Fundamentos psicosociales del comportamiento humano

  • Tomás Ibáñez Gracia (coordinador)

     Tomás Ibáñez Gracia

    Doctor en Psicología y catedrático de Psicología Social en la Universidad Autónoma de Barcelona.

  • Joel Feliu i Samuel-Lajeunesse

     Joel Feliu i Samuel-Lajeunesse

    Licenciado en Psicología por la Universidad Autónoma de Barcelona. Magíster en Psicología Social. Actualmente investiga sobre la construcción teórica de las diferencias culturales y su papel en psicología social.

  • Brígida Maestres Useche

     Brígida Maestres Useche

    Socióloga por la Universidad Central de Venezuela. Máster de Iniciación a la Investigación en Psicología Social y Diploma de Estudios Avanzados en Psicología Social por la Universidad Autónoma de Barcelona.

  • Luz M. Martínez Martínez

     Luz M. Martínez Martínez

    Licenciada en Psicología por la Universidad Autónoma de Barcelona. Sus intereses de investigación se han centrado en los ámbitos de la subjetividad y los estudios de género. En el ámbito profesional se especializa en trabajo e intervención comunitaria.

  • Cristina Pallí Monguilod

     Cristina Pallí Monguilod

    Licenciada en Psicología por la Universidad Autónoma de Barcelona. Magíster en Psicología Social. Ha trabajado principalmente en psicología comunitaria, interculturalidad y etnografía. Actualmente trabaja en ciencia y tecnología, con métodos etnográficos.

  • M. Carmen Peñaranda Cólera

     M. Carmen Peñaranda Cólera

    Licenciada en Psicología por la Universidad Autónoma de Barcelona. Diplomada en Trabajo Social por la Universidad de Barcelona. Máster de Iniciación a la Investigación en Psicología Social y Diploma de Estudios Avanzados en Psicología Social por la Universidad Autónoma de Barcelona. Profesora ayudante del Departamento de Psicología Social de la Universidad Autónoma de Barcelona.

  • Margot Pujal i Llombart

     Margot Pujal i Llombart

    Doctora en Psicología y profesora titular de Psicología Social en la Universidad Autónoma de Barcelona.

  • Francisco Javier Tirado Serrano

     Francisco Javier Tirado Serrano

    Licenciado en Psicología y profesor colaborador en la Universidad Autónoma de Barcelona. Sus intereses de investigación son los procesos de innovación tecnocientífica y el cambio y la reproducción social.

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Primera edición: septiembre 2016
© Tomás Ibáñez Gracia, Joel Feliu i Samuel-Lajeunesse, Brígida Maestres Useche, Luz M. Martínez Martínez, Cristina Pallí Monguilod, M. Carmen Peñaranda Cólera, Margot Pujal i Llombart, Francisco Javier Tirado Serrano
Todos los derechos reservados
© de esta edición, FUOC, 2016
Av. Tibidabo, 39-43, 08035 Barcelona
Diseño: Manel Andreu
Realización editorial: Oberta UOC Publishing, SL
Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño general y la cubierta, puede ser copiada, reproducida, almacenada o transmitida de ninguna forma, ni por ningún medio, sea éste eléctrico, químico, mecánico, óptico, grabación, fotocopia, o cualquier otro, sin la previa autorización escrita de los titulares del copyright.

