Ciencia y filosofía: la filosofía de la ciencia en el siglo XX

  • Josep Lluís Prades Celma

     Josep Lluís Prades Celma

    (Valencia, 1954), profesor titular de la Universidad de Girona, ha sido profesor en las universidades de Valencia y Murcia. Sus publicaciones incluyen artículos y libros sobre epistemología, metafísica, filosofía del lenguaje y filosofía de la mente.

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Introducción

La reflexión filosófica sobre la ciencia en el siglo XX ha estado marcada por la controversia sobre los supuestos epistemológicos y lógicos del empirismo clásico. No es difícil ver que los puntos cruciales de la discusión contemporánea sobre la ciencia afectan a los supuestos básicos del empirismo que fueron aceptados por los neopositivistas de los años veinte.
El neopositivismo –positivismo lógico, o empirismo lógico– fue un movimiento inspirado en los desarrollos de la lógica de comienzos de siglo que, al mismo tiempo, trataba de respetar los principios epistemológicos del empirismo clásico. Estos principios se expresaban, en el empirismo del XVII y del XVIII, en términos de los límites del contenido de la mente –eso es, la idea de que nuestra mente no puede formarse contenidos que vayan más allá de lo que se dado en la experiencia. Los neopositivistas tendieron a expresar estas intuiciones en términos más bien semánticos: las oraciones significativas tienen que referirse directa o indirectamente en aquello que es observable.
En principio, el neopositivismo compartió la actitud despectiva del empirismo clásico hacia la filosofía tradicional. Gran parte de las proposiciones filosóficas no satisface los requerimientos empiristas sobre el significado. La ciencia, sin embargo, parecía el paradigma de lenguaje significativo. El lenguaje científico parece que obtiene todo su contenido de los llamados enunciados observacionales: los enunciados que describen aquello que es directamente dado en la experiencia. De hecho, esta supuesta relación privilegiada originará uno de los mitos más aceptados a principios del siglo: la idea de la ciencia unificada.
Hay diferentes niveles de investigación científica y de conocimiento humano. Todos ellos, sin embargo, obtienen su contenido de aquello que es dado en la experiencia de los sentidos. Eso, se suponía, tendría que permitir reducir cualquier proposición científica a la descripción de unos determinados hechos de experiencia básica. Esta experiencia es el material que daría contenido a cualquier uso significativo del lenguaje.
Lo que es fascinante de la filosofía de la ciencia del siglo XX es la manera en que los filósofos se han dado cuenta de que el lenguaje de la ciencia –en principio, el más adecuado a la satisfacción de los requisitos empiristas– no se ha ajustado a estos principios.
Consideramos, por ejemplo, el atomismo de la experiencia. Era constitutivo de los principios del empirismo lógico el supuesto de que la conexión entre cualquier par de elementos de la experiencia era completamente contingente, desprovista de cualquier necesidad. Como ya vio Hume, eso generaba enormes problemas para justificar el razonamiento inductivo y, al mismo tiempo, para introducir una noción aceptable de explicación, como diferente a la mera descripción de regularidades. O, para poner otro ejemplo, consideramos la idea de que la experiencia es algo dado con independencia de la teoría: la idea de que aquello que da contenido a la teoría es una experiencia independiente que tiene que ser aceptada por cualquier teorización que quiera ser fiel a los hechos. La experiencia sería, pues, el elemento común que tendría que juzgar entre las teorías rivales.
En las páginas siguientes veremos cómo la reflexión filosófica sobre la ciencia, en nuestro siglo, ha tenido que abandonar estos supuestos clave del empirismo.

Objetivos

Los objetivos que persigue este módulo son:
  1. Entender los problemas y la terminología básicos de la filosofía de la ciencia contemporánea.

  2. Comprender la conexión entre la discusión contemporánea sobre la ciencia y ciertos problemas básicos de epistemología.

  3. Analizar los problemas que plantea la concepción clásica (empirista) de la ciencia, para ser ésta la concepción que se da por supuesta en las divulgaciones más habituales.

1.El empirismo lógico

La reflexión filosófica sobre la ciencia en el siglo XX ha estado marcada por el predominio de las doctrinas empiristas entre los filósofos que se ocuparon, a principios de siglo, de la ciencia y del método científico.
Como veremos, la forma de empirismo típica de los años veinte –el llamado empirismo lógico– no es el paradigma dominante en la filosofía de la ciencia contemporánea. Ésta, sin embargo, no se puede entender sin describir los supuestos epistemológicos y lógicos contra los cuales ha tenido que reaccionar.

1.1.La herencia empirista

El neopositivismo, empirismo lógico o positivismo lógico fue una escuela filosófica que se consideró heredera del empirismo clásico, y que, como éste, defendía que mucha de la filosofía tradicional estaba llena de pseudo–proposiciones, de oraciones que no satisfacían los requisitos empiristas sobre el significado. El círculo de filósofos neopositivistas más conocidos floreció en la Viena de los años veinte y treinta. Después, su influencia se extendió a Gran Bretaña y a Estados Unidos.
Esta expansión de las tesis del empirismo lógico se explica, en parte, por el hecho de que el Tractatus de Wittgenstein –publicado en 1921– fue leído en clave empirista y dio una autoridad nueva a las viejas doctrinas. Otra razón es que filósofos británicos, como Russell, habían mantenido un hilo de continuidad con las viejas doctrinas de los clásicos empiristas del XVII y del XVIII. Por otra parte, el ascenso del nazismo y la Segunda Guerra Mundial provocó un éxodo de filósofos del continente europeo hacia Estados Unidos.
Tradicionalmente, se describe el empirismo como la concepción del conocimiento humano, según la cual la experiencia es el origen y el fundamento de todo conocimiento. En términos más clásicos, se podría decir que el empirismo es la doctrina según la cual todos nuestros contenidos derivan de la experiencia.
Lo que quiere decir un empirista es que no podemos ir más allá de la experiencia: la experiencia pone un límite que no se puede rebasar, tanto a nuestro conocimiento como a nuestros contenidos. El significado de todos nuestros términos y cualquier contenido de nuestra mente están fijados por sus relaciones con la experiencia.
Los neopositivistas expresaron este dogma empirista como un principio semántico, el llamado principio de verificación: el significado de una oración se explica por sus condiciones de verificación. Lo que una oración quiere decir está fijado en la medida en que esté fijado lo que tendría que pasar en la experiencia para decidir que la oración es verdadera. El significado de un término es el resultado de su contribución al significado de las oraciones en que puede aparecer.
Un rasgo fundamental del empirismo es el atomismo.
Imaginamos un par de elementos básicos de la experiencia A y B. La idea es que cualquier relación entre A y B es una relación que podría no haberse dado. Imaginamos que A es, por ejemplo, una sensación de dolor y que B es, por ejemplo, la sensación visual que yo tengo de una aguja que está apretando mi piel. Para un empirista, en la medida en que éstos sean elementos básicos de la experiencia, siempre se podrá concebir la existencia de uno de ellos sin el otro. Es un hecho, por descontado, que siempre que puedo ver que una aguja está apretando mi piel yo siento dolor. Sin embargo, en la medida en que puedo ver la aguja, tengo que admitir la posibilidad de que la misma sensación visual no fuera nunca seguimiento de una sensación de dolor.
La relación entre una sensación visual y una sensación de dolor es lo que Hume denomina una cuestión de hecho. Es un hecho que las dos sensaciones están relacionadas, que una sigue invariablemente a la otra: éste, sin embargo, es un hecho que no es constitutivo de ninguna de ellas. Podría darse una de ellas sin la otra. Las cuestiones de hecho no son nunca necesarias. Su contrario es siempre posible. El empirismo clásico está, pues, comprometido con la tesis de que las unidades mínimas de la experiencia, los átomos de experiencia, no tienen, entre ellos, ninguna conexión necesaria. Todas las relaciones que tienen con otros átomos de experiencia podrían exactamente no darse. Esta tesis empirista fue aceptada sin restricciones por los empiristas lógicos de comienzos de siglo. Y encontró cobertura en el tipo de atomismo lógico que defendían Wittgenstein, en el Tractatus, y Russell. Para éstos, la existencia de proposiciones elementales era una condición de posibilidad de cualquier lenguaje. Y los hechos descritos por estas proposiciones, hechos atómicos, tenían el rasgo constitutivo de ser completamente independientes los unos de los otros.
Este compromiso radical con el atomismo es el supuesto fundamental de uno de los análisis de Hume más importantes para la filosofía de la ciencia contemporánea: su análisis de la relación causal.
Para poner el mismo ejemplo de Hume, imaginamos el que podríamos considerar un caso arquetípico de relación causal: una bola de billar blanca que golpea otra, roja, y hace que esta segunda se mueva. Diríamos que el impacto de la bola blanca causa el movimiento de la roja. ¿Qué tipo de conexión es esta conexión causal? Según Hume no hay nada, en el fenómeno de una bola impactando en otra, que obligue al movimiento de la segunda. El impacto y el movimiento son dos hechos de experiencia diferentes: su conexión es, como hemos visto antes, contingente, no necesaria.
Por descontado, Hume establece ciertas condiciones para poder decir que dos fenómenos de experiencia están relacionados como causa y efecto. Estas condiciones van más allá del hecho que se dan conjuntamente. Básicamente, esta conjunción tiene que ser regular, la causa y el efecto tienen que ser próximos y el efecto tiene que seguir la causa.
Causa y efecto
Siempre que una bola de billar golpea otra, la segunda se mueve. Es por eso, porque esta conjunción es regular, por lo que decimos que el impacto es la causa del movimiento.
Lo que nos interesa, sin embargo, es que Hume explícitamente defendió la idea de que no hay ninguna conexión necesaria entre causa y efecto. Si pensamos que la hay, de esta conexión necesaria, estamos bajo los efectos de una ilusión.
La ilusión
En el caso del ejemplo de la bola de billar, la ilusión se produce por el hecho de que nuestra mente, por los efectos del hábito de haber contemplado la conjunción regular, se imagina que la segunda bola se moverá, justo cuando ve que la primera va a golpearla.
Es importante ver la relación entre esta concepción empirista de la conexión causal y una cierta concepción habitual de la explicación científica.
El caso de la mecánica de Newton
Como es sabido, Newton postuló una fuerza –la gravitación universal– que daba cuenta de la tendencia de cualquier par de cuerpos a atraerse mutuamente. Un resultado impresionante de la mecánica newtoniana es que daba cuenta de una enorme cantidad de fenómenos al postular esta fuerza de atracción universal. Fenómenos que, antes de Newton, tenían que ser considerados como muy diferentes eran unificados por la descripción que él nos proponía: la caída de los objetos sobre la superficie de la Tierra y los movimientos de los planetas eran explicados por el supuesto de esta fuerza universal de atracción.
En los círculos intelectuales de Europa, sin embargo, la mecánica de Newton produjo muchas discusiones filosóficas. Había, en los siglos XVII y XVIII, explicaciones alternativas de los movimientos básicos en la naturaleza que eran muy diferentes de la explicación que proponía la mecánica newtoniana. Eran explicaciones que trataban de hacer inteligibles los cambios de movimiento postulando un mecanismo que daría cuenta de ello. Descartes, por ejemplo, defendía que el universo estaba lleno de materia y que el movimiento de cualquier elemento se producía porque éste era desplazado por la materia que lo rodeaba.
Evidentemente, la explicación cartesiana no pudo competir con la de Newton. La paradoja, sin embargo, parecía ser la siguiente: aunque podemos decir que la explicación de Descartes no es adecuada, al menos trata de decirnos por qué se mueven las cosas en un sentido en que Newton ni siquiera lo intenta. Si le preguntamos a Newton por qué se atraen las masas, nos dice que lo hacen por la fuerza universal de atracción. Si le preguntamos qué es esta fuerza, nos dice que es aquello que provoca la atracción entre las masas. Hay un sentido muy importante en el que podemos decir que, para Newton, identificar la causa de la atracción entre los cuerpos es, sólo, describir cómo de hecho los cuerpos se atraen habitualmente. El por qué básico, para Newton, sólo se responde describiendo cómo, de hecho, se comporta el mundo. Las explicaciones más básicas de la naturaleza parecen reducirse a describir las regularidades más básicas.
Esta interpretación de la mecánica de Newton se ajustaba, obviamente, a los supuestos humianos sobre la causalidad y la explicación causal. El éxito de la primera se tomó, indirectamente, como un soporte de los segundos.
Durante el siglo XIX, la tradición empirista –John Stuart Mill– refinó los supuestos de Hume y, al inicio del siglo XX, el llamado empirismo lógico aceptó la idea de que las leyes científicas son regularidades.
No toda regularidad es una ley, por descontado. Todo el mundo acepta que el enunciado (1) no expresa una ley, aunque exprese una regularidad:
(1) Todos mis amigos tienen el cabello rubio.
Se puede decir que las leyes tienen una especie de necesidad que los enunciados de regularidad que no expresan leyes no tienen. Fijémonos de nuevo en el enunciado (1). Diríamos, no expresa una ley, porque la conexión entre el hecho de que alguien sea amigo mío y que tenga el pelo rubio es un accidente completo. Por ejemplo, la verdad de (1) es compatible con el hecho de que, en el futuro, yo tenga un amigo que no sea de cabello rubio. Para utilizar una terminología técnica, podemos decir que (1) no soporta el condicional siguiente:
(2) Si tu amigo Pedro, el de cabello castaño, fuera amigo mío, entonces tendría el cabello rubio.
Parece obvio que la verdad de (1) no nos dice nada sobre la verdad de (2): el hecho de que (1) sea verdad no obliga a la verdad de (2). (1) no establece ninguna conexión entre la propiedad de ser amigo mío y la propiedad de tener el cabello rubio. De un enunciado del tipo (2), se dice que es un condicional contrario –a los hechos– o un contrafáctico. Un condicional contrafáctico es un condicional en subjuntivo cuyo antecedente es falso. Nuestro lenguaje ordinario está lleno de enunciados contrafácticos, algunos de los cuales son verdaderos, y otros falsos. Un ejemplo de enunciado contrafáctico con respecto al cual podemos imaginar naturalmente un contexto en que sería verdadero es el siguiente:
(3) Si María no hubiera comido las setas venenosas, no se habría puesto enferma.
Podemos decir ahora que las leyes, a diferencia de los enunciados de regularidad completamente accidentales, dan apoyo a contrafácticos.
Suponemos que el hecho de que el agua tiene que hervir a cierta temperatura es un hecho que se deduce de las leyes de la naturaleza. Entonces, es verdad de cualquier agua que no está hirviendo que, si la calentáramos mucho, herviría: éste es un contrafáctico que parece soportado por las leyes de la naturaleza.
Un empirista tiene que distinguir entre enunciados que expresan regularidades y verdaderos enunciados de leyes sin introducir, como básica, la noción de necesidad. Ya que, como hemos visto, no puede aceptar que haya, en la naturaleza, verdaderas conexiones necesarias. Puede aceptar la idea de que ha sido desarrollada en los párrafos anteriores, que las leyes de la naturaleza dan apoyo a los enunciados contrafácticos. No puede, sin embargo, aceptar que la verdad de estos contrafácticos sea establecida por el hecho de que hay, en la naturaleza, verdaderas necesidades.
Podemos decir que, para cualquiera empirista, las nociones de ley y de contrafáctico son igualmente problemáticas y tienen que ser analizadas sin introducir la noción sospechosa de conexión necesaria.
La forma de cualquier análisis empirista de las nociones de ley y contrafáctico la encontramos, de nuevo, en los análisis de Hume de la idea de causalidad. Hume no negaría que un enunciado como (1) es diferente de un enunciado que trate de expresar una ley de la naturaleza. La diferencia, sin embargo, habría que buscarla en el tipo de regularidad que está involucrada. Las regularidades que se involucran con las leyes son regularidades más básicas. La regularidad entre la propiedad de ser amigo mío y la propiedad de tener el cabello rubio no es el tipo de regularidad que pudiera contar como una regularidad básica de la naturaleza.
La regularidad que hay entre la temperatura y los cambios en la estructura molecular del agua, el tipo de regularidad involucrado cuando decimos que el agua tiene que hervir cuando la calentamos, porque es una consecuencia de las leyes de la naturaleza, sí es establecida por las regularidades básicas de la naturaleza.

