La estructura social de la desviación

  • Jaime Rivière

     Jaime Rivière

    Licenciado en Sociología y doctor en Ciencia Política y Sociología por la UNED, donde, además, trabajó durante seis años. Actualmente, es profesor de la Universidad de Salamanca en cuestiones de metodología, estructura social y sociología de la desviación en los grados de Sociología y Ciencia Política y, anteriormente, en el título propio en Criminología. Ha realizado estudios sobre una gama amplia de temas sociales de la actualidad, básicamente en torno al análisis de los procesos de estratificación y movilidad social, así como en el análisis de procesos de modernización, desigualdad y conformación del estado de bienestar en América Latina y Asia. Ha publicado libros sobre cultura económica y fracaso escolar, así como diversos artículos sobre movilidad social y logro educativo en España y desde una perspectiva comparada. En la actualidad trabaja con equipos de Madrid y Barcelona en el análisis de la segregación ocupacional de las mujeres y en el estudio del abandono escolar temprano como proceso de etiquetaje. Ha realizado estancias en Nicaragua, en el Reino Unido y en la Universidad de Stanford (California).

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Introducción

Este módulo se centra en la conexión entre la estructura social y la manera en la que se presenta la desviación en nuestras sociedades. Cuando hablamos de estructura social, nos estamos refiriendo en principio a los sistemas de relaciones que dan lugar a un patrón de oportunidades vitales y que posibilitan unos modos de vida, compromisos y obligaciones, y aspiraciones determinados. Vamos a extender el tema, no obstante, por una parte para examinar otro tipo de explicaciones y de interpretaciones de la desviación social que se encuentran en la literatura, y por otro lado para incorporar el estudio de una serie de temas que están ligados a posiciones específicas dentro de la estructura social. El objetivo es que, además de conocer estos temas, se reconozca la importancia de los contextos sociales en los que se desarrollan y se activan los mecanismos del control social formal e informal.
En primer lugar, se va a discutir la importancia de la clase social, y su combinación con otros factores, en el análisis de los procesos de desviación y de generación social del crimen. Después nos centraremos en el concepto de subcultura desviada, y estudiaremos hasta qué punto se han analizado determinados fenómenos de desviación a partir de la idea de que la desviación es el producto de una formación cultural específica. En tercer lugar nos centraremos en la existencia de sociedades de carácter criminal, que tienen sus propias normas y su propia estructura interna, en las cuales el control social está dirigido no tanto a impedir la desviación como que a que su activación sea realizada en las condiciones y bajo las reglas estipuladas dentro del contexto de esa sociedad. En la última sección, siempre bajo la óptica de la conexión entre estructura social y desviación, vamos a invertir los términos para centrarnos en la desviación de los privilegiados y, en general, en el papel del poder como agente de desviación social.
Para comenzar con un esquema claro, las tres primeras secciones pueden ser concebidas como una discusión entre tres modelos explicativos de la desviación social en tanto que fenómeno generado por la sociedad:
1) En el primer caso, la estructura social genera desviación por medio de una serie de mecanismos ligados a la desigualdad social. Estos mecanismos no son solamente la escasez de recursos y la necesidad de encontrar vías de subsistencia alternativas ―aunque tengan un carácter desviante―, sino también la concentración en áreas urbanas específicas de la carencia de recursos, la frustración de estatus y el resentimiento, la generación de sistemas de estatus alternativos a los de la sociedad convencional, el efecto de la educación en la aceptación de las normas sociales, la relación del estatus social con modelos de vida y comportamientos que favorecen la violencia y la conexión entre clase y autocontrol, entre otros posibles.
2) En el segundo caso, centramos la atención en explicaciones que se fundamentan en la importancia de los factores culturales en la generación del crimen y la desviación. Esto incluye la existencia de subculturas de la violencia, pero también la desviación como efecto de la aculturación y el choque cultural, la desviación como resistencia, la formación de comunidades con formas de comprender el mundo y sus reglas diferentes de las de la sociedad convencional, la creación de ghettos, la formación de subculturas criminales en contextos de marginalidad, en las fronteras de la empresa legal y en la cárcel. Incluye asimismo el esquema de lo que en la sociología norteamericana se llama Urban decay, que incluye un efecto sintético de pérdida de solidez social en barrios periféricos abandonados que implica la conformación de culturas violentas.
3) En el tercer caso, se enfoca la desviación desde el punto de vista de la estructura interna de las comunidades desviadas, y de la forma en la que un nivel de organización social un poco más elevado de esas comunidades aumenta su eficacia en tanto que sistemas de legitimidad alternativos a la ley o a las normas convencionales en los ojos de muchas personas. Esto afecta a instituciones criminales como las bandas, la mafia o el crimen organizado, pero también a la existencia de modelos sociales alternativos que crean, en sus miembros, una visión del mundo alternativa a la convencional.

Objetivos

Este módulo debe servir al estudiante para alcanzar los siguientes objetivos:
  1. Entender los patrones generales de la conexión entre estructura social y desviación.

  2. Conocer la discusión y la literatura sobre la asociación entre estatus social, clase y desviación.

  3. Conocer los distintos factores tras la formación de subculturas desviadas.

  4. Entender los análisis más reconocidos sobre sociedades criminales, y especialmente sobre la organización social del crimen como sector económico.

  5. Entender los conceptos sociológicos básicos sobre los delitos de cuello blanco.

1.Desigualdad social, violencia y desviación

La conexión entre la desigualdad social y las distintas formas de desviación es central en el análisis social de la conducta desviada.
  • Por una parte, varias de las diversas teorías sociológicas y criminológicas hacen hincapié en la importancia de la clase o el estatus en la explicación de la anomia y la tensión, de modelos de aprendizaje social diferencial o de procesos de control social.

  • Por otra parte, la adscripción social de los desviados y de los criminales ha demostrado ser muy importante en muy diferentes fenómenos en los diversos estudios empíricos que los han abordado (ver tabla 1). La clase, el estatus, el origen social, la percepción subjetiva de las diferencias sociales y las aspiraciones de estatus aparecen sistemáticamente en las explicaciones de la desviación, y merecen por eso ser estudiadas aparte. Junto al sexo y la edad, forman el trípode sobre el que se asientan muchas de las interpretaciones sociológicas más básicas para entender los procesos que estudiamos.

