tienden a basar sus relaciones sociales en modelos de capital social quizá más provechosos pero menos basados en la seguridad psicológica que ofrecen los lazos comunitarios tradicionales.

3) Religión y religiosidad. Desde que Emile Durkheim (1897) descubrió que los protestantes europeos tenían tasas de suicidio más elevadas que los católicos, la religión ha sido uno de los factores más estudiados en relación con la sociología del suicidio. Pronto la sociología norteamericana extendió la comparación entre protestantes y católicos a otras comunidades religiosas y a comparaciones entre distintas tradiciones protestantes. En la actualidad, se sigue considerando que los cristianos de origen protestante tienden a tener tasas de suicidio más elevadas que los católicos, que a su vez las tienen más elevadas que los judíos, que a su vez las tienen más altas en general que los musulmanes. Si se dejan otros factores fijos, las religiones que no contienen fuertes prohibiciones explícitas contra el suicidio ―aunque lo desaprueben― tienen tasas de suicidio más elevadas: así ocurre con confucianos, budistas e hinduistas en los contextos en los que conviven con otras religiones (Ibrahim, 1995).
Aunque la explicación tradicional de esta relación se va a discutir más adelante, una forma de mirar esta información de un modo más escéptico es fijarse en el hecho de que no es tanto el contenido de la religión lo que está asociado a distintos niveles de tendencia al suicidio, sino los niveles de implicación en la religión de cada uno. Desde este punto de vista, lo que explicaría las diferencias entre católicos y protestantes, por poner un ejemplo, sería no tanto el hecho de que los protestantes crean en la doctrina de la predestinación mientras los católicos crean en la salvación de los pecados en la tierra por la confesión, sino que el número de practicantes activos e implicados en las comunidades católicas tiende a ser más alto que en las comunidades protestantes. El riesgo de suicidio dado un nivel de religiosidad equivalente es similar. Si esto es así, las diferencias entre religiones en la inclinación al suicidio reflejan, ante todo, diferencias en los niveles de práctica e implicación comunitaria con las redes sociales centradas en parroquias, mezquitas y sinagogas.

4.2.Teorías del suicidio

Entre los especialistas clínicos ―psiquiatras y psicólogos, y otros profesionales de la terapia― se tiende a ver el suicidio básicamente como un riesgo derivado de la depresión. Sin embargo, y sin descontar que los estados depresivos son un elemento necesario en el inicio del camino del suicidio, no hay razones para suponer que las distribuciones en distintos grupos sociales de las tasas de suicidio tengan una asignación similar a las de la depresión. Es decir, aunque los cuadros depresivos sean el trasfondo habitualmente del suicidio, su distribución no se explica por razones médicas o psiquiátricas. No hay razón para suponer que los protestantes son más depresivos que los católicos, o los hombres mayores de clase media más que las mujeres jóvenes. Al margen de la epidemiología de la depresión, el hecho de que unos tipos de personas se acerquen al suicidio con más frecuencia que otras nos sugiere que hay alguna característica del tipo, antes que de la persona, que nos explica su propensión al suicidio. Este es el argumento que se ha utilizado habitualmente en los estudios sociológicos del suicidio.
Uno de los textos fundacionales de la sociología, El suicidio de Émile Durkheim (1897) trata precisamente sobre este asunto. El suicidio se ha puesto a menudo como ejemplo de desarrollo de un argumento metodológico en la construcción de explicaciones comparadas en sociología, aunque probablemente no pasaría un examen metodológico mínimo en la actualidad, ya que comete algunos fallos que se han teorizado posteriormente. Aunque es un texto de cierta complicación, con inconsistencias y ambigüedades, Durkheim muestra en realidad un esquema relativamente claro de las bases sociales del suicidio. Desde su punto de vista, hay dos grandes causas del suicidio: la integración y la regulación social.
  • La integración social es el modo como se relacionan los individuos al grupo o colectividad a la que pertenecen. Tiene un aspecto de voluntariedad, en el sentido de que se aparece en general como deseable para las personas.