1.2.La concepción de la ciencia del empirismo lógico

Los aspectos esenciales de estas doctrinas humianas sobre causalidad, necesidad y leyes fueron aceptados, a principios del siglo, por el neopositivismo o empirismo lógico. Y los supuestos epistemológicos del empirismo lógico tuvieron las consecuencias naturales sobre el tipo de lenguaje que era aceptable por la ciencia y la imagen que se tenía sobre la estructura de la explicación científica.
En primer lugar, los empiristas lógicos aceptaban que todo el contenido de los términos que se utilizan en ciencia deriva de sus conexiones con la experiencia. Por descontado, los científicos utilizan muchos términos, cuya conexión con la experiencia es más bien indirecta: nadie ha visto nunca fuerzas, masas, electrones o campos magnéticos. La actitud tradicional del empirismo lógico fue considerar que podemos hablar con sentido de este tipo de cosas, en la medida en que podemos definirlas en términos de experiencias reales o posibles.
Por otra parte, la noción de experiencia que era admisible tenía un rasgo común con la idea de experiencia que había sido utilizada por los empiristas clásicos como Hume. Es lo que podemos decir una idea de experiencia desprovista de compromisos teóricos y de cualquier necesidad. De la misma manera que lo habían hecho los empiristas clásicos, se asumía que los contenidos de las observaciones de los científicos eran neutros con respecto a cualquier teoría sobre el mundo. Los datos de observación eran datos que cualquier teoría sobre el mundo tendría que respetar. De hecho, la ciencia elabora teorías en la medida en que quiere dar cuenta de estos datos de observación. Éstas son, lógicamente y psicológicamente, anteriores a las teorías a las que da apoyo.
Los enunciados observacionales singulares serían el punto de contacto de la ciencia con el mundo de experiencia. De éstos se suponía que tenía que depender todo el contenido de la ciencia.
Para los defensores del empirismo lógico, un enunciado observacional verdadero describiría un hecho de experiencia que tendría que ser considerado como un dato por cualquier teoría científica aceptable.
Siguiendo la concepción de la ciencia del empirismo lógico o neopositivismo, la ciencia es básicamente una generalización de la experiencia. Los hechos básicos, los hechos descritos por los enunciados básicos de observación, son todo el contenido que las leyes y teorías científicas pueden tener. Una ley científica es sólo una manera económica de hablarnos de una regularidad de hechos básicos de experiencia. Por descontado, no todas las regularidades son verdaderas leyes. En cualquier caso, la diferencia entre una regularidad que es una ley y una regularidad que no lo es se tiene que explicar sin introducir la noción sospechosa de necesidad. Ya que, entre los elementos de la experiencia, no puede existir ninguna verdadera necesidad.

1.3.El lenguaje de la ciencia

El neopositivismo de comienzos de siglo es conocido también como empirismo lógico, en la medida en que estuvo influido por los nuevos desarrollos en filosofía de la lógica. El logicismo de Russell y la concepción de la lógica del Tractatus de Wittgenstein aceptaban como punto de partida uno de los dogmas humianos: no hay, en el mundo de la experiencia, verdadera necesidad. La necesidad es un producto del lenguaje humano: de la manera en que nuestras palabras adquieren significados. Y el hecho de que nuestras palabras signifiquen lo que significan no impone ninguna necesidad en los hechos de experiencia: es compatible con cualquier ordenación de los fenómenos empíricos.
Esta concepción de la necesidad involucraba una especie de sospecha sistemática con respecto al lenguaje subjuntivo: las conexiones necesarias son expresadas naturalmente en términos subjuntivos.
La idea de que el agua herviría si la calentara (subjuntivo) expresa una conexión más fuerte que la establecida por la constatación de que el agua ha hervido cuando la he calentado (indicativo).
Una manera de expresar la sospecha sobre la noción de conexión necesaria es tratar de reducir sistemáticamente el lenguaje subjuntivo al indicativo. El lenguaje indicativo nos habla de los acontecimientos reales, el subjuntivo de aquello que ocurriría si... Para un empirista, el segundo es inteligible en la medida en que se puede reducir al primero. De nuevo, podemos considerar el análisis humiano de la relación causal como un paradigma de este tipo de reducción. La conexión causal es una conexión subjuntiva: una causa produciría el mismo efecto si se diera, de nuevo, en circunstancias parecidas. Un efecto no se habría producido si la causa no se hubiera producido. Lo que hizo Hume, lo hemos visto, es analizar estos subjuntivos en términos de indicativo: una causa es aquello que siempre ha ido seguido del efecto –vistas las relaciones de proximidad en el espacio y en el tiempo. En este tipo de análisis no hay subjuntivos. Si Hume hubiera acertado, los subjuntivos causales se podrían analizar en lenguaje indicativo.
El análisis de las conectivas lógicas que propusieron Russell y el Tractatus era coherente con estos supuestos.
Consideraban que el implicador –la estructura "Si p, entonces q"– aceptable tenía que ser un implicador material: un implicador que es hecho verdad por los valores de verdad que, de hecho, tienen sus constituyentes –p y q. Un implicador material de la forma "Si p, entonces q" es verdad siempre, excepto cuando el antecedente p es verdad y el consecuente q es falso. Eso se corresponde sólo con un uso, en lenguaje ordinario, del condicional. Se trata del condicional indicativo, si digo:
(4) Si lo que dices es verdad, yo soy Napoleón,
estoy utilizando un condicional indicativo que tiene las condiciones de verdad de un implicador material. De hecho, es una manera de decir que lo que dices no es verdad, porque doy por descontado que –tú sabes que– yo no soy Napoleón. Entonces, las condiciones de verdad del implicador material exigen que el antecedente de mi condicional sea falso. De lo contrario, el condicional no podría ser verdadero. Nos tenemos que fijar, sin embargo, que este condicional no es un condicional subjuntivo: yo no estoy diciendo que, si tú dijeras la verdad, yo sería Napoleón. Eso es falso, aunque sea verdad (4). El condicional subjuntivo establece una conexión, entre antecedente y consecuente, más fuerte que la conexión establecida por el condicional indicativo.
La idea de que el lenguaje de la ciencia tiene que ser indicativo, y que los condicionales aceptables tienen que ser reducidos, en último término, el indicativo, es un supuesto lógico del neopositivismo que se ajusta perfectamente a sus supuestos epistemológicos empiristas.
Eso implica que en la naturaleza nunca hay conexiones necesarias entre dos fenómenos particulares. La idea de que las únicas conexiones empíricas son conexiones regulares, que exactamente podrían no darse, implica la sospecha sistemática sobre el lenguaje subjuntivo. Éste nos habla de lo que pasaría si se diera tal y tal condición. Esta manera de hablar sólo es aceptable, para los neopositivistas, si se puede traducir a lo que, de hecho, pasa habitualmente. Si se puede describir en lenguaje indicativo.
Esta sospecha sistemática sobre el lenguaje subjuntivo afecta al significado de muchos de los términos del vocabulario científico. Como decíamos antes, hay términos observacionales cuyo significado se supone que está determinado directamente por la experiencia. La ciencia, sin embargo, tiene que utilizar otros términos, términos teóricos, cuya relación con la experiencia no es tan directa. Nadie ha visto electrones, ni fuerzas.
Ahora bien, la conexión entre los electrones y las fuerzas con la experiencia es indirecta. Muchas veces, sus poderes causales no son ejercidos, aunque están presentes. La presencia de una fuerza en un campo magnético, por ejemplo, garantiza que ocurrirían ciertos efectos si se dieran ciertas condiciones. Eso lo suponemos, aunque no se den ni las condiciones adecuadas ni los efectos típicos. Suponemos que fuerzas y electrones son portadores de ciertas disposiciones causales. Para hablar de ello, necesitamos el lenguaje de las disposiciones. Y las disposiciones parecen requerir el lenguaje subjuntivo.
En la medida en que el condicional subjuntivo sea sospechoso, tendremos que proporcionar un análisis alternativo en el cual no haya ningún subjuntivo. Éste fue el ideal reductivo de los neopositivistas.
Rudolf Carnap
Carnap, por ejemplo, trató de definir los términos disposicionales utilizando sólo el implicador material. La dificultad general de este proyecto es obvia. Si un objeto O frágil no se ha roto nunca, porque nunca ha sido sometido a la fuerza suficiente para romperlo, el implicador material –indicativo– siguiente:
(5) Si O es sometido a una fuerza F, entonces se rompe,
no nos sirve para definir la fragilidad. No nos sirve porque el condicional (5) es también verdad de cualquier objeto –frágil o no frágil– que nunca haya sido sometido a la fuerza F y no se haya roto.
En efecto, un implicador material, lo hemos visto, es verdad cuando el antecedente y el consecuente son, los dos, falsos. No tenemos espacio para reproducir todos los detalles de la discusión, aún viva hoy, sobre la posibilidad de reducir los términos disposicionales al vocabulario indicativo. En cualquier caso, tiene que quedar claro que las dificultades de este proyecto desaparecerían si, como muchos filósofos han propuesto, abandonáramos los prejuicios empiristas contra el lenguaje subjuntivo.