La literatura en sociología de la desviación ha utilizado sobre todo dos conceptos para hablar sobre la conexión entre desviación y estructura social. Es necesario que el estudiante entienda muy bien a qué nos referimos en sociología con cada uno de ellos antes de proceder a hablar sobre sus consecuencias en términos de desviación social.
1) Clase
Es un concepto que se ha hecho problemático por varias razones: porque puede tener una connotación política, porque existe una discusión abierta sobre la persistencia de la importancia de las clases en las sociedades contemporáneas, y porque es a un tiempo un concepto formal y un concepto de uso común. En este contexto vamos a darle un sentido blando –no marxista ni formalizado– como es usual en textos de introducción a la sociología, pero siempre ligado a un aspecto específico de la estratificación social.
Entendemos por clase el aspecto económico de la estratificación, en la medida en la que tiene consecuencias para las oportunidades vitales de los individuos.
Es una combinación de los tres ejes principales de la desigualdad en las sociedades avanzadas: la educación, la ocupación y los ingresos, aunque en su definición deben entrar también los efectos sociales de la propiedad y de la autonomía en el trabajo. Estudiar la estratificación desde el punto de vista de las clases implica entender la desigualdad desde un punto de vista relacional, de tal modo que se sobreentiende que las desventajas relativas de unos están ligadas por algún mecanismo a las ventajas de otros. No obstante, especialmente en la sociología europea, se tiende a utilizar el término clase para referirse, en términos generales, a la posición en la jerarquía social de los individuos y las familias, y todo lo que ésta lleva asociado. El uso del término clase tiende además a llamar la atención sobre los aspectos conflictivos de esas relaciones. Con esta definición es suficiente para trabajar en esta asignatura.
2) Estatus
Es un concepto algo más ambiguo que, sin embargo, tiene un sentido técnico específico en el contexto de la investigación en sociología.
Solemos entender por estatus el prestigio asociado a una determinada posición social.
Desde este punto de vista, contiene los aspectos subjetivos de la estratificación, especialmente en referencia a lo deseable que es una posición social determinada, al honor y las relaciones de deferencia que lleva asociadas, y a la representación de la posición en la sociedad. Del mismo modo en el que, al evaluar la realidad, se tiende a jerarquizar cualquier colección de objetos en función de lo deseables que son, en función de un criterio aparentemente consensuado, así se hace también con el estatus social de los demás. Esto no implica necesariamente un juicio moral, sino que se nos aparece como algo objetivo. Gran parte de la investigación sociológica norteamericana, por otra parte, usa el término estatus en el sentido más general de posición social, y ese es el uso que vamos a utilizar aquí, a no ser que especifiquemos otra cosa.
Esta distinción tiene importancia en el estudio de la desviación porque nos llama la atención sobre el hecho de que hay dos explicaciones sencillas que ligan la posición en la estructura social con la implicación en procesos de desviación.
  • Unas hacen referencia a la carencia de recursos para explicar la aparición de violencia, de anomia, a la concentración en espacios determinados de procesos de criminalidad y a las consecuencias de una educación limitada.

  • Otras se centran en procesos que podríamos ligar al estatus: la generación de órdenes de estatus alternativos a los convencionales (por parte de adolescentes que se implican en actividades paracriminales, de las bandas o del crimen organizado en sus versiones más extremas), a la existencia de aspiraciones sociales que no se pueden cumplir con medios convencionales, o al etiquetaje de estratos humildes, personas con modos de vida alternativos o que quedan fuera del sistema de estatus convencional.

Hay tres tipos de explicaciones a la conexión entre violencia y estatus social, que se corresponden, grosso modo, con las tres escuelas positivistas de las que hablamos en el primer módulo.
1) Tensión. Unas hacen referencia al hecho de que la carencia de recursos genera estrés, tensión y frustración, por lo que las personas que tienen más propensión a sufrir esa tensión son más proclives a terminar implicándose en una salida violenta. Es una explicación estructural, en el sentido de que se interpreta que la tensión personal es un resultado de la estructura social. Dado que es más probable que personas de estatus bajo, y específicamente de estatus muy bajo, se deban enfrentar a situaciones de tensión, es natural que se encuentre una asociación entre violencia (como ofensores y como víctimas) y estatus social.
2) Subcultura y aprendizaje. Hacen referencia a la idea de que, especialmente en algunos países, se mantiene una fuerte subcultura de la que participan solo determinados estratos de la sociedad. Es el caso de las poblaciones marginales y, en algunos países y con menos intensidad, de las clases trabajadoras. Desde el punto de vista de esta explicación, las subculturas de las clases bajas o de la subclase refuerzan especialmente los valores que pueden conducir a la violencia y a agresiones físicas. La hombría entendida como capacidad de demostración física y resistencia, o las demostraciones de dominación por parte de los hombres, son más valoradas en unos contextos culturales que en otros. Asimismo, se suele interpretar que la violencia de género se encuentra mucho más reforzada culturalmente en unos contextos sociales que en otros.
3) Autocontrol. Una tercera línea de trabajo se centra en la idea, algo más complicada, de que el refinamiento de la cultura de clase media, los modelos de relación inculcados en la socialización y, sobre todo, el paso por el disciplinamiento del sistema educativo generan niveles de autocontrol más elevados en aquellos que tienen un estatus más elevado, especialmente cuando ese estatus está ligado a niveles educativos más altos. En este esquema la educación cumple el papel de sistema de amaestramiento suplementario a la socialización primaria, que proporciona mecanismos de autocontrol de los impulsos estables y eficaces.
Tabla 1. Referencias en la discusión de las conexiones entre estatus social y desviación

Fenómeno

Mecanismo

Referencias

Suicidio

Autonomía relativa

Henry y Short, 1954

Stack, 1982

Kreitman, 1991

Violencia interpersonal

Autocontrol, subculturas violentas, tensión

Bailey, 1984

Parker y Rehbun, 1996

Violencia familiar

Persistencia de valores patriarcales, autocontrol

Brown, 1992

Violencia sexual

Subcultura sexista

Amir, 1971

Tatuaje, piercing, y tribalización

Señalización del status, señales de diferenciación

Schildkrout, 2004

Irwin (2001)

Consumo de drogas

Exposición a diferentes mercados, efecto demostración del consumo

Goode, 1999

Leland, 1996

Bandas

Frustración de estatus y búsqueda de un sistema de estatus alternativo, entornos urbanos marginales

Cohen, 1955

Homofobia

Persistencia de valores, subcultura sexista

Kite y Whitley, 1996

Blumenfeld y Raymond, 1993

Trastornos mentales

Desconocido. ¿Presión? Puede haber causación inversa

Dohrenwend, 1975

Jones y otros, 1993

Rodgers y Mann, 1993

Criminalidad en general

Multicausalidad, datos sesgados por el peso de los delitos violentos

Parker y Rehbun, 1996

En realidad, los tres modelos de la conexión entre estatus social y violencia tienen virtudes y defectos (ver tabla 1):
  • El aprendizaje y el autocontrol dan cuenta con más facilidad de la conexión suplementaria entre violencia y edad, a pesar de lo cual se ha argumentado que el estatus de los jóvenes es especialmente indefinido y difícil de manejar.

  • La asociación entre el estatus y la violencia doméstica está bien documentada, y la explicación estándar, especialmente en los exámenes más superficiales, la liga con los valores culturales del sexismo, lo cual sería coherente con el segundo modelo.

  • La confusa conexión entre estatus y suicidio, que parece variable y poco clara en los datos –que casi siempre son de mala calidad– podría tener una explicación al margen de estos tres modelos, centrada, por ejemplo, en el concepto de autonomía individual. Es posible también que la razón de esa conexión sea una combinación de diferentes factores.