Introducción

Orientaciones sobre la asignatura
Francisco Javier Tirado Serrano
La guía de estudio que tenéis en vuestras manos ha sido concebida con varias finalidades. En primer lugar, pretende que tengáis un acceso comprensivo y global a los contenidos de esta introducción a la psicología social. Se compone de una presentación general de los módulos y sus contenidos, describe su organización y secuencia, y la relación que se establece entre preguntas y conceptos diferentes que aparecen en las páginas de los materiales seleccionados. En segundo lugar, y como consecuencia de lo anterior, la guía explicita y argumenta tanto la lógica de los contenidos, como el recorrido conceptual que ésta implica. Se presenta, de este modo, tanto una propuesta de definición de la disciplina, como una manera de conceptualizarla. En tercer lugar, justifica la elección de determinados textos y los posicionamientos teóricos de los cuales parten. Finalmente, la guía proporciona una imagen de conjunto de la asignatura y de su inserción en la totalidad de materias que conforman la especialización en psicología social.
Cuando se inicia el estudio de una disciplina científica como la psicología, es frecuente manejar el supuesto siguiente: ¡la disciplina se ocupa de procesos relacionados esencialmente con el individuo y su psique! Pues bien, la psicología social es una materia que rompe con semejante asunción. Existe una multitud de definiciones sobre su objeto de análisis. Algunas de ellas enfatizan la necesidad de buscar las causas del comportamiento y del pensamiento de los individuos en situaciones sociales concretas, otras plantean que la ciencia es la materia del conflicto entre el individuo y la sociedad, y también las hay que postulan que el objeto de la psicología social reside en los fenómenos relacionados con la ideología y la comunicación.
No obstante, sea cual sea la definición que manejemos, en todas hay una preocupación común: mostrar las determinaciones sociales y culturales que tienen los fenómenos psicológicos. Así, la psicología social aparece como la materia que estudia cómo se deben concebir y analizar los procesos psicológicos y las acciones, relaciones, interacciones, etc., de nuestra vida cotidiana, dentro de los marcos sociales y culturales en los cuales se dan siempre. Es decir, la psicología social se constituye como un corpus de saber científico, que proporciona una dimensión sociocultural a todos estos fenómenos que consideramos habitualmente psicológicos, individuales e intrapsíquicos.
La relación entre el aspecto psicológico y el aspecto social es una de las problemáticas más básicas que definen el campo de la psicología social.
La conceptualización que se ha realizado de cada uno de estos dos términos, el tipo de relación (de exterioridad o interioridad) que se ha establecido entre éstos, el enfoque metodológico elegido para analizarla y el valor de inseparabilidad o diferencia que se ha conferido a la relación entre la persona y sus circunstancias socioculturales determinan tanto la historia, como las distintas orientaciones teóricas que posee la psicología social como corpus de conocimiento científico.
De la anterior problemática deriva otro de los grandes ejes definitorios de la disciplina. Nos referimos al tema de la identidad. La forma como se defina el "yo" es determinante y fundamental para el tipo de discurso que se elabore con posterioridad sobre la relación entre el individuo y los contextos socioculturales en los cuales vive. De este modo, la psicología social ha criticado y rechazado tanto las nociones individualistas del "yo" como las puramente sociológicas. Ambas son excesivamente reduccionistas y no permiten aclarar el tipo de influencia que el aspecto social ejerce sobre el aspecto psicológico. Para paliar estas carencias, la psicología social vindica una noción psicosocial de la identidad que reúne algunos aspectos de las definiciones anteriores, pero los enriquece con el estudio de la conexión misma que se da entre individuos y contextos sociales. De esta manera, el análisis de las implicaciones que tiene el uso de categorías sociales y de procesos de categorización en la construcción de identidad social y en la formación de estereotipos y comportamientos de discriminación adquiere relevancia notable en la disciplina.
Las actitudes y su cambio constituyen uno de los temas más clásicos de la psicología social. ¿Por qué razón? Porque la actitud es una noción que permite a esta disciplina estudiar y actuar sobre la relación que se establece entre nuestro comportamiento, los valores culturalmente dominantes y el orden social. Es decir, es un camino para aclarar la relación que existe entre el aspecto social y el aspecto psicológico. Así pues, en toda introducción a la psicología social tiene que estar presente un apartado dedicado a revisar ampliamente los tipos de análisis que se han llevado a cabo sobre las actitudes, mostrar los mecanismos que explican su formación y explicitar el papel que tienen los procesos de comparación social y los denominados grupos de referencia en la constitución de nuestras ideas, pensamientos y creencias.
Si bien el tema de las actitudes tiene la virtud de poner de relieve el enorme peso que el contexto social ejerce en la formación de nuestro pensamiento, también tiene la cualidad de plantear una de las preguntas más inquietantes y típicas de la psicología social: ¿cómo es posible que los individuos sean capaces de llevar a cabo acciones que contradicen sus creencias o pensamientos? El intento de responder a esta cuestión define otra de las dimensiones básicas en la disciplina. Nos referimos al estudio de los mecanismos que hacen posible la conformidad, la influencia social y la obediencia a la autoridad. Durante muchos años, estos estudios han planteado modelos que explican la concordancia posible o nula entre nuestros valores o creencias y nuestras conductas sociales, nuestras actitudes de sumisión y las razones de obediencia en situaciones que exhiben la presencia clara y manifiesta de alguna fuente de autoridad.
En definitiva, la psicología social es una materia que proporciona recursos metodológicos e interpretativos que muestran la íntima relación que existe entre procesos sociales y fenómenos psicológicos. Como dejará patente la lectura de los módulos, esta relación se establece en fenómenos como los procesos de normalización, los grupos de referencia, el papel del significado en nuestra acción social, la influencia y la conformidad, etc. A su vez, estos conocimientos, en tanto que enfatizan la relevancia de los marcos socioculturales en el desarrollo psicológico, ofrecen una dimensión complementaria a la que se desarrolla en otras parcelas de la psicología. Sin embargo, además, demuestran la interdisciplinariedad que cada vez caracteriza más a la psicología social. Así, en los enfoques más recientes que se desarrollan en la disciplina, los elementos que pertenecen al ámbito de la lingüística, la sociología, la filosofía, la antropología o la historia son cada vez más frecuentes e importantes.
El planteamiento que hace la psicología social de la relación entre lo social y lo psicológico, y también las dimensiones e interrogantes clave que la definen, también permite enfrentarse, desde una perspectiva diferente y enriquecedora, al contenido de muchas cuestiones, temáticas e interrogantes que son omnipresentes en nuestra actualidad y animan muchos debates y reflexiones intelectuales. Nos referimos a problemáticas como la violencia, ya sea individual, intergrupal o intragrupal, la influencia de las minorías ante el papel de las mayorías, la constitución de nuevas identidades grupales y nacionales, la discriminación y la xenofobia, el cambio de actitudes políticas y culturales, o la aparición de ciertos movimientos sociales.