1.4.Explicación, predicción y deducción

La imagen típica de la ciencia defendida por los neopositivistas es, pues, la siguiente. El científico observa regularidades en el mundo de la experiencia. La ciencia trata de explicar las regularidades observadas en un sentido muy peculiar: lo que hace es formular leyes generales, de la forma "Todos los S son P" que recogen las regularidades observadas. Éste es el llamado proceso de inducción.
Por descontado, los neopositivistas insistieron en que el proceso de inducción tenía que ser un proceso controlado, donde teníamos que utilizar nuestras intuiciones causales para escoger las regularidades más básicas.
La regularidad
"Todos los enfermos que guardan cama en la habitación 347 del hospital cogen una neumonía" no es una regularidad que pueda contar como una ley de la naturaleza. Suponemos que tiene que poder ser explicada por otras regularidades mejores. Para aislar las regularidades mejores, hacemos experimentos controlados: por ejemplo, suponemos que la regularidad tiene que vincular una bacteria que hay en la habitación. Que sea la habitación 347 es irrelevante, que haya una bacteria en la habitación no lo es.
En cualquier caso, la idea es que por observación podemos elaborar algunas regularidades que parecen bastantes básicas para poder contar como leyes. De hecho, podemos comprobar si nuestra elección es acertada deduciendo consecuencias. Si, siguiendo el ejemplo anterior, la regularidad relevante incluye la bacteria, podemos deducir que la propensión a la enfermedad se producirá también en personas que tengan contacto con la bacteria, aunque no haya sido guardada cama en la cámara del hospital. Es decir, podemos deducir consecuencias observacionales de la regularidad que consideramos como una hipótesis verosímil. Por descontado, una hipótesis nunca está completamente comprobada: siempre es posible que aquello que consideramos como una regularidad básica, después de todo, no lo sea.
Factores explicativos
Podemos descubrir que la bacteria no produce neumonía en otras personas fuera de la habitación. Entonces, tendríamos que buscar otros factores de la habitación que pudieran ser explicativos.
El proceso de deducir consecuencias observacionales de una hipótesis tiene, para la concepción neopositivista de la ciencia, una función triple: nos permite comprobar la hipótesis, nos permite explicar el fenómeno que se deduce y nos permite prever el futuro.
Nos permite comprobar la hipótesis porque una hipótesis siempre tiene consecuencias observacionales. Si la regularidad correcta es la que hay entre la presencia de la bacteria X y la neumonía, entonces los enfermos de otras habitaciones infectados por la bacteria X también tendrán que desarrollar la neumonía. Si eso es así, si se produce esta consecuencia observable de nuestra hipótesis, ésta ha aumentado en su verosimilitud. Es más racional aceptarla ahora, dado que hemos comprobado algunas de sus consecuencias observacionales.
Por otra parte, la deducción de las consecuencias observacionales de una hipótesis nos sirve para explicar los fenómenos empíricos. Un fenómeno, por ejemplo el hecho de que una persona X desarrolle la neumonía, es explicado en la medida en que se puede deducir de una hipótesis general aceptable. Suponemos, por ejemplo, que la hipótesis de la conexión regular entre la bacteria y la neumonía es una hipótesis aceptada por todo el mundo y que la comunidad médica la considera como firmemente establecida y comprobada miles y miles a veces. En este caso, diríamos que podemos explicar por qué la persona X ha desarrollado la neumonía: la ha desarrollado porque ha sido expuesta a la bacteria. Que ella tiene que desarrollar la neumonía se puede deducir de la hipótesis que nos dice que todos los que son infectados por esta bacteria desarrollan neumonía. De esta hipótesis y del hecho de que X ha sido infectado por la bacteria, se concluye que X tiene que desarrollar la neumonía. Cuando podemos deducir un hecho de observación de esta manera, decimos que lo hemos explicado.
Es importante ver cuál es el sentido especial de explicación que estamos introduciendo aquí. Por descontado, no decimos que hemos descubierto nada que obligue lógicamente a la persona X a desarrollar neumonía. Sólo lo obligaría si aceptáramos que la ley de la forma "Todos los infectados por la bacteria Y desarrollan neumonía" es un enunciado de verdadera necesidad. Para un defensor de la concepción empirista de la ciencia, nunca lo puede ser. Por mucho que esta ley haya sido comprobada miles de veces, no es más que una hipótesis. No está comprobada completamente. En la naturaleza no hay conexiones necesarias.
Podemos decir que, para los neopositivistas, explicar en ciencia sería sólo mostrar que un fenómeno particular se deduce de un patrón de regularidades que se ha dado muchas veces.

"Se dice a menudo que Newton explicó el movimiento planetario. Eso es verdad sólo si «explicar» es utilizado en un sentido científico y limitado. Lo que realmente hizo Newton fue dejarnos con una única cuestión enigmática en un problema en el cual, antes de él, había dos. Newton no descubrió "por qué cae la piedra", ni "por qué" los planetas obedecen las leyes de Kepler. Mostró que la caída de la piedra y el movimiento elíptico de los planetas son fenómenos del mismo tipo. Cálculos e inferencias a partir del mismo conjunto de hipótesis –las leyes del movimiento y la gravitación universal– pueden prever los dos fenómenos con la misma precisión...".

"... Los dos fenómenos son manifestaciones de un mismo hecho natural, la tendencia constante, llamada gravitación, que tienen cualquier par de partículas materiales a acercarse una a la otra ... Newton no sugirió ninguna razón que pueda explicar esta tendencia...".

L. H. W. Hull, Historia y Filosofía de la Ciencia (1973, pág. 228).

Este texto es un resumen magnífico de la concepción de la explicación científica que es típica del neopositivismo. Fijémonos que, en primer lugar, considera que explicar un fenómeno es deducirlo de una hipótesis general. Y que eso nos tiene que permitir, también, prever el comportamiento futuro de la naturaleza. Como decíamos antes, la deductibilidad de una hipótesis general es la clave de la explicación y de la predicción. Además, insiste en que la marca de una buena explicación científica es que crea lo que podemos llamar convergencia explicativa. Una regularidad de la naturaleza es más básica en la medida en que nos pueda servir para describir fenómenos que, a primera vista, no están conectados.
Regularidades de la naturaleza
Son ejemplos de ello la caída de las manzanas a tierra y los movimientos planetarios. En este sentido, la regularidad descubierta por Newton sería muy básica.
Lo que nos interesa ahora es que todavía hay un sentido en que diríamos que la ciencia no nos puede explicar el por qué de las cosas. En el caso de Newton, no nos dice por qué las cosas muestran la tendencia a atraerse. La explicación newtoniana tiene la forma de una descripción. Cuando describimos que un fenómeno particular se ajusta a un patrón de regularidades que tiene ciertas virtudes –es muy general y básico–, hemos explicado científicamente el primero. Lo que no podemos hacer, sin embargo, es suponer que podemos explicar el patrón de regularidades. Si este modelo –el llamado modelo nomologicodeductivo– de deducción a partir de leyes es un buen modelo de la explicación científica, entonces toda explicación científica tiene que hacer referencia, en último término, a una regularidad básica que no se puede explicar.
Si queremos tratar de evaluar este modelo sobre la explicación científica, tenemos que distinguir muy esmeradamente dos cuestiones bien diferentes. Una es la cuestión de si podemos pedir a la ciencia una explicación completa del mundo. Se deduce del modelo nomologicodeductivo que tal cosa es imposible. La mayoría de los filósofos estarían de acuerdo con eso. La otra cuestión diferente es la de si la deducción a partir de regularidades es la única forma posible de explicación. Este supuesto parece mucho más discutible. Sólo un empirismo radical justificaría este supuesto.
La explicación en la vida ordinaria
Por ejemplo, diríamos que en la vida cotidiana yo me doy cuenta de que un mecanismo no funciona porque una pieza está directamente rota, que la mesa se desplaza por la fuerza que hago con las manos o que una sombra es producida porque hemos puesto un objeto justo enfrente de un foco de luz.
En la vida ordinaria explicamos cómo funcionan las cosas, y lo hacemos, parecería, sin necesidad de deducir fenómenos de regularidades comprobadas miles de veces.
Un niño se da cuenta de que el fuego le quema, sin tener que repetir la experiencia muchas veces.
Ésta es una discusión que atraviesa la filosofía de la ciencia contemporánea y que no tenemos espacio para reproducir con más detalle aquí. Tenemos que hacer, sin embargo, algunas observaciones. En primer lugar, los neopositivistas tuvieron que aceptar el modelo nomologicodeductivo de explicación motivados por consideraciones epistemológicas muy generales. Como hemos visto, la idea de que las conexiones causales dependen de regularidades está en la base del empirismo. Si negamos el empirismo, sin embargo, podemos aceptar que la explicación causal no necesita apelar a regularidades. Podemos aceptar que vemos directamente ciertas relaciones causales. Además, algunos filósofos dirían que nuestra clasificación del mundo en propiedades, nuestro sistema de conceptos, involucra nuestra capacidad de percibir relaciones causales particulares.
Según estos filósofos, contrarios al neopositivismo, nuestro conocimiento causal ordinario no se ajusta al modelo nomologicodeductivo. Y la ciencia no es más que una expansión de este conocimiento causal ordinario.
Aunque la ciencia tenga que ser sistemática, al hacer ciencia tenemos que aceptar como básico nuestro conocimiento de ciertos mecanismos causales. La ciencia, en el fondo, tendría que construir modelos y analogías cuyo contenido dependería de nuestro conocimiento ordinario de ciertos mecanismos causales básicos.
Tenemos que ver, además, que esta tesis implicaría el abandono de los supuestos lógicos y epistemológicos del empirismo y del neopositivismo. Aceptar que podemos ver relaciones causales particulares sin apelar a regularidades implica negar el principio humiano de que no hay conexiones necesarias en la naturaleza, el principio que es la única razón que tenemos para decir que la causa produce el efecto es el hecho de que hemos observado una asociación regular entre los dos muchas veces.
De la misma manera, aceptar que podemos describir casos particulares de relación causal sin tener que suponer que hay una conexión regular implicaría reivindicar la posibilidad de que el lenguaje subjuntivo no tuviera que ser reducido al indicativo. Según este ideal reductivo, lo hemos visto, decir que, si no se hubiera producido la causa, se habría producido el efecto (subjuntivo) es decir que causa y efecto, de hecho, han sido asociados regularmente de cierta manera (indicativo). Si negamos esta reducción, aceptamos que podemos percibir directamente que un condicional subjuntivo es verdadero.
En otras palabras, cualquier discusión sobre la validez del modelo nomologicodeductivo de la explicación requiere discutir los supuestos lógicos y epistemológicos del empirismo.

