Diferencias entre grupos: sexo, género y edad

  • Maria Jayme Zaro

    Doctora en Psicología por la Universidad de Barcelona. Profesora titular en el Departamento de Personalidad, Evaluación y Tratamiento Psicológico de la Universidad de Barcelona. Profesora consultora de la asignatura de Psicología de las diferencias individuales y psicología de la personalidad en la Universitat Oberta de Catalunya.

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Tercera edición: febrero 2021
© de esta edición, Fundació Universitat Oberta de Catalunya (FUOC)
Av. Tibidabo, 39-43, 08035 Barcelona
Autoría: Maria Jayme Zaro
Producción: FUOC

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Introducción

Este tema os introduce a la variabilidad constatada no entre individuos sino entre grupos de individuos. Pero se trata de grupos articulados por unas variables de categorización, es decir, no se trata de grupos naturales, que podemos encontrar en la naturaleza de forma espontánea, sino de agrupaciones artificiales de individuos, articuladas según una característica o variable común lo bastante determinante de las similitudes de los individuos que los integran, con respecto a los individuos que no forman parte de ellas. El sexo es el ejemplo clásico de una variable de categorización que agrupa –y separa– individuos en función, inicialmente, de unas características biofisiológicas. Pero estas características tienen, además, un sentido sociocultural; por eso, con el transcurso del tiempo, al sexo se le ha añadido el género, otra variable de categorización pero más compleja, que no se debe confundir como sinónimo de la segunda. Así pues, en este capítulo aprenderéis datos sobre variabilidad basada en la pertenencia a uno de los dos sexos que definen nuestra especie o variabilidad constatada como una función de la edad de los individuos, que se constituye en otra variable de categorización de naturaleza biológica no exenta de sentido sociocultural, al igual que el sexo.
Hay que tener presente que, sea cual sea la variable que determina la existencia de diferentes grupos, éstos se estudian en función de las medias globales y, por lo tanto, fuerzan una homogeneización de los individuos que componen cada grupo. Nos hacen entender que, por el hecho de pertenecer a un grupo determinado, los individuos tienden a comportarse de una manera diferente a la que, según atribuimos, caracteriza otro grupo. La variabilidad intragrupal se pierde así desde esta perspectiva de análisis.
También es importante entender que, a pesar de que se hable de diferencias, no implica el detrimento de un grupo con respecto al otro ni una jerarquización a partir de los resultados obtenidos en la investigación. Como suele decirse, las diferencias no son deficiencias y esto es especialmente importante al hablar de hombres y mujeres, en respuesta a una evolución social que, durante milenios, estableció privilegios de un grupo por encima del otro y llegó a una articulación de las diferencias en términos de superioridad masculina/inferioridad femenina que, en la actualidad, no tienen ni sentido ni ningún tipo de justificación.
También los estudios sobre edad han contribuido a reforzar una visión de la vejez como el declive de la inteligencia y las capacidades, ante los jóvenes, con las consecuencias sociales que ha comportado en el mundo laboral, por ejemplo. Pero los cambios sociales de los últimos cincuenta años se hacen patentes tanto con respecto al sexo como a la edad; en nuestro contexto la mayoría de gobiernos han adoptado una perspectiva de género para enfocar la dinámica social y luchar contra la milenaria desigualdad entre hombres y mujeres que nos ha caracterizado. Y la misma evolución social nos ha llevado a un descenso de la natalidad, junto con una mejora intensa de la calidad de vida, que ha aumentado la esperanza de vida, ha variado los criterios de salud y ha definido una pirámide de población donde las personas de más de 60 años son progresivamente mayoría. Los que antes eran considerados viejos ahora definen un grupo social casi mayoritario y demandan atenciones específicas a la vez que reconocimiento. Los estudios de variabilidad en función de la edad nos ayudan a definir mejor las características psicológicas de las diferentes etapas de la vida y abren paso a actuaciones concretas que contribuyan a mejorar la calidad de vida en cualquier momento.

1.Diferencias de sexo-género

Objetivos de aprendizaje

Objetivos generales

Objetivos específicos

Conocer cómo la psicología diferencial ha estudiado las principales diferencias psicológicas entre hombres y mujeres.

Diferenciar las variables sexo y género, con sus respectivos contenidos.

Entender los principales conceptos asociados: identidad de género, identidad sexual, estereotipos de género, roles de género.

Estructurar los estudios psicológicos sobre diferencias de sexo-género según los constructos principales.

Tener una visión global de la evolución de los conceptos de sexo y género en función de los diferentes objetos de estudio y el momento social.

Sistematizar las conclusiones sobre los estudios de la inteligencia.

Contrastar el determinismo biológico inicial con los resultados metaanalíticos.

Concretar en qué capacidades se acepta que hay diferencias entre hombres y mujeres y compararlo con las creencias científicas precedentes.

Reflexionar sobre el papel de los estereotipos y los roles en las diferencias constatadas.

Sistematizar las conclusiones sobre los estudios de la personalidad.

Extraer conclusiones sobre el modelo clásico de masculinidad-feminidad y su significado social.

Valorar el concepto de androginia y lo que aporta a la comprensión de hombres y mujeres: ¿es una realidad o un ideal?

Reflexionar sobre los datos actuales en rasgos de personalidad y plantearse qué tipo de hombres y mujeres define la sociedad actual.

Conocer los principales métodos utilizados en la investigación sobre diferencias de sexo-género.

Valorar las revisiones de estudios y sus aportaciones al conocimiento.

Entender el metaanálisis, el índice d y la significación social para poder interpretar los datos y valorarlos.

Material de apoyo
En la bibliografía básica os presentamos cómo se ha estudiado desde la psicología las diferencias entre hombres y mujeres. Hay una serie de conceptos básicos que debéis conocer previamente para poder entender cómo ha ido evolucionando el estudio diferencial de la variabilidad en función de la variable sexo (género). A continuación exponemos los más significativos en una tabla que sistematiza sus contenidos, como complemento de la lectura que hacéis del material básico.
El objeto de este tema es profundizar en el estudio de las diferencias psicológicas entre hombres y mujeres. Pero en la bibliografía complementaria encontraréis referencias a las diferencias físicas: desde el desarrollo ontogénico (el establecimiento de las diferencias entre hombres y mujeres desde su concepción como el sexo cromosómico, sexo gonadal, sexo hormonal, sexuación cerebral) hasta la aparición de las características sexuales secundarias –pubertad y adolescencia–, las hormonas sexuales y su funcionamiento –cíclico en las mujeres, más estable en los hombres– y sus efectos sobre la conducta (testosterona, estrógenos, progesterona), la menopausia femenina, el hipogonadismo gonadal masculino, el significado sociocultural del hecho biológico y el significado psicológico vinculado a la identidad de género, la sexualidad masculina y la femenina o las diferencias en salud tanto física como psicológica. Las investigaciones sobre hombres y mujeres, desde una perspectiva comparativa, son muy amplias y han aportado muchos datos que ayudan a entender el pasado y el presente, el desarrollo de la psicología del sexo y el género como disciplina propia, la adopción política de una perspectiva de género como enfoque de la realidad social, etc. Es bastante importante conocer todas estas cuestiones para entender al hombre y la mujer del siglo XXI.
Cuadro 1. Conceptos básicos en el estudio de la variabilidad de la conducta en función del sexo y del género:

Concepto

Descripción básica

Sexo

Características biológicas de los seres humanos, relativas a la reproducción, según las cuales se diferencian dos formas (dimorfismo sexual): hombres y mujeres.

El sexo tiene diferentes acepciones según el nivel de análisis(1): cromosómico, gonadal, hormonal, genital, morfológico, social, legal, etc.

Para la psicología de las diferencias individuales, el sexo ha sido una variable de categorización: ha sido el criterio de pertenencia según el cual se han podido definir dos grupos, hombres y mujeres, y clasificar a los individuos en cada uno de ellos.

Género

El término género se propuso a partir de la década de los setenta al constatar que el término sexo se aplicaba para referir las diferencias entre hombres y mujeres y éstas van más allá del aspecto biológico: se dan en un contexto sociocultural e implican una identificación psicológica del individuo con su contenido.

El género se refiere a las características biológicas asociadas a la reproducción –sexo e identidad sexual–, pero también al contenido social que regula los comportamientos de hombres y mujeres en cada momento histórico y el contenido psicológico, la identidad de género, propio de cada individuo.

A partir del género se definen dos grandes constructos: la masculinidad y la feminidad(2).

Asignación del sexo y del género(3)

Nuestra cultura ha aceptado un esquema invariante, que no admite cambio y está cuestionado en la actualidad, pero que explica el sistema sexo-género:

Sólo hay dos sexos y dos géneros.

La biología determina el sexo (cromosomas, hormonas sexuales, genitales, caracteres sexuales secundarios, etc.).