Esta asociación se ha documentado también en otras formas de desviación social. Muchos fenómenos de desviación están ligados a la pertenencia a subculturas, y el acceso se facilita a miembros provenientes de unos orígenes sociales determinados. La pertenencia a bandas se ha querido explicar en términos de la búsqueda de un sistema de estatus alternativo, y no cabe duda de que muchas de estas bandas prefieren personas provenientes de un entorno social determinado. La conexión entre el estatus social y un amplio espectro de trastornos mentales ha sido muy documentada a lo largo de los años, pero la razón de esta conexión no es clara. Aparentemente, una explicación en términos de tensión parece verosímil, en el sentido de que sugiere que las respuestas a la presión de las situaciones difíciles es más fácil de sobrellevar con desahogo económico y simbólico. Del mismo modo, el ego se puede ver mucho más expuesto en una condición de estatus que afecte a la autoestima, como han demostrado diversos estudios (Thio, 2003, pág. 240 y ss.).

2.Subculturas desviadas

Como hemos visto, un argumento usual en el acercamiento sociológico a la desviación es la existencia de subculturas desviadas, es decir, de ámbitos en los cuales los valores y reglas convencionales son sustituidos por sistemas de relación, valoración de la realidad y papeles que son desviantes desde el punto de vista de la sociedad convencional.
Para el participante en una subcultura, lo que da sentido a su posición en el mundo social es el modelo de evaluación de la realidad propio de la subcultura, en oposición al de la sociedad en general, y es ese contraste precisamente el que refuerza su compromiso con los valores de la subcultura.
En este apartado vamos a estudiar las dinámicas propias de esos contextos subculturales, no desde el punto de vista de las dinámicas de etiquetaje, como ya hemos hecho, sino desde el punto de vista de su propia lógica interna y de su capacidad para dar sentido a la realidad de los participantes.
Una subcultura es un contexto cultural integrado en otro más amplio, del que en gran medida forma parte, pero con el que contrasta en aspectos centrales de la evaluación de la realidad, así como en su autorrepresentación.
En muchos sentidos ese contraste consiste en llevar al extremo valores que existen en el contexto más amplio, o en sustituir los valores de la sociedad convencional por otros.
La subcultura de los bikers norteamericanos, por ejemplo, nacida en el contexto de las clases trabajadoras blancas, llevaba al extremo valores de virilidad y compañerismo propios de la sociedad convencional, y sustituía el convencionalismo y la rutina ofrecidas por el modo de vida de las clases trabajadoras por una representación de la libertad asentada en la movilidad de la motocicleta y un modo de vida marginal. Esta sustitución de valores se estructura en torno a la pertenencia a la banda de bikers y a la representación pública de esa pertenencia, como veremos más adelante.
Los participantes en una subcultura solo renuncian parcialmente a los sistemas de valores propios de la cultura general. Esta sustitución parcial se refiere sobre todo a una renuncia a un modo de vida convencional, pero no necesariamente al abandono de los fines últimos en los que se legitiman los modelos personales ofrecidos por la cultura. Por seguir con nuestro ejemplo, la entrada en una banda de motoristas no supone un abandono de las creencias de la religión, del apego a valores familiares, o incluso de la familia. No obstante, la conformación de las referencias de una subcultura es selectiva, en el sentido de que en cada contexto particular son unos valores y no otros los que permanecen como referencias de orientación del comportamiento.
En este apartado vamos a examinar tres tipos de contextos que favorecen la aparición de subculturas:
  • la marginalidad,

  • el ocaso de áreas urbanas de nuestras ciudades y

  • lo que llamamos instituciones totales ―especialmente la cárcel.

Cada uno de ellos tiene, sin duda, la característica de ser un caldo de cultivo para la aparición de subculturas que justifican el crimen en mayor o menor escala.

2.1.Marginalidad

Los procesos de marginación y exclusión social son muy complejos, tienen dimensiones diversas y no es adecuado hacer un examen completo de todas sus vertientes en este contexto.
Hablamos de marginación para referirnos a situaciones en las que individuos o grupos se ven enajenados de una integración normal en los procesos económicos y en la participación social normales, bien sea a causa de situaciones de discriminación o no, o en conexión con dinámicas de pobreza o de carencia relativa de recursos.
Las poblaciones marginales tienen como característica central el hecho de vivir en los intersticios físicos y sociales de la sociedad. La marginalidad no debe confundirse con la pobreza. Muchas familias con muy pocos recursos o técnicamente pobres son convencionales en el sentido sociológico de que asumen maneras de pensar, orientaciones e incluso niveles de integración social que consideraríamos normales. Además, una proporción muy considerable de la pobreza detectada por procedimientos estadísticos consiste en hogares con personas mayores con pensiones no contributivas, o mujeres solas con cargas, que no consideraríamos no convencionales en una situación de ingresos normalizada (Payne, 1991). Se ha comprobado que una proporción importante de estos hogares ‘pobres’ entran y salen de las situaciones de pobreza.
La marginalidad se suele asociar a carencias en la integración social y en el acceso a oportunidades que son definitorias de su situación. Así:
1) Es típico el aislamiento social agudo, bien por carencia de redes de apoyo social y ausencia de lazos fuera del propio mundo marginal, bien por el hecho de que las redes sociales sean casi exclusivamente de personas pertenecientes al propio mundo marginal. En ocasiones se trata de redes de parentela completas que se encuentran fuera de lo que consideraríamos un mundo social convencional, especialmente si hay algún tipo de anclaje de tipo étnico de la marginalidad.
2) Es asimismo característico, junto a niveles de actividad bajos, el desarrollo de ocupaciones y formas de ganarse la vida no criminales que son características de la sociedad marginal. En nuestro entorno, las comunidades de quincalleros (o mercheros) han tenido tradicionalmente una posición prominente en el mundo marginal, cuando se dedicaban casi exclusivamente al menudeo de chatarra, oficio desde el que han pasado al comercio de ropa prácticamente en bloque.
3) Desde el punto de vista de las políticas públicas, los grupos de población marginal presentan carencias extremas en el acceso a servicios sociales, médicos y educativos. En muchos casos los servicios de bienestar social son incapaces de acceder a ellos. Esto está asociado a la reproducción de un modo de vida marginal y está en el origen de un término alternativo al de marginalidad y con un significado algo diferente: exclusión social.
4) Los grupos marginales presentan carencias culturales muy severas, bien sea porque comparten referencias culturales diferentes y no convencionales, que actúan como obstáculo a su integración social, o porque su acceso a la acumulación de capital cultural está muy limitado. Esto dificulta extraordinariamente su integración en la sociedad convencional, ya que supone limitaciones en su presentación personal, en su cualificación y en sus recursos para valerse por sí mismos fuera del contexto de la marginalidad.
En el contexto español solemos asociar las dinámicas de marginalidad con determinadas minorías étnicas, como las comunidades de gitanos y mercheros, pero esto no agota todo el fenómeno: ni todos los miembros de estas comunidades se pueden considerar marginales ni mucho menos. Muchos de estos grupos provienen de comunidades nómadas que han optado o a las que se ha forzado al sedentarismo a mediados del siglo XX. Una proporción grande, aunque muy difícil de calcular, de las comunidades gitanas ha seguido el camino de la adopción de modos de vida y formas de integración social convencionales en las últimas décadas. Se calcula, con variaciones en las cifras, que alrededor de 600.000 españoles son gitanos (Secretariado Gitano, 2011), y quizá unos 150.000 mercheros o quinquis. Es muy difícil, sin embargo, estimar cuántos de estos ciudadanos adoptan efectivamente un modo de vida marginal o están en situación de exclusión social. Entre otras razones, porque ambas comunidades, y especialmente los gitanos, están fuertemente estratificadas internamente, y muchas familias podrían considerarse hogares convencionales de clase media o de clase trabajadora. En estos dos casos se constata la conformación de una comunidad de carácter étnico diferenciada de la población general, pero mientras en el primer caso está documentado su origen fuera de Europa, en el caso de los mercheros probablemente nos encontramos con la herencia de comunidades nómadas originarias del propio país y definidas por su ocupación y su modo de vida trashumante.
Aunque en España solemos asociar los ambientes marginales más extremos con estas comunidades, no todos los participantes en subculturas marginales pertenecen a ellas. Aparte de los casos de extrema pobreza persistente durante generaciones, más bien raros, al menos dos grupos diferentes sufren marginación en un nivel individual y conforman verdaderas sociedades marginales reconocibles. Hay, por una parte, una subcultura marginal relacionada con las personas sin hogar, no siempre asociada a trastornos psiquiátricos o alcoholismo. Por otro lado, muchos implicados en el consumo de estupefacientes, y especialmente de heroína, conforman otra comunidad de rasgos claramente marginales y asociada a la pequeña actividad criminal. Todos estos casos tienen la característica sociológica de que tienden a estar confinados en espacios definidos y delimitados en las ciudades.
Street Corner Society
William F. White publicó en 1943 un estudio de caso sobre un contexto marginal con este título, que se ha convertido en un clásico de los estudios sociales sobre marginalidad. White realizó un trabajo de campo durante tres años y medio, dieciocho meses de los cuales los pasó con una familia local, en un barrio suburbial y semichabolista de Boston, habitado principalmente por inmigrantes italianos. Se centró en describir cómo se formaban los distintos círculos sociales dentro de la comunidad. Los paesani, por ejemplo, eran los miembros de la comunidad que provenían de la misma localidad de origen. Gran parte de la atención del autor se centró en la descripción del proceso por el que se formaban las bandas locales. Asimismo, White describió la gradación entre el mundo convencional de los trabajadores sin cualificación y el mundo marginal de los jóvenes en la frontera del crimen organizado.
El trabajo de White es pionero en el desarrollo de los métodos que se conocen como “observación participante”, consistentes en la integración en la comunidad objeto de estudio durante una temporada larga y la descripción minuciosa de todos los aspectos de la vida cotidiana, para formar un cuadro analítico de sus características.