1.5.El problema de la inducción

Los problemas que acabamos de mencionar están vinculados a una cuestión que ha ocupado a los filósofos de la ciencia desde Hume: la cuestión de la justificación del razonamiento inductivo. Por descontado, los defensores de la metodología neopositivista aceptaron que el proceso de inducción –el proceso por el cual pasamos de un número finito de enunciados observacionales a una hipótesis general– tiene que ser un proceso controlado. Antes de decidir que una regularidad es una buena candidata a ser considerada una ley de la naturaleza, tenemos que eliminar regularidades accidentales, tenemos que tratar de reproducir la regularidad en situaciones muy diversas, todo para eliminar interferencias no deseadas y aislar la regularidad básica que está operando.
En cualquier caso, según los defensores del modelo empirista de la ciencia, ésta se basa en lo que podemos denominar principio de inducción.
El principio de inducción dice que, si en un conjunto dado de circunstancias controladas un gran número de casos del tipo S han sido observados y se ha observado, además, que todos ellos tenían el rasgo P, entonces tenemos que suponer que todos los S tienen el rasgo P.
Fijémonos bien que en este principio se dicen muchas cosas que tendrían que ser aclaradas mejor. ¿Qué quiere decir, exactamente, "circunstancias controladas"? ¿Qué quiere decir, exactamente, "un mayor número de casos"? ¿Es 347 un gran número? ¿Y 347 millones? Éstas no son, sin embargo, las cuestiones que nos interesan. Para poder seguir el argumento, supongamos, por un momento, que tenemos una respuesta satisfactoria. Lo que nos interesa ahora es una cuestión muy diferente. Lo que podríamos llamar, la cuestión de Hume. El principio de inducción nos pide pasar de un número finito de observaciones a una conclusión completamente universal, a una conclusión de la forma "Todos los S son P". ¿Qué justificación tenemos para pasar de un enunciado de la forma "Todos los S observados hasta ahora son P" a "Todos los S –observados y no observados, presentes, pasados y futuros– son P"?
La respuesta de Hume a esta cuestión es bien conocida: no tenemos ninguna justificación. La ciencia, sin embargo, está constituida para aceptar este tipo de transición. La ciencia es, pues, una actividad que parte de un supuesto no racional: el principio de inducción. Desde supuestos empiristas parece difícil evitar esta conclusión. Por una parte, no es posible asimilar el principio de inducción a un principio lógicamente verdadero, ya que ninguna proposición de la forma "Todos los S observados hasta ahora son P" puede justificar lógicamente una conclusión de la forma "Todos los S son P". No podemos concluir la verdad de la segunda del hecho de que la primera sea verdad. En otras palabras, alguien que aceptara que todos los S observados hasta ahora son P y que se negara a aceptar que todos los S sean P no se contradiría. Es lógicamente posible que la premisa de un argumento inductivo sea verdadera y que la conclusión sea falsa.
Otra manera de ver que el principio de inducción no se puede justificar de forma deductiva es la siguiente. Cualquier intento de deducir "Todos los S son P" de la premisa A "Todos los S observados hasta ahora son P" requiere una premisa adicional: la premisa B que "Todos los S son parecidos en todo a los S observados hasta ahora". Podemos decir que A y B ahora sí que implican lógicamente "Todos los S son P". El problema es que, como vio Hume, no tenemos ninguna justificación para aceptar la premisa B. No la tenemos, si, como pensaba Hume y aceptaban los defensores del empirismo lógico, no podemos descubrir necesidades en la naturaleza; el hecho de que muchos S se comporten de cierta manera no obliga a que todos los S se comporten de una manera parecida. De hecho, desde estos supuestos, no es difícil ver que la premisa crucial B es exactamente equivalente al principio de inducción. Eso querría decir que, para justificar el principio de inducción, tendríamos que haber aceptado previamente este principio.
Otra estrategia para justificar el principio de inducción sería apelar a la experiencia. Podríamos decir, por ejemplo, que hemos observado que el razonamiento inductivo ha funcionado bien hasta ahora y que eso nos justifica para suponer que tendrá que funcionar bien en el futuro. Aquí tenemos, sin embargo, un problema parecido a lo que mencionábamos anteriormente. Tratamos de justificar que un principio que ha funcionado hasta ahora, tiene que funcionar siempre, o mañana... Para hacer este paso, sin embargo, tenemos que aceptar previamente el principio de inducción. Porque sólo si lo aceptamos, podemos concluir que un rasgo que ha sido observado hasta ahora –que el principio de inducción funciona– tiene que mantenerse en cualquier situación futura.
La conclusión de Hume fue que no es posible demostrar el principio de inducción y que, por lo tanto, no podemos demostrar ninguna de las consecuencias que se derivan. No tenemos, pues, ninguna garantía de que el sol saldrá mañana, o de que las leyes básicas de la naturaleza continuarán funcionando mañana. Hume no consideró que esta conclusión atacaba los fundamentos de la ciencia. La ciencia era una práctica humana que estaba basada en tendencias irracionales de nuestra naturaleza: la tendencia a pensar que el futuro tiene que ser parecido al pasado.
Eso importa menos de lo que parecería, dado que Hume pensaba que esta tendencia irracional de nuestra naturaleza es una tendencia con raíces psicológicas muy profundas. Está presente, por ejemplo, en nuestra capacidad de anticipar el futuro en las situaciones cotidianas más básicas. Es una tendencia sin la cual no podemos ni imaginar la vida humana. No hay peligro, pues, que descubrir su carácter irracional afecte negativamente a la práctica real de la ciencia.
Los neopositivistas no se sintieron demasiado satisfechos con esta solución humiana. Carnap, por ejemplo, trató de utilizar la noción de probabilidad para mostrar la racionalidad de la aceptación de una hipótesis según los casos positivos que hemos observado. Actualmente, sin embargo, parece haber acuerdo con respecto a una cuestión fundamental. Si la noción de probabilidad que utilizamos no es una noción que esté vinculada a tendencias reales de la naturaleza es útil para solucionar el reto de Hume. El problema es que, para dar este paso crucial, para formular una noción de probabilidad que se vincule con tendencias reales a la naturaleza, necesitamos, previamente, aceptar el principio de inducción.
Posiblemente, el gran avance en la formulación del problema de la inducción lo debemos a Nelson Goodman. Él mostró, en los años cincuenta, que el problema está vinculado a cuestiones muy generales de metafísica y de filosofía del lenguaje.
Goodman nos pide que imaginemos un predicado especial: "verzul". Una cosa es "verzul", por ejemplo, si es verde hasta el primero de enero del 2100 y azul después –las fechas han sido cambiadas para adaptar su ejemplo al presente. Goodman sugiere que consideremos el reto humiano sobre la inducción desde el punto de vista siguiente: imaginemos que un objeto que pensamos que es verde –por ejemplo un mueble– sea, en realidad, "verzul". ¿Cómo podríamos decidir el hecho de que es verde o es "verzul"? Tenemos que darnos cuenta de que toda la evidencia que tenemos sobre su color es igualmente compatible con el hecho de que sea verde y con el hecho de que sea "verzul". Si alguien nos dice que, hasta ahora, se ha comportado exactamente como se comportan las cosas verdes, también tendríamos que aceptar que, hasta ahora, se ha comportado exactamente como se tienen que comportar las cosas "verzules".
Hay un punto crucial en esta discusión. Alguien podría decir que un predicado como "verzul" es un predicado mal construido. "verzul" se define haciendo referencia a un momento especial del tiempo. Eso es un síntoma que hay algo de artificial en el predicado. Y eso daría apoyo a la idea de que es más racional suponer que nuestra evidencia favorece que las cosas no cambiarán de color el primero de enero del 2100. Este tipo de respuesta no funcionaría porque está describiendo las peculiaridades lógicas del predicado "verzul" desde nuestro predicado ordinario "verde". Un defensor de la tesis de que las cosas son "verzules" podría decir, con el mismo derecho, que el predicado que es artificial es el predicado "verde", ya que, según él, un objeto es verde si es "verau" hasta el primero de enero del 2100 y "azulerd" después; el lector puede imaginar qué quiere decir "azulerd": se definiría como "verzul", sólo que intercambiando la posición de "verde" y "azul".
¿Qué conclusiones podemos extraer de todo eso? Hay una que nos interesa ahora especialmente. El problema de la validez del razonamiento inductivo es el problema de si nuestros predicados son proyectables. La cuestión relevante, sin embargo, tiene que ser si es o no inteligible un sistema de conceptos que no fueran proyectables. Después de todo, alguien interesado en discutir los supuestos empiristas de Hume podría argumentar que las reflexiones de Goodman se tendrían que utilizar con respecto al contenido de nuestros predicados. No aceptemos como bien formados los predicados que involucren –como "verzul"– un cambio en las condiciones de su aplicación. ¿Por qué es eso? Porque nuestros predicados adquieren contenido por la estabilidad de su aplicación en el mundo. Aceptar eso es alejarse de las concepciones empiristas.
El atomismo empirista implica que la capacidad que tiene un enunciado de describir la experiencia presente es completamente independiente de su aplicabilidad a otros casos. Para el empirismo, el hecho de que nuestros predicados nos han servido para clasificar un mundo ordenado –sin cambios abruptos– hasta ahora, no dice nada sobre su proyectabilidad y estabilidad en el futuro. Para muchas teorías actuales sobre el significado, esta estabilidad es una condición del hecho de que el lenguaje tenga significado.
Y eso muestra, también, un supuesto bajo la epistemología empirista: el realismo metafísico. Un empirista dirá que un predicado, como "verde," se aplica a experiencias particulares porque todas ellas comparten un rasgo común. Y piensa que este rasgo común es independiente del hecho de que nosotros las agrupamos bajo el mismo concepto. El empirismo supone que hay semejanzas en el mundo independientes de nuestra manera de clasificarlo, independientes de nuestro sistema de conceptos. Éste es el supuesto que niega buena parte de la filosofía contemporánea del lenguaje.
Relaciones de semejanza
Si suponemos, como defensa Wittgenstein a las Investigaciones filosóficas, que las relaciones de semejanza –entre dos objetos verdes, por ejemplo– dependen de la manera como nuestros predicados clasifican el mundo, la cuestión de si nuestros predicados de color se ajustan al mundo o no, tiene sentido.
La cuestión de si nuestros predicados son o no proyectables, parece, entonces, tener un tratamiento más fácil. Sólo puede querer significar si nuestros predicados nos sirven en la tarea de manipular y controlar nuestro medio. Y tendríamos una explicación de por qué nos sirven; ya que, en el fondo, son el producto de nuestras reacciones naturales ante el mundo. Los animales que reaccionaron ante el mundo de una manera inadecuada, es decir, clasificando los objetos en clases de semejanza que no les eran útiles para la supervivencia, no pueden ser nuestros antepasados. La teoría de la evolución nos dice que sus reacciones fueron una desventaja en su lucha por la supervivencia y la reproducción. Los animales que han sido nuestros antepasados han tendido a reaccionar de la misma manera ante ejemplos particulares diferentes de fuego, de serpiente, o de relámpago... Los que no lo hacían, no se han reproducido con éxito. Eso no es porque dos casos diferentes de fuego se parecen más o menos. Los percibimos como semejantes porque reaccionamos, ante ellos de una manera parecida.
No es extraño, pues, que nosotros hayamos heredado un conjunto de reacciones naturales que nos permiten prever el futuro de la manera adecuada a nuestra supervivencia.

2.El falsacionismo

El falsacionismo es una concepción de la ciencia que ha tenido una importancia enorme en el abandono de muchos de los supuestos de la concepción neopositivista en los últimos años. Por una parte, considera que las dificultades de la metodología inductivista con respecto al problema de la inducción son decisivas: nos muestran que la inducción no puede tener el papel crucial que le había asignado la concepción clásica de la ciencia. Por otra parte, otorga un papel decisivo a la noción de teoría y al proceso histórico y genético de formación de las teorías. Las teorías científicas no son el resultado de los datos de observación. Un conjunto determinado de datos de observación no nos obligan a aceptar una teoría.
El falsacionismo destaca típicamente el papel de la imaginación y de las decisiones de los científicos a la hora de considerar que un determinado conjunto de datos de observación apuntan hacia una determinada teoría.
Además, algunos neofalsacionistas como Imre Lakatos, han destacado que los motivos para aceptar una teoría incluyen sus relaciones con las teorías que tiene que sustituir. Si una teoría es respetable científicamente no lo es solamente por la manera en que está relacionada con los datos de observación. Uno de los motivos más relevantes tiene que ser sus ventajas con respecto a otras teorías alternativas que hayan sido aceptadas previamente por la comunidad científica.
El padre del falsacionismo es el filósofo austriaco Karl Popper, uno de los filósofos de la ciencia más importantes del siglo XX.
Para Popper, el falsacionismo es algo más que una filosofía y una metodología de la ciencia: es toda una concepción sobre el conocimiento humano que tiene repercusiones, por ejemplo, políticas.
Según éste, tenemos que ser plenamente consecuentes con el principio de que nuestro conocimiento es siempre imperfecto. Y es muy imperfecto con respecto al funcionamiento de las sociedades humanas. Tenemos que procurar, pues, no articular formas políticas basadas en supuestos dogmáticos sobre la sociedad y la naturaleza humana. La reforma social tiene que proceder por retoques pequeños, no por reconstrucciones radicales de la totalidad del sistema social. El problema básico de la filosofía política no es, para Popper, aplicar las reformas sociales que parecen tener un número mayor de consecuencias positivas, sino, al contrario, diseñar las instituciones que nos puedan proteger mejor contra el error –inevitable– en las decisiones políticas.