El género se corresponde con el sexo:

hombre-masculino

mujer-femenina

Todo individuo de la sociedad tiene que tener asignado claramente un sexo y un género en concordancia. Se trata de un proceso que se hace desde el nacimiento (o antes con las técnicas de determinación del sexo del feto) y que es imprescindible para asegurar el correcto desarrollo del individuo en la sociedad.

Identidad de género

Identificación personal con los contenidos del género: experiencia subjetiva de ser un hombre o una mujer.

Implica conciencia de uno mismo –como hombre-masculino o como mujer-femenina–, autoimagen y un modelo interior de masculinidad y feminidad, que recoge el contenido sociocultural del género.

Se encuentra en el núcleo(4) de la identidad personal, como aparte del self o autoconcepto.

Se construye –se aprende– durante el proceso de socialización:

  • Construcción pasiva: los agentes socializadores (la familia, la escuela, los amigos o los medios de comunicación) nos transmiten la información de género válida en nuestro contexto mediante estereotipos y roles de género.

  • Construcción activa: identificación personal con los valores, actitudes, conductas interiorizadas y roles, entre otros.

Transmisión del modelo de género tradicional: el sistema de género ha sido jerarquizado, donde todo lo masculino ha controlado la sociedad y todo lo femenino ha sido subordinado. La base es la desigualdad de géneros. El proceso de transmisión, mediante los agentes socializadores que reproducen estereotipos y roles y mediante los refuerzos culturales que aporta cada sociedad, como las ideologías o las creencias, siempre que refuercen la desigualdad(5) de los géneros y definan dos espacios separados.

Identidad sexual

Sexuación:

Resultado del proceso de diferenciación individual basado en las características sexuales(6).

Masculinidad y feminidad

Constructos que refieren lo que es un hombre y lo que es una mujer, articulados como modelos ideales (arquetipos) del ser humano en función de su género. Responden a las preguntas: ¿qué es un hombre? ¿Qué es una mujer? ¿Cómo tienen que ser/comportarse?

Los contenidos son definidos por criterios socioculturales (varían, pues, según la cultura y el periodo histórico), articulados por los estereotipos de género y expresados según los roles de género.

Imponen expectativas sobre el comportamiento de hombres y mujeres a partir de los criterios de normalización que cada sociedad impone e incluyen la personalidad o la inteligencia.

Sirven para reforzar las diferencias históricamente atribuidas a hombres y mujeres y que van más allá de las características biológicas.

Estereotipos de género

El estereotipo de género describe todo aquello (conductas, rasgos de la personalidad, actitudes o preferencias) que se espera de hombres y de mujeres respectivamente y, por lo tanto, que se considera deseable.

Los seres humanos tenemos una tendencia a etiquetar, a atribuir categorías generalizadas y simplificadas a las personas, en función de una categoría o nexo común. El sexo/género se convierte en esta categoría y los estereotipos, en la información socialmente válida.

Los estereotipos:

  • Se aprenden durante el transcurso del proceso de socialización.

  • Son consensuados: se convierten en verdades absolutas porque todo el mundo las acuerda.

  • Son normativos: restan individualidad, igualan a los miembros del grupo obviando la variabilidad intragrupal.

  • Responden a la deseabilidad social: determinan conductas esperables y, por lo tanto, deseables, que aseguran nuestro ajuste.

  • Proporcionan formas de sentir y formas de actuar.

  • Rasgos de la personalidad: masculinidad/feminidad.

  • Roles de género: cómo tiene que actuar un hombre frente a una mujer.

  • Apariencia física.

  • Profesiones.

  • Fomentan identidades de género distorsionadas con respecto a lo que es realmente la persona (ser masculino o femenina, ¿qué significa en un ser humano?).

  • Inducen expectativas rígidas sobre uno mismo y los demás (afectan a las relaciones).

  • Impiden el desarrollo de los intereses y capacidades individuales al dividir el mundo en dos y limitar las opciones personales según el género.

  • Transmiten ideas falsas, mitos, etc.

  • Refuerzan conductas de desigualdad de género.

Se refieren a:

Afectan a las personas porque:

Roles de género

El rol es la posición que un individuo ocupa en una estructura social organizada, se refiere a las responsabilidades y privilegios asociados a la posición.

El rol de género se refiere a todo lo que dice o hace un individuo para indicar a los demás o a sí mismo el grado con el que se identifica con el hombre o mujer.

Determina, por lo tanto, la posición social del individuo directamente relacionada con su identidad de género, es la expresión pública de la identidad de género.

Ámbitos

  • Familiar: reparto de las tareas del hogar, en 2008, casi un 70% de los hombres no comparte esta responsabilidad y la delega; o atender a las necesidades de salud de la familia, más del 80% de las mujeres son las cuidadoras de los enfermos y dependientes en el hogar.

  • Político: traducido en desigualdades que las actuales políticas tratan de corregir, como las diferencias salariales a favor de los hombres, el techo de cristal o la dificultad para las mujeres de acceder a puestos de trabajo ejecutivos.

  • Económico: los roles de género tradicional se han traducido en diferencias entre hombres y mujeres en el acceso a carreras lucrativas, el control de recursos financieros y productivos, como créditos y préstamos, propiedades.

  • Medios de comunicación: tradicionalmente han presentado una imagen de la mujer cosificada, es decir, es un reclamo publicitario como objeto sexual para los hombres o servidora de los demás (rol reproductor como el de esposa, madre, ama de casa) a pesar de que lo combine con la actividad profesional. El hombre ha quedado representado con el rol de proveedor, con éxito social, triunfador.

  • Simbólico: ideologías de la desigualdad de género que los mismos roles han ido reforzando.

(1)En el siguiente cuadro se destacan los criterios biológicos básicos según los cuales se define el sexo:

Sexo

Hombre

Mujer

Cromosómico

XY

XX

Gonadal

testículos, conductas deferentes

ovarios

Genital

pene

vulva, vagina

Hormonal

mayoría de andrógenos

mayoría de estrógenos, progesterona

(2)Masculinidad y la feminidad
(2)Masculinidad y la feminidad
(3)Asignación del sexo y del género
(3)Asignación del sexo y del género
(4)Núcleo de la identidad personal
(4)Núcleo de la identidad personal
(5)Desigualdad de los géneros
(5)Desigualdad de los géneros
(6)Características sexuales
(6)Características sexuales
Al ir ampliando los diferentes conceptos antes descritos, habréis comprobado cómo en conjunto han estado sustentando un sistema social patriarcal, es decir, basado en una ideología legitimizada de la desigualdad de género donde es necesario el predominio masculino en la sociedad para mantenerla. El presente tema trata del estudio de la variabilidad de la conducta según las variables de sexo y edad, por lo tanto, en la guía de estudio sólo os orientaremos sobre los datos científicos que se han ido obteniendo desde la psicología. Pero es especialmente interesante llevar a cabo una reflexión de toda nuestra historia social, marcada por la desigualdad y de la que todavía tenemos formas de expresión, no legitimizadas socialmente e incluso abiertamente rechazadas, pero reproducidas de forma sistemática en un intento por no integrar nunca a los seres humanos, prescindiendo de sus sexos y géneros o de las opciones que ellos mismos hayan tomado, con independencia de una norma social rígida y opresora.

1.1.¿Cómo se ha estudiado la variabilidad de la conducta en función del sexo?