2.2.Degradación urbana

Muchos fenómenos de conformación de subculturas marginales están ligados a procesos de degradación y marginalización de los espacios urbanos. La urbanización es un proceso muy bien conocido de la modernidad, que implica la concentración de la población y de la actividad económica en centros urbanos de tamaño creciente. Ahora bien, las ciudades modernas son suficientemente grandes y complejas como para facilitar procesos de parcelación y segregación del espacio que pueden llegar al extremo de la marginalización de barrios enteros. El proceso de urbanización no siempre es ordenado, y bajo determinadas condiciones la prosperidad de las comunidades urbanas se puede ver revertida por situaciones de desmantelamiento de sectores económicos, concentración de determinadas comunidades en espacios urbanos reducidos y decrepitud del paisaje urbano. Se suele denominar a este proceso degradación urbana (urban decay).
Debemos distinguir dos tipos de situaciones de degradación urbana:
  • La aparición de barrios conformados por inmigrantes de otros lugares –del mundo rural fundamentalmente– que entran en un proceso de marginalización a causa de carencia de oportunidades económicas, dejadez o falta de recursos de los responsables de la ordenación urbana o segregación extrema de los espacios. El caso prototípico es el de las favelas brasileñas, que no son sino un ejemplo de un proceso de crecimiento desordenado de las ciudades, típico de los países en vías de desarrollo. Cabe recordar que este tipo de proceso se dio también en España en el periodo de posguerra en las grandes ciudades.

  • La caída en desgracia de áreas urbanas que antes gozaban de cierta prosperidad, y la sustitución al menos parcial de la población que las ocupaba –en general de clase trabajadora– por comunidades de carácter más marginal y con menos recursos. Vamos a centrar la atención en este segundo escenario.

Muchos analistas coinciden en que los procesos de degradación urbana siguen un patrón muy similar allí donde ocurren, especialmente en ciudades norteamericanas y en algunas ciudades europeas. Los planificadores urbanos conocen este patrón, típico de los años setenta y ochenta, y procuran evitar estas dinámicas en la medida de lo posible. El síntoma inicial básico es lo que los urbanistas norteamericanos conocen como huida blanca (white flight), la salida de los trabajadores blancos de la población de estas comunidades que las ocupaban previamente, el descenso de los precios inmobiliarios y su sustitución por familias de minorías étnicas.
Estos procesos de marginalización urbana tienden a presentar un conjunto de síntomas muy similar (Andersen, 2003):
  • Un paisaje urbano desolado.

  • Alto desempleo local.

  • Concentración de población con muy bajos recursos ante el mercado: bajos niveles educativos, carencia de trayectoria de empleo estable.

  • Despoblación o sustitución de la población local.

  • Concentración de minorías o de población inmigrante.

  • Fragmentación familiar.

  • Paisaje urbano desolado, vacío o degradado, y aumento de los edificios de viviendas vacíos por pérdida de valor económico.

  • Desaparición del tejido comercial local.

  • Carencia de servicios o servicios deficientes.

Este escenario es, como se puede suponer, un caldo de cultivo idóneo para la aparición de crímenes en pequeña escala, para la formación de bandas o el desarrollo de subculturas no convencionales, en la medida en que la participación en la sociedad convencional se ve limitada, obstaculizada o reducida.
Los ejemplos más llamativos de degradación se encuentran en Estados Unidos, en parte por el modelo de relaciones entre minorías, el patrón de bienestar limitado y un sistema de inversión urbana parcelado que dificulta la transferencia de presupuesto público desde los barrios y comunidades más prósperos a los que sufren más carencias.
De este modo, el urban decay se ha convertido en este país en un fenómeno prácticamente omnipresente en todas las ciudades grandes y en las áreas suburbanas, ligado a una parcelación muy extrema de los espacios urbanos.
No obstante, también se encuentran ejemplos numerosos en Europa.
En el Reino Unido se dio la misma dinámica a finales de los setenta y durante los años ochenta en el este de Londres, Glasgow, Liverpool, Manchester o Birmingham. A pesar de una política de inversión pública mucho más agresiva, las periferias de varias ciudades francesas han visto procesos de degradación parcial importantes, que en los últimos años se han visto acompañados por verdaderos motines de la juventud local.
Todos estos casos europeos tienen en común:
  • La concentración de población con bajos recursos, en general perdedores de las transformaciones económicas que desplazan la actividad de la industria a los servicios.

  • La concentración de minorías inmigrantes y la paulatina desaparición de los trabajadores nativos.

  • Una caída de los precios urbanos y la aparición de áreas con niveles de desocupación muy elevados.