2.1.Los problemas de la verificación y confirmación de leyes y teorías

La mejor manera de introducirnos en el falsacionismo es reflexionar sobre el principio de verificación. Como hemos visto, el empirismo lógico consideró que el significado de un enunciado estaba determinado por la diferencia que su verdad o falsedad otorgaría a nuestra experiencia: por la manera como podríamos verificar el enunciado. La verificabilidad era, pues, una condición del sentido de cualquier oración y, por lo tanto, del sentido de los enunciados más generales de la ciencia.
Este problema no es el problema de la inducción –aunque está relacionado con él. Es el problema de que, si el principio de verificación fuera correcto, las leyes científicas no podrían tener ningún contenido; porque parece obvio que no son verificables. Una solución era aceptar esta consecuencia, así como que las leyes de la ciencia no son verdaderas proposiciones: no son enunciados descriptivos. Serían una especie de recomendaciones o reglas que nos permiten aceptar ciertos enunciados observacionales de acuerdo con otros que hemos verificado. Carnap escogió otra alternativa. Aceptó que las leyes científicas no podían ser completamente verificadas, aunque podrían ser más o menos confirmadas por la experiencia. Una ley de la forma "Todos los S son P" es confirmada parcialmente en la medida en que todos los S que encontramos en la experiencia sean P.
Una cuestión que provocó muchas discusiones en los años cuarenta y cincuenta fue la cuestión de si esta noción de confirmación parcial de una ley era inteligible. Si una ley tiene la forma "Todos los S son P", cualquier S que, de hecho, sea P, es un caso confirmador. Ahora bien, un enunciado como "Todos los S son P" es lógicamente equivalente al enunciado "No hay ningún P que no sea S". Eso quiere decir que todo lo que confirme el primero tiene que confirmar el segundo, y al contrario. Encontrar un no P que no fuera S confirmaría, pues, el enunciado de que todos los S son P. El lector puede ver claramente que los resultados de este supuesto no parecen aceptables.
Ejemplo
Si la ley dice que todos los cuervos son negros, una manera de confirmarla sería encontrar a un no cuervo –por ejemplo, una naranja– que no sea negro.
Una de las estrategias más aceptadas, al tratar este problema, fue separar radicalmente la práctica de la ciencia de la relación lógica de confirmación. La confirmación se consideraba una relación que era determinada por la forma de los enunciados.
Punto de vista de Hempel
Hempel aceptaba que un enunciado de la forma "Todos los S son P" es confirmado por enunciados de la forma "Este no P no es S". En sentido estricto, pues, un enunciado sobre el comportamiento del hierro sería –parcialmente– confirmado por la observación de una naranja que no se comporta de la manera adecuada. Ahora bien, esta relación de confirmación no es metodológicamente útil. El científico no trata de confirmar una ley sobre el comportamiento químico del hierro, por ejemplo, mirando lo que hacen las naranjas. Esta manera de diferenciar la metodología de la ciencia de las relaciones lógicas entre enunciados plantea muchos problemas. Después de todo, nos aleja de uno de los supuestos que harían atractiva la concepción neopositivista de la ciencia: la idea de que los enunciados observacionales son la base sólida de la ciencia y que la práctica científica tiene que estar guiada por las relaciones lógicas entre estos enunciados y las leyes que fundamentan.
Para Popper, estas dificultades que afectan a la noción de confirmación son un síntoma de un problema grave que afecta al corazón del proyecto neopositivista. La idea de que la metodología científica tiene que basarse en el hecho de que ciertas evidencias confirman más una teoría científica que otras es, según Popper, completamente inadmisible.
Popper considera que el problema de la confirmación y el problema de la inducción apuntan a una misma dificultad: las leyes generales no pueden entrar en contacto con la experiencia por el hecho de que hay casos particulares positivos que las confirman. Los motivos por los cuales aceptamos una ley general no pueden ser casos particulares que estén de acuerdo. Un número finito de casos particulares positivos nunca justificarían la aceptación de una ley general. No la confirmarían, ni poco ni mucho.
Es importante ver que, a primera vista, hay aspectos de la metodología científica que parecen dar la razón a Popper. La idea básica de que las hipótesis que propone el científico son el resultado de haber observado ciertas regularidades en la naturaleza parece incompatible con un hecho lo bastante obvio: cualquier secuencia observada de acontecimientos empíricos es –igualmente– compatible con muchas hipótesis muy diferentes. Para poner un ejemplo que ya fue muy discutido en el siglo XIX: consideramos el caso de una hipótesis que parece tener una relación muy estrecha con los datos de experiencia.
Hipótesis de Kepler
Kepler propuso que la órbita de los planetas tiene la forma de una elipse. Un empirista diría que la acumulación de datos hacía inevitable el supuesto de Kepler. Ahora bien, podemos considerar la cuestión desde un punto de vista abstracto y general. Suponemos que Kepler hubiera tenido muchas más evidencias sobre la posición de los planetas de las que, de hecho, tuvo. Suponemos, por ejemplo, que nuestro Kepler imaginario hubiera dibujado en su cuaderno todos los puntos donde ha encontrado un planeta en su trayectoria en torno al Sol. Imaginamos que el resultado de las observaciones es tan completo que los puntos se distribuyen de acuerdo con la forma del dibujo del margen.
En este caso, absolutamente idealizado, ¿podemos decir que los datos de observación nos obligan a aceptar una hipótesis? La respuesta es: ¡no! Fijémonos que todavía hay infinitas líneas diferentes que pasan por todos estos puntos. Por descontado, consideraríamos que la hipótesis más razonable es la de la elipse. Eso, sin embargo, no es porque los datos de observación nos lo recomiendan: los datos de observación nos recomiendan la hipótesis de la elipse en la misma medida en que nos recomiendan cualquiera de las otras –infinitas– hipótesis alternativas.
Actividad
Leed el capítulo 1, sección 4, "Evaluación del inductivismo", del libro Curso de filosofía de la ciencia, de Noretta Koertge. Después, tratad de resolver los ejercicios, del grupo B, 2, 3 y 4 de las páginas 33 y 34.

2.2.El criterio de demarcación

La filosofía de la ciencia de Popper surge de la percepción de que hay una relación entre las dificultades lógicas que afectan al neopositivismo y sus dificultades metodológicas. Hay dos dificultades lógicas que han sido consideradas en las páginas anteriores. La primera era el reto de Hume sobre el razonamiento inductivo. El razonamiento inductivo no puede estar nunca justificado. La segunda, afectaba a la noción de confirmación parcial: la idea de que la confirmación que interesa al científico no se puede considerar como una relación lógica de confirmación entre enunciados observacionales y leyes. Estas dos dificultades están vinculadas, según Popper, al hecho de que los científicos no llegan a formular hipótesis generales por observación de sus casos positivos. De hecho, Popper insiste en que la observación que interesa al científico es una observación que ya está guiada por una teoría previa.
Popper insiste en que la tarea de elaborar las hipótesis es una tarea creativa, un asunto de intuición personal y de percepción de problemas que no se puede reducir a una regla metodológica simple.
Consideramos, de nuevo, la mecánica de Newton
Según Newton, la fuerza de atracción entre dos masas es inversamente proporcional al cuadrado de su distancia. Sería absurdo decir que Newton elaboró inductivamente esta ley. La relación entre la ley y las observaciones particulares que la apoyarían es tal que, antes de pensar en términos de la ley, no es posible ver que los casos particulares exhiben un patrón común. No podemos sólo entender que se trataría de alguien que pudiera elaborar esta ley observando las regularidades de la naturaleza. De hecho, esta ley parece un caso lo bastante obvio de pensamiento por analogía: Newton cayó en la cuenta porque pensó en la fuerza universal de atracción como una especie de energía que se dispersa –y pierde poder– por el espacio, a medida que se aleja de su origen. Es esta imagen la que explica que se le ocurriera a Newton la idea de la disminución de la fuerza en proporción directa al cuadrado del incremento de la distancia. La inducción no tuvo ningún papel importante.
Lo que sí que sucede, según Popper, es que una hipótesis científica tiene que excluir ciertas posibilidades. Aunque ningún número finito de observaciones pueda confirmar –ni poco ni mucho– una hipótesis científica, ésta sí que excluye completamente muchísimos enunciados observacionales.
Éste es sólo un punto de lógica elemental: ya hemos visto que ningún número de casos positivos puede servir para confirmar un enunciado de la forma "Todos los S son P". No obstante, sí que podemos decir que la verdad de un enunciado de esta forma es completamente incompatible con un solo enunciado de la forma "Este S no es P". Después de todo, sí que parece existir una relación lógica impecable entre las leyes generales y los enunciados particulares de observación: la relación de incompatibilidad, de refutación. Ciertos enunciados particulares refutarían una ley. Entes términos de Popper, ciertos enunciados particulares la falsarían.
Ésta es, según Popper, la clave del contenido de las leyes científicas. Su contenido está determinado porque son incompatibles con ciertos hechos empíricos posibles. La falsabilidad, es decir, la posibilidad de ser falsado, es el hecho que otorga a las hipótesis científicas su contenido. Una teoría es científica en la medida en que están determinados qué enunciados de observación serían incompatibles con ella.
Popper utilizó este criterio para argumentar que muchas teorías que pretenden ser científicas no lo son. Consideramos, por ejemplo, el psicoanálisis freudiano: según Popper, una explicación psicoanalítica tiene la característica constitutiva de ser esencialmente cerrada a la refutación empírica. No puede tener refutaciones porque la propia teoría nos proporciona los instrumentos para reinterpretar cualquier posible refutación como una confirmación de la teoría.
Teoría freudiana
Suponemos, por ejemplo, que la conducta inmadura de un individuo se explique por ciertas fijaciones sexuales que se tienen que retrotraer –según la teoría freudiana– a ciertas experiencias de su infancia. Es característico de la explicación psicoanalítica que, si la conducta del mismo individuo hubiera sido completamente diferente, entonces también habría podido ser explicada satisfactoriamente por la misma teoría. Por ejemplo, suponiendo otras influencias o mostrando que esta conducta diferente también puede ser descrita como consecuencia de las mismas experiencias infantiles.
Éste es, según Popper, el criterio del hecho de que no se trata de verdadera ciencia. Comparamos este caso con la mecánica de Newton: ésta nos explica la caída de los cuerpos sobre la superficie de la tierra, justamente porque es incompatible con el hecho de que éstos no se caigan.
Como veremos más adelante, es dudoso que esta manera de establecer el criterio de demarcación entre lo que es ciencia y lo que no es ciencia sea aceptable. De hecho, parecería que, si el criterio se tuviera que aplicar de una manera estricta, ni siquiera la mecánica de Newton lo aceptaría: después de todo, ¿quién, que no sea un loco, estaría dispuesto a decir que un caso en el que una manzana sale volando cuando la suelta un mago en el escenario es una refutación de la mecánica de Newton?
En cualquier caso, es importante ver que, para Popper, las hipótesis generales de la ciencia entran en contacto con la experiencia por esta relación de falsabilidad. Una teoría científica tiene contenido empírico sólo en la medida en que especifique qué consecuencias observacionales serían incompatibles con ella y, por lo tanto, la falsarían.
Las teorías científicas tienen que ser falsables. Por descontado, que sean falsables no quiere decir que hayan sido falsadas. Que una teoría tenga que ser falsable no quiere decir nada sobre su verdad o su falsedad; sólo es un criterio del hecho que tiene contenido. Una teoría tiene contenido en la medida en que se pueda especificar qué tendría que pasar en el mundo de la experiencia para que lo tuviéramos que abandonar. Si eso pasa, si la teoría es falsada, entonces podemos decir que es falsa. Pero una teoría falsable puede resistir todos los intentos de falsación: entonces no sabemos si es falsa, porque todavía no hemos encontrado la manera de falsarla.
De hecho, las buenas teorías científicas se caracterizan porque resisten durante mucho tiempo los intentos de falsación. Cuando una hipótesis resiste los intentos sistemáticos de falsación, es provisionalmente aceptada por los científicos. Eso no quiere decir, sin embargo, que haya sido establecida de una manera definitiva. Ninguna hipótesis puede ser nunca comprobada. El hecho de que una teoría sea aceptada provisionalmente no quiere decir que tengamos ningún derecho a considerarla verdadera o comprobada.

2.3.Falsación y progreso científico

No obstante, Popper sí que defiende que el grado de aceptabilidad de una teoría aumenta a medida que resiste nuestros intentos de falsación. Y es en este punto donde muchos de sus críticos dirían que su crítica al inductivismo es más aparente que real. Después de todo, siempre que tenemos un caso nuevo en el que una teoría no ha sido falsada, un neopositivista podría decir que, en su terminología, ha aumentado el grado de verosimilitud. Popper diría que ha aumentado su aceptabilidad. ¿Qué diferencia habría, si dejamos de lado la terminología?
Popper ha insistido, sin embargo, en que su punto de vista involucra una diferencia fundamental con respecto a la metodología efectiva de los científicos. Un falsacionista no se preocupará de buscar casos en los que la teoría se comporte bien y resista la falsación. Sólo aprendemos de la naturaleza cuando tratamos de falsar nuestras teorías. Lo que nos interesa es buscar los casos en los que parezca plausible que la teoría no pueda resistir nuestros intentos de falsación. En lugar de tratar de comprobar la teoría, la receta metodológica es que tenemos que tratar de falsarla.
Sin embargo, no parece claro que esta diferencia sea tan importante. Después de todo, los neopositivistas siempre habían distinguido entre comprobaciones interesantes y comprobaciones sin interés. Un neopositivista no hace falta que diga que el hecho de tirar, de nuevo, una piedra al aire y observar que se cae sobre la tierra, como predice la mecánica de Newton, es una manera de añadir verosimilitud a la teoría de la gravitación universal. La verosimilitud es incrementada por observaciones hechas en situaciones y contextos relativamente diferentes. Además, en la medida en que Popper tenga razón contra el inductivismo cuando dice que éste se separa de la práctica real de la ciencia, no parece difícil hacerle una objeción muy parecida.
Según Popper, la inducción no tiene ningún papel importante en la práctica real de la ciencia. Antes, hemos visto que hay casos, como el de la mecánica newtoniana, en los que parece tener razón. Su defensa del falsacionismo, sin embargo, puede caer, a veces, en el error opuesto. En efecto, nos habla como si el razonamiento científico no estuviera sometido nunca a ninguna consideración de verosimilitud o plausibilidad con respecto al conocimiento común y la experiencia acumulada. Según Popper, no habría ningún defecto constitutivo en la práctica de alguien que se inventara las hipótesis más locas para dar cuenta de los fenómenos. Estas hipótesis locas, nos dice Popper, son rápidamente falsadas y, por lo tanto, abandonadas. Eso, sin embargo, no puede ser todo. Sabemos que muchas hipótesis son locas y no vale la pena considerarlas seriamente, antes de tratar de falsarlas. Inventarse hipótesis tiene un límite. Quien lo rebasa sistemáticamente no puede ser considerado seriamente como un miembro de la comunidad científica. Es parte de la práctica científica considerar que el conocimiento común y la experiencia pasada ponen límites a las conjeturas que tienen que ser consideradas como razonables.
En cualquier caso, Popper defiende que la ciencia consiste en una sucesión histórica de conjeturas y refutaciones. El científico elabora una conjetura sin tener que fundamentarla, en absoluto, en el conocimiento común o la experiencia pasada. Después trata de falsarlas.
Ejemplos
La hipótesis, por ejemplo, de que todos los canguros están hechos de hierro rompería con el conocimiento común, con nuestros supuestos más básicos. El precio que pagaría es que la falsaríamos fácilmente. La hipótesis de que todas las cosas caen sobre la superficie de la tierra no es interesante como hipótesis científica porque es un hecho demasiado conocido.
La conjetura aumenta su prestigio entre la comunidad científica en la medida en que resiste los intentos de falsación. Sin embargo, no todas las conjeturas son igualmente interesantes. Aquellas que más nos interesan son las que combinan dos rasgos: rompen con algunos aspectos básicos del conocimiento común y, al mismo tiempo, resisten los intentos de falsación. La teoría de Newton de la gravitación universal combina admirablemente los dos rasgos mencionados: iba contra algunos de los prejuicios ordinarios más arraigados –ya que no es obvio, a primera vista, que la caída de los cuerpos sobre la tierra y los movimientos planetarios sean semejantes– y, al mismo tiempo, resistió durante siglos todos los intentos serios de falsarla.