  • La regulación social es el modo como la sociedad restringe y dirige el comportamiento de los individuos. Es por lo tanto equivalente a lo que hemos venido denominando aquí “control social”.

La regulación y la integración a los que está sometida una persona varían dentro de una sociedad, del mismo modo en el que varían las sociedades entre sí en sus niveles globales de integración y de regulación. Hay sociedades más integradas y más reguladas que otras.
Pues bien, de acuerdo con Durkheim, la propensión a cometer suicidio está relacionada con las experiencias de los extremos de las escalas de integración y de regulación.
Un exceso de integración, al igual que una carencia de esta, da lugar a tipos de suicidio específicos. Otro tanto ocurre con un nivel de regulación social inadecuado o excesivo.
De este modo, Durkheim defiende la necesidad de distinguir entre cuatro tipos diferentes de suicidio:
1)Suicidio egoísta. Cuando los niveles de integración social son inadecuados. En comparación con las personas casadas, los solteros están sujetos a niveles de integración social más bajos, por lo que su diferencial en tasa de suicidio con respecto a los primeros podría explicarse en términos de la carencia de apoyo emocional derivado de los lazos que los integran en la comunidad
2) Suicidio altruista. Cuando los niveles de integración social son excesivos. Los miembros de una unidad de élite del ejército o de un grupo terrorista, o los miembros de una secta, están mucho más dispuestos a sacrificar sus vidas por los demás o a darlas a petición del grupo o de su líder, si efectivamente participan de una fuerte cultura de grupo de la que se sigue una integración total en el grupo o la organización. Es esta integración la que hace posible el suicidio altruista
3) Suicidio anómico. Cuando los niveles de regulación social son insuficientes. Este es probablemente el argumento más sutil de Durkheim. Los niveles de autonomía personal ―es decir, de desregulación del comportamiento de los individuos― estaban aumentando en tiempos de Durkheim. Aunque el propio Durkheim no era ni mucho menos un conservador, él veía esto como un problema desde el punto de vista de la capacidad de la sociedad para coordinarse e integrarse. Una de sus consecuencias era el hecho de que las personas sometidas a poca regulación social (anómicas) se exponen a un nivel de frustración más elevado cuando encuentran que sus expectativas no se hacen realidad. Además, tienen menos restricciones para quitarse la vida una vez tomada la decisión.
4) Suicidio fatalista. Cuando los niveles de regulación son excesivos. Un exceso de regulación de la vida personal provoca, según Durkheim, desesperanza y fatalismo. En el mundo antiguo, los esclavos eran más proclives a cometer suicidio fatalista ya que "su futuro estaba implacablemente bloqueado y las pasiones violentamente reprimidas por una disciplina opresiva" (Durkheim, 1897).
En los años cincuenta, Andrew Henry y James Short (1954) desarrollaron una versión actualizada de la teoría durkheimiana del suicidio. Según estos autores, la autoagresión está ligada a tres tipos de factores: sociológicos, psicológicos y económicos.
1) El factor sociológico tiene dos elementos: Un sistema relacional débil y unas restricciones externas débiles. El primer término se refiere a la carencia de una implicación personal y emocional con otros, lo cual es más o menos equivalente a la idea de Durkheim de una integración social inadecuada. El aislamiento social de cualquier tipo es, por lo tanto, un factor que favorece el suicidio, como efectivamente han mostrado los estudios empíricos. El segundo término también es equivalente a la anomia durkheimiana o a una regulación social inadecuada. Así, personas de estatus más alto que tienen un nivel de restricción del comportamiento externo más elevado tienden a responsabilizarse a sí mismos de sus propios actos, lo cual explica parte de los patrones del suicidio conocidos en la época.
2) Con respecto a los factores psicológicos, Henry y Short sugieren que un superego fuerte, resultado de la internalización de una disciplina paterna dura y exigente, produce autoexigencia y una alta tendencia psicológica al suicidio. En esas condiciones, los individuos tienden a mostrar una fuerte tendencia a responsabilizarse a sí mismos de las dificultades de su vida. Si se culpan a sí mismos en vez de a otros, serán más proclives a matarse a sí mismos, ―en vez de a otros.
3) Con respecto a los factores económicos, defienden que en tiempos de prosperidad desciende la tasa de suicidios mientras que aumenta en tiempos de depresión. Aunque las épocas de mala economía son frustrantes para todos, lo son en mayor medida para personas de alto estatus, ya que su pérdida de posición es más clara y dolorosa. Como mostramos en el cuadro, es posible que este sea el punto más débil del argumento de Henry y Short.
Estos tres factores se combinan en torno al concepto de estatus, en un estilo de razonamiento sociológico muy típico de los años cincuenta.
Las personas de estatus más alto tienden a tener un sistema relacional más débil, restricciones externas más endebles, fuertes superegos, y son más sensibles a las depresiones económicas.
Todo esto favorece su propensión a tener una tasa de suicidios marcadamente más elevada. Alguna literatura tiende a confirmar estos argumentos (Lester, 2000).