Hay casos numerosos, no obstante, en los cuales los barrios degradados adquieren estas características desde el principio, especialmente en zonas urbanizadas lejos de los centros urbanos. Este es un proceso más típico en la actualidad en el sur de Europa, donde los precios de la vivienda empujan a la población con menos recursos a zonas de vivienda barata de nueva creación, con malas comunicaciones con los lugares de más actividad económica y una urbanización deficiente.
Se suele considerar que el disparador de los procesos de degradación urbana es la salida de la población local y una caída de la demanda inmobiliaria, y por lo tanto, de los precios urbanos. Esto es una dinámica que se alimenta a sí misma, en el sentido de que es un proceso de huida en el que cada vez más familias, al observar una degradación progresiva del medio social y del paisaje urbano y una pérdida de oportunidades locales, eligen reubicarse en otras zonas con un carácter más neutro.
En el contexto norteamericano esto ha supuesto la salida de las familias de clase trabajadora desde los barrios industriales de las ciudades hacia los suburbios, y en Europa, la aparición de barrios con un carácter de clase mucho más neutro.
Algunos autores han argumentado que estos procesos pueden dispararse por la aparición de señales aparentemente inocuas (Kelly y Coles, 1996). Es lo que se conoce como el efecto de la ventana rota: pequeñas señales de degradación del espacio urbano pueden animar a un comportamiento más descuidado o abiertamente al vandalismo a una proporción creciente de los vecinos menos cuidadosos, disparando de ese modo procesos de degradación del entorno urbano que pueden ser la causa inicial de una huida de la población local
Desde este punto de vista, una estrategia para evitar procesos de degradación del entorno es prevenir, arreglando las cosas cuando el problema es todavía pequeño. De este modo, los problemas no suben de escala y el proceso de degradación queda bajo control.
Los críticos de la teoría de las ventanas rotas argumentan que hay otros factores más relevantes a la hora de explicar una escalada de los índices de criminalidad. De algún modo, un planteamiento en estos términos implica un abordaje de los problemas atacando a los síntomas en lugar de a las causas de los problemas. Incluso cuando el entorno es limpio y cuidado, la concentración de comunidades en posición de desventaja ante el mercado de trabajo y la educación, desubicadas de los centros de actividad económica y con dificultades de integración, pueden favorecer la aparición de dinámicas de criminalidad y marginalización por sí mismas.

2.3.Instituciones totales

A pesar de las críticas, los sistemas legales y judiciales modernos no han encontrado todavía una alternativa clara al modelo del sistema de prisiones. Al margen de cuestiones más filosóficas o éticas, de difícil solución práctica, el sistema de encarcelamiento criminal ha recibido críticas en relación con su eficacia en la prevención del crimen (Herivel y Wright, 2003). En determinadas condiciones, es bien conocido el papel del encarcelamiento en la iniciación de una carrera criminal profesional, y en la organización inicial de ambientes criminales. Se estima que en el mundo hay una población encarcelada de entre 10 y 20 millones de personas (Walmsley, 2006), pero dado que algunos países de reputación judicial dudosa no reportan datos, la cifra es probablemente más elevada.
Las prisiones modernas han sufrido una evolución basada en sucesivos movimientos de reforma que han humanizado mucho su estancia. No obstante, su cualidad criminogénica es todavía objeto de debate. El mecanismo que utilizan los críticos como argumento es sencillo:
El encarcelamiento en un ambiente criminal cumple la función de crear redes de apoyo y colaboración entre los internos, de facilitar el aprendizaje de técnicas criminales, así como la conformación de una subcultura de carácter fuertemente desviante. (Mathiesen, 1966)
En determinados ambientes y países, el paso por prisión se convierte en un verdadero rito de iniciación en el mundo criminal. En este apartado nos vamos a centrar, no obstante, en algunas ideas que se han aplicado al estudio del modo de funcionamiento de las prisiones y de otras instituciones similares.
Las cárceles y otros contextos sociales muy estructurados se han analizado bajo el prisma del concepto, acuñado por Goffman, de institución total. (Goffman, 1961; Wallace, 1971)
Una institución total es una institución en la que un grupo de personas es sometido a un estricto control burocrático, que se extiende a todas las actividades cotidianas, en las que todo lo que hacen cae bajo la supervisión impersonal del sistema, sin control alguno por parte de los internos.
Esta carencia de información, control y capacidad de decisión proporciona al equipo encargado de la institución los medios para controlar los aspectos más íntimos de la vida de los internos y para separarse de ellos por medio de una barrera infranqueable. El concepto de institución total se aplica para entender la dinámica interna de cárceles, unidades militares, hospitales psiquiátricos y clínicos, colegios internos, y en algunos casos, sectas y grupos paramilitares.
Goffman habla de cinco tipos de instituciones totales:
1) Orfanatos, casas de pobreza y residencias: instituciones establecidas para cuidar a personas a las que se considera incapaces pero inocuas.
2) Leproserías, hospitales mentales, clínicas para tuberculosos: instituciones establecidas para cuidar de personas incapaces pero que constituyen un riesgo para la sociedad, aunque sea involuntario.
3) Cárceles, campos de prisioneros, campos de concentración: instituciones establecidas para proteger a la sociedad de personas a las que se considera un riesgo social, y que por lo tanto no están preocupadas inicialmente por su bienestar.
4) Barcos, campos de trabajo, internados, complejos coloniales, barracas militares, grandes mansiones (desde el punto de vista del servicio): centros organizados para realizar alguna labor específica, y que se justifican, por lo tanto, por su capacidad para llevarla a cabo.
5) Conventos, seminarios y monasterios: instituciones organizadas como retiros del mundo exterior y como centros de entrenamiento para religiosos.
Una institución total está fuertemente orientada a anular, o al menos moldear, la personalidad individual para adaptarla al orden impuesto por las reglas. Goffman decía que esto se hace por medio de lo que él llamaba mortificación. La mortificación es una intrusión de la institución en la vida interna del individuo, que implica:
1) La desposesión de los roles y el reajuste de la identidad. Es decir, la separación completa del interno de los papeles que juega en su vida exterior. El interno deja de ser hijo, trabajador, joven o amigo para convertirse en una pieza dentro de la maquinaria del internado, cuyo papel único es seguir la rutina y cumplir las reglas. Los procedimientos de entrada están dirigidos a desposeer al interno de sus roles y de las bases de su identidad anterior, para convertirlo exclusivamente en un objeto de la maquinaria administrativa de la institución. Con objeto de someter al sujeto a las reglas de la institución, se le desposee de los objetos y referencias propios de su identidad anterior. Se sustituye su nombre completo, se cambia su ropa por vestimenta uniformizadora, se le escatiman los objetos de cuidado personal, y se le desposee de los objetos personales ligados a alguna carga emocional: fotos, recuerdos, herencias u objetos espirituales.
2) Imposición de posturas degradantes o de patrones de deferencia. Se exige al interno que adopte posturas mortificantes o denigratorias, que requieren una sumisión del ego, y se le impone la necesidad de pedir permiso o exponerse públicamente para cubrir necesidades primarias: desempeñar necesidades fisiológicas, beber agua o comer, fumar o tener contacto con el exterior.
3) Exposición contaminante. El self de la persona es violado por exposición pública ante los supervisores y ante el resto de los internos. Puesto que la privacidad es eliminada o seriamente limitada, el interno no tiene más remedio que exponerse en circunstancias humillantes. La información de referencia es expuesta, ya que el equipo de supervisión tiene acceso a ella. La experiencia de contaminación tiene lugar también por medio de contactos e interacciones interpersonales forzados, con otros internos, con supervisores o con terapeutas externos. La propia mezcla con personas que en el mundo exterior estarían separadas por una barrera de estatus o de diferenciación invisible sirve para ligar al interno a su propia posición como parte del mecanismo de vigilancia de la institución.
4) Restricción de la autonomía. Gran parte de las actividades de la institución total están dirigidas a anular la capacidad de acción del individuo, y para forzarle a ello se le restringe brutalmente la capacidad de acción. Estancias en espacios reducidos y compartidos con otros internos; sumisión completa a reglas de comportamiento; imposición de rutinas y de horarios y tiempos de soledad limitados. Se restringe por completo la posibilidad de alejarse de las circunstancias y pensar en ellas. En el caso extremo de regimentación, el individuo se sujeta a regulación estricta de pequeños detalles de su actividad diaria.
5) Espacios compartidos. Las instituciones totales imponen la ausencia de una separación en las actividades diarias. La comida, el trabajo y el ocio se realizan en el mismo espacio y bajo la misma autoridad.
El modelo de dinámica de interacción típico de las prisiones ha sido puesto en evidencia por medio de una serie de experimentos realizados por los psicólogos sociales. En este sentido, son célebres los llamados experimentos de Stanford, realizados por el psicólogo Philip Zimbardo en 1971.
Zimbardo reunió a un grupo de veinticuatro sujetos y les asignó aleatoriamente los papeles de prisionero y guardián. Después, se les encerró en los sótanos del departamento de psicología de la universidad con la misión de permanecer durante dos semanas desempeñando sus roles. La asunción de estos roles por parte de los sujetos fue completa, hasta el punto de que los abusos, torturas psicológicas y sumisión de los prisioneros llevaron al equipo a suspender el experimento después de solo seis días. El propio experimentador se vio tan sumergido en la situación, que fueron observadores externos los que pusieron en cuestión la ética de la dinámica grupal generada por el experimento.
Los experimentos de Zimbardo se han interpretado en el sentido de que son las motivaciones derivadas de la situación, más que la personalidad individual, lo que facilitaba la asunción de roles, en este caso típicos de una situación de encierro carcelario. Esta investigación y otras posteriores han mostrado hasta qué punto un grupo de gente es sugestionable en la obediencia y el seguimiento de reglas extremas cuando se le ofrece la autoridad, los medios institucionales y la legitimidad para ello.