Probablemente, la disciplina, los contenidos señalados y sus posibilidades constituyen el primer contacto que muchos de los lectores tienen con el amplio campo de la psicología social. Si tenemos esto en cuenta, el contenido de los módulos ha sido diseñado con un doble propósito. En primer lugar, pretende constituirse en una introducción ágil en el campo mencionado y reunir su emergencia como corpus de análisis científico, y extender sus explicaciones hasta temáticas y trabajos que se desarrollan en nuestros días. Y, en segundo lugar, pretende aparecer como presentación y preámbulo de un itinerario de formación y pensamiento que estaría constituido por otras materias del campo de la psicología social como pueden ser la psicología de los grupos y los movimientos sociales, la psicología de las organizaciones, la psicología de las relaciones de autoridad y poder o la psicología del comportamiento colectivo.
La introducción a la psicología social que tenéis en vuestras manos se organiza a partir de cuatro bloques o módulos. Estos bloques reúnen las principales dimensiones definitorias de la disciplina que hemos mencionado con anterioridad. El módulo 1 define y caracteriza la psicología social. En esta definición se revisan los temas principales de la disciplina y las distintas orientaciones teóricas que aparecen en su historia. El módulo 2 se centra exclusivamente en la problemática de la identidad. Su objetivo principal consiste en proporcionar una conceptualización psicosocial de ésta. El módulo 3 está dedicado a la organización y el cambio de actitudes. Revisa las aportaciones más clásicas de este ámbito de trabajo y las características y definiciones más recientes sobre la noción de actitud. El módulo 4 describe los dispositivos de influencia, conformidad y obediencia.
Una vez explicitada la estructura de esta introducción conviene hacer una aclaración. Constituiría un error leer los cuatro módulos en clave de progreso acumulativo de conocimiento psicosocial. Es decir, no existe una relación de implicación y necesidad entre los diferentes módulos. Como sucede con muchas otras ciencias sociales, la psicología social considera imposible establecer principios o leyes generales unificadas del comportamiento social que derivarían de un proceso extenso de acumulación de resultados y teorías. Entre los cuatro módulos hay una secuencia lógica de preguntas y planteamientos conceptuales y metodológicos compartidos. Sin embargo, no se debe suponer, por ejemplo, que los estudios sobre influencia que aparecen explicados en el último módulo son una derivación necesaria y requieren, para su inteligibilidad, todas las consideraciones hechas sobre el tema de la identidad, monográfico del módulo 2. A veces, entre los diferentes temas habrá una relación histórica y cronológica, pero en la mayoría de los casos se debe considerar que las temáticas tratadas tienen desarrollos paralelos, sin duda interconectados conceptualmente, pero con evoluciones que tienen cierta independencia.
Aclarada esta cuestión, aconsejamos, no obstante, una lectura secuencial que respete el orden establecido en los materiales. Este orden responde a una presentación de la materia que comienza planteando cuestiones generales e introductorias, para más tarde exponer interrogantes y respuestas particulares y detalladas. Es decir, los cuatro módulos nos ofrecen una introducción a la psicología social que parte de consideraciones generales y culmina con temáticas concretas.
Esta introducción a la psicología social está constituida por cuatro módulos que dividen la materia en otras cuatro partes fundamentales.
Contenidos básicos
Módulo 1: el cómo y el porqué de la psicología social
Definir y caracterizar la psicología social no es una tarea fácil. Como ya hemos mencionado, existe una multitud de definiciones sobre su objeto de estudio. No obstante, todas estas definiciones se interesan por esta multitud de pequeños y grandes deberes, normas, pautas de conducta, interrogantes, asentimientos, gestos de violencia, rituales e interacciones que componen nuestra vida cotidiana. Toda aquella masa de sentimientos, conductas, dudas, nimios rituales, etc. constituye un conjunto de datos, un material, que habitualmente, cae fuera del interés de la psicología, más centrada en el análisis y descripción de procesos cognitivos e individuales. Y suele también ser eludido por la sociología, más preocupada por formas generales de organización, reproducción institucional y amplios dispositivos de estructuración y control social. Pues bien, este conjunto de datos da forma al objeto de estudio de la psicología social. Sin duda, a ésta le interesan muchos de los aspectos analizados por la sociología o la psicología, pero su centro principal de interés es la cotidianidad de los individuos en el sentido de que es una dimensión determinada por factores sociales, culturales e históricos.
Es decir, la psicología social se interesa por cómo están influidos y determinados nuestros pensamientos, sentimientos y conductas por otras personas y por ciertos contextos sociales. Esta influencia se puede producir mediante interacciones cara a cara entre las cuales dos personas se influyen mutuamente, a partir de una interacción no directa, como la que se da entre los políticos y sus votantes, y mediante, incluso, interacciones que no son mutuas, que se dan en una sola dirección, como ocurre, por ejemplo, en el caso de la publicidad.
Obviamente, el interés por la influencia que unos ejercemos sobre otros no es un tema nuevo, y gran parte de las preocupaciones que tiene hoy día la psicología social ha sido objeto de reflexión durante muchos siglos. La filosofía griega, por ejemplo, plantea ya que el hombre es un animal político, determinado por la acción que sobre él ejerce su ciudad y sus conciudadanos. Sin embargo, todas estas especulaciones cubren un aspecto riguroso y sistemático con la constitución de la psicología social como disciplina científica. Hija al mismo tiempo de la tradición psicológica y la sociológica, sus primeros textos aparecen en 1908. Una vez pasado el primer cuarto del siglo XX, se dará el proceso definitivo de constitución como disciplina científica, que coincide, en buena medida, con la Segunda Guerra Mundial y el conjunto de problemas que ésta planteó: la necesidad de propaganda bélica, el tema de la difusión de rumores y su efecto en la población, el liderazgo, la sumisión, la posibilidad de campos de exterminio, los conflictos raciales, etc.
El primer módulo consta de cuatro apartados. En este módulo, precisamente, se agrupan las cuestiones principales relacionadas con la emergencia y constitución de la psicología social como disciplina científica. El módulo revisa los temas básicos de la materia, las distintas orientaciones teóricas que caracterizan su historia, algunas aportaciones fundamentales hechas para la comprensión de la realidad social y la relevancia que sus enfoques han proporcionado progresivamente a la dimensión simbólica de los procesos psicosociales. Su objetivo principal es dejar constancia de la inseparabilidad que existe entre la persona y sus circunstancias, es decir, entre el aspecto psicológico y el aspecto social.