Resumen

Las formas de la violencia son mucho más amplias que lo que supone el puro enfrentamiento físico entre dos partes (la pelea).
  • Según su tipo, puede ser física, pero también sexual, psicológica o de privación.

  • Según a quién esté orientada, puede ser autoinfligida, interpersonal o colectiva.

Hay debates de carácter general en torno a la violencia. Llamamos la atención sobre dos de ellos:
  • El de la naturaleza frente a la cultura.

  • El de la importancia del trasfondo social frente a la situación.

El trabajo de la biología y la psicología gira en torno al concepto de agresión. Para algunos autores, la capacidad de agresión presenta ventajas adaptativas para el agresor. Hay mecanismos biológicos específicos ligados a los comportamientos de agresión.
  • Cannon hablaba de un mecanismo psicobiológico de lucha-o-huida.

  • En psicología, se han explorado los mecanismos de desplazamiento de la frustración como fuente de la agresividad.

  • La psicología evolucionista defiende que es el resultado de una selección hacia la dominación reproductiva.

Hay sociedades más violentas que otras, pero cuanto mayor es la capacidad técnica para causar daño, la tendencia a la violencia decrece.
Probablemente nuestras sociedades son las menos violentas de la historia, y esto tiene que ver con el proceso de modernización. Un autor muy conocido que ha sostenido esta idea es Norbert Elias.
En la actualidad, las sociedades con índices de muertes violentas más elevadas están asociadas a dos factores: procesos de urbanización desordenados y disponibilidad de armas de fuego.
Se produce una muerte por entre cada veinte y cuarenta situaciones violentas.
Al analizar los homicidios, es importante la distinción entre muertes en frío y muertes en caliente. Las primeras son estables y no presentan grandes diferencias entre sociedades ni variaciones estacionales. Las segundas cambian de unas sociedades a otras, a lo largo del año, y con un ritmo semanal.
Aunque los niveles de violencia varían mucho de unas sociedades a otras, la distribución por edad y sexo de los autores es prácticamente idéntica entre ellas.
Las muertes violentas están asociadas a relaciones cercanas y a un estatus social bajo.
Los trastornos psiquiátricos y las respuestas que disparan las muertes en grupo podrían tener un origen cultural.
Las cifras sobre violaciones varían mucho de unos países a otros, pero gran parte de esa variación se debe a una opinión pública más cuidadosa y a leyes con definiciones más rigurosas de lo que es una agresión sexual. Los niveles de ocultamiento son todavía muy elevados.
La probabilidad de que se denuncie una agresión sexual está ligada a la cercanía del agresor a la víctima.
El suicidio es un tema clásico en la sociología de la desviación. Aunque la mayor parte de los suicidios estén ligados a un trastorno (normalmente depresión), las variaciones entre sociedades son muy grandes.
En el análisis del suicidio se deben incluir tres niveles distintos, que en gran medida forman parte del mismo proceso:
  • Las ideaciones suicidas

  • Los intentos

  • Los suicidios efectivos

Hay una gran diferencia entre hombres y mujeres en las tasas de suicidio. La explicación estándar de esta diferencia es que los hombres utilizan métodos más efectivos. Esto se ve apoyado en el hecho de que las mujeres son mayoritarias en los intentos de suicidio.
Hay diversos factores que se sabe que afectan a las tasas de suicidio, aparte del sexo: el medio, el estatus social, la religiosidad y la religión.
El análisis clásico del suicidio en sociología lo realizó Emile Durkheim ya en 1897. Durkheim hablaba de cuatro tipos, que son combinación de los niveles de integración social y de los niveles de regulación: el anómico, el altruista, el egoísta y el fatalista.