3.Sociedades criminales

La organización profesional o semiprofesional del crimen no es un fenómeno nuevo, ni era nuevo en los tiempos de las guerras de mafia de los años de la prohibición (Thrasher, 1927). Siempre han existido grupos organizados dedicados a tiempo completo a la actividad criminal, aunque fuera en muy pequeña escala. Aunque en nuestro país en la actualidad la capacidad de acción de estos grupos es limitada, existe una larga tradición de lo que ahora llamaríamos “crimen organizado”, que tiene su máxima expresión literaria en las partidas de bandoleros, y que se ha documentado hasta tiempos de los romanos. Con la modernidad, aparecen sin embargo características que son probablemente nuevas: la aparición de una cultura empresarial del crimen, en los casos más extremos; su conexión con el paisaje urbano; la conexión con subculturas que no tienen inicialmente un carácter criminal (como el rap o la cultura latina en Estados Unidos); su confinamiento en la protección de comunidades étnicas minoritarias o de inmigrantes.
Desde un punto de vista externo, el crimen organizado es la industria de los especialistas en actividades de carácter criminal o paracriminal.
Es un sector económico dedicado a distintas actividades, dependiendo de las oportunidades brindadas por el negocio, y estructurado según las condiciones dictadas por el contexto en el que se desenvuelve. Las viejas organizaciones criminales se ven sustituidas por las más jóvenes en el momento en el que las oportunidades de mercado cambian y la estructura del sector brinda oportunidades de negocio más productivas. Así, en diferentes contextos sociales, el crimen organizado adopta formas adaptadas a este, y es protagonizado por aquellos miembros de las comunidades de mayor riesgo que tienen menos escrúpulos a la hora de adoptar un modo de vida basado en una actividad criminal.
Dicho esto, se debe tener en cuenta que lo que entendemos por crimen organizado tiene en realidad formas muy diferentes. Hay al menos dos variables contextuales que determinan en gran medida la forma que adopta.
1) La escala. Los grupos tienen tamaños, áreas de influencia y volúmenes de negocio muy diferentes. Los pequeños grupos de profesionales del robo de casas que encontramos en Europa, por ejemplo, son poco espectaculares comparados con las grandes organizaciones criminales. Sin embargo, el modelo de negocio al que se dedican permite una escala de trabajo limitada. Un grupo de dos, tres o cuatro especialistas, a menudo criminales a tiempo parcial, son suficientes para cometer un robo en un domicilio, pero pueden ser demasiados a la hora de repartir los beneficios. Son grupos además sometidos al riesgo del control de los mercados de venta de los artículos robados. En el extremo opuesto, los grandes grupos de criminalidad organizada ocupan a grupos relativamente grandes de profesionales, cuentan con especialistas en tareas específicas, y dedican sus esfuerzos a negocios que mueven un volumen elevado de capital. Podemos encontrar todo tipo de grupos entre estos dos extremos.
2) Dependencia del contexto. Al igual que en el caso de otras organizaciones económicas o políticas, el éxito y la estructura del crimen organizado están muy asociados al contexto social en el que desarrollan su actividad, y específicamente al nivel de normalización de sus actividades en la comunidad, a la disponibilidad de colaboradores y reclutas, al nivel de competencia y a la presión social y policial contra sus actividades. Se puede argumentar, sin duda, que niveles de presión elevados se corresponden con dinámicas de cierre y clandestinidad más altos. Cuando las actividades de los grupos, organizaciones y empresas del crimen organizado son admitidos por la comunidad o por una parte de ella, o se consideran relativamente normales, la organización del grupo se hace más laxa y flexible. Del mismo modo, se podría hablar de una dependencia tecnológica, ya que hay actividades que exigen un nivel técnico algo más elevado que otras.
El caso más estudiado es también el más televisivo: la mafia italiana en los Estados Unidos.
Lo que solemos conocer como Mafia es una confederación relativamente laxa e informal de grupos de profesionales, de origen italoamericano, que actúan independientemente en las diferentes ciudades del país. Desde el punto de vista de las fuerzas del orden, se conoce a cada grupo como familia por el nombre de su fundador. Cada familia tiene una estructura jerárquica similar: un jefe ‘Don’, un subjefe, tenientes, uno o varios consejeros, y ‘soldados’ o botones. Dado que la mafia está sometida a una presión policial elevada, de todos ellos se espera que sigan un código de conducta, cuyas reglas más importantes afectan a la lealtad y al secreto. La ruptura del código somete al infractor al castigo discrecional del jefe, que no rara vez es la muerte.
Estas características prototípicas de la mafia existen en otros muchos grupos organizados, aunque el leiv-motiv pueda variar:
1) Un origen común, que en el caso de la mafia es étnico, pero en el de otros grupos puede ser de clase o de modo de vida. Un ejemplo de esto último son los grupos de bikers que se implican en actividades criminales, como los Mongols, los Bandidos, los Pagans o no pocos capítulos de los Hells Angels: el origen común no es étnico o no es solo étnico, sino que hay lazos de experiencia compartida y filosofía de vida que son exigibles para la participación. Se puede argumentar que el origen común facilita el establecimiento de lazos de confianza, esenciales en el negocio, y el desarrollo de códigos de comunicación y conducta comunes.
2) Una jerarquía bien diferenciada. Todos estos grupos se organizan jerárquicamente, aunque las metáforas utilizadas para definir esa jerarquía y el sistema de relaciones entre los miembros pueden diferir. La imagen de la familia tan usual entre la mafia italiana y estadounidense es menos común en otros grupos. Es más habitual una imagen empresarial del negocio. Por otra parte, la existencia de una jerarquía implica posibilidades de ascenso para los miembros de niveles más bajos y, por lo tanto, incentivos para la lealtad al grupo.
3) Un sistema de pertenencia, con una ritualización específica de la incorporación a la banda (un rito de iniciación). Todos estos grupos requieren una posición clara por parte de los miembros: o se está dentro o se está fuera. En función de la hostilidad del entorno y de la tradición del grupo, la salida puede ser muy duramente castigada. El hecho de que exista una frontera entre los miembros y los ajenos supone, no solamente un cierto nivel de seguridad sobre la discreción en las actividades del grupo, sino que también facilita la confianza interna.
4) Un código de conducta, que regula el comportamiento de los miembros del grupo y los castigos asociados a su incumplimiento. También implica, como en otras relaciones de dependencia, las obligaciones del jefe para con los miembros del grupo, así como el modo correcto de dirimir tensiones internas. El código proscribe por supuesto la delación y la indiscreción, y limita el establecimiento de actividades propias. No hace falta señalar que la relación con estos códigos por parte de los miembros tiende a ser ambivalente.
La escala en la que trabajan diferentes grupos es un elemento diferenciador claro. Tan solo la mafia norteamericana tiene la característica de ser casi ubicua en el país y de desplegar sus actividades en un amplio espectro de empresas ilegales. Es más habitual, por el contrario, que los grupos de otros orígenes se especialicen en un par de actividades delictivas y en unos cuantos lugares específicos.
Los Herrera, un grupo formado por inmigrantes mexicanos en Estados Unidos y formado por unos seis mil miembros, se especializan en el tráfico de heroína. El número de grupos de origen colombiano que actúan en Florida, dedicados fundamentalmente al tráfico de cocaína, se calcula en unos doscientos. Las bandas de barrio del extrarradio urbano, situadas en un segundo escalón de la jerarquía empresarial de la industria del crimen, dedican sus esfuerzos casi exclusivamente al tráfico de estupefacientes.
La demografía de los grupos de delincuencia organizada es difícil de precisar, en parte debido a la obvia razón de la clandestinidad, pero también debido a que el límite inferior de lo que se debe considerar un grupo de crimen organizado no puede tener una definición precisa.
  • En España, la policía estima la presencia de unos seiscientos sesenta grupos con unos ingresos de 850 millones de euros y un patrimonio de unos tres mil doscientos millones (ABC, 1 de octubre del 2012).

