Introducción conceptual al fenómeno de la violencia I

  • Montse Pastor Puyol

     Montse Pastor Puyol

    Psicóloga (Universidad Autónoma de Barcelona) y educadora social (EUTSES, Universidad Ramon Llull). Máster en Intervención socioeducativa con menores en riesgo social (Universidad Ramon Llull) y posgraduada en Atención primaria e infancia (Universidad de Barcelona). Ha trabajado en centros residenciales de acción educativa y en servicios socioeducativos de salud mental haciendo funciones de educadora social y de directora. Tiene experiencia en formación en varios ámbitos del campo social y educativo. Actualmente, trabaja en el Ayuntamiento de Barcelona en un equipo de atención a la infancia y la adolescencia y es consultora en la Universitat Oberta de Catalunya. Es coautora del libro Adolescents singulars: notes crítiques per a una educació social marginal (2008).

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Introducción

¿Por qué tenemos que hablar de violencia? ¿Por qué la tenemos que estudiar? A menudo, utilizamos conceptos establecidos como si el uso que se hace de los mismos, tan habitual entre nosotros, fuera común entre los integrantes de la sociedad. Debemos cuestionarlos para poder extraer las ideas que se cuelan entre los intersticios y poder alejarnos del pensamiento único.
Es obvio que el profesional de la acción socioeducativa se encontrará a menudo confrontado a actos violentos y a políticas que van dirigidas a un cierto control social y que intentan reducir de manera directa ciertos síntomas sociales e individuales.
Nos encontramos ante un fenómeno determinado por el tratamiento mediático, que presenta la violencia como una fuerza oscura protagonizada por seres aberrantes y a menudo clasificada según sus protagonistas: violencia de género, juvenil, terrorista, fundamentalista, etc. Encontramos manifestaciones muy heterogéneas, y por este motivo el fenómeno no se puede reducir a una sola lectura.
Haremos un recorrido por diferentes concepciones de la violencia desde la antropología y la sociología. Las teorías de diferentes sociólogos nos permitirán acercarnos a la fuerte carga ideológica que hay detrás del término violencia y al papel del Estado moderno en el ejercicio de la fuerza.

Objetivos

Los objetivos que lograréis con el estudio de este módulo didáctico son los siguientes:
  1. Entender la violencia como fenómeno constitutivo del ser humano.

  2. Estudiar modelos y teorías explicativas de los diferentes fenómenos de la violencia.

  3. Hacer una lectura crítica de ideologías y modelos explicativos de los fenómenos.

1.La violencia en el ser humano

1.1.Violencia y agresividad

«Homo homini lupus.» (Plauto)

«El hombre es un lobo para el hombre.»

La falta de humanidad del hombre contra el hombre ha sido motivo de diferentes estudios a lo largo de la historia. La guerra, los delitos, los asesinatos atrapan la atención de los humanos. Aparte de discutir, pelearse, insultarse, discriminar, también luchan, destruyen y matan. Otra particularidad del hombre: se hace daño a sí mismo, la agresividad es dirigida hacia uno mismo y se puede ver actualmente en fenómenos como la anorexia, las toxicomanías o el suicidio.
Hay diferentes ciencias y disciplinas, como la filosofía, la sociología, la psicología o la antropología, que han intentado definir, explicar y encontrar las causas de la agresividad. Buscan encontrar la comprensión y los conocimientos que se puedan utilizar para reducir la violencia en los seres humanos, una tarea difícil e infructuosa.
De entrada, los términos violencia y agresividad están profundamente relacionados y representan la dialéctica entre naturaleza y cultura.
Según la Enciclopedia catalana, la agresividad es:

«Expresión de una tendencia instintiva e innata del individuo que lo lleva a atacar a personas o cosas en el plano motor, verbal o imaginario. Es patente en cualquier estado del psiquismo, desde la fantasía inconsciente hasta la conducta externa. Hay que diferenciarla de la destructividad; la agresividad puede encontrarse vinculada a finalidades destructivas, pero puede estar también al servicio de la autoafirmación o del desempeño exitoso de otras tendencias: sexuales, de autoconservación, normativas, etc.».