2.4.Falsación y enunciados observacionales

Este modelo sobre el funcionamiento de la ciencia tiene un problema que Popper mismo percibió. En el párrafo anterior hemos dicho que la mecánica de Newton resistió durante siglos todos los intentos serios de falsarla. Al decir eso pensábamos en el hecho de que, hasta la aceptación de la mecánica relativista, fue considerada como una hipótesis correcta sobre los cambios de movimiento.
Ahora bien, es seguro que muchísimas veces los seres humanos han hecho observaciones que parecían ser incompatibles con la mecánica de Newton.
Pensamos en lo que ocurre en el escenario durante la representación de un mago que parece hacer volar los libros o las alfombras. O pensamos en un caso en el que, repentinamente, un objeto no cae sobre la tierra con la velocidad que las leyes de Newton pedirían. Es bien seguro que los seres humanos tuvieron experiencias de este tipo, sin pensar –por eso– que la mecánica de Newton no era correcta. Diríamos, en estos casos, que hay algún factor desconocido que está interfiriendo en el comportamiento habitual de las cosas. Sólo los más crédulos piensan, por ejemplo, que el mago es capaz de hacer que las cosas no se comporten como las leyes de Newton piden.
Todo eso, ¿por qué supone un problema para la teoría de Popper? En principio porque su noción de falsación parece pedir que una teoría tiene que ser abandonada en cuanto sea falsarla. Y todo el atractivo de sus recomendaciones metodológicas proviene, recordémoslo, de una asimetría entre falsación y verificación: mientras que ninguna hipótesis general puede ser nunca verificada, una sola observación en contra sí la falsa. Es obvio que eso no puede ser, sin más, una recomendación metodológica: una sola observación en contra no es suficiente para falsar la mecánica de Newton.
Popper podría decir, por descontado, que las observaciones en contra que cuentan son observaciones especiales: observaciones hechas en condiciones experimentales muy controladas, estando bien seguros de que no hay ningún otro factor que interfiera en las mismas.
Hay dos problemas aquí. Uno muy general: ¿cómo sabemos cuándo las condiciones son las condiciones ideales? En la práctica real parece inevitable que haya una decisión de los científicos respecto a que las condiciones son adecuadas, una decisión que, en estas condiciones, las observaciones podrían contar contra la hipótesis científica que se trata de falsar. El problema es que, entonces, no se puede seguir ninguna recomendación metodológica a partir de los principios falsacionistas. Llegados a este punto, siempre parecería verosímil considerar, por ejemplo, que la observación contraria a una teoría demuestra no que la teoría es falsa, sino que las condiciones en las que se ha hecho el experimento no son las correctas.
Eso nos lleva al segundo problema: un problema de coherencia interna de la posición de Popper. La idea de que una observación contraria falsa una teoría depende de aceptar que los enunciados observacionales pueden ser completamente infalibles. Si las observaciones mismas pudieran ser falsadas, nunca podríamos garantizar que hemos llegado al punto en el que la teoría tiene que ser abandonada. Y la idea de que una observación sólo es adecuada cuando se da en circunstancias ideales parece implicar, en términos de Popper, que las observaciones nunca son infalibles. Imaginemos, por ejemplo, un supuesto muy común: el supuesto de que los aparatos con que hacemos una observación en situaciones experimentalmente controladas funcionan perfectamente. Sin este supuesto, parece obvio, nunca podríamos fiarnos del resultado del experimento. Este supuesto, sin embargo, no puede ser, para Popper, completamente seguro, porque depende de una teoría general sobre el funcionamiento de los aparatos. Y, como Popper dice, ninguna teoría general está nunca completamente comprobada.
Actividad
Leed el capítulo quinto del libro de Popper, El problema de la base empírica, y haced un breve resumen.

3.Paradigmas y estructuras

De hecho, hoy casi todos los filósofos de la ciencia reconocen que la práctica real de los científicos no está regida por principios metodológicos del falsacionismo ingenuo. Lo ejemplarizaremos a continuación.
Teoría de Mendel
Mendel elaboró una teoría sobre la transmisión de rasgos fenotípicos por herencia que incorporaba el supuesto revolucionario de que las unidades de transmisión eran discretas –lo que hoy denominamos genes.
Esta hipótesis tenía la consecuencia de que, muchas veces, de la combinación de dos genes diferentes que determinan diferentes rasgos externos o fenotípicos lo que resultaba era una mezcla de los rasgos. Por ejemplo, de la combinación de un gen que determine la textura lisa de la piel de las semillas de guisantes, y otro gen que determine la textura rugosa, lo que salía eran entonces con la piel bien lisa o bien rugosa –no con una textura más bien intermedia.
Ahora bien, la proporción entre las semillas que, en la segunda generación, tenían un rasgo u otro se acercaba a la proporción 1/4 y 3/4. Eso parecía indicar que uno de los genes era dominante, es decir, que, si se combinaba con el otro, triunfaba en el fenotipo –se manifestaba externamente. Eso es lo que resultaría de las posibilidades combinatorias de dos tipos de genes A y B. Estas posibilidades son, por descontado: AA, AB, BA y BB. Si A es un gen dominante sobre B, las tres primeras de las anteriores combinaciones exhibirían el rasgo externo correspondiente al gen A. La proporción de este rasgo sería, pues, de 3/4.
Ahora bien, Mendel nunca observó una proporción exacta de 3/4. Es obvio, sin embargo, que eso no puede contar contra la hipótesis. En la medida en que las observaciones fueran próximas a esta proporción, aceptaríamos que su hipótesis arriesgada recibía una confirmación de la experiencia. Esta confirmación, diríamos, proviene del hecho de que nos propone un mecanismo causal oculto –la recombinación de unidades discretas de transmisión genética– sin el cual parecería una enorme coincidencia la concordancia, aunque sólo aproximada, de los hechos observacionales.
Esta manera de razonar no puede ser aceptada por un falsacionista ingenuo. No lo puede ser porque las observaciones no se ajustan totalmente a la hipótesis. No obstante, diríamos que, en estas circunstancias, es suficiente con el hecho de que las observaciones se acercan significativamente a lo que nos pide la hipótesis. Eso, sin embargo, no parece una idea que un falsacionista ingenuo pudiera aceptar fácilmente: él tendría que decir que la experiencia falsa la hipótesis.
El hecho crucial de que la teoría nos hable de un mecanismo causal sin el cual esta aproximación parecería ser una enorme coincidencia no es fácil de tener en cuenta por el falsacionismo.

3.1.El cambio científico

De hecho, hay otro tipo de contraejemplos en el falsacionismo mucho más comunes y fáciles de entender. Muchísimas veces, frente a una experiencia contraria, los científicos no abandonan la hipótesis, sino que, más bien, confían en que algún día podrán dar cuenta de ella. Uno de los casos más obvios de este tipo de reacción lo podemos encontrar en el hecho de que, en el Renacimiento, se aceptara la teoría copernicana rápidamente, aunque parecía estar falsada por la experiencia cotidiana. Si la Tierra girara en torno al Sol, los seres humanos tendrían que percibir los efectos de este movimiento. Una piedra, lanzada desde una torre, ¿no tendría que caer muy lejos de la base de la torre, dado que, durante el tiempo que tarda en caer, la torre se ha desplazado por el movimiento de la Tierra? Como sabemos, este tipo de razonamiento no es correcto: olvida los efectos de la inercia sobre la caída de la piedra. Aunque la Tierra se mueva, la piedra se continúa moviendo con ella mientras cae.
Lo que nos interesa, sin embargo, es que este tipo de respuesta no estaba al alcance de los intelectuales europeos que aceptaron la hipótesis de Copérnico antes de saber cómo responder a la objeción. Para poder dar una respuesta satisfactoria, había que esperar a la mecánica de Galileo y Newton. En términos falsacionistas, tendríamos que decir que una hipótesis fue aceptada por las mejores mentes de Europa aunque era falsada todos los días.
Gracias a la obra del filósofo e historiador de la ciencia Thomas Kuhn, el caso de la revolución copernicana se ha considerado como un caso arquetípico que muestra que la práctica real de los científicos no se ajusta a las prescripciones metodológicas que se derivarían del inductivismo y el falsacionismo.
Contra el inductivismo, podríamos decir que el heliocentrismo de Copérnico no explicaba hechos que no fueran explicados por la tesis geocéntrica. Todos los fenómenos observables –los movimientos aparentes de los astros, la sucesión de las estaciones, el día y la noche...– que se podían deducir del geocentrismo podían deducirse mejor del heliocentrismo. Había una diferencia: la hipótesis heliocéntrica incorporaba muchísimos epiciclos. Un epiciclo es un círculo que, así se suponía, recorría un planeta y que tenía el centro fijado en otro círculo, que también recorría el planeta. Suponiendo epiciclos interiores a otros epiciclos, los defensores del heliocentrismo podían dar cuenta de todas las observaciones. Sin embargo, la solución no era elegante ni simple. Ahora bien, un inductivista no es quien puede hablar de la elegancia como un criterio de la bondad de una teoría. Además, los defensores del geocentrismo también tenían que introducir epiciclos en su modelo.
Por otra parte, ya hemos visto las razones por las cuales el falsacionismo no puede explicar, tampoco, el éxito de la hipótesis copernicana: bajo los supuestos mecánicos del Renacimiento, la hipótesis del movimiento de la Tierra parecía ser refutada todos los días.
¿Qué podemos concluir de esto? Que el proceso por el cual una teoría científica es sustituida por otra diferente no se ajusta, en absoluto, a las prescripciones metodológicas que se derivan del falsacionismo y del inductivismo. En primer lugar, una teoría no es abandonada porque sea falsada por la experiencia o porque haya hechos que no pueden ser explicados por ella. Todas las teorías tienen problemas con la experiencia. Ante estos problemas, la actitud habitual de los científicos es pensar que hay algún factor que interfiere o que el problema podrá ser explicado en el futuro, reajustando algunos aspectos de la teoría. De hecho, es típico que una teoría no sea abandonada más que para ser sustituida por otra alternativa.
La percepción de los científicos de cuáles son las ventajas comparativas de las teorías rivales depende de estas mismas teorías. Un defensor del geocentrismo pensaba que la complicación que introducían los epiciclos al modelo heliocentrista iba más allá de lo que era razonable: los movimientos de los astros no podían ser tan complicados y artificiosos como suponía el geocentrismo. Un defensor del geocentrismo, sin embargo, podía argumentar que era obvio que la tesis heliocéntrica era refutada por la experiencia cotidiana. Ésta no es una discusión que se pueda resolver apelando a un experimento crucial: un experimento que pueda demostrar, a cualquier científico razonable, cuál es la mejor de las teorías.