La definición de grupos en función del sexo de los individuos proviene de la Antigüedad. Los antiguos griegos fueron los primeros en estructurar una sociedad basada en la desigualdad de géneros, al instaurar un sistema patriarcal donde sólo el hombre tenía derechos de ciudadano y dividir el espacio en dos ámbitos: el público o masculino (el ágora, la ciencia, el conocimiento, el arte, la conquista, el estatus) y el privado o femenino (el gineceo, la casa donde estaba cerrada la mujer para cuidarla y tener hijos). Los estereotipos y los roles ganaron sentido en ese contexto claramente delimitado donde cada individuo, en función de su sexo, tenía derecho a determinados comportamientos sociales y, a la vez, estaba obligado a otros. La famosa división sexual del trabajo tiene sentido aquí: los hombres son los proveedores, los que trabajan fuera de casa y aseguran el mantenimiento de la familia. Las mujeres, cosificadas, tienen un rol reproductor: dar descendencia al hombre y cuidar de sus posesiones (la casa, los hijos y ella misma). El matrimonio surge como un intercambio, un contrato social entre dos hombres: el padre de la futura esposa y el futuro marido; se comercia, pues, con la mujer para asegurar una descendencia que reciba la herencia masculina. El control ideológico sobre las formas de pensar o de entender las relaciones interpersonales asegurará la dependencia de las mujeres que, poco a poco, se adaptan al sistema social, aseguran su supervivencia, aceptan la desigualdad y exhiben conductas de sumisión y obediencia al hombre.
Los antiguos filósofos refuerzan la desigualdad al atribuirle causas naturales: las mujeres son físicamente inferiores a los hombres, hecho que se generaliza al ámbito psicológico y lleva a afirmar que las mujeres son inferiores intelectualmente a los hombres. Llenas de debilidades y carencias, hombres incompletos, reencarnaciones de las almas más perversas, necesarias exclusivamente para la supervivencia de la raza humana son algunas de las muchas referencias a las diferencias de sexo en las obras de Platón, Aristóteles y otros grandes filósofos. Desde el inicio del pensamiento, la mujer ha sido objeto del menosprecio y esta visión innatista, además, se mantendrá casi hasta el siglo XX. Son milenios en los que primero la religión pero después la ciencia insistirán en la inferioridad mental, y moral, de la mujer. La ciencia se irá construyendo con el hombre como medida de todas las cosas, premisa renacentista que recoge la verdad social: la mujer no es objeto de estudio, no interesa, no es más que un elemento necesario en la reproducción. Ni siquiera participa activamente, sólo es el contenedor donde el hombre deposita su semilla de inmortalidad.
El estudio científico desde la psicología se inicia a finales del siglo XIX con Galton, que tenía por objeto de estudio la inteligencia. Pero tres han sido los paradigmas de estudio y tres las disciplinas psicológicas que, según han entendido la variable de diferenciación, el sexo, han estudiado a hombres y mujeres: la psicología diferencial, para la que el sexo es sencillamente una variable biológica de categorización de individuos; la psicología de la personalidad, que se refiere a una variable de personalidad, lo que ha favorecido los estudios sobre masculinidad y feminidad, y para la reciente creada disciplina de la psicología del género, el género –pues ya no utiliza el término sexo– es una variable psicosocial con la que contempla hombres y mujeres más allá de la comparación estadística que caracteriza tanto a la psicología diferencial como a la de la personalidad. En la siguiente figura se representan los diferentes paradigmas:
Paradigmas de estudio de las diferencias entre hombres y mujeres según la variable sexo
Paradigmas de estudio de las diferencias entre hombres y mujeres según la variable sexo
A continuación exponemos una sistematización de las etapas de estudio científico de la variabilidad en función de la variable sexo, propuestas por Ashmore.
1.1.1.Etapa 1894-1936: Estudio de la inteligencia
Se suman los conocimientos de la fisiología (reproducción) y de la genética (leyes de la herencia).
Paradigma: el sexo biológico determina la anatomía cerebral y ésta la inteligencia, que se refleja en las ganancias sociales y las aportaciones intelectuales.
1894: Ellis publica un libro titulado Man & Woman.
Galton, en su laboratorio antropométrico, lleva a cabo estudios sensoriales en los que compara hombres y mujeres y concluye que las mujeres son menos inteligentes que los hombres. Se apoya, también, en la experiencia cotidiana (¿cuáles han sido las aportaciones femeninas a la historia de la humanidad en arte, ciencia, literatura o religión? ninguna).
Argumento innatista: las diferencias son biológicas.
A finales del siglo XIX, se planteó la hipótesis de la variabilidad. Darwin había observado la variabilidad de las especies por todo el mundo. Interpretó la variabilidad física –entre las diferentes especies animales, constató que los machos son más grandes, más vistosos y más fuertes que las hembras, que a su vez son más pequeñas, más parecidas entre ellas y menos fuertes– bajo el argumento del mecanismo de selección sexual: el macho tiene que luchar por las hembras y requiere rasgos físicos superiores a los de ellas. La competitividad sexual entre machos fuerza la variabilidad de los rasgos y se desarrollan los más adaptativos. El macho transmite esta variabilidad a su descendencia, mientras que las hembras transmiten muy poca variación. Es importante recalcar que Darwin concluyó que el macho es el elemento de progreso –de evolución– de la especie.
La hipótesis de la variabilidad fue una generalización de la variabilidad física en la psicológica, especialmente en la inteligencia. Los científicos del momento llegan a la conclusión de que la mujer, además de tener las diferencias físicas mencionadas, es menos inteligente y tiene menos capacidad de liderazgo o de aprendizaje que el hombre: la mujer es inferior por razones biológicas y muestra en todos sus rasgos psicológicos menos variabilidad, lo que se traduce en que las mujeres forman un grupo muy homogéneo. En términos de inteligencia, el constructo más estudiado supone que la mayoría de las mujeres tienen una inteligencia en torno a la media de grupo, es poco variable; en cambio los hombres, que presentan gran variabilidad de rasgos psicológicos, tienen una distribución de la inteligencia mucho más amplia, de manera que hay diversidad: hay más hombres en la parte baja de la distribución de inteligencia pero también hay más hombres en la parte alta, por encima de la media masculina, son los genios. Por lo tanto, se demostró que la genialidad es un rasgo masculino y que las mujeres tienen una inteligencia media (visión apoyada por psicólogos como J. M. Cattell, Ellis, Thorndike o, más recientemente, Brody –1992–). Esta tesis fue utilizada para mantener un sistema educativo segregado por el sexo, donde las mujeres sólo podían recibir una educación de acuerdo a sus capacidades limitadas y, especialmente, a sus roles sexuales de madre y ama de casa.
Con el desarrollo de los tests de inteligencia general:
  • Las primeras administraciones mostraron diferencias de sexo en el rendimiento y se interpretó como prueba del innatismo.

  • Pero en la década de los años veinte hubo una corriente de igualitarismo que convino eliminar las pruebas que mostraran diferencias de sexo.

  • Resultado final: las medidas de la inteligencia –p. ej. la escala de Stanford-Binet– no mostraban diferencias de sexo.

  • Con los enfoques factoriales de la inteligencia:

  • Los tests –p. ej. las escalas de Weschler– fueron diseñados también minimizando las diferencias de sexo. Para Weschler eran tan reducidas que no era necesario crear baremos diferenciales para hombres y mujeres. A pesar de todo, análisis posteriores de las pruebas y de los ítems que contienen muestran diferencias en determinados subtests, que se atribuyen al contenido de los mismos, influidos parcialmente por el contexto sociocultural.

Con el tiempo:
  • Se llega a la conclusión de que los hombres realizan mejor las tareas de tipo espacial y matemático y las mujeres, las tareas verbales.

Durante décadas se mantendrá esta visión, que tendrá consecuencias en la educación, y durante la primera mitad del siglo XX y por primera vez en la historia admitirá a las mujeres. Así, a los hombres se les orientará hacia los estudios científicos y a las mujeres hacia los estudios de letras, que incluyen la asistencia a los demás. De esta manera se reproducirán los roles de género tradicional.
En la actualidad:
Las diferencias de sexo en inteligencia están aún marcadas por la rotación mental, una capacidad dentro de la capacidad general espacial que pide la rotación en el espacio de figuras tridimensionales. Se discute esta diferencia, si se refiere a estrategias cognitivas y maneras de procesar, a experiencias previas diferenciales y, por lo tanto, a factores ambientales-educativos.
1.1.2.Etapa 1936-1954: el estudio de la personalidad
Objetivo: discriminar entre hombres y mujeres, revelar la derivación natural psicológica del dimorfismo sexual, la personalidad. Sigue la visión innatista de las diferencias.
La personalidad se estudia mediante el constructo masculinidad-feminidad (M-F), que se entiende como el conjunto de atributos, actitudes y conductos que definen al individuo según su sexo (lo que es normal, natural y deseable en cada persona).
Terman y Miles publican Sex and Personality, el resultado de una intensa investigación sobre las diferencias de sexo que incluye la primera medición del constructo M-F: el cuestionario de intereses y actitudes. A lo largo de la historia se habían propuesto tipologías de M-F basadas en tipos ideales, pero nunca se había medido científicamente el constructo ni se había obtenido una cuantificación del mismo.
Con el cuestionario de Terman y Miles, se podía obtener una puntuación de M-F, pero partiendo de que la masculinidad es propia de los hombres y la feminidad de las mujeres. Es un modelo unidimensional y bipolar, con un contenido de rasgos limitados a los estereotipos de género y de carácter opuesto, o complementario, entre los sexos.

Hombre

Mujer

dominante

sumisa

activo

pasiva

independiente

dependiente

seguro de sí mismo

insegura

racional

emocional

Se trata de un modelo unidimensional y bipolar: el hombre se define como lo que no es la mujer y al revés, son opuestos.
Los diferentes tests de personalidad incorporarán escalas de M-F adaptadas a sus contenidos.
Ejemplos
  • Registro de intereses vocacionales (Strong, 1943): escala M-F.

  • Inventario de personalidad multifásico de Minnesota (MMPI, Hataway y McKinley, 1943): escala M-F. Para los hombres puntuar alto en F se tomaba como indicador de homosexualidad y para las mujeres puntuar alto en M, como diferenciación de sus intereses o desajuste social.

  • Cuestionario del temperamento (Guilford y Zimmerman, 1956): escala de masculinidad-feminidad, en la que la masculinidad se define como "no es una persona expresiva ni excitable desde el punto de vista emocional, no siente temor ni disgusto con facilidad y, hasta cierto punto, no tiene simpatía", es decir, dan una definición de feminidad.

Consecuencias de entender a hombres y mujeres como opuestos complementarios:
  • Se reforzaron las diferencias educacionales, basadas en los respectivos roles de género: currículo diferente, asignaturas acordes con los roles.