En este sentido, el apartado que abre el módulo es de carácter introductorio y se inicia con una reflexión general sobre todas estas cuestiones. Plantea en toda su amplitud la relación entre lo que denominamos psicológico y lo que denominamos social. Si bien el sentido común acepta que las personas nacen con unas características que las definen para el resto de su vida, la psicología social se opone a esta afirmación y reconoce que las circunstancias sociales tienen un peso decisivo en nuestra manera de ser y de pensar.
Precisamente, el apartado muestra que las personas, a pesar de sus diferencias idiosincrásicas, tienen un conjunto amplio de características comunes según su pertenencia a las diferentes comunidades que constituyen nuestra realidad social. De la misma manera, se reconoce que nuestras creencias y conductas varían según los usos y las costumbres que imperan en cada una de estas comunidades. Por un lado, tenemos la constatación de la diferenciación social dentro de una sociedad y, por el otro, la extensa variabilidad de culturas que podemos definir. Estas situaciones constituyen datos que informan de la inseparabilidad que existe entre la persona y sus circunstancias sociales o, dicho de otro modo, entre lo que es psicológico y lo que consideramos social.
Una vez planteado el debate general que existe en torno a la tensión entre el aspecto psicológico y el aspecto social y algunas posibles conceptualizaciones de esta relación, el segundo capítulo revisa cómo se ha formado históricamente la psicología social como corpus de saber científico que es, con un objeto de estudio determinado y unas metodologías propias. El tema parte del trabajo de filósofos como Vico. Éste postuló que las sociedades tienen tanto una dimensión histórica –se constituyen, evolucionan y cambian según una dimensión temporal– como un carácter construido, es decir, son productos de la acción humana. A continuación, se revisa la formación de la psicología social en Europa en el siglo XIX y su desarrollo en Estados Unidos en el siglo XX. Finalmente, se analiza su plena constitución como disciplina científica diferenciada de otros saberes sociales.
Merece la pena mencionar que, para muchos autores, el proceso de institucionalización de la disciplina es tan importante como su historia. Y este proceso está marcado por las preguntas que ésta ha intentado responder en cada momento.
Así, señalan que se pueden establecer tres grandes periodos. El primer periodo en su institucionalización se caracteriza por una visión de la sociedad como una realidad homogénea. Esta visión queda planteada en la pregunta fundamental: ¿qué nos mantiene unidos en el orden social establecido? Es el momento en que la disciplina llega a las universidades. Un segundo periodo arranca de la americanización de la psicología. La pregunta fundamental es: ¿qué nos integra en el orden establecido? Se parte de la necesidad de adaptar el individuo al orden social imperante. Las tres áreas más estudiadas en este periodo son: los pequeños grupos, las actitudes y la relación entre cultura y personalidad. La manera de tratarlas y sus contenidos reflejan el sesgo teórico hacia el individualismo y el psicologismo. Es el momento de máxima expansión académica y de aparición de los profesionales que operan al margen de las universidades. Un tercer periodo se caracteriza por la pregunta siguiente: ¿qué nos libera del orden social establecido? Esto comporta ya cuestionarse el orden social. Los postulados de este nuevo periodo serían los siguientes: a) la visión de la realidad social como una construcción histórica, como un producto de la acción humana; b) el enfoque conflictivo del orden social, y c) el papel político de la psicología social. Estamos en un momento en el que la psicología social se constituye como una herramienta de crítica social.
La anterior revisión histórica concluye formulando un corolario: la psicología social desde su nacimiento presenta dos grandes orientaciones diferenciadas. Por un lado, la psicología social psicológica, centrada en el individuo y en los determinantes innatos de las conductas sociales. Por el otro, la psicología social sociológica, más preocupada por las grandes colectividades humanas y por los determinantes culturales de las conductas mencionadas. La diferencia entre ambas corrientes es importante. La primera orientación toma los fenómenos sociales y los individuos como unidad de análisis y estudia la conducta social y el impacto de estímulos sociales en los procesos psicológicos. Para ésta, el aspecto social y el aspecto psicológico son dos realidades o variables con una relación de exterioridad. Se relacionan, pero no son exactamente lo mismo. Es posible establecer dónde comienza una y acaba la otra. La segunda orientación define la interacción entre los individuos y la dimensión social que la caracteriza como unidad de su trabajo, y estudia, sobre todo, las características de la vida colectiva y su impacto en la determinación social de las personas. Para esta orientación, el individuo es un agente interpretativo que produce y reproduce su realidad social mediante sus interacciones cotidianas. La dimensión simbólica y el significado que se genera en éstas aparecen como claves básicas para entender la relación entre el aspecto psicológico y el aspecto social. Estas entidades son un tipo de tejido sin costuras, entre éstas se da una relación de interioridad y es imposible discernir los límites de una y de la otra.
A su vez, dentro de cada corriente es posible definir orientaciones teóricas diferentes. Así, el apartado revisa orientaciones como el interaccionismo simbólico, el socioconductismo, la orientación psicoanalítica, la teoría de la gestalt, el sociocognitivismo y el socioconstruccionismo. Si bien es cierto que una multitud de escuelas como éstas vuelve más complejo el panorama de la psicología social, también es cierto que lo enriquecen y lo aproximan a la complejidad de nuestra realidad social y vida cotidiana. Como ocurre con la mayoría de las ciencias sociales, cada una de estas orientaciones define con ciertas peculiaridades distintivas el objeto de análisis de la psicología social. Parten de una crítica a otras orientaciones y de ningún modo tenemos que suponer que son un efecto de la acumulación de conocimientos, ya que, como se apreciará al leer el apartado, cada una de estas orientaciones realiza el ejercicio de volver a los orígenes de la disciplina y reinterpretar su historia.
El cuarto apartado cierra esta panorámica general y plantea el interrogante de la aplicabilidad de la psicología social y repasa algunas aplicaciones que se han llevado a cabo en el terreno del conflicto entre grupos, la cohesión grupal, la persuasión o las relaciones interpersonales.
El primer módulo constituye una visión general de la psicología social. Esta presentación opera como marco para una exposición posterior más amplia y profunda de ciertas temáticas. Las conclusiones principales que se desprenden de esta primera unidad son las siguientes:
  • La psicología social es una disciplina que enfatiza la determinación y constitución social de los fenómenos psicológicos. Ante la idea ampliamente generalizada de que la realidad psicológica es más básica y fundamental que la social y que, por tanto, esta última se limita a proporcionar cierta forma a la primera, el primer módulo insiste en la dificultad que se presenta en el momento de distinguir lo que denominamos social de lo que denominamos psicológico, y apunta hacia la necesidad de considerar estos dos aspectos como consustanciales.