3.2.La noción de paradigma de Kuhn

Según Kuhn, una noción crucial para entender el funcionamiento real de la ciencia es la noción de paradigma.
Un paradigma es un conjunto de supuestos y técnicas que son aceptados por los miembros de la comunidad científica. Los supuestos incluyen teorías metafísicas sobre el mundo, hipótesis científicas muy generales, principios metodológicos sobre la práctica de la ciencia.
Además, los científicos que comparten un paradigma comparten la práctica de aplicar estos supuestos a la resolución de problemas concretos. Eso no es un accidente: para Kuhn, el acuerdo en principios teóricos es un subproducto de coincidencias prácticas. Los miembros de una comunidad científica comparten principios generales sobre el mundo y la ciencia porque coinciden en la práctica cotidiana a la hora de hacer frente a problemas particulares y a la hora de tratar de buscar explicaciones aceptables de los fenómenos de la experiencia.
Los científicos que comparten un paradigma practican lo que Kuhn denomina ciencia normal. La ciencia normal es el intento de buscar explicaciones de los fenómenos sin cuestionar nunca los principios constitutivos del paradigma.
A veces, Kuhn describe la práctica de la ciencia normal como la práctica de resolver "rompecabezas": dar cuenta de los fenómenos, preservando los supuestos básicos del paradigma.
En esta actividad, los científicos se encuentran continuamente con dificultades. A veces, un conjunto de fenómenos no pueden articularse dentro del paradigma. A veces, la resolución de un "rompecabezas" particular genera automáticamente otro. A veces, la experiencia parece falsar sistemáticamente el paradigma. Normalmente, los científicos no hacen demasiado caso de eso. Tratan estas anomalías como problemas que algún día se resolverán. Eso, lo hemos visto, parece una descripción adecuada del funcionamiento real de la ciencia. Un científico no está dispuesto a renunciar a los supuestos más generales sobre el mundo que comparte la comunidad científica, justo porque algunos fenómenos empíricos parecen falsar estos supuestos.
Ahora bien, a veces la comunidad científica desarrolla la percepción de que las anomalías son excesivas, que los procesos de adaptación del paradigma ante las experiencias pagan un precio demasiado alto. Se ofrece un paradigma alternativo que se gana la adhesión de la comunidad científica, bien porque los científicos cambian de paradigma, bien porque los defensores del viejo paradigma pierden influencia social y los nuevos miembros de la comunidad científica son atraídos por el paradigma nuevo.
Tenemos que observar que ésta parece una descripción meramente sociológica de las revoluciones científicas que, como tal, sería difícil de discutir. ¿Quien negaría que el proceso sociológico de sustitución de un paradigma por otro se ajusta más o menos a esta descripción? Lo que marca la diferencia entre la concepción de la ciencia de Kuhn y las concepciones más clásicas –el neopositivismo y el falsacionismo– es el hecho de que Kuhn negaría que estos procesos sociológicos puedan ser explicados por las relaciones de incompatibilidad o compatibilidad de los paradigmas respectivos con los hechos de experiencia.
En efecto, un falsacionista diría que este proceso de sustitución tiene unos fundamentos lógicos: el descubrimiento de las relaciones de incompatibilidad entre enunciados observacionales y los principios generales del viejo paradigma. Un inductivista lo fundamentaría en el hecho de que el nuevo paradigma explica más fenómenos que el paradigma que sustituye. Según Kuhn, sin embargo, estas explicaciones son completamente inadecuadas. Las supuestas ventajas del nuevo paradigma sobre el viejo sólo se pueden aceptar si ya hemos cambiado de paradigma; no son, pues, el fundamento metodológico del proceso social de sustitución de un paradigma por otro diferente. Eso borra una diferencia fundamental: la diferencia entre la metodología y la sociología de la ciencia.
En contra de lo que suponían las concepciones más clásicas de la ciencia, el proceso de cambio científico no puede ser explicado por ninguna metodología de la ciencia que no tenga en cuenta fenómenos puramente sociales. La percepción de que un paradigma ya no funciona está fundamentada en las relaciones lógicas entre sus principios más generales y los enunciados observacionales. Como hemos visto en el caso de la revolución copernicana, las discrepancias siempre se pueden minimizar y no hay ningún paradigma que no presente ninguno.
Kuhn habla a veces como si los científicos que aceptan paradigmas diferentes vivieran en mundos diferentes. Menciona numerosos ejemplos en la historia de la ciencia de los que se puede concluir que las observaciones que se consideran incuestionables corresponden, exactamente, a las que pide el paradigma dominante. Ya hemos visto que no es necesario explicar el cambio de paradigma en términos de los cambios de opinión de los científicos individuales. Muchas veces se trata simplemente de la pérdida de poder de atracción sobre las nuevas generaciones por parte de los defensores del viejo paradigma.
Sin embargo, también se pueden dar casos en los que un científico cambia sus adhesiones y abraza el nuevo paradigma, abandonando al viejo. Kuhn describe este cambio como una especie de conversión. Con eso, insiste en el hecho de que no puede haber argumentos que demuestren la superioridad de un paradigma sobre otro. Sin la aceptación de que ciertas anomalías son más importantes que otras, que lo que es un problema para un paradigma tiene que ser considerado como más grave que lo que es un problema para otro paradigma, no ha posibilitado aceptar la supuesta superioridad de un paradigma. Como hemos visto, sin embargo, ningún argumento sobre la adecuación del paradigma a los hechos resolvería estas cuestiones. Según Kuhn, cada paradigma articula los principios metodológicos de manera que, juzgado por ellos, parece la mejor alternativa posible.
De hecho, Kuhn se opone a uno de los supuestos básicos de la tradición empirista: la distinción radical entre datos de observación y la teoría. Para el empirismo, lo hemos visto, la ciencia tiene que partir del respeto a unos enunciados observacionales que son previos y neutros con respecto a cualquier teoría. El papel de la teoría sería sistematizar o explicar estos datos de observación. Kuhn, en cambio, defiende que el contenido de los enunciados observacionales está impregnado de los supuestos teóricos que son propios del paradigma.
Una cuestión fundamental de la filosofía de la ciencia contemporánea es, pues, la cuestión del relativismo. Casi todo el mundo acepta que hay gran parte de verdad en la descripción de Kuhn de los procesos históricos y sociológicos.
Muchos filósofos de la ciencia aceptan también que la idea de unos enunciados observacionales neutros con respecto a cualquier teoría, la idea clave del neopositivismo, es falsa. Lo que se discute todavía es si de ello podemos concluir que el cambio científico sea un proceso completamente irracional, que sólo puede ser explicado por consideraciones sociológicas y psicológicas. El propio Kuhn, al final de su vida, matizó algunas de sus conclusiones más radicales.
De hecho, la conclusión relativista extrema nos diría que, entre los que aceptan dos paradigmas diferentes, no hay ninguna posibilidad de comprensión: ven el mundo desde puntos de vista completamente inconmensurables. Podemos criticar esta conclusión sobre la base de consideraciones semánticas y epistemológicas muy generales. Por ejemplo, después de todo, todo el mundo acepta que hay un punto en el cual los defensores del paradigma geocéntrico y del paradigma heliocéntrico sí que se entendían: los dos grupos aceptaban que daban explicaciones diferentes de los mismos fenómenos observables. Por lo tanto, compartían algunos significados y algunas creencias comunes. Hay una racionalidad mínima que es condición de posibilidad de la identificación de otra teoría como diferente. Esta racionalidad mínima y compartida por los defensores de paradigmas diferentes requiere vincular la práctica de la ciencia con prácticas cotidianas de explicación.
La ciencia es una extensión y sofisticación de nuestra práctica cotidiana de dar explicaciones causales del mundo. Este punto de contacto es el que explicaría que la idea de inconmensurabilidad absoluta entre paradigmas diferentes sea más que dudosa.

3.3.Los programas de investigación de Lakatos

De alguna manera, se puede decir que la filosofía de la ciencia de Imre Lakatos trató de compatibilizar algunas de las conclusiones de Kuhn con ciertos aspectos de la concepción de Popper del conocimiento científico. La primera aportación decisiva de Lakatos a la filosofía de la ciencia fue una nueva concepción del conocimiento matemático que se apartaba de las concepciones tradicionales y apelaba a nociones popperianas: las nociones de conjetura y refutación. Para el empirismo, la matemática era simplemente un asunto de extraer de forma deductiva conclusiones desde ciertas premisas. En cierta manera, los teoremas matemáticos estaban implícitos en las proposiciones primitivas –axiomas– y la tarea del matemático era exclusivamente deductiva. En cambio, Lakatos demostró que la imaginación y el uso de contraejemplos juegan, en la matemática, un papel decisivo.
Lakatos se hizo célebre por su noción de un programa de investigación. La ciencia tendría que ser considerada, no en términos de teorías individuales, sino en términos de unidades mucho más amplias que él denominó programas de investigación. Por descontado, estos programas se expresan en diferentes teorías. Ahora bien, todas estas teorías comparten un trasfondo de supuestos metodológicos y metafísicos que permiten que se den apoyo mutuamente.
Un programa de investigación tiene que incluir lo que Lakatos denomina una heurística negativa –un conjunto de supuestos que ninguna teoría del programa puede violar– y una heurística positiva –un conjunto de reglas que gobiernan el proceso de elaboración de teorías dentro del programa y que controlan el proceso de adecuación del programa frente a lo que Kuhn había denominado anomalías, las aparentes refutaciones por la experiencia.
Como Kuhn, Lakatos considera que la tesis falsacionista radical es falsa: un programa y una teoría no se abandonan cuando nos encontramos con una experiencia en contra. Ni siquiera cuando sistemáticamente nos encontramos con resultados experimentales que parecen ir en contra de aquello que piden el programa y la teoría. Con eso, Lakatos parece situarse al lado de Kuhn. Ahora bien, establece de una manera más articulada las condiciones bajo las cuales una teoría particular es abandonada frente a la refutación sistemática.
El proceso de abandono de una teoría particular es concebido, pues, por Lakatos, como un proceso sometido a principios mucho más normativos que los principios que había considerado Kuhn. Una experiencia en contra no refuta una teoría (contrariamente a lo que decía Popper). Ninguna teoría, sin embargo, puede mantenerse frente a la constante refutación por parte de la experiencia (en contra de lo que parecía decir Kuhn). Ahora bien, el abandono de una teoría particular obliga a los científicos a buscar una alternativa dentro del mismo programa de investigación. La respuesta de los científicos ante la refutación de una teoría será articular una teoría alternativa respetando los principios del programa de investigación.
Hay una diferencia fundamental entre Kuhn y Lakatos. Para éste, el mismo programa establece normas sobre cuándo una teoría particular tiene que ser abandonada frente a la experiencia contraria. Lakatos cree que el problema fundamental de las tesis de Kuhn es que no pueden considerar el proceso de sustitución de una teoría por otra como un proceso sometido a normas de racionalidad. Hay una diferencia entre la buena ciencia y la actitud de defender cualquier teoría frente a cualquier experiencia que hable en contra.
Lakatos piensa que hay una distinción clara entre la ciencia y la pseudociencia. Y que hay normas racionales que gobiernan lo que tienen que hacer los científicos frente a la experiencia contraria.
Además, piensa que estos principios de racionalidad afectan también al proceso de descomposición de un programa de investigación. Las modificaciones en la periferia del programa –sustituyendo algunas teorías particulares por otras– pueden suponer una progresiva degeneración del programa.
Lakatos, pues, piensa que el proceso de cambio científico tiene una lógica interna y que ésta es algo más que la presencia de factores sociales y psicológicos.
Tenemos intuiciones sobre el hecho de que, en ciertos momentos de la historia de la ciencia, la comunidad científica hizo bien en aceptar un conjunto de nuevas teorías que rompían con las viejas. Estas intuiciones implican que juzguemos sobre la racionalidad del cambio. Este juicio, por lo tanto, no es solamente la constatación de que había factores sociales que lo hicieron inevitable.
Actividad
Leed el capítulo 9, "Racionalismo contra Relativismo", del libro de A. F. Chalmers, ¿Qué es esa cosa llamada ciencia?, y tratad de justificar, en un par de hojas, la afirmación siguiente que se encuentra en la pág. 156: "... Lakatos pretendía dar una explicación racionalista de la ciencia, aunque fracasó, mientras que Kuhn negaba que su propósito fuera dar una explicación relativista de la ciencia, y, no obstante, lo hizo".