  • Se jerarquizaron los géneros mediante roles y estereotipos, con el mismo argumento innatista de siempre: la biología interacciona con los procesos de socialización y determina las características respectivas de M y F, responsables de la variabilidad del comportamiento y de necesidades adaptativas de hombres y mujeres. Los hombres son la norma y las mujeres, desviaciones sin interés.

  • Se guió la intervención psicológica: la conducta normal y anormal era medida según la identidad de género

1.1.3.Etapa 1954-1966: los roles sexuales
Aportaciones de diferentes disciplinas que integraban nuevos términos: el modelo psicoanalítico aporta el término identificación y la sociología, rol sexual, que se combinan los dos para hablar de identidad de rol sexual.
Se profundiza en los roles sexuales, conductas que el orden social prescribe como propias del individuo en función del sexo y que delimitan las conductas y los ámbitos de actuación, por lo que se reducen los conflictos entre sexos.
El sociólogo Parsons propuso una teoría sobre los roles de sexo basada en el constructo identificación y dentro del marco del ámbito familiar. Describía un continuo dimensional y bipolar: instrumental-expresivo, que describe comportamientos dicotómicos y rígidos.
Parsons y Balas (1955) y su distribución de roles en la familia (sistema):
  • Padre: rol instrumental. Articula las relaciones del sistema con el entorno: consecución de metas y objetivos externos, mantenimiento general.

  • Madre: rol expresivo. Preocupación por cuestiones internas del sistema para que pueda funcionar de manera integrada y sin tensiones entre los miembros: cohesión.

1.1.4.Etapa 1966-1974: tipificación sexual
Rosenkrantz et al. (1969): estudio sobre estereotipos y roles de sexo en 143 estudiantes franceses y alemanes. Confirmó la existencia de una visión bipolar y complementaria de los sexos de acuerdo con el modelo clásico.
Eleanor Maccoby (1966): autora esencial en las investigaciones sobre hombres y mujeres. Aporta lo siguiente:
a) Concepto de tipificación sexual
Proceso por el que todo lo que existe en la sociedad tiene una marca de género: los individuos, las cosas, las conductas. En el caso de los individuos, lleva a la identidad de género y a su expresión pública mediante los roles correspondientes. La tipificación sexual es la internalización de las normas sociales de conducta deseables para hombres y para mujeres.
b) El desarrollo de las diferencias de sexo (1966)
Edita un libro, ahora clásico, con el que recoge las principales teorías del momento que explican el proceso de adquisición de la identidad de género. Incluye un capítulo de Kohlberg desde el enfoque cognitivo y otro de Mischel (teoría del aprendizaje).
c) Revisión de estudios
Presenta la primera revisión de estudios realizados sobre diferencias de sexo en el marco de la psicología. Recoge más de mil estudios y los analiza con un método narrativo, que consiste en elaborar resúmenes de los resultados de cada uno e integrarlo todo.
A pesar de las limitaciones del método (no es cuantitativo, es asistemático y subjetivo, supera la capacidad de procesamiento, no examina variables moderadoras y considera únicamente muestras infantiles), nos encontramos con el primer intento por sistematizar este tipo de estudios.
En el siguiente cuadro se sistematizan los resultados de esta primera revisión:

Revisión de estudios de Maccoby (1966)

Inteligencia general

Diferencias evolutivas mínimas

Preescolar: niñas

Adultos: hombres

Capacidad verbal

Preescolar: niñas

Escolar: niñas en gramática, fluidez y ortografía

Capacidad numérica

Escuela elemental: niñas en razonamiento aritmético

Escuela superior y adultos: hombres

Capacidad espacial

Preescolar: no hay diferencias

A partir de la escuela elemental: hombres

Capacidad analítica

Niños

Creatividad

Pensamiento divergente: niñas

Variedad ideacional en resolución de problemas verbales: niñas

Realizaciones

Escuela: niñas

Adultos: hombres

1.1.5.Etapa 1974-1982: el modelo de androginia
Predomina la tendencia a minimizar las diferencias de sexo e, incluso, a negarlas al atribuirles un origen exclusivamente social.
1974: Maccoby y C. Jacklin publican The Psychology of Sex Differences, donde incluyen una segunda revisión de estudios que rompe la visión científica estereotipada, mitos y creencias injustificados.
  • Revisaron 1.600 estudios publicados en los quince últimos años, la mayoría con muestras infantiles, tanto experimentales como correlacionales.

  • Siguen el método de recuento de votos: realizar el cálculo de porcentajes de estudios con resultados sobre diferencias a favor de la mujer, a favor del hombre o ausencia de diferencias (cuantifica, pero tiene carencias, como un criterio que determine cuántos estudios son representativos de la conclusión, se guía exclusivamente por la significación estadística, incluye estudios de muestras grandes que aumentan la probabilidad de significación estadística, no explora causalidad o informaciones descriptivas relevantes ni tiene validez transcultural).

  • Diferenciaron entre creencias científicas basadas en estereotipos y hechos reales, según tres categorías: diferencias relativamente bien establecidas, creencias sin fundamento y cuestiones pendientes. En el siguiente cuadro se sistematizan estos resultados.

Diferencias relativamente bien establecidas

Niñas: aptitudes verbales superiores a las de los niños.

Niños: superan a las niñas en

  • aptitud matemática,

  • aptitud viso-espacial y

  • son más agresivos.

Creencias sin fundamento

Niñas: (más) sociables y

  • sugestionables,

  • aptas para tareas simples y repetitivas,

  • marcadas por la herencia,

  • con el sentido de la audición desarrollado.

(menos) motivadas por el éxito social.

Niños: (más) aptos en tareas cognitivas superiores. Analíticos.

Cuestiones pendientes

Mujeres: ¿más miedosas, tímidas, ansiosas, sumisas, maternales?

Hombres: ¿más activos, competitivos, dominantes?

Insistimos en que estos datos conmocionan a la comunidad científica hasta el punto de que aún hoy se arrastran algunas de las creencias sin fundamento.
Sandra L. Bem
1974: publica el artículo "The measurement of psychological androgyny", donde plantea un cambio en la conceptualización de M-F:
  • El modelo clásico M-F había sido muy criticado por su simplificación exagerada de los individuos y por acentuar las diferencias entre hombres y mujeres.

    Lectura recomendada

    Repasad la crítica de Constantinople, de 1973, donde analiza las medidas utilizadas en el modelo clásico y sus contenidos, en: P. Matud. El estudio de las diferencias entre mujeres y hombres en la investigación psicológica. En P. Matud et al. Psicología diferencial (cap. 8). Madrid: Biblioteca Nueva.

  • Sandra Bem recogió antiguas ideas filosóficas –la unión de los opuestos como equilibrio, el mito del andrógino de Platón– y algunos antecedentes psicológicos (Parsons, los roles agency-communion) para proponer un modelo alternativo de M y F que denominó el modelo de androginia.

Modelo bidimensional y ortogonal (M y F como dimensiones independientes):
  • Los rasgos que definen pueden coexistir en un mismo individuo mediante su identidad de género. Se puede medir evaluando rasgos tipificados masculinos y femeninos al mismo tiempo, entendiendo que la variabilidad reside en la expresión de los rasgos, no en la presencia/ausencia en función del sexo.

Bem Sex Rol Inventory (BSRI)
Test de androginia diseñado por Bem, con el que se mide M y F; es un inventario de adjetivos –60 sacados de la personalidad, con 20 tipificados como masculinos, 20 tipificados como femeninos y 20 como neutros– que el individuo tiene que puntuar en una escala del 1 al 7 en función de cuánto se identifica con cada uno de ellos. Es una medida de la identidad de género según un proceso de autodescripción.

"Las puntuaciones del BSRI reflejan las cantidades relativas de masculinidad y feminidad que la persona incluye en su autodescripción y, así, caracteriza mejor la naturaleza del rol sexual global de la persona [...]. Un rol sexual «andrógino» representa la idéntica atribución de características masculinas y femeninas."

Así pues, con un cuestionario de androginia se obtienen dos puntuaciones al mismo tiempo, una para la M y otra para la F con independencia del sexo del individuo. En la siguiente figura se representan las dos dimensiones y las posibles puntuaciones que se derivan de su combinación:
  • Alta M y baja F: masculinidad.

  • Alta M y alta F: androginia.

  • Alta F y baja M: feminidad.

  • Baja F y baja M: indiferenciación.