  • La psicología social asume que los fenómenos sociales son una realidad histórica en la cual llama la atención el profundo carácter cambiante que posee. El hecho de afirmar que son una realidad histórica significa asumir que no hay sucesos sociales válidos para todas las sociedades, culturas o pueblos. Estos sucesos dependen de un momento temporal concreto y marcos de significado específicos.

  • De la misma manera, el conocimiento producido sobre esta realidad es histórico y provisional. A lo largo del módulo se insiste en la necesidad de tener prudencia a la hora de conceder a los conocimientos instituidos el carácter de verdades definitivas. La psicología social también produce un conocimiento que depende de un contexto específico y un momento histórico concreto. Pensar lo contrario nos llevaría a esencializar los fenómenos sociales y las propiedades metodológicas de la disciplina. Por ejemplo, podríamos cometer el error de pensar que existen unas características básicas y comunes para todo grupo humano; o que existe una identidad social general para los miembros de todo un gran colectivo; o que las relaciones de género tienen un valor universal y transcultural.

  • Del módulo se desprenden dos preguntas fundamentales. Si afirmamos que el aspecto social y el aspecto psicológico son inseparables, se debe resolver el interrogante sobre cómo se constituye esta inseparabilidad y cómo podemos tratar y analizar esta constitución.

Módulo 2: La identidad, el self
Uno de los recursos que ha utilizado la psicología social para responder a las preguntas anteriores ha sido la identidad social. Nuestra vida cotidiana transcurre en una interacción permanente con otras personas y en un continuo transitar por varios contextos sociales. En estos contextos tenemos que obedecer órdenes y respetar códigos, se deben coordinar tareas, discutir, intercambiar puntos de vista, opinar, callar, etc. Y en este tránsito experimentamos un doble sentimiento: nos sentimos diferentes a los otros y al mismo tiempo iguales. Nos sentimos cercanos a algunas personas y ajenos a otras. Este sentimiento del yo, de idiosincrasia, es la identidad individual. Sin embargo, el otro sentimiento de proximidad con algunas personas también es importante, constituye un tipo de identidad grupal o colectiva. La relación entre ambos sentimientos ha generado en la psicología social un conjunto de preguntas importantes: ¿qué entendemos por identidad individual o colectiva? ¿Qué relación hay entre éstas? ¿Una determina la otra? ¿Realmente se puede hablar de una identidad individual? ¿Necesito a los otros para pensarme a mí mismo? Todas estas cuestiones han convertido la temática de la identidad en una de las dimensiones definitorias de la disciplina.
En esta dimensión tienen un papel importante conceptos como el de categoría social, estereotipo, prejuicio y comportamiento de discriminación. Una de las conclusiones más importantes que ha establecido la disciplina tiene que ver con el hecho de que la categoría grupal proporciona una identidad o posición social y, al mismo tiempo, funciona como perspectiva de percepción de la realidad. En esta percepción parece que haya siempre implícito un proceso de comparación social que genera un "nosotros" ante un "ellos", proceso en el cual emerge la identidad social, pero también el estereotipo, el prejuicio y la discriminación.
El segundo módulo está dedicado al tema de la identidad. Sistematiza los contenidos y las explicaciones relacionadas con esta temática y avanza respuestas a las dos preguntas fundamentales que se desprendían del módulo anterior. El módulo se compone de cinco apartados. A lo largo de su desarrollo, estos capítulos aclaran la diferencia que existe entre las explicaciones de la identidad de naturaleza individualista, las de naturaleza puramente social y las explicaciones psicosociales; enfatizan el papel que tiene el lenguaje, la cultura y el contexto social en la definición de la identidad; muestran el impacto que nociones como la de rol o estatus tienen en la comprensión de la influencia que ejerce la estructura social en la identidad de las personas; y aclaran cómo se generan estereotipos, comportamientos de discriminación y efectos xenófobos.
Concretamente, el primer apartado expone la diferencia existente entre la noción de identidad personal y el concepto de identidad social. Argumenta que la noción de identidad personal está fuertemente arraigada en dos perspectivas muy conocidas en psicología: la biologista y la psicoanalista. La primera se centra en el estudio de las bases biológicas del comportamiento y traslada los principios de la evolución natural al estudio de la identidad para aclarar su dimensión hereditaria y genética. La segunda se basa en el análisis del inconsciente y en el estudio del impacto que las relaciones afectivas han dejado en nuestra manera de sentir y actuar a lo largo de nuestro desarrollo evolutivo.
Ambas perspectivas comparten un propósito: buscar en la identidad un núcleo natural, diferenciado y propio. Sin embargo, esta búsqueda se nos presenta falaz por dos razones: a) es enorme e inevitable la cantidad de procesos de influencia y relaciones sociales en los cuales el "yo" está inmerso y se pone de manifiesto, y b) es imposible conocer la identidad más allá de su intermediación lingüística.
El lenguaje transmite formas culturales, patrones históricos y códigos sociales. Esto implica que cada vez que hablamos de la identidad o la analizamos científicamente proyectamos en ésta, mediante el lenguaje que utilizamos, una manera concreta de entenderla y valorarla. Por tanto, siempre que estudiamos la identidad reproducimos en su definición una determinada matriz ideológica y social. De esta manera, resulta muy difícil distinguir entre una identidad social y una identidad individual. Ambas son realidades constituidas mutuamente mediante el aspecto social, el cultural y el ideológico. Además, ambas son deudoras del lenguaje que utilizamos al referirnos a cualquiera de sus múltiples aspectos. Del mismo modo, la identidad no es algo fijo y estable, con propiedades ajenas o al margen de contextos sociales y temporales. Ésta no se puede diferenciar de las circunstancias en las que se piensa, define o enuncia.
El segundo apartado revisa las dimensiones diferentes que tendría la identidad concebida a partir de los contextos y las circunstancias sociohistóricas en las cuales emerge. Se pretende responder desde la psicología social a la pregunta ¿quién soy yo? Ciertamente, esta pregunta tiene varias líneas de respuesta. Se puede hacer un listado de atributos individuales (soy inteligente, tímido, etc.). Esta respuesta elude el papel que tiene el aspecto social en la definición de la identidad. O también se pueden enumerar categorías grupales (soy mujer, médica, trabajadora, etc.). Aparentemente, el aspecto social quedaría más patente en esta segunda respuesta. No obstante, no es así. Sin un marco de comprensión previo, también las categorías enumeradas aparecen como rasgos individuales o características esenciales que comparten muchos individuos. La psicología social huye de este sesgo al considerar el peso que tienen los aspectos sociales e ideológicos en la formulación de las categorías mencionadas. Las categorías sociales señalan grupos de pertenencia o referencia, posiciones o estratos sociales, diferenciación cultural, etc. Además, cada una de éstas implica un conjunto específico de roles, atributos, representaciones y percepciones sociales que igualan a la persona que las utiliza con el resto de los integrantes de la categoría y deja en un segundo plano cualquier indicio de individualidad.
En el tercer apartado se revisan los procesos de categorización y sus efectos de comparación social. En éste se argumenta que la categorización tiene tanto un claro valor instrumental, en el sentido de que organiza, estructura y simplifica la información que tenemos en nuestros contextos sociales, como un evidente valor ideológico y de control social, en el sentido de que estructura globalmente la sociedad según los intereses y valores socialmente dominantes. Por un lado, la categorización social comporta efectos como la acentuación ilusoria de semejanza entre personas que forman parte de una misma categoría y la creación exagerada de diferencias entre individuos que pertenecen a categorías diferentes. La exageración del aspecto idéntico en el "nosotros" ante la exageración del aspecto diferente en el "ellos" genera prejuicios hacia otros grupos; este mecanismo está en la base de los comportamientos de discriminación y permite relaciones diferenciales de género.
La categorización constituye un paso importante a la hora de entender la dimensión social que interviene en la constitución de la identidad. No obstante, hay otras dimensiones que deben ser consideradas. Éstas se plantean en el cuarto apartado. En sus páginas se revisa cómo se estructura socialmente la experiencia de la identidad y qué papel tiene el significado y lo simbólico en esta estructuración.
En primer lugar, la noción de rol (modelo organizado de comportamientos que se desprende de la posición determinada que ocupa la persona dentro de un conjunto interaccional) y la posibilidad de su interiorización nos permiten entender cómo intervienen la estructura social y el estatus en la configuración de nuestra identidad. La experiencia de la identidad, el sentido de nuestro yo, está determinada por la estructura social en la que estamos inmersos y por roles representados por los interlocutores presentes en los distintos contextos por los cuales transcurre nuestra vida cotidiana.
En segundo lugar, teorías como el interaccionismo simbólico, el construccionismo social o autores como G.H. Mead permiten analizar la identidad como elemento que emerge en un proceso complejo de interacciones simbólicas y de significados. Cuando nos relacionamos con los otros, compartimos cierta significación, algunos códigos, símbolos. Los ajustes sucesivos de este compartir generan un conocimiento común, una intersubjetividad que, si perdura en el tiempo, puede ser asumida por toda una comunidad. Además, los otros son nuestro espejo, pero no nos limitamos a reproducir totalmente la imagen que éstos nos devuelven, sino que la ajustamos a nuestra manera de pensarnos, lo cual, a su vez, incide en la interacción con el otro. Puesto que siempre venimos de unas interacciones y vamos hacia otras, la identidad es al mismo tiempo causa y resultado de este movimiento.
El segundo módulo pone sobre la mesa dos cuestiones importantes:
  • El análisis que lleva a cabo la psicología social de la identidad muestra que ésta, un fenómeno que habitualmente se considera de naturaleza psicológica o comportamental, puede ser comprendida como una producción dependiente del contexto social y cultural. La identidad pasa a ser otro fenómeno social más, proscrito y prescrito por estructuras sociales y de valores.

  • La temática de la identidad conduce a preguntas sobre la génesis social de nuestras creencias, opiniones, valores, etc. Plantea interrogantes sobre cómo se constituyen nuestros pensamientos y sobre si reproducen o no un statu quo determinado y por qué. Pone sobre la mesa, en definitiva, la importancia básica que tiene analizar la identidad como producción de un determinado orden social.