Actividades

1. Después de leer este tema, ¿pensáis que la inclinación a la violencia es natural en la especie humana?
2. ¿Qué explicación tenéis para que la mayor parte de los actos violentos los cometan hombres jóvenes, entre los 16 y los 24 años de edad?
3. ¿Consideraríais como violencia sexual una situación en la que se llega al abuso por medio de la coacción psicológica, sin amenazas de tipo físico?
4. Una de las razones por las que el informe Amir fue muy criticado fue que afirmaba que en el 16% de los casos había algún tipo de precipitación victimal ¿Pensáis que esto es un mito sexista, u os parece verosímil la estimación de Amir?
5. El esquema sobre el suicidio de Henry y Short parece muy completo. ¿Creéis que se podría mejorar? ¿Pensáis que alguno de los factores de los que habla es más irrelevante que los demás? ¿Seríais capaces de desarrollar vuestro propio esquema explicativo de los factores de suicidio?
6. Muchas situaciones violentas siguen un guión, al menos desde el punto de vista de que hay dos fases: una de enfrentamiento verbal y muestras de agresividad, y otra de agresión física. ¿Por qué pensáis que ocurre esto? ¿La fase inicial sirve para evitar la agresión física o para promoverla, o creéis que tiene otra función? (Es fácil encontrar en https://www.youtube.com vídeos en los que se muestra un enfrentamiento físico o un conato (buscar “pelea”, “fight” o similar). Buscad algunos y analizadlos desde el punto de vista de la idea de que se está representando una obra de teatro con un guión relativamente abierto).
7. Buscad los cálculos de número de víctimas en las guerras del siglo XX. Veréis que fluctúan. ¿Pensáis que hay algún patrón? (no necesariamente)
8. Buscad las estadísticas de muertes violentas en España y su evolución. Se encuentran en la página web del INE, en el apartado de estadísticas judiciales. El propio Ministerio de Justicia tiene un apartado de estadísticas judiciales sobre homicidios y asesinatos que se puede consultar.
9. El estudio 2.702 del CIS analiza los niveles de victimización, aunque lo hace solo para la Comunidad de Madrid. A partir de los datos que publica el CIS, ¿seríais capaces de dar una cifra de personas que han sido víctimas de un delito violento? ¿Y de mujeres que lo han sido de una agresión sexual de algún tipo?
10. Buscad la serie del número de suicidios en España (es fácil de encontrar, ya que está publicada en varios sitios). ¿Pensáis que hay alguna tendencia clara?

Glosario

comportamiento agonístico m
Comportamiento de un animal en torno a la agresión, en general acompañado de señales y representaciones de la actitud agresiva que sirven para alertar a la parte contraria.
lucha-o-huida f
Estado fisiológico de atención plena disparado ante una situación de peligro. Las “subidas de adrenalina” son solo una de las señales físicas de este estado.
prevalencia f
Proporción de individuos de un grupo que presenta una característica o evento determinado en un momento o periodo dado.
psicología evolucionista f
Escuela de pensamiento que defiende la explicación del comportamiento humano exclusivamente en términos de mecanismos de evolución biológica. Antes llamada sociobiología.
suicidio racional m
Tipo de suicidio en el que se llega a la decisión de quitarse la vida tras un examen pormenorizado de los pros y contras de la decisión.
suicidio altruista m
Suicidio cometido por el bien de otros. Para Durkheim, es el resultado de un exceso de integración social, frente al anómico, que es el resultado de su defecto.

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