Si os dais cuenta, la masculinidad implica reconocer una identidad de género con intensa tipificación sexual en este sentido exclusivamente (identificación con la masculinidad); la feminidad es igual con los contenidos tipificados de la feminidad. Sin embargo, la androginia representa una identidad de género que ha integrado tanto contenidos masculinos como femeninos pero con la misma intensidad elevada (no poca, sino mucha). Y aparece una cuarta categoría que identificó otra investigadora, J. Spence, un año después: la indiferenciación, que corresponde a la persona que no se identifica con nada, ni con masculino ni con femenino, que rechaza en su identidad cualquier rasgo tipificado. Pensadlo: es difícil ser auténticamente andrógino, pero indiferenciado quizás lo es más todavía.
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A partir del BSRI se han ido sucediendo diferentes tests de androginia (PAQ, Spence et al., 1974; IMAFE, Lara Cantú, 1997, entre otros).
El modelo de androginia fue concebido como un modelo de salud mental porque implica una flexibilidad adaptativa que no permite la visión clásica bipolar de la M-F:

"La dicotomía de rol sexual ha servido para oscurecer dos hipótesis muy plausibles: primero, que muchos individuos pueden ser andróginos, es decir, pueden ser tanto masculinos como femeninos, tanto asertivos como condescendientes, tanto instrumentales como expresivos, en función de lo que sea apropiado de forma situacional para estas conductas; y en consecuencia, que los individuos muy tipificados sexualmente pueden tener limitado seriamente el rango de conductas válidas por ellos según cambian de situación."

Actividad
Leed las siguientes conclusiones sobre andróginos, masculinos y femeninos:
  • Los andróginos tienden a ser psicológicamente más saludables y desarrollan mejor el autoconcepto, la autoestima y la autoeficacia.

  • También tienen una mayor probabilidad de seleccionar el comportamiento más acorde con los requerimientos de cada situación.

  • Y poseen un amplio repertorio de comportamientos, lo que les permite gran flexibilidad y plasticidad en el funcionamiento global y facilita la adaptación a los diferentes entornos.

  • La androginia es un buen indicador de ajuste social en la edad adulta.

  • Las personas andróginas tienen una mayor percepción de buena calidad de vida que las masculinas o femeninas.

  • Las personas masculinas y andróginas puntúan significativamente más alto en autoestima que las indiferenciadas y femeninas.

  • Las personas masculinas o andróginas tienen una imagen corporal más positiva y están más satisfechas con su sexualidad que las femeninas o indiferenciadas.

Reflexionad sobre el sentido que los rasgos tipificados como masculinos se relacionen con más autoestima y mejor imagen corporal que los femeninos. ¿Es otra prueba de que, al utilizar rasgos tipificados, los masculinos están más valorados que los femeninos, lo que se traduce en una salud psicológica más positiva, a pesar de que la androginia sea el modelo ideal porque maximiza el bienestar? Como leeréis en la bibliografía, se han realizado estudios que vinculan feminidad con depresión, autoestima, etc. con la intención de determinar el efecto de los roles sexuales en la identidad de los individuos.
1.1.6.Etapa 1982-actualidad: el género como categoría social
Hasta aquí hemos ido utilizando la palabra sexo porque todavía no se había introducido el constructo género que, a partir de la década de los ochenta, se extiende hasta llegar, erróneamente como hemos comentado antes, a utilizarse como sinónimo de sexo.
En la década de los ochenta las perspectivas sociológicas impulsan el concepto de género y sus contenidos. Sin embargo, desde la psicología tenemos que reivindicar el contenido propiamente psicológico, el referido a la identidad de género como un componente esencial del género, que huye del determinismo social imperante en esos momentos.
1982: Sherif publica el artículo "Needed concepts of study of gender identity" que, además de reivindicar el contenido social, ayuda a revalorar los estudios de género y a desarrollar disciplinas académicas ahora comunes, como los estudios de la mujer y la psicología del género. Los estudios antropológicos servirán para ilustrar cómo el género y sus roles determinan las relaciones interpersonales y la conducta en general, incluso el procesamiento de la información desde una perspectiva cognitiva (Bem definirá el género como un esquema cognitivo dentro de su teoría del esquema de género).
En esos momentos aparecen muchas aportaciones (consultad la bibliografía), como la perspectiva multidimensional de J. Spence, la diagnosticidad del género que integra el contexto social (Lippa, 1991) o la influyente obra de C. Gilligan In a Different Voice (1982), referida a las diferentes perspectivas morales de hombres y mujeres (obra muy criticada posteriormente).
Revisiones de estudios desde el metaanálisis
Ésta es la última aportación relevante para el nuevo impulso a las investigaciones sobre diferencias de sexo/género (ahora algunas expertas hablarán del sistema sexo/género).
El metaanálisis es una técnica de análisis de datos que, aplicada a las revisiones de estudios, comporta unas ventajas con respecto a los anteriores métodos: permite incorporar el mayor número posible de características, es cuantitativo –se basa en métodos estadísticos para organizar y extraer información de grandes bases de datos–, no establece conclusiones a priori y propone conclusiones generales.
Significación social: el metaanálisis va más allá de la significación estadística y propone la consideración de significación social, es decir, la diferencia constatada entre dos grupos, que afecta diferencialmente a su rendimiento cotidiano, induce diferencias prácticas y por lo tanto ¿habría que intervenir para modificar la desigualdad observada?
El método consiste en reunir una base de datos lo más amplia posible (recoger estudios sobre diferencias de sexo-género mediante todas las fuentes posibles, primarias y secundarias) y analizar para cada estudio seleccionado unos índices estadísticos; finalmente se hace la media de estos índices por el conjunto de estudios de la base de datos.
a) Estadístico d, magnitud del efecto: mide el grado con el que el fenómeno está presente en la población.
d = (M1 - M2) / Sd
M1 es la media del primer grupo de comparación, en hombres y mujeres, corresponde al grupo de hombres. M2 es la media del segundo grupo, en este caso, el de mujeres. Sd es la desviación estándar total (la de los dos grupos): el estadístico nos indica cuánto se diferencian entre sí las medias de los dos grupos en términos de unidades de desviación estándar.
El valor d puede ser positivo o negativo: es positivo si la media del primer grupo supera a la del segundo y negativo, en el caso contrario. Para valorar la significación social del índice, se recomienda aplicar la clasificación de Cohen, que en términos generales, propone considerar una d ≤ 0,20 como pequeña (despreciable), d = 0,50 como un valor medio y d ≥ 0,80 como un valor alto, con bastante significación social.
b) Estadístico ω2 (omega al cuadrado)
Es mucho menos utilizado que d y calcula el porcentaje de la variancia total de la distribución de puntuaciones que puede explicarse en función de la variable sexo/género. Su fórmula de cálculo incluye el estadístico t de Student:
ω2 = (t2 - 1) / (t2 + N1 + N2 -1)
El metaanálisis no está exento de limitaciones y destacan los sesgos de las muestras incluidas en las bases de datos (por ejemplo, mezclar estudios de superdotados con población general o muestras muy grandes con muestras muy reducidas), la inevitable pérdida de información al utilizar una medida común (a pesar de la ventaja de disponer de esta medida y de poder comparar entre diferentes estudios) o utilizar resultados que en buena medida han podido estar determinados por las características propias de cada estudio, como las técnicas de medida, las variables que intervienen, etc. Por lo tanto, no aporta unos resultados totalmente generalizables, pero sigue siendo la técnica más aplicada para analizar las diferencias entre grupos: es el análisis de análisis.
En el siguiente cuadro os presentamos los resultados de algunas revisiones de estudios relevantes, en términos del índice d, sobre capacidades cognitivas (verbal, matemática y espacial, que diferencian subcapacidades en algunos casos).

Verbal

Matemática

Espacial

Hyde (1981)

- 0,24

0,43

0,45

Hyde & Linn (1988)

Producción del lenguaje – 0,33

Capacidad general 0,20

Hyde et al. (1990)

Cálculo - 0,14

General 0,15

Linn & Petersen (1985)

Rotación mental 0,73

Percepción espacial 0,44

Visualización espacial 0,13

Voyer et al. (1995)

Rotación mental 0,56

Percepción espacial 0,44

Visualización espacial 0,19

Si os fijáis, la capacidad verbal, tradicionalmente considerada como ámbito de superioridad femenino, aporta unos datos irrelevantes. Janet Hyde, una de las investigadoras más conocidas en este ámbito, afirmó públicamente, con su colaboradora Linn (1998):

"Estamos preparadas para asegurar que no hay diferencias de sexo en la capacidad verbal, al menos en este momento, en la cultura americana, en la forma estándar con la que se ha medido la capacidad verbal. Creemos que podemos llegar a esta conclusión con bastante confianza, al haber revisado 165 estudios que representan el examen de 1.481.899 sujetos [...]. Una diferencia de sexo de una décima de desviación estándar no merece ninguna atención en teoría, investigación o manuales, seguramente tenemos efectos mayores que perseguir."