Si recurrimos a la etimología, veremos que agredir es un término proveniente del latín adgredior y que en la primera acepción significa «dirigirse al otro» y, por extensión, «dirigirse hostilmente hacia alguien, atacarlo». Esto nos permite concluir que ya en aquel tiempo la agresividad se veía como una manera de dirigirse al otro. Aunque no siempre podemos decir que este «dirigirse al otro» sea totalmente intencional, puesto que el inconsciente tiene un papel relevante en la conducta agresiva. En este sentido, tenemos que partir del hecho de que, a veces, el sujeto no hace las cosas conducido por su voluntad –por ejemplo, la intención directa de ejercer un mal–, sino que se ve empujado por unas fuerzas que Freud denominó pulsión y que, según el psicoanálisis, responden a buscar una oscura satisfacción. Más adelante, profundizaremos en estos conceptos.
La violencia se define, por otro lado, como:

«Acción violenta o coacción moral ejercida sobre una persona para obligarla a una determinada acción u omisión».

Según estas definiciones, la agresividad quedaría del lado pulsional, es decir, de lo más innato del individuo, y surgiría independientemente del destino que tiene, mientras que la violencia estaría esencialmente dirigida al otro y sería cercana a la destrucción.
En resumen, podemos decir que la violencia consiste en la ejecución de un acto cuya finalidad, tanto consciente como inconscientemente, es provocar lesiones, daños o la destrucción de otras personas.

1.2.Agresividad innata o aprendida

En los estudios sobre violencia, siempre ha estado presente la pregunta sobre si se hereda o se aprende. Dicho de otro modo, ¿es un fenómeno de origen biológico o cultural? Hay múltiples estudios que han intentado responder a esta pregunta. Unos, desde posiciones más biologistas, han estudiado las regiones del cerebro que gobiernan la agresividad (1) . Philip Bard (1928) extirpó el hipotálamo al cerebro de unos gatos y comprobó que disminuía la conducta de rabia. Hess y Akert (1955) estimulaban eléctricamente el hipotálamo de los gatos, lo que provocaba su respuesta agresiva.
Otros investigaron sobre la relación entre el sistema límbico y la agresión; así, Kaada (1954) y Ursin (1960) demostraron que la estimulación o las lesiones en esta área del cerebro producían un incremento de la conducta agresiva en los animales.
Más adelante, entre 1965 y 1970, se hicieron estudios sobre los cromosomas. Un grupo de investigadores (Jacobs, Brunton, Melville, Brittain y McClemont) pensaron que habían encontrado la relación entre la alteración cromosómica de algunos hombres que presentaban un genotipo XYY, es decir, que tenían un cromosoma Y adicional, y su conducta agresiva. Encontraron a algunas personas culpables de muertes violentas que presentaban esta alteración cromosómica. Estos estudios, y otros posteriores, aseguraban que la probabilidad de que un hombre fuera enviado a prisión era mayor si tenía dos cromosomas Y. No obstante, solo un porcentaje de la población criminal presenta esta alteración cromosómica; por tanto, no puede ser un factor importante implicado en la conducta antisocial.
Otros investigadores como Cesare Lombroso, fundador de la criminología, postulaban que existía una personalidad delincuente como resultado de tendencias innatas, de origen genético, observable a partir de una anormalidad en la estructura física y la fisonomía del delincuente. De este modo, los delincuentes presentaban grandes paralelismos con los hombres primitivos. Lombroso tuvo en cuenta las asimetrías craneales, determinadas formas de la mandíbula, miembros desproporcionados, etc. La concepción que hay detrás de estos estudios es que el delincuente no es responsable de sus actos, puesto que estos dependen de sus alteraciones físicas.
Estos estudios, que nos pueden parecer extraños, no están muy alejados de ciertas corrientes actuales que buscan en el cerebro y en la genética la interpretación o el origen de los sentimientos, la conducta humana o incluso la búsqueda de la felicidad. En todo caso, parece que ninguna de las investigaciones mencionadas ha podido ofrecer una respuesta satisfactoria a la pregunta del origen de la violencia desde la perspectiva puramente biológica.
Por otro lado, y partiendo de un determinismo ambiental, podríamos pensar que el asesino lo es a causa de la sociedad o por el ambiente en el que ha vivido. En este sentido, Rousseau consideraba que el ser humano nacía con una bondad innata y que era la sociedad quien lo pervertía.
Alice Miller (2002, p. 70) sostiene que «el mal no pertenece necesariamente a la naturaleza humana» y argumenta que cuando a un niño se le dice que las humillaciones y los maltratos que recibe son por su bien, esta creencia perdurará toda su vida. Esta persona maltratará también a sus hijos y estará convencida de que actúa correctamente. «El mal se vuelve a crear en cada generación» (Miller, 2002, p. 69). La autora sostiene que el bebé es inocente; no siente el impulso de destruir la vida, sino que quiere ser protegido y querido. Cuando estas necesidades no son satisfechas, y el niño es maltratado, se están estableciendo las bases del mal. Una persona se verá dirigida a la destrucción solo si ha sido atormentada en los primeros años de su vida.
La tesis de Freud en El malestar en la cultura (1929) va en otra dirección: el ser humano es agresivo por naturaleza, tiene tendencia a buscar la satisfacción propia, y es la cultura la que facilita la renuncia a las propias satisfacciones, es decir, la cultura no pervierte al individuo, sino que lo contiene. Así pues, la sustitución del poder del individuo por el de la comunidad significa la instauración de la cultura; es decir, el poder de la comunidad se prioriza por encima del de la persona.
Por tanto, parece razonable que el debate entre biología y cultura respecto a la violencia tiene que tomar otra dimensión, que debe ser de cariz dialéctico. Tenemos que partir del hecho de que estas dos posiciones no son tan irreconciliables. Esto se hace patente en el hecho de que ni los biologistas excluyen la influencia de la cultura, ni al revés; somos seres sociales que nos formamos en la interrelación entre naturaleza y cultura. Pero debemos tener en cuenta que pondremos el énfasis en una posición o en otra según nuestra perspectiva inicial de análisis. Así, podemos desvincular un acto de violencia, como es el asesinato de una mujer por su pareja, de los factores socioculturales, de forma que este acto sea explicado como la consecuencia de una patología individual, lejos de la naturaleza humana y de la responsabilidad individual de los protagonistas. Podemos pensar, incluso, que los actos destructivos son llevados a cabo por monstruos y no por personas.
Hoy por hoy, sabemos que todos los factores interaccionan. Los niños, cuando nacen, necesitan un entorno socializador que les permita desarrollarse, es decir, necesitan a alguien más para poder vivir. Nuestra incompletitud hará siempre referencia a esta dependencia fundamental y será la causa de nuestra tensión agresiva. Sin embargo, más allá de estas cuestiones, y para pensar los fenómenos violentos, tenemos que apelar a la responsabilidad del sujeto. Más allá de los factores innatos o culturales, el sujeto puede hacer una elección de los actos que lleva a cabo.