Módulo 3: Organización y cambio de actitudes
Este conjunto de cuestiones nos conduce directamente al tema del tercer módulo: la producción, organización y cambio de actitudes. Actitud es un concepto de amplio uso cotidiano. En general, el significado que damos al término es el que se puede encontrar en cualquier diccionario: 'disposición de ánimo'. Para la psicología social, no obstante, actitud es una noción con un significado un poco diferente. La definición más clásica que existe en la disciplina es la proporcionada por Gordon W. Allport, en 1935, y que plantea que las actitudes son estados de disposición mental y nerviosa, organizados mediante la experiencia, que ejercen un influjo directivo o dinámico en la respuesta del individuo a toda clase de objetos y situaciones. Sin embargo, al margen de las definiciones múltiples que se han dado después de ésta, lo interesante del concepto radica en el hecho de que la actitud comporta una preparación de la persona para actuar de una manera u otra ante cada objeto y, por tanto, la transitoriedad de cada comportamiento queda anclada en la estabilidad de lo que son disposiciones de la persona. De esta manera, con el concepto de actitud se pretende ofrecer una respuesta a la psicología como ciencia cuando busca un principio unificador de la diversidad de conductas, y también un principio que vincule el aspecto individual con el social, el personal con el grupal. En esta medida, la temática de las actitudes tiene una importancia fundamental en la psicología social, ya que reúne un conjunto de intereses e interrogantes que enfrentan la disciplina con el problema de la reproducción y el cambio social.
Desde principios de siglo, la psicología social ha analizado la uniformidad social. Es decir, se ha preguntado cómo y por qué las personas de una misma sociedad tenemos comportamientos y pensamientos parecidos o equivalentes. También se ha preguntado cómo se inducen estos pensamientos y acciones; de qué manera se podrían resistir las personas a esta inducción y cómo intervendría el poder en estos contextos de transformación y cambio social de actitudes.
Estas cuestiones se exploran en esta tercera parte de nuestra introducción a la psicología social. El módulo contiene cuatro capítulos y en estos capítulos se revisa qué es una actitud y qué definiciones diferentes se han dado a lo largo de la historia social, sus funciones, cómo se dan los procesos de cambio de actitudes, qué es la disonancia cognitiva y qué fenómenos sociales permite explicar, así como qué nuevas maneras de entender los procesos de formación de las actitudes han aparecido en la psicología social.
El primer apartado y el segundo están dedicados a la definición del concepto de actitud y a los enfoques principales que se han empleado en su conceptualización.
Existe una gran diversidad de teorías y modelos sobre las actitudes. Esta diversidad depende de dos factores. En primer lugar, de la orientación psicosocial que plantea el problema. Así, las actitudes reciben un tratamiento diferenciado si son analizadas desde los planteamientos del construccionismo social o si lo son desde los supuestos del cognitivismo social. En segundo lugar, de los objetivos y del tipo de investigaciones que se llevan a cabo. De esta manera, la mayoría de los enfoques que hay sobre las actitudes se ha generado a partir de investigaciones cuyo objetivo era analizar cómo cambian las actitudes de grupos o personas en situaciones concretas. Esto provoca que habitualmente se mencionen tres enfoques clásicos en el análisis de las actitudes. El primero es el enfoque de la comunicación y aprendizaje, postulado por Hovland, que mantiene que las actitudes se aprenden y dependen de los refuerzos que recibe la persona al actuar de una manera o de otra, sobre todo de los refuerzos que provienen de su grupo social. El tipo de información que se recibe (su temática, su soporte, etc.) y la importancia de la fuente (si es poseedora de autoridad o no, si le atribuimos experiencia, etc.) son clave en la configuración de las actitudes. El segundo es el enfoque funcional que insiste en el hecho de que las actitudes sirven para varias necesidades de la persona: la orientan ante la realidad, le ofrecen formas adecuadas de comportarse y le permiten expresar sus opiniones. Según este modelo, el cambio de actitud requiere que la nueva actitud supla las funciones realizadas por la actitud original. El tercer enfoque es el de la consistencia, que mantiene que las actitudes constituyen conjuntos de conocimientos y afectos que tienden a ser consistentes entre sí. De esta manera, el cambio de un elemento altera todos los demás.
El tercer apartado plantea ampliamente el problema del cambio de actitudes. Nuestras actitudes pueden variar por distintas razones, y puede haber personas o instituciones que deseen que cambien con la esperanza de que varíen algunos de nuestros comportamientos sociales. En psicología social hay dos puntos de vista generales a la hora de analizar este fenómeno y que agruparían a los tres modelos mencionados anteriormente. En primer lugar, tenemos el punto de vista conductista, que examina la importancia de los factores del entorno que tienen algún efecto sobre nuestras actitudes. Y, en segundo lugar, el punto de vista cognitivo, que presta atención al conjunto de procesos mentales que intervienen en el cambio de actitudes.
Desde el punto de vista cognitivo, se debe remarcar la teoría de la resonancia cognitiva. Esta teoría constituye el modelo más popularizado y aplicado del conjunto de enfoques sobre las actitudes y su cambio; y fue formulada por Leon Festinger en 1957. Sus postulados mantienen que cuando una persona tiene dos ideas, dos pensamientos o dos actitudes coherentes, experimenta cierto estado satisfactorio de coherencia cognitiva. Por el contrario, dos o más pensamientos, ideas o actitudes incoherentes generan un estado negativo de activación denominado disonancia. Según Festinger, experimentamos una fuerte motivación para reducir la disonancia. Así, el cambio de actitudes se produce gracias a la disonancia entre las creencias de una persona. Es decir, cambiamos una actitud para hacerla coherente con otras.
El grado de disonancia depende de dimensiones como la magnitud de la incoherencia o la importancia que el contenido de la actitud tenga para nosotros. Cuanto más elevada es la disonancia, mayor es la motivación para reducirla. Las formas de reducción de la disonancia se dan en la dirección de las dimensiones anteriores: eliminar la incoherencia o bien eliminar la importancia que damos al tema.
Lectura complementaria

La descripción exhaustiva de los procesos de activación y reducción de la disonancia está detallada en el texto de Leon Festinger y Elliot Aronson "Activación y reducción de la disonancia en contextos sociales" que se puede encontrar en el libro:

J. Torregosa; E. Crespo (Comp.). (1984). Estudios básicos de Psicología Social. Barcelona: Hora.

La motivación que tenemos para mantener la coherencia cognitiva está estrechamente relacionada con el cambio de actitudes. Nuestras actitudes, como nuestras ideas o pensamientos, pueden entrar en contradicción. Cuando esto se produce, se inicia el proceso descrito con anterioridad: se busca la coherencia de actitudes contradictorias.
En el modelo de la disonancia cognoscitiva de Festinger se plantea una cuestión muy interesante que se refleja especialmente en sus estudios sobre las acciones en contra de la misma actitud. Esta cuestión tiene que ver con el hecho de que las ideas siguen a las acciones y la razón a la praxis. El individuo cambia su actitud para justificar aquellas acciones ya realizadas y para las cuales no tiene una explicación suficiente. En otras palabras, las actitudes surgen como producto ideológico de los intereses generados por la praxis humana. Es decir, pensamos teniendo en cuenta lo que hacemos. Y cuando nos vemos obligados a llevar a término acciones que contradicen nuestras creencias, lo más probable es que las acabemos justificando de alguna manera.
El cuarto apartado, finalmente, revisa las críticas que recientemente ha recibido el concepto de actitud y las nuevas definiciones propuestas basadas en el análisis del discurso. Estas propuestas localizan el punto de partida de su reflexión en la cuestión planteada anteriormente: la actitud precede a la praxis. Las actitudes se conceptualizan a partir del lenguaje y de los valores ideológicos. En estos nuevos enfoques, el significado que se genera en una situación concreta en la cual está implicado un individuo, un objeto y proposiciones lingüísticas hacia éste son clave para definir la actitud como cierto "compromiso" u orientación discursiva hacia aquel objeto. De esta manera, la perspectiva discursiva define la actitud como una relación de sentido o significado que emerge en una situación discursiva concreta y que está completamente vinculada a una situación social e ideológica determinada. Es decir, las actitudes son significados que aparecen en nuestras interacciones cotidianas y que se prefiguran gracias a éstas y están informadas por los valores y pautas culturales que guían estas interacciones.
El tema de las actitudes conduce a una pregunta que interviene como puente para conectar el tercer módulo y el cuarto.
  • El tema de las actitudes ofrece pautas para analizar la relación entre el orden social y las creencias del individuo. Muestra también que podemos realizar actos o llevar a término conductas que contradigan nuestras creencias u opiniones. Es habitual que tengamos una opinión y no la expresemos porque es contraria a la opinión de la mayoría. ¿Cómo es posible tal cosa? ¿A partir de qué mecanismos psicosociales se produce una sumisión semejante a la mayoría?