Reflexión
Si os dais cuenta, esta frase rompe con una creencia científica y una consideración, a veces vinculada a efectos madurativos (muchos estudios se han centrado en muestras infantiles y han olvidado la diferente velocidad de maduración nerviosa que favorece el desarrollo más rápido de las niñas y que facilita la adquisición de las habilidades verbales antes que los niños, entre otras consideraciones). Todavía hoy se afirma en algunos ámbitos que la diferencia en la capacidad verbal es muy fuerte y a favor de las mujeres.
Para finalizar, os adjuntamos los datos obtenidos en otra revisión de estudios, sobre personalidad, realizada por Feingold (1998). Fijaos, la mayor diferencia está en el rasgo de ternura, a favor de las mujeres con d = - 0,97; y después en asertividad, a favor de los hombres (d = 0,50). Si lo pensáis, son rasgos muy tipificados sexualmente, que responden a las definiciones tradicionales de feminidad y masculinidad respectivamente.

Rasgo de personalidad

d

Impulsividad

0,17

Conducta gregaria

0,19

Actividad

0,12

Asertividad

0,50

Ansiedad

0,25

Confianza

0,28

Ternura

- 0,97

Pero tanto respecto a los datos de inteligencia como a los de personalidad, se ha constatado una tendencia a que las diferencias entre hombres y mujeres se vayan reduciendo entre generaciones. Este hecho hace más plausible la hipótesis de que ciertas diferencias son debidas a los factores sociales implícitos en el sistema sexo/género y articulados por los roles sociales. A medida que la mujer se ha ido integrando en la sociedad –el espacio público– para ocupar puestos tradicionalmente reservados al hombre a partir de los años sesenta, han ido variando, progresivamente, los contenidos de la masculinidad-feminidad. ¿Son éstos –estructurados mediante los roles de género– los que determinan en última instancia las diferencias entre hombres y mujeres en la personalidad o la inteligencia? ¿Es, por lo tanto, el ambiente el que nos configura como hombres y mujeres con un género definido? El debate biología-ambiente sigue abierto. Las diferencias biológicas inducen unas diferencias en el comportamiento que, lejos del determinismo que proclamaban los científicos del siglo XIX, definen seguramente necesidades y patrones conductuales diferentes, pero de ninguna manera son la base de una desigualdad social incoercible.
Más bien, biología y ambiente interactúan para definir la identidad final del individuo, con independencia de su sexo, así como el repertorio conductual que éste ejerza en su contexto inmediato. Las posibilidades las da la propia sociedad y las tendencias las aporta la biología. La diversidad sexual que reconocemos ahora, es decir, personas que no se adaptan al esquema tradicional e invariante de la correspondencia inexorable sexo-género (transgéneros, síndromes intersexuales, variantes sexuales diversas) nos aporta la información necesaria para comprender que, en el momento actual, también los conceptos de sexo y género están evolucionando, perdiendo límites, adaptándose a una sociedad de la información y las tecnologías que aporta nuevas posibilidades incluso de relacionarse con los demás. El primer paso es la aproximación de los contenidos de masculinidad y feminidad, la pérdida de la tipificación, especialmente entre las mujeres. Seguramente, porque son éstas las que han dado el primer paso: introducirse en el mundo masculino y conseguir que pierda esta connotación. Del mismo modo, aunque más lentamente, los hombres se acercan a la feminidad tipificada y asumen roles antes proscritos para ellos como la paternidad vivida desde la aproximación emocional y la implicación.

1.2.Reflexiones finales

El estudio de las diferencias entre hombres y mujeres se remonta a los inicios de la civilización. Entre los antiguos griegos ya encontramos aportaciones de reconocidos filósofos que establecen, con toda seguridad, que la mujer es inferior al hombre física y psicológicamente y que únicamente es necesaria para asegurar la descendencia masculina.
La antigua idea de inferioridad femenina respecto al hombre dominará el pensamiento de filósofos y científicos durante siglos. Los inicios del estudio psicológico de las diferencias entre hombres y mujeres se remontan a finales del siglo XIX, con Galton, y se basan en demostrar científicamente –con datos objetivos mediante la realización de pruebas de laboratorio– esta creencia. Esta creencia se mantendrá hasta bien entrado el siglo XX: los cambios sociales de la década de los sesenta permitirán un impulso de los estudios científicos sobre hombres y mujeres alejados de los prejuicios y las creencias infundadas.
Los primeros estudios, como continuación de la tradición precientífica, se centraron en la inteligencia. Se demostró que la mujer era menos inteligente que el hombre y se utilizó esta tesis para limitar el acceso femenino a la educación, lo que mantuvo la desigualdad social de los géneros. La hipótesis de la variabilidad, basada en las suposiciones de Darwin, establecía claramente la genialidad como un rasgo masculino y la homogeneidad –y mediocridad– de la inteligencia femenina en torno a unos valores medios inferiores a los masculinos.
Las perspectivas psicométricas y factorialistas aportadas por la psicología diferencial modificaron, por fin, la idea de que la mujer es menos inteligente que el hombre. Los tests de inteligencia general anularon aquellas pruebas que implicaran diferencias de sexo y el análisis de las capacidades cognitivas reveló diferencias en las tres principales áreas: verbal, a favor de las mujeres, y matemática y espacial, a favor de los hombres.
A partir de finales de la década de los sesenta se empezaron a revisar estudios. Fueron esenciales para aclarar los auténticos datos científicos sobre hombres y mujeres en la inteligencia y la personalidad. En la primera, y con el metaanálisis, se mostró cómo las diferencias se articulan en torno a la rotación mental, vinculada a la capacidad espacial. En la personalidad, se matizaron muchos de los rasgos tipificados para cada género.
El estudio de la personalidad se ha visto mediado por la visión innatista de las diferencias, que atribuye diferencias entre hombres y mujeres que correspondían exactamente a los rasgos descritos en los constructos ideales de masculinidad y feminidad. Hombres y mujeres eran descritos según su identificación y adecuación a estos constructos y según el grado con el que ejercían los correspondientes roles sexuales, basados en los papeles reproductivos exclusivamente de la mujer. La investigación psicológica de la primera mitad del siglo XX vino a demostrar este paradigma y cuantificó, por primera vez, el grado de M y F mediante cuestionarios y entendiendo que sólo hay una medida del constructo de acuerdo con el sexo biológico del individuo (el hombre no puede puntuar en feminidad ni la mujer en masculinidad).
A partir de los años sesenta se produce una transformación social generalizada, una apertura ideológica que afectó a diferentes cuestiones que, durante milenios, habían estado controladas socialmente, como el género y la sexualidad. La psicología aportó un nuevo modelo de M-F que rompía con el innatismo anterior y la limitación de los roles sexuales: el modelo de androginia, con el que se admitió que los rasgos tipificados como propios de uno u otro sexo eran comunes a cualquier persona. Así, se podía medir al mismo tiempo M y F en el mismo individuo y se cuestionaba tácitamente todo el sistema tradicional basado en la jerarquía de los géneros.
La investigación en personalidad aportó las revisiones de estudios como forma de organizar los datos y encaminó las futuras investigaciones de manera coherente y alejada de los estereotipos. Las más importantes son las basadas en el metaanálisis, mediante las cuales se acotaron las diferencias entre hombres y mujeres tanto en inteligencia como en personalidad y se redujeron a unos rasgos muy específicos.
Aún sigue abierto el debate sobre el origen de las diferencias que, en la actualidad, se constatan. Biología y ambiente interaccionan y determinan ciertas conductas diferenciales, pero es un hecho que el ambiente ha tenido un gran peso durante siglos, al limitar mediante normas rígidas las conductas de hombres y mujeres y estructurar la sociedad en una relación jerárquica donde los individuos ocupaban un determinado puesto según su sexo. Desde el nacimiento, los agentes socializadores se han encargado de transmitir los contenidos tipificados del género y las posibilidades sociales han sido reducidas a las funciones adscritas a cada sexo. El momento actual es de una profunda transformación que cuestiona todo este sistema y abre camino hacia la igualdad social de hombres y mujeres, pero todavía arrastra muchos contenidos tipificados.

2.Diferencias de edad

Objetivos de aprendizaje

Objetivos generales

Objetivos específicos

Definir los efectos de la edad en el ciclo vital.

Conocer las diferentes acepciones de la edad y los términos asociados a los estudios que integran el tiempo como una variable.

Diferenciar los efectos de la edad en la inteligencia.

Entender los factores implicados en el proceso de envejecimiento.

Valorar el patrón de envejecimiento normal y la inteligencia, así como la estabilidad del CI.

Reflexionar sobre los efectos de la edad en la Gf y la Gc.

Diferenciar entre los contenidos intelectuales afectados por la edad y los que no lo están.

Valorar los efectos de la edad en la personalidad.

Saber cómo se estudia la estabilidad de los rasgos de personalidad.

Valorar las dimensiones más estables de la personalidad y aquellas que no lo son según los modelos actuales.

Reflexionar sobre las conclusiones finales sobre vejez y personalidad, según factores biológicos y ambientales.