  • En el caso de la bien conocida mafia siciliana, se estima la existencia de unos noventa y cuatro clanes reunidos en veinticuatro mandamenti, y la pertenencia a estos grupos de unos 4.000 miembros a tiempo completo (La Repubblica, 20 de julio del 2010).

  • Por su parte, la Ndrangheta calabresa reúne a unas cien familias con unos cinco mil miembros, y su volumen de negocio alcanza el 3% del PIB italiano, la mitad del cual proviene del tráfico de drogas (en el 2003). En algún momento se ha estimado que su actividad suponía el 80% de las importaciones de cocaína en Europa (The Guardian, 8 de junio del 2006).

Diego Gambetta es un conocido sociólogo italiano que ha desarrollado el análisis más interesante de la mafia hasta el momento.
Según Gambetta (1993), el origen de la institución se encuentra en la demanda de un mercado de protección personal y familiar en tiempos más violentos, que acabó por cristalizar en un negocio de extorsión.
Los exagerados gestos y maneras de los mafiosos cobran sentido si se interpretan como un sistema de señalización de la confianza en otros miembros, que tiene significados específicos en el contexto de la organización mafiosa. Más recientemente, Gambetta ha extendido su estudio de la mafia al análisis de la comunicación criminal en general, por medio de la teoría económica de señales, mostrando cómo los sistemas de comunicación entre criminales pueden entenderse en el contexto de la necesidad de generar confianza en un medio en el que está puesta en duda por muchas razones.

4.Delitos de cuello blanco

La expresión desviación de cuello blanco se refiere a la comisión de crímenes por personas de estatus alto en el ejercicio de su profesión. Son delitos básicamente de profesionales, y se refieren específicamente al ejercicio desviado de la ocupación. La expresión “de cuello blanco” se puso de moda en inglés en los años cuarenta, para referirse a las masas de trabajadores de oficinas y servicios que parecieron poblar América después de la guerra, y que en contraste con los “trabajadores de cuello azul”, no tenían un carácter de clase claro. En la definición clásica de Sutherland (1939 y 1949) hay dos cosas que caracterizan la desviación de cuello blanco:
1) Está asociado a la ocupación, y se lleva a cabo en el ejercicio de las tareas ocupacionales. Las ocupaciones implicadas son profesionales o semiprofesionales, y trabajos no manuales en general. La comisión de un asesinato por un gerente NO es un delito ocupacional, y por lo tanto, no es un delito de cuello blanco.
2) Se trata de una persona con un estatus relativo elevado, aunque Sutherland en realidad daba una definición laxa de “elevado”: además de incluir a gerentes, empresarios y profesionales, también incluía a “la clase de asalariados, que viste ropa buena en el trabajo, como las personas que atienden en una tienda”.
Los delitos de cuello blanco se distinguen además por cómo son cometidos. En general exigen habilidad, preparación y sofisticación. A menudo, además, implican el uso de las influencias personales y el poder de la posición en una organización para evitar la persecución y la detección.
Los detalles criminológicos de la desviación de cuello blanco se estudian ya en otras asignaturas. Nos interesa aquí más bien el carácter sociológico que se le ha querido dar a este tipo de delitos. Quizá el aspecto más característico de la desviación de cuello blanco es que exige una planificación y ejecución racional, junto al uso del poder y la influencia para evitar las consecuencias. Pero hay otras características menos obvias:
  • En contraste con otros delitos, la víctima de los delitos de cuello blanco debe cooperar involuntariamente en la comisión del delito. La idea es aprovechar la falta de cuidado, la confianza o la ignorancia de la víctima. Esto facilita que, desde fuera, se interprete en muchos casos que la víctima ha colaborado y es en parte responsable en la comisión del delito, como cuando se firma un contrato sin comprobar cada punto, se compra un producto financiero cuyas características reales no están claras, o se receta un medicamento sin leer cuidadosamente el prospecto (y las pruebas médicas). El criminal se aprovecha de que los costes de buscar información son elevados. No todos los dueños de tiendas, por ejemplo, tienen capacidad para comprobar el origen, la peligrosidad y la calidad de los productos que venden, tarea que usualmente se confía en el productor o el distribuidor.

