La palabra filosofía se ha utilizado a menudo para designar una actividad llevada a cabo por determinados
pensadores, tendente en última instancia a formular una concepción general del mundo.
En otras ocasiones, se habla de la filosofía como una especie de mística, como un
método que tuviera que llevarnos a conocer el profundo sentido de la vida e, incluso,
que nos enseñara a gozarla.
Sin desconocer el valor, muchas veces terapéutico, que puedan tener estos diversos
acercamientos a las cuestiones filosóficas, en todo caso no será éste el punto de
vista aquí adoptado. Una forma más modesta de ver el cometido filosófico estriba en
concebir la actividad filosófica como una reflexión ordenada de ciertos problemas que han preocupado y siguen preocupando a la humanidad. Esto
no quiere decir que todas las personas necesariamente se planteen estos problemas
y mucho menos que lo hagan de una forma ordenada. Por ejemplo, la mayor parte de los
seres humanos puede vivir su vida, incluso de manera placentera, sin haberse cuestionado
jamás si está fundamentada o no la imposición de penas por parte del Estado. Tampoco
quitará el sueño a muchos la indagación acerca de si el derecho y la moral están relacionados
o si está justificado imponer la moral a través del derecho. Éstas son cuestiones
filosóficas.
Respecto a éstos y otros ejemplos, es probable que si sometiéramos nuestras creencias
a examen, encontraríamos que algunas se asientan en cimientos muy firmes. Pero, sin
lugar a dudas, hallaríamos otras muchas en las que esto no es así.
El estudio de la filosofía puede ayudarnos a reflexionar con claridad sobre nuestros
prejuicios, pero también sirve para precisar lo que realmente creemos. Esto es así,
porque a lo largo de esta reflexión desarrollamos la habilidad de argumentar con coherencia sobre un extenso conjunto de problemas, habilidad que es útil y transmisible.
Si se acepta el objetivo modesto descrito, ciertas expectativas sobre qué cabe esperar
de la práctica de la actividad filosófica resultarán defraudadas. No espere el lector
encontrar en este texto recetas sobre cómo vivir una vida buena, ni siquiera sobre
cómo vivir una vida con sentido. Tampoco confíe en hallar una explicación completa
de todos los acontecimientos que dan sentido a nuestra vida como personas, ni siquiera
a nuestra vida como juristas. Deberá conformarse con el análisis de ciertos problemas
relevantes en el ámbito jurídico.
Ahora bien, ¿cuáles son los problemas de la filosofía del derecho? Siguiendo una tradición
que se remonta a John Austin, los problemas de los que se ocupa la filosofía del derecho
pueden ser divididos entre problemas "analíticos" y problemas "normativos". Los primeros
surgirían a la hora de analizar los conceptos básicos, entre ellos de manera destacada
el propio concepto de derecho, mientras que los segundos tienen que ver con la crítica
racional y la valoración de las prácticas jurídicas. Éste es el esquema que se seguirá
en estos módulos.
Cada módulo se ocupa del examen de un problema. Los tres primeros tienen que ver con
el análisis del concepto de derecho, mientras que los tres restantes tienen como objeto
la justificación del derecho.
El módulo 1 examina las condiciones de existencia de los sistemas jurídicos, es decir,
de qué modo el derecho se relaciona con hechos sociales. Sin embargo, es preciso establecer
si es posible caracterizar el derecho solamente con la alusión a hechos sociales o
se requiere aludir también a propiedades morales. Este problema se aborda en el módulo
2. Por otro lado, hay que tomar en consideración que la práctica jurídica incluye
de manera destacada acciones y actitudes de los jueces, a través de cuyas decisiones
parece manifestarse también el derecho. Cuando desarrollan esa actividad, ¿están los
jueces aplicando el derecho previamente determinado o son ellos los que de alguna
manera lo crean a través de sus decisiones? Esta cuestión es la que se examina en
el módulo 3.
A menudo los juristas no sólo realizan su función de descripción y sistematización
de los textos legales, sino que proponen soluciones cuando estos textos no la ofrecen,
por vaguedad o ambigüedad del lenguaje legal, por presencia de lagunas normativas
o antinomias irresueltas, etc. para adecuar sus soluciones a requisitos de racionalidad,
o directamente proponen cambios de lege ferenda o de sententia ferenda para adecuar el derecho a determinados requisitos de justicia. Ocurre, sin embargo,
que suelen realizar esta labor sin distinguirla de la anterior, mezclando así descripción
y valoración y presentando sus conclusiones como si se tratara de una actividad descriptiva
del ordenamiento. Por esa razón, es fundamental que la filosofía del derecho ofrezca
a los juristas una reconstrucción de las diversas concepciones que pueden justificar o censurar el derecho existente. Estas concepciones, que podemos denominar doctrinas de justificación, deben elaborar una concepción articulada de los fines justificantes del derecho o de una de sus ramas. Dentro de los problemas de justificación que podrían
examinarse, aquí se prestará atención a tres de ellos. Se trata de comprobar las posibilidades
de justificación de la obediencia al derecho (módulo 4), del castigo penal (módulo
5) y de la imposición jurídica de la moral (módulo 6).
La estructura de los módulos refleja la perspectiva que aquí se ha adoptado. En primer
lugar, se tratará de establecer con claridad el planteamiento del problema de que
se trate. Una vez planteado el problema, será el momento de analizar las posiciones
más destacadas respecto al mismo. Este texto no pretende recoger todas las tesis sostenidas
por los autores respecto de cada problema. Más que una vocación exhaustiva, tiene
una intención selectiva. Se intentarán ofrecer los argumentos que se consideran relevantes
para fundamentar las posiciones más significativas.
El énfasis se pondrá más en la exposición ordenada de los argumentos que en la reconstrucción
de las doctrinas completas de los autores que los hayan sostenido.
Una última advertencia. No espere el lector encontrar respuestas definitivas a los
problemas planteados. Y es que, como alguna vez dijo Bertrand Russell, la filosofía
debe ser estudiada no por las respuestas concretas a los problemas que plantea, sino
más bien por el valor de los problemas mismos, ya que éstos amplían nuestra concepción
de lo posible, enriquecen nuestra imaginación intelectual y disminuyen la seguridad
dogmática que cierra el espíritu a la investigación.