¿La edad induce variaciones en las disposiciones y capacidades que, desde el enfoque diferencialista, se entiende que explican la conducta de los individuos? ¿Es compatible con la defensa de unas predisposiciones conductuales relacionadas con la consistencia y la estabilidad? Porque es obvio que la conducta varía a lo largo de las diferentes etapas del ciclo humano, que las personas jóvenes son más rápidas e impulsivas, que las personas mayores son más lentas, prudentes y, quizás, más sabias. Pero hablamos, en definitiva, de un mismo individuo contemplado en diferentes momentos de su vida. ¿Qué significa? ¿Que el tiempo nos cambia o que todo se estudia comparando grupos de edad con diferencias debidas a la generación a la que pertenecen?
La edad tiene diferentes acepciones que hay que diferenciar: cronológica, biológica, psicológica y social entre otras. En la figura siguiente sistematizamos los diferentes significados atribuidos a esta variable según el contenido que se prioriza, leed atentamente las definiciones.
Acepciones de la variable edad relevantes para los estudios de variabilidad
Acepciones de la variable edad relevantes para los estudios de variabilidad
Si repasáis el módulo 1, en el apartado "Método", al hablar de los estudios evolutivos, se introdujeron los términos desarrollo y maduración: en términos generales, se refieren a las etapas y procesos que experimenta todo individuo desde que nace hasta que madura.
  • El desarrollo supone un orden determinado genéticamente, poco dúctil a las influencias ambientales. Supone unos determinantes de los cambios de la conducta a lo largo de las edades de los individuos.

  • El crecimiento es un término asociado pero con carácter cuantitativo, relacionado con el aumento progresivo global –aumento de células, de habilidades, de intereses– y, por lo tanto, sometido a influencias ambientales (que incluyen aprendizajes, historias personales, etc.).

  • La maduración se relaciona con desarrollo y crecimiento. Sigue un patrón innato, difícilmente modificable, y junto con el desarrollo matiza el crecimiento al relacionarse con las diferencias individuales en rasgos, capacidades y perfiles asociados a la edad.

Por último, hay diferentes disciplinas psicológicas relacionadas con el estudio del ciclo vital. Os destacamos las siguientes:
  • La psicología del desarrollo estudia todos los factores que determinan la conducta con un enfoque del ciclo vital que comprende desde el periodo prenatal hasta la edad adulta. Considera tanto los factores genéticos como los ambientales y entiende que nacemos con unas disposiciones que se consolidan según las influencias ambientales. Se ha centrado en la infancia-adolescencia y en la edad adulta.

  • La psicología evolutiva estudia los procesos de cambio psicológico que experimentan las personas a lo largo de su vida (enfoque del ciclo vital o life spam), que describe y explica por qué suceden con el objetivo de sentar las bases para llevar a cabo las intervenciones que sean necesarias en la búsqueda de la mejora de los individuos.

  • La psicología diferencial se ha centrado en el estudio de las diferencias de edad en la inteligencia y la personalidad y considera las diferentes etapas del ciclo vital (desde el temperamento infantil hasta la vejez).

Reflexión
En cualquier caso, explicar las diferencias psicológicas según grupos de edad requiere el estudio de los efectos de los factores biológicos y sociales, inherentes a la misma variable de categorización: por ejemplo, por una parte la base biológica implica un crecimiento limitado de todos los sistemas sensoriales y un posterior declive de los mismos y, por la otra parte, la sociedad nos marca unas edades sociales en las que se considera apropiado ejercer determinados roles (como el reproductor, al hablar de edades adecuadas para casarse o ser padre; o el productor, cuando se espera que alguien realice un trabajo productivo y cuando tiene que dejarlo para jubilarse). Biología y ambiente articulan los cambios que se producen a lo largo del ciclo vital.

2.1.Diferencias de edad e inteligencia

Enfoque del ciclo vital desde la infancia hasta la vejez, que considera la juventud como el momento en el que se alcanza la madurez fisiológica y psicológica y que da importancia a la vejez, que representa en la actualidad una gran parte de la población occidental. El aumento de la esperanza de vida y las mejoras generales han impulsado todos los estudios evolutivos que buscan asegurar una calidad de vida a lo largo del ciclo vital.
Suelen aplicarse medidas de inteligencia general (CI) y los estudios siguen los métodos transversales y los longitudinales o ambos.
¿La inteligencia se fija o se desarrolla a lo largo del ciclo vital? Diferentes enfoques han tratado esta cuestión: el psicométrico, el piagetiano, el neopiagetiano, el procesamiento de la información, aprendizaje y contextual. Se concluye que:
  • La inteligencia se desarrolla a lo largo del ciclo vital, más allá de la adolescencia, momento en el que tradicionalmente –y por razones madurativas– se consideraba que finalizaba. La inteligencia no es fija ni permanente.

  • El desarrollo individual de la inteligencia presenta una gran variabilidad a lo largo del ciclo vital, pero en conjunto responde a una progresión ordenada y secuencial.

  • La medida de la inteligencia mediante el rendimiento (pruebas psicométricas) puede confundir un hecho y es que en cada etapa del ciclo vital actúen una determinada capacidad o procesos psicológicos que faciliten el rendimiento o la resolución de problemas (es decir, diferentes en la juventud respecto a la vejez).

El desarrollo psicológico no se plantea como un continuo desde el nacimiento hasta la vejez, pues para cada etapa de la vida hay unos objetivos y unos contenidos que van cambiando (el niño tiene que acabar la escuela, el adulto tiene que rendir en un trabajo, mantener una relación íntima y ser padre, etc.).
2.1.1.Inteligencia y patrón de envejecimiento normal
El ciclo vital impone cambios fisiológicos que afectan a los sistemas sensoriales que afectan a la percepción, la rapidez de respuesta, la coordinación, la fuerza, la salud en general y, como se sabe, déficits cognitivos muy relacionados con la atención, la memoria, el aprendizaje o las aptitudes. Estos cambios están en la base de los datos que se obtienen al comparar personas jóvenes con personas mayores, como es lógico.
¿Qué es el patrón normal de envejecimiento relacionado con la edad (perspectiva gerontológica)?
La descripción de la evolución de la inteligencia a lo largo del ciclo vital propone que, desde la primera infancia hasta la vigésima, la inteligencia tiene un ritmo negativamente acelerado y después se estabiliza más o menos hasta los cuarenta años. Sigue un declive sutil, lento y gradual, que hacia los setenta años se acentúa y es más rápido, al acelerarse progresivamente (Forteza, 1990).
¿Qué dicen los datos psicométricos?
Según el WAIS, que da puntuaciones de CI manipulativo y CI verbal, se constata este patrón de envejecimiento en las puntuaciones del CI manipulativo, pero no del CI verbal.
Inteligencia psicométrica (CI)
La perspectiva psicométrica de la inteligencia considera que ésta es fija y que el CI es estable. Para comprobar la estabilidad del CI se han llevado a cabo diferentes estudios longitudinales, que entienden este índice como una medida de desviación (según la media de 100 y la Sd de 15) y que realizan correlaciones test-retest.
Los datos generales muestran que las correlaciones test-retest de CI disminuyen según aumenta el tiempo que pasa entre las administraciones del test. Aun así, las estimaciones indican una relativa estabilidad del CI.
¿Qué significa esto? Que la inteligencia psicométrica se mantiene relativamente estable a lo largo del ciclo vital.
Estudios transversales y estudios longitudinales
Años 20-30: estudios transversales. Administraciones masivas de tests de inteligencia a individuos clasificados según su edad cronológica.
  • Yerkes (1921) administró el Army Alpha (repasad el tema 2, "Inteligencia psicométrica") a una muestra muy grande de soldados que aspiraban a ser oficiales: constató un declive de la inteligencia según aumentaba la edad (correlación inversa entre CI y edad).

  • Estudios posteriores (años 30-60) confirmaron los mismos datos y mostraron que en la vejez la merma de la inteligencia era muy marcada.

Años 60: estudios longitudinales. Cuestionan el modelo de declive intelectual a partir de los 20-30 años.
  • Se critican las limitaciones de los estudios transversales por el efecto de cohorte o generacional (experiencias y condiciones vinculadas a la generación y que determinan conductos), que distorsiona los resultados de la comparación y confunde los efectos biológicos y psicológicos atribuidos a las diferencias de edad. Pensad en una persona que nació en 1923 y otra en 1998: el contexto es totalmente diferente, la tecnología –ordenadores, Internet–, los estilos de vida, los conocimientos, etc. Las respectivas experiencias son casi opuestas.

  • A pesar de este hecho, recordad que los estudios longitudinales también presentan limitaciones vinculadas al conocimiento del test para las diferentes administraciones, a pesar de que varían las ocasiones o momentos, el cambio de la situación del test (en el ámbito social o en el de la propia administración debido al tiempo pasado) y, por descontado, el abandono selectivo, por falta de interés, frustración, enfermedad o muerte del sujeto.