3.4.La concepción semántica de las teorías

Durante las últimas décadas, los filósofos de la ciencia han incorporado muchas de las tesis del historicismo de Kuhn y Lakatos, aunque han tratado de hacerlas compatibles con un análisis más técnico del contenido de las teorías científicas en un momento dado del tiempo. Este análisis del contenido de las teorías se aleja bastante, sin embargo, del viejo modelo del empirismo clásico.
Para el neopositivismo, lo hemos visto, una teoría científica era básicamente un conjunto de enunciados vinculados por relaciones sintácticas. Los enunciados que trataban de describir las regularidades más básicas de la naturaleza eran los axiomas de la teoría. Estos axiomas, por descontado, necesitaban una interpretación: el contenido de los términos teóricos que aparecían tenían que ponerse en correlación con fenómenos empíricamente observables. En último término, sin embargo, se suponía que los enunciados observacionales tenían que poder deducirse de los axiomas de la teoría. Y los supuestos del empirismo lógico imponían muchas restricciones a esta concepción: los términos teóricos tenían que ser, en último término, eliminables, y, una vez dada una interpretación de la teoría, las relaciones sintácticas entre los enunciados observacionales que son verdad y los axiomas de la teoría eran la clave para aceptar la teoría.
En cambio, la concepción semántica de las teorías las considera conjuntos, no de enunciados, sino de modelos. Un modelo no es un conjunto de enunciados. La noción de modelo es una noción semántica. Conjuntos de enunciados sintácticamente diferentes pueden fijar el mismo modelo.
Lo que identifica una teoría tiene que ser, no la forma de sus enunciados, sino lo que dice sobre el mundo. Los defensores de las concepciones semánticas insisten en que el hecho de que la ciencia es un intento de dar cuenta de la experiencia nos obliga a considerar que una teoría no puede estar caracterizada por las relaciones sintácticas entre sus componentes. La manera como una teoría da cuenta de la experiencia no se puede identificar con las relaciones sintácticas que se dan en el seno de una particular formulación de ésta.
Esta concepción semántica de las teorías, además, es mucho más crítica que el empirismo clásico con respecto a la distinción entre lo que es teórico y lo que es observacional. Acepta, pues, parte de la crítica de Kuhn a la manera como el empirismo clásico había realizado la distinción. De hecho, las concepciones estructuralistas, una familia de las concepciones semánticas, han refinado mucho más de lo que lo había hecho Kuhn el análisis de la estructura interna de las teorías científicas.
Han mostrado, también, por qué hay un cierto control de la experiencia sobre la teoría, sin tener que aceptar los dogmas del empirismo clásico. Por ejemplo, se niega la distinción tradicional y absoluta entre términos teóricos y términos observacionales. La teoría, no obstante, tiene que dar cuenta de la experiencia: la experiencia de la que la teoría da cuenta tiene que ser caracterizable independientemente de la teoría –aunque no caracterizable independientemente de cualquier teoría. En términos generales, la concepción estructuralista trata de analizar la estructura interna de una teoría científica como una red de componentes muy diversos. Distingue, dentro de ellos, los que constituyen un núcleo más permanente de la teoría y los que podemos cambiar con más facilidad.

Resumen

En este módulo, hemos tratado de describir los aspectos filosóficos más generales de las diversas concepciones de la ciencia en el siglo XX. El hilo conductor ha sido la discusión sobre los supuestos empiristas que habían sido asumidos por el empirismo lógico al principio del siglo.
En primer lugar, hemos descrito estos supuestos, haciendo especial referencia al problema del atomismo de la experiencia y a la cuestión de las relaciones entre experiencia y teoría. El supuesto de que toda conexión entre elementos diferentes de la experiencia tiene que ser contingente es constitutivo de cualquier forma de empirismo. Hemos repasado el problema clásico de la inducción como una expresión de este supuesto. Y hemos visto que una solución alternativa a las posiciones empiristas exigiría abandonar la idea de que nuestra manera de clasificar la experiencia en clases de semejanza es neutra con respecto a la cuestión de su proyectabilidad a casos futuros.
Las dificultades que afectan a la concepción empirista con respecto a las relaciones entre experiencia y teoría han sido tratadas desde tres puntos de vista: el problema de la reducción de los términos teóricos y las disposiciones causales a términos que describan experiencias sensoriales, el problema de la confirmación –parcial– de las teorías por ciertos enunciados observacionales y la concepción general de la explicación científica –el llamado modelo nomologicodeductivo– que fue defendida por el empirismo lógico. En los tres casos, hemos visto que el empirismo lógico parece encontrarse con dificultades considerables.
Hemos examinado, después, la concepción falsacionista de la ciencia, defendida por Popper. Si lo que hemos dicho es correcto, el falsacionismo de Popper presenta, en último término, algunas dificultades que son producto de conceder un papel demasiado fundamental a los enunciados observacionales. Por una parte, Popper nos dice que las teorías científicas han de poder ser falsables por enunciados observacionales. De otra, sin embargo, tenemos que reconocer que la aceptación de un enunciado observacional como definitivamente falsador de una teoría requiere la aceptación de la verdad de muchos otros supuestos teóricos.
Hemos considerado la noción kuhniana de paradigma como un intento de aceptar el hecho de que las observaciones de los científicos no son nunca independientes de ciertos supuestos teóricos y de dar cuenta del fenómeno real de la práctica científica. Los científicos hacen la ciencia normal en el seno de un paradigma que, según Kuhn, no es abandonado porque sea refutado por la experiencia.
Hemos puesto en cuestión algunas de las conclusiones relativistas más radicales de Kuhn. Y hemos descrito brevemente la concepción de Lakatos y las concepciones estructuralistas de la ciencia.

Ejercicios de autoevaluación

1. Tendréis que decidir cuáles de estas afirmaciones son verdaderas y cuáles son falsas:
a) Hume pensaba que el razonamiento inductivo podía justificarse apelando al hecho de que hasta ahora nos ha sido una manera útil de razonar.
b) Hempel creía que el enunciado verdadero "Aquí hay un melón verde" confirmaba parcialmente la hipótesis de que todos los cuervos son negros.
c) Las leyes soportan contrafácticos; otros enunciados de regularidades no lo hacen.
d) Para el positivismo lógico, todo el contenido de los términos teóricos depende de sus conexiones con la experiencia.
e) Popper pensaba que una teoría falsada no puede ser científica.
f) Popper pensaba que las explicaciones psicoanalíticas no son verdaderas explicaciones científicas.
g) Para Popper, un enunciado observacional puede refutar una hipótesis general.
h) Según Kuhn, la ciencia progresa por sustitución de un paradigma por otros que expliquen mejor los hechos de observación.
i) Según Kuhn, miembros de paradigmas diferentes aceptan diferentes enunciados observacionales ante los mismos hechos.
j) Lakatos pensaba que Kuhn no había explicado correctamente la racionalidad que hay en el proceso de cambio científico.
2. De los enunciados siguientes, tendréis que decidir: 1) cuáles no son falsables, en el sentido popperiano de falsación; 2) cuáles son completamente confirmables, en el sentido de confirmación que defendió Hempel; 3) cuáles no son parcialmente confirmables, en el mismo sentido de confirmación.
a) Todos los alumnos de esta clase tienen hermanas.
b) Hay cuervos blancos.
c) En algún momento del futuro, una persona volverá a escribir esta serie de letras: "rtybnyutgjkou".
d) Todos los cuervos son blancos.
e) Algunos hombres tienen tres piernas.
f) Mañana saldrá el Sol.
g) Las cosas verdes no cambiarán de color el primero de enero del 2100.
3. Considerad el enunciado siguiente de regularidad: "Todos los que han nacido bajo el signo de Escorpión, han tenido un momento de felicidad en su vida". Suponemos que el enunciado sea verdad. Dado que es una regularidad universal, ¿creéis que un positivista lógico tendría que pensar que se trata de una ley de la naturaleza? Razonad la respuesta.

Solucionario

1.a) Falsa. Hume consideraba que esta afirmación trata de justificar el razonamiento inductivo presuponiéndolo. Y que éste era un círculo vicioso.
b) Verdadera. El enunciado "Aquí hay un melón verde" confirma el enunciado "Todos los no negros son no cuervos". Y Hempel pensaba que, entonces, confirma el enunciado "Todos los cuervos son negros".
c) Verdadera. Ved el apartado 1.2.
d) Verdadera. Ved los apartados 1.2 y 1.3.
e) Falsa. Para Popper, una teoría falsada tiene que ser abandonada. Si ha sido falsada tiene que ser falsable. Y ser falsable es la condición de las teorías científicas.
f) Verdadera. Ved el apartado 2.1.
g) Verdadera. Ved los apartados 2.1 y 2.2.
h) Falsa. Kuhn rechaza la idea de que un paradigma sea abandonado porque no explica los hechos. La explicación del cambio científico tiene que ser, para él, sociológica y psicológica.
i) Verdadera. Ved el apartado 3.2.
j) Verdadera. Ved el apartado 3.3.
2.1) No son falsables: b), c), e). Para falsarlos, tendrían que haber observado todo el universo o todo el futuro. Ningún número finito de observaciones nos puede garantizar que las proposiciones no son verdad.
2) Son completamente confirmables: a), b), c), e), f), g). En todos estos casos podemos imaginar ciertas observaciones que demostrarían que son proposiciones verdaderas. Por descontado, "confirmable" no quiere decir que tengan que ser realmente confirmadas en el futuro o que ya sabemos que son verdades.
3) No cabe que no sea parcialmente confirmable. Todos los enunciados son, al menos, parcialmente confirmables en el sentido de Hempel. Incluso el enunciado d), que no es confirmable completamente, lo es parcialmente. Un cuervo blanco sería un caso parcialmente confirmador.
3. Un defensor del positivismo lógico no tiene que aceptar que cualquier regularidad universal es una ley. Diría que la regularidad que comentamos no es suficientemente básica. Puede considerarla como una coincidencia que tiene que ser explicada por otras regularidades. Por ejemplo, diciendo que no es extraño que cualquier persona, sea del signo que sea, haya tenido algún momento de felicidad en su vida. La cuestión más difícil de resolver para él sería otra muy diferente: ¿podemos apelar a estas intuiciones sin introducir intuiciones causales y no basadas en observaciones de regularidades?
Ejercicios de autoevaluación

Glosario

atomismo m
Consultar el apartado 1.1.
ciencia normal f
Consultar el apartado 3.2.
contrafáctico, condicional contrafáctico m
Consultar el apartado 1.1.
convergencia explicativa f
Consultar el apartado 1.4.
deducción f
Consultar el apartado 1.4.
demarcación, criterio de f
Consultar el apartado 2.2.
disposición f
Consultar el apartado 1.3.
empirismo lógico m
Consultar el apartado 1.1.
explicación f
Consultar el apartado 1.4.
falsación, falsabilidad f
Consultar el apartado 2.2.
heurística negativa f
Consultar el apartado 3.3.
heurística positiva f
Consultar el apartado 3.3.
inducción f
Consultar el apartado 1.5.
material, implicación m
Consultar el apartado 1.3.
modelo m
Consultar el apartado 3.4.
neopositivismo m
Consultar el apartado 1.1.
nomologicodeductivo, modelo m
Consultar el apartado 1.4.
observacional, enunciado m
Consultar los apartados 1.2. i 1.3.
paradigma m
Consultar el apartado 3.2.
positivismo lógico m
Consultar el apartado 1.1.
proyectable, predicado m
Consultar el apartado 1.5.
cuestión de hecho f
Consultar el apartado 1.2.
realismo metafísico m
Consultar el apartado 1.5.
relativismo m
Consultar el apartado 3.2.
teórico, término m
Consultar el apartado 1.2.
verificación, principio de m
Consultar el apartado 1.1.

Bibliografía

Bibliografía básica
Chalmers, A. F. (1982). ¿Qué es esa cosa llamada ciencia?(trad. de E. Pérez y P. López). Madrid: Siglo XXI.
Una discusión sencilla de las respuestas contemporáneas al inductivismo: Popper, Kuhn, Lakatos. El autor, crítico con el inductivismo y el falsacionismo, también ataca las concepciones relativistas de la ciencia.
Díez, J. A.; Moulines, C. U. (1997). Fundamentos de Filosofía de la Ciencia. Barcelona: Ariel.
Un análisis sistemático de los conceptos y problemas básicos de la filosofía de la ciencia, como la inducción, leyes, medición científica, contrastación de hipótesis y explicación. En la segunda parte, se ofrece una discusión de los tres grandes modelos de análisis sincrónico de teorías: axiomático, historicista y semántico.
Hull, L. W. (1973). Historia y Filosofía de la Ciencia(trad. de M. Sacristán). Barcelona: Ariel.
Libro que hace muy accesible la historia de la ciencia. Los supuestos básicos son, sin embargo, claramente prekuhnianos. Se puede considerar una visión inductivista y empirista del progreso científico: especialmente defendida en el capítulo 7.
Kuhn, T. (1971). La Estructura de las Revoluciones Científicas(trad. de A. Contin). México: Fondo de Cultura Económica.
Kuhn elabora y defiende la noción de "revolución científica": la sustitución de un paradigma científico por otro es esencialmente condicionada por factores sociales y culturales. En éste se atacan los supuestos básicos de falsacionismo e inductivismo. Análisis muy detallado de la revolución copernicana.
Popper, K.
Una defensa clásica de los supuestos básicos del falsacionismo.
Bibliografía complementaria
Brown, H. I. (1983). La nueva Filosofía de la Ciencia(trad. de G. Solana y H. Marraud). Madrid: Tecnos.
Couvalis, G. (1997). The Philosophy of Science: Science and Objectivity. Londres: Sage.
Harré, R. (1972). The Philosophies of Science. Oxford: Oxford University Press.
Kuhn, T. (1978). Segundos pensamientos sobre paradigmas(trad. de D. Ribes). Madrid: Tecnos.
Lakatos I.; Musgrave A. (1975). La Crítica y el desarrollo del conocimiento(trad. de F. Hernán). Barcelona: Grijalbo.