Módulo 4: Influencia, conformidad y obediencia
El módulo sobre la identidad insistía en el hecho de que estamos sometidos a una tensión entre ser totalmente iguales a los otros, a los individuos que pertenecen a nuestros grupos de pertenencia, o ser radicalmente diferentes. La igualdad garantiza nuestro sentimiento de pertenencia a ciertas categorías y contribuye a la creación de una identidad social determinada. La diferencia garantiza la sensación de individualidad y del "yo", y evita que nos perdamos en el "otro".
Los procesos de influencia social y las relaciones de poder y control tienen mucho que ver con esta tensión. Estos procesos generan presiones y favorecen la igualdad. Ayudan a generar el anterior sentimiento del yo, ya que esta uniformidad asegura la reproducción de ciertos patrones ideológicos, sociales y culturales prevalecientes en una cultura o comunidad concreta.
El cuarto módulo consta de cinco apartados y revisa estas temáticas. Analiza los procesos de influencia, conformidad y obediencia, y propone algunas respuestas para el interrogante que cerraba el módulo de las actitudes: ¿cómo podemos desplegar conductas contradictorias con nuestras creencias? El propósito básico del último módulo de esta introducción consiste en criticar la noción de individuo que hemos utilizado habitualmente con la finalidad de redefinirlo como nudo de relaciones intergrupales. Su formulación permite explicar por qué en ocasiones actuamos en contra de nuestras creencias u opiniones, por qué somos sumisos en algunos momentos y obedecemos en otros.
El primer apartado abre el módulo con una explicación del proceso de normalización. Nuestra vida social está regulada por conjuntos de normas, algunas de ellas implícitas, como pueden ser algunos códigos de buena educación en ciertos contextos, y otras completamente explícitas, como puede ser una normativa laboral o un código de circulación. La existencia y la pertenencia de todas estas normas se pone de manifiesto cuando tenemos un comportamiento contrario al que dicta alguna norma. Cuando esto sucede, las reacciones de sanción o reprobación de las personas de nuestro entorno no se hacen esperar.
El seguimiento de normas es uno de los factores más importantes que debemos considerar a la hora de entender la producción de uniformidad. Desde pequeños aprendemos los diferentes juegos de normas que rigen nuestros comportamientos, y podríamos decir que lo hacemos de manera automática y sin considerar si son las más adecuadas o si habría otras opciones posibles.
El segundo apartado analiza cómo tienen las normas un papel determinante en la percepción que tenemos de nuestra realidad social. Percibimos nuestro entorno a partir de categorías grupales. Estas categorías grupales adquieren sentido y funcionan gracias a determinadas pautas normativas que rigen y organizan el comportamiento de los miembros que las detienen. Así, estas normas guían y mediatizan la percepción que tenemos de la realidad social.
Toda categoría social comporta una agrupación, es decir, alguna característica aplicable a varios individuos. Nuestra percepción tiende a seguir los marcos generados por los procesos de categorización: las divisiones sociales, las diferencias estructurales, etc. Sin duda, percibimos a las personas como "hombres" o "mujeres", y quizá como "rurales" o "urbanos"; no obstante, si observamos que pasa un camión del ejército, percibimos a estas personas no como simples individuos, hombres o campesinos, sino como "policías" o "soldados", es decir, como miembros de un determinado grupo institucional.
Las normas guían y mediatizan la percepción de la realidad social.
Éstos son ejemplos de lo que constituye la discriminación perceptiva. Representa uno de los procesos fundamentales que nos permiten entender la percepción interpersonal y su huella en el comportamiento de las personas. Percibimos como miembros de un determinado grupo social y, a su vez, percibimos a los otros no como individuos aislados, sino como miembros de grupos concretos. Como hemos mencionado, las normas sociales rigen, dan sentido y organizan las creencias, actitudes y comportamientos de los integrantes de los grupos. Las normas están profundamente arraigadas en los valores, intereses e historia del grupo, por lo cual las percepciones que tenemos de todo lo que nos rodea están determinadas por la normatividad que comparte el grupo o la categoría social a la cual pertenecemos.
Los mecanismos que explican la percepción social permiten aclarar, en primera instancia, la aparición de estereotipos y efectos de discriminación. Los estereotipos sólo son el conjunto de creencias y pensamientos, en general de carácter negativo, que orientan la percepción y la acción de los miembros que pertenecen a una categoría social respecto a los miembros de otra categoría que no le es propia.
Si bien el primer apartado y el segundo muestran cómo aparece la uniformidad a partir del proceso de normalización y el efecto de discriminación conectado a la percepción social, el tercer apartado explica cómo son impuestas las normas por parte de una mayoría y una vez establecidas, a las personas o grupos que todavía no las comparten. Los grupos ejercen presión, mediante varios mecanismos, hacia la similitud, la aceptación y el seguimiento de sus normas.
En el primer tema, se examina con cierto detalle en qué consiste el fenómeno del conformismo. Éste hace referencia a una forma de similitud que tiene lugar cuando un individuo cede a la presión social para ser como los otros. Esta presión la ejercen normalmente los grupos a los cuales todos nosotros pertenecemos. Experimentos diferentes, como los de Asch, demuestran que la presión del grupo puede conseguir cambios notables en los individuos que se someten a sus dictados, y alterar tanto sus concepciones, como su manera de comportarse. La razón que explica estos efectos tan marcados reside en el temor a la desaprobación del grupo o el deseo de tener las características y cualidades que éste mantiene.
El proceso de normalización, la percepción social y la conformidad son fenómenos que muestran la influencia en una única dirección: de la mayoría a la minoría o del grupo al individuo. Son procesos que mantienen el orden social y el statu quo.
El cuarto apartado argumenta que también es posible describir procesos de influencia que generan cambio e innovación social. Es decir, procesos que invierten la anterior dirección en el sentido de la influencia y que irían del individuo al grupo. El tema muestra que la minoría puede afectar e influir a la mayoría. Este fenómeno se denomina influencia minoritaria en la psicología social.
Entre los procesos de influencia minoritaria y los de normalización e influencia minoritaria existen grandes diferencias. La normalización es un proceso que tiene que ver con la eliminación del conflicto en el interior de un grupo mediante el establecimiento de compromisos mutuos y con la convergencia gradual hacia el punto de vista de la mayoría; y la conformidad hace referencia a la resolución del conflicto mediante el movimiento de la minoría desviada hacia la posición de la mayoría.
Frente a esto, la influencia minoritaria genera innovación y cambio, refleja la aparición del conflicto dentro del grupo provocado por una minoría de sus miembros, y expresa la resolución en el sentido de un movimiento que lleva a cabo la mayoría hacia la posición u opinión de la minoría.
Las revoluciones, los movimientos de protesta, etc. son algunos ejemplos de procesos sociales que muestran la relevancia que pueden tener grupos minoritarios para generar transformaciones en el sistema social. Sin embargo, no todas las minorías son capaces de generar influencia en la mayoría. Se requieren ciertas condiciones. Por ejemplo, que la minoría se enfrente a una norma dominante clara, que sea gnómica y heterodoxa, es decir, que adopte una posición antisistema, pero que ofrezca, al mismo tiempo, una norma alternativa.