Schiae inició en 1956 una serie de estudios con los dos métodos, con el PMA, pruebas de velocidad psicomotora y rigidez conductual. Los resultados transversales indicaban la disminución clásica de la inteligencia. Los resultados longitudinales indicaban un declive mucho más pequeño para cada cohorte. La conclusión es que la pérdida de la inteligencia asociada a la edad era un mito resultado de los efectos de cohorte.
El mismo Schiae, con Hertzog (1983), llevó a cabo otro estudio que combinaba los dos métodos y administraba el PMA a una muestra de sujetos nacidos entre 1889-1938 y a los que evaluó en tres ocasiones a lo largo de siete años. Resultados: entre los 25-30 años se incrementa ligeramente la inteligencia y a partir de los 53-60 años disminuyen las aptitudes, con un declive intenso entre los 67 y los 81 años. Así pues, estos datos sostienen la idea del patrón de envejecimiento normal a pesar de que hay que considerar la gran variabilidad interindividual que representa el patrón de cambio, además de que la muestra no era representativa de la población.
Estudios posteriores del mismo autor han ido sugiriendo que el posible declive de la inteligencia en función de la edad está asociado a cambios en la velocidad de procesamiento de la información. Estudios recientes indican que ésta puede ser un nexo entre la edad, la atención selectiva y los procesos inhibitorios, y la memoria operativa, todos ellos procesos cognitivos implicados en el rendimiento.
Inteligencia fluida (Gf) e inteligencia cristalizada (Gc)
Recordad, según Cattell, que la edad hace que tanto la Gf como la Gc se desarrollen inicialmente, pero llega un momento del ciclo vital –la juventud– en el que la Gf empieza a disminuir mientras que la Gc se estabiliza o puede incrementarse. Lo más habitual es que describan un patrón inverso.
Matiz: según la medición psicométrica que utilizamos se constatará o no el declive. Si son pruebas que miden la Gf (aquellas que exigen la acción de operaciones básicas del procesamiento de información y de la percepción, sin mucha carga de conocimientos adquiridos), aparecerá; si miden la Gc (las que evalúan operaciones cognitivas más complejas, con fuerza carga del conocimiento), no lo hará necesariamente.
Horn (1989, 1997) diferencia entre capacidades vulnerables y capacidades sostenibles. Las primeras son aquéllas en las que se constata un efecto negativo de la edad como la velocidad de procesamiento o la memoria a corto plazo. Las segundas son las que se estabilizan o aumentan con el ciclo vital, la Gc, la memoria a largo plazo o la capacidad matemática. Esta distinción plantea vías alternativas de estudio de los efectos de la edad sobre la inteligencia, como el de la plasticidad intraindividual de la inteligencia.
¿Y la sabiduría y la experiencia? Lo que nos aporta el patrón de envejecimiento según la Gf y la Gc es que hay unos constructos relacionados, pero no sinónimos, que ganan contenidos a lo largo del ciclo vital, como son la sabiduría y la experiencia. Al igual que la inteligencia, las valoramos mediante el comportamiento, el rendimiento de los individuos y, tradicionalmente, son atributos que se han asociado a la edad (de hecho antiguamente a las personas mayores las llamaba sabias). Sternberg ha reflexionado sobre estos contenidos; si recordáis su teoría triárquica, la experiencia correspondería a una inteligencia de tipo creativo que puede desarrollarse a lo largo del tiempo y ejercitarse. Por su parte, la sabiduría respondería a la acumulación de conocimientos, tal como reflejaría la Gc. De esta manera, al hablar de inteligencia y edad, habría que matizar el tipo de inteligencia al que nos referimos –psicométrica– y valorar rasgos como la experiencia y la sabiduría dentro del comportamiento inteligente no afectado por el ciclo vital sino, al contrario, potenciado por el mismo.

2.2.Diferencias de edad y personalidad

Los estudios sobre edad y personalidad se han enfocado desde el modelo de rasgos y mediante el análisis de la estabilidad. La premisa del modelo de rasgos es, justamente, la estabilidad y consistencia de éstos. ¿La edad ejerce alguna influencia? Sin embargo, las conclusiones son menos claras que en la inteligencia, así que os ofrecemos sólo una síntesis de lo más destacado y de lo que se acepta actualmente en la relación edad-personalidad.
El método habitual ha sido medir los rasgos mediante tests de personalidad y, desde un enfoque longitudinal, ir repitiendo las mediciones a lo largo del tiempo y calcular las correlaciones test-retest para determinar la estabilidad. Así lo han hecho McCrae y Costa con el estudio de Baltimore o Sodtz y Vaillant (1990):
Compararon longitudinalmente las puntuaciones en el NEO-PI-R de un grupo de individuos a lo largo del tiempo con las del GZTS, un test de personalidad que se les había administrado décadas antes. Los datos de la correlación mostraron que tanto extraversión como neuroticismo y apertura correlacionan significativamente, mientras que cordialidad y responsabilidad no, son dos dimensiones inestables.
Otra opción, desde una perspectiva transversal, ha sido estudiar los baremos de los tests de personalidad. El equipo de Neugarten en 1964 realizó el Kansas City Study, que constató en términos generales:
  • bastante estabilidad en los rasgos principales de la personalidad y

  • una mayor pasividad e introversión social en la vejez (tendencia a centrarse en uno mismo).

Se han ido realizando muchos estudios (McCrae et al., 2000; Pervin y John, 2001, entre otros) que han constatado que la estabilidad de los rasgos es mayor si los intervalos de medida no son muy amplios y, lo más importante, que hay que considerar diferencias individuales en la estabilidad de los rasgos relacionadas con el ciclo vital, la socialización o las experiencias que determinan una variabilidad mayor a los rasgos de personalidad que en la inteligencia. Los condicionantes biológicos –el envejecimiento propiamente– también afectan a los rasgos de la personalidad, pero los cambios del entorno, que exigen diferentes niveles de adaptación desde la infancia hasta la vejez, operan una influencia conjunta.
Como síntesis, os recogemos dos datos generales procedentes de diferentes investigaciones. Con la edad:
  • Se experimenta más miedo al fracaso y disminuye la motivación de ganancias ambiciosas.

  • Aumenta la rigidez (capacidad para adaptarse a los cambios del entorno, disminución de la velocidad psicomotora, moderación de los cambios de conducta). No es sólo una cuestión madurativa y, posiblemente, se relaciona con el deterioro cognitivo.

  • En cuanto a la conducta anormal, se constata una menor incidencia de los trastornos del tipo neurosis pero mayor de los trastornos más graves como las psicosis o, inevitablemente y muy vinculadas al aumento de la esperanza de vida últimamente, las demencias. También aumentan los suicidios pero disminuye la conducta antisocial.

2.3.Reflexiones finales

Los estudios sobre los efectos de la edad y la inteligencia nos muestran un patrón de envejecimiento que afecta, principalmente, a la inteligencia biológica –la Gf–, asociada a los procesos de maduración, con un declive que tiende a incrementarse en la vejez.
A pesar de ello, la inteligencia referida a los conocimientos y las experiencias –la Gc– puede aumentar a lo largo del ciclo vital y, en función del estado fisiológico del individuo, no se ve afectada por los procesos de envejecimiento propiamente dichos.
Se ha constatado que el CI se mantiene relativamente estable a lo largo del ciclo vital, ya que los efectos asociados al envejecimiento no son tan determinantes como se creía inicialmente, cuando se entendía que la vejez era el declive absoluto tanto de la inteligencia como de los rasgos de la personalidad (con las consecuencias sociales que esta visión pudiera tener). Hay que insistir en que en nuestra sociedad actual la población mayor de sesenta años es muy numerosa y tiende a serlo en el futuro, por lo que las demandas sociales exigen más atención y reconocimiento para este colectivo que disfruta de unas condiciones generales de salud bastante buenas.
Con respecto a los efectos de la edad y de la personalidad, los resultados no son tan claros. A pesar de que en general se entiende que las principales dimensiones de la personalidad se mantienen más o menos estables a lo largo del ciclo vital, los estudios transversales y longitudinales señalan la modulación de algunos rasgos, posiblemente relacionados con las exigencias de un entorno que varía mucho desde la infancia hasta la vejez y con unos procesos de maduración biofisiológica que disminuyen ciertas tendencias, como la flexibilidad o la rapidez para actuar.

Bibliografía

Bibliografía básica
Matud, P. El estudio de las diferencias entre mujeres y hombres en la investigación psicológica. En P. Matud et al. Psicología diferencial (cap. 8). Madrid: Biblioteca Nueva.
Bibliografía complementaria
Andrés, A. (1997). Diferencias de edad y sexo en la inteligencia. En Manual de psicología diferencial (cap. 6). Madrid: McGraw-Hill.
Colom, R. (1998). Grupos humanos. En Psicología de las diferencias individuales. Teoría y práctica (cap. 21). Madrid: Pirámide.
Colom, R. y Jayme, M. (2004). Qué es la psicología de las diferencias de sexo. Madrid: Biblioteca Nueva.
Jayme, M. y Sau, V. (2004). Psicología diferencial del sexo y el género. Barcelona: Icaria.
Jayme, M. (200). La identidad de género. Revista de Psicoterapia, X (40), 5-22.
Matud, P. Género. En P. Matud et al. Psicología diferencial (cap. 7). Madrid: Biblioteca Nueva.