  • Los criminales de cuello blanco no se ven a sí mismos como criminales, sino como ciudadanos respetables que asumen riesgos en la gestión de sus negocios. Esto hace que sea habitual la presentación de racionalizaciones de la actividad criminal. Muchos pequeños ladrones de oficina creen realmente que están “tomando prestado” de la caja de la empresa, y los delitos financieros suelen ir acompañados de la idea de que se está contribuyendo al bienestar general en algún sentido, por ejemplo, estabilizando los precios gracias a una fijación ilegal y no competitiva de estos.

  • La reacción social ante los delitos de cuello blanco es limitada. Son delitos difíciles de detectar, cuando son detectados son difíciles de perseguir, no causan pánico moral, y cuando son detenidos es difícil que cumplan pena. No obstante, con el tiempo el público de los países desarrollados se ha ido haciendo cada vez más sensible a las consecuencias de los delitos de cuello blanco, y especialmente a la corrupción y a los delitos corporativos.

Hay tres grandes interpretaciones sobre el origen de los delitos de cuello blanco.
1) Unos se centran en la motivación desviante, en parte como un producto subcultural de algunas élites. Mathew Robinson y Daniel Murphy (2009) argumentan que el culto a la maximización ha llevado a muchos sectores empresariales a perder los escrúpulos a la hora de establecer esquemas de ganancia de beneficios, en parte racionalizados por medios de conceptos económicos y financieros. La avaricia, por otra parte, no es una aberración psicológica, sino que está ligada a una cultura del beneficio empresarial muy extendida en sectores e industrias enteros.
2) Otros ponen la atención en el hecho de que la desviación de cuello blanco está ligada por completo a la oportunidad de ejercerla. Cuanto más alta es la posición de un empleado en una organización, mayor capacidad tiene para llevar a cabo un plan en beneficio personal y contrario a los intereses de la organización o del público. Dado que un estatus elevado está investido de legitimidad, y por lo tanto de confianza, es más fácil establecer un engaño desde una posición de poder en la que la víctima no perciba el riesgo de una estafa o de una agresión (Weisburd y otros, 1991) .
3) Una tercera vía de interpretación se centra en el hecho de que el control institucional del crimen es mucho más débil alrededor de los centros de poder. Esta es la línea argumental de los que critican los ejercicios de desregulación de la actividad empresarial (Glasberg y Skidmore, 1998).
A pesar de estas interpretaciones, algunos investigadores llaman la atención sobre el hecho de que la gran mayoría de los delitos de cuello blanco son cometidos por empleados de rango bajo y de clase media, e implican en realidad pequeñas ganancias en lo que podría considerarse un robo de alcance limitado (Weisburd y otros, 1991).

Resumen

Se ha explorado de diversas formas cuál es la conexión entre estructura social y desviación.
Muchas de las formas de desviación tienen una conexión con la clase o el estatus social, pero es posible que esto se deba a una multiplicidad de mecanismos. Se puede establecer, no obstante, una conexión basándose en cada una de las tres grandes tradiciones teóricas de las que se habló en el módulo 1: tensión, aprendizaje y control.
Otra forma de analizar la conexión entre estructura social y desviación es explorar los medios en los que se genera el caldo de cultivo de la desviación. Centramos la atención en tres fenómenos:
  • La marginalidad, ligada a la existencia de grupos sociales cuyo modo de vida se desenvuelve fuera de las normas convencionales de la sociedad.

  • Los procesos urbanos que facilitan la formación de bolsas de pobreza en las ciudades, especialmente lo que se conoce como urban decay o degradación urbana.

  • El confinamiento en instituciones totales, como la prisión, de la que se sabe que puede llegar a ser en sí misma un lugar de formación de subculturas desviadas.

El crimen organizado puede verse como todo un sector económico, una industria dedicada a actividades ilegales.
Hay dos características estructurales que hacen que las redes de crimen organizado tomen unas u otras formas:
  • La escala.

  • Las características del contexto en el que se desenvuelve.

Los grupos más grandes suelen tener una serie de características sociológicas persistentes:
  • un origen común;

  • una jerarquía diferenciada;

  • un sistema de pertenencia;

  • un código de conducta.

Llamamos desviación de cuello blanco a aquella que es cometida
  • por personas de alto estatus;

  • en el ejercicio de sus funciones.

Actividades

1. ¿Creéis que tiene sentido la insistencia de algunos sociólogos en la relación entre desviación y clase social? ¿Pensáis que puede haber explicaciones alternativas a las desarrolladas en el cuadro 4.1?
2. Pensad en espacios urbanos degradados en vuestro propio entorno. ¿Creéis que en esos barrios y zonas urbanas hay índices de criminalidad más elevados? Si es así, ¿cuál es la explicación que le dáis, a la vista del contenido de la sección 2?
3. El concepto de institución total se parece al análisis de Foucault del disciplinamiento. ¿Qué puntos en común encontráis?
4. Organizad un pequeño archivo con información sobre las redes criminales que sepáis que están en funcionamiento ahora mismo. Organizadlo utilizando las categorías que se proponen en la sección 4.2 de este módulo. Pensad en cuáles son las condiciones sociales que creéis que hacen posible la existencia de una organización criminal.
5. ¿Creéis que puede haber delitos de carácter ocupacional que no estén asociados a un estatus elevado? Pensad en ejemplos.

Glosario

clase f
Estrato social producto de la organización de la economía, la estructura ocupacional y las oportunidades vitales, junto a los mecanismos ligados a su permanencia.
exclusión social f
Proceso por el cual determinados sectores de la sociedad quedan sin acceso a servicios y recursos básicos, o no quedan cubiertos suficientemente por los servicios de protección social.
gentrificación f
Procesos de aburguesamiento de los centros urbanos, por los cuales, mediante el aumento de precios de determinadas áreas, se sustituye la población más modesta que los habitan por población de un nivel económico más elevado.
institución total f
Lugar de internamiento en el que se aplica una vigilancia extrema de los internos y un proceso de uniformización y desprendimiento de los roles del mundo externo, gracias a los cuales se consigue la sumisión de la población interna. Hay muy distintos niveles de totalización de las instituciones.
pánico moral m
Respuesta excesiva del público ante las noticias sobre una innovación en las costumbres morales o criminalidad, derivada del miedo a la pérdida de la propia seguridad física o social.
subcultura f
Medio en el que, dentro de una cultura más amplia, se desarrolla una comprensión de la realidad, unos códigos, unos símbolos, unos procesos de socialización y unas prácticas específicas, normalmente por contraste con la cultura general.
estatus m
Aspectos comunicativos, simbólicos y honoríficos de la desigualdad.
urban decay m
Proceso de degradación urbana, ligado a todo un espectro de problemas sociales y económicos y a una selección del tipo de población que ocupa esas áreas, junto a la generación de dinámicas de marginalidad.

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