El tema introduce conceptos como el de estilo de comportamiento y estilo de negociación para referirse a los recursos que ponen en juego las minorías cuando desean desencadenar los anteriores procesos. Efectivamente, las minorías tienen que mostrar un estilo de comportamiento que sea consistente tanto entre todos sus miembros como a lo largo del tiempo. La consistencia es importante por dos razones. En primer lugar, porque asegura que la mayoría centre su atención en el mensaje que propone la minoría. Y en segundo lugar, porque acentúa el compromiso con la posición mantenida y la dota de un carácter plenamente autónomo.
La influencia producida por las minorías puede ser directa o indirecta. La primera se refiere al cambio en los contenidos explícitos que interpela el mensaje minoritario. La segunda, por su parte, se refiere a los cambios que se producen en temáticas o aspectos asociados a los contenidos explícitos. Por ejemplo, imaginemos que la casta de los "intocables" demandase al resto de las castas de la India que los definiera y considerase de manera diferente, y aboliese su condición de parias y excluidos de los circuitos económicos importantes. Si consiguiesen este objetivo, estaríamos ante un efecto de influencia minoritaria directa. Si consiguiesen únicamente ciertas mejoras legales o que su caso se discutiese en el Parlamento indio para, con posterioridad, tomar alguna decisión, asistiríamos a un fenómeno de influencia minoritaria indirecta.
El tema de la influencia minoritaria comporta una especie de cierre a la apertura que tenía esta introducción. El primer módulo planteaba que los fenómenos psicológicos están determinados socialmente y que "el aspecto psicológico" y "el aspecto social", de hecho, son consustanciales. Y en los temas siguientes no hemos dejado de analizar cómo determina lo social nuestros pensamientos, sentimientos, conductas y actitudes. Ahora, este tema muestra que la determinación es recíproca. Es decir, que los individuos pueden influir en los grupos y las minorías en las mayorías o en los sistemas sociales. Tenemos, por tanto, un vector de doble dirección entre el individuo y la sociedad. Esta dicotomía se convierte, de esta manera, en un único y un mismo proceso. En las materias posteriores del área de psicología social habrá un análisis más profundo de este tema.
El último apartado está dedicado a la obediencia a la autoridad. En éste se examinan dos temáticas: la sumisión destructiva y la relación entre el individuo y la institución.
Todos nosotros temblamos ante el recuerdo del exterminio nazi o ante las políticas de depuración étnica desplegadas en las guerras de la antigua Yugoslavia. Aquellas acciones se llevaron a cabo directa y materialmente por personas, personas que han consentido con su agresividad, que no han protestado y que no han intentado evitarlo. El concepto de sumisión destructiva aclara cómo puede obtener la autoridad, en un momento concreto, la sumisión y la obediencia total de algunas personas para provocar la destrucción o el castigo de otros individuos.
La sumisión a la autoridad se puede definir como una forma de similitud que se basa en la aquiescencia con las demandas producidas por una autoridad.
En 1974, Milgram llevó a cabo una serie de experimentos con la intención de analizar la sumisión a la autoridad. Sus experimentos despertaron una gran expectación y polémica en la psicología social. Básicamente, en sus experiencias, Milgram mostró que un elevado número de participantes en el experimento se sometía a su autoridad y era capaz de aplicar descargas con una intensidad letal a otras personas que se suponía que estaban inmersas en un proceso de aprendizaje. Hasta que Milgram no indicaba que podían finalizar la aplicación de las descargas eléctricas, los sujetos experimentales no cesaban, a pesar de que sabían que podían estar infringiendo un castigo irreversible.
Esto no implica que los participantes lo hiciesen con gusto. Como explica Milgram, una gran mayoría sintió angustia, se rebeló contra el experimentador, se puso nerviosa o protestó. No obstante, pese a todo, siguió con el experimento.
Los resultados de Milgram muestran con claridad la tendencia a someterse con poca o nula resistencia a los criterios de una autoridad. Estos resultados llevaron a análisis más exhaustivos de los factores que intervienen en la obediencia. Entre los factores identificados destaca la legitimidad de la autoridad o la proximidad de la víctima y de la autoridad. La obediencia a la autoridad es menor cuando se le concede poca legitimidad, cuando la víctima se percibe lejana o cuando la autoridad está ausente.
Aunque los experimentos de Milgram han recibido fuertes críticas, algunas teoricometodologías, otras éticas y muchas que insisten en el hecho de que no hay similitud entre las situaciones experimentales y las situaciones de la vida real, lo cierto es que los resultados de los experimentos están ahí. Tanto en situaciones provocadas en el laboratorio como en situaciones reales, parece que las órdenes y el hecho de someterse a la autoridad están por encima del sentido moral.
El último apartado se cierra con un examen de la relación entre el individuo y las instituciones. Las instituciones son establecimientos sociales o conjuntos de reglas por las cuales transcurre buena parte de nuestra realidad cotidiana. Éstas nos proporcionan rutinas de conducta, normas, valores y elementos culturales. Suelen absorber buena parte de nuestro tiempo e interés y tienen la cualidad de dotarnos de mundos o realidades propias. Tienen un vector absorbente que se acentúa especialmente en las denominadas instituciones totales.
La institución total es un lugar caracterizado por los rasgos siguientes: a) la ruptura de las barreras que separan la residencia, el trabajo y el ocio; b) todos los aspectos de la cotidianidad se desarrollan en un espacio único; c) las actividades diarias se llevan a término en compañía de otros; d) las actividades están programadas, y e) las actividades obligatorias integran a todos los participantes en un único plan racional que obedece a objetivos de la institución. El estudio de las instituciones totales es una buena herramienta para entender cómo inciden y generan fenómenos psicológicos los parámetros sociales y culturales Concretamente, permiten entender cómo se producen socialmente determinadas identidades. La relación individuo-institución nos permite comprender cómo se generan subjetividades obedientes y complacientes con la autoridad.
La introducción a la psicología social se detiene en esta temática. Hemos revisado la historia de la disciplina y su apuesta para entender la constitución social de los fenómenos psicológicos; el tema de la identidad como ejemplo privilegiado de esta constitución social; el tema de la organización de las actitudes, que mostraba cómo se configuran nuestras ideas y predisposiciones a actuar y, finalmente, la explicación de cómo se produce la influencia, la conformidad y la obediencia.
Esta introducción os proporciona la base necesaria para entender los contenidos que aparecerán en otras materias del área de psicología social, asignaturas que tratarán temáticas como las relaciones de poder, la dinámica grupal o la noción de organización e institución.
A continuación describimos extensamente dos textos clásicos en el ámbito de la psicología social. Se recomiendan especialmente para el trabajo que se realizará en esta asignatura y también son un material de referencia útil para toda la formación en el área de psicología social y cultural.
Al final del programa de la asignatura deberíais ser capaces de:
  1. Comprender la naturaleza social, cultural e histórica de los procesos psicológicos.

  2. Manejar ciertas herramientas conceptuales que os permitan entender y analizar la realidad cotidiana como un suceso complejo constituido por fenómenos psicosociales.

  3. Comprender cómo se constituyen socialmente fenómenos psicológicos concretos como la identidad o las actitudes y sus dinámicas de cambio.

  4. Entender y valorar la relevancia que tienen los mecanismos de influencia, conformidad y obediencia a la hora de explicar acciones y relaciones sociales que pueden contradecir nuestros principios o creencias.

  5. Tener una visión global de la psicología social como disciplina científica, y también de sus relaciones con otras disciplinas sociales y humanas.