1.3.Contexto social y cultural de la violencia

El término violencia es muy complejo, puesto que puede hacer referencia al ejercicio de la fuerza directa más brutal, pero también a la coacción verbal, de control o cualquier otro tipo de presión. De acuerdo con esto, una acción violenta no tiene por qué identificarse solo con una agresión lesiva contra un cuerpo o una identidad, sino que se puede dar en cualquier forma de educación, política, ideología, religión o sistema económico asimétrico.
En el contexto social y cultural en el que nos encontramos, la violencia adquiere un cariz negativo, pero pensemos que no siempre ha sido así. Norbert Elias, mediante la obra El proceso de la civilización, ha hecho una aportación brillante al estudio de este fenómeno. Elias estudia la edad media para poner en evidencia un complejo movimiento de pautas de comportamiento que no se modificarán hasta los siglos XVIII y XIX. Constata que las acciones violentas se incluían dentro del trato social normalizado y, por tanto, no eran rechazadas socialmente. El estudio de estas acciones muestra cómo se va dando un complejo proceso de modelado de los comportamientos hacia costumbres más depuradas en los códigos sociales, de manera que se van modificando actos en torno a la mesa, la realización de las necesidades fisiológicas, el trato entre los sexos y la misma violencia.
Norbert Elias
Sociólogo nacido en Alemania en 1897. Judío, procedente de una familia acomodada, vivió directamente las consecuencias de la guerra. Estudió filosofía y medicina en la Universidad de Breslau (Alemania), después de haber participado como soldado en la Primera Guerra Mundial. Se exilió a Francia y posteriormente a Inglaterra. Su madre murió en un campo de concentración. En la obra El proceso de la civilización (1939), estudió la «civilización occidental», cuya muestra ha sido su capacidad para la guerra. Se dedicó a investigar sobre la convivencia humana y comprender por qué los humanos se comportan como lo hacen, haciendo que sentimientos como el odio, la venganza o los afectos sean normalizados y pensados desde la sociología.
El proceso de la civilización es una historia de las costumbres que muestra cómo Occidente ha llegado a ser «civilizado». Este proceso se tradujo en una transformación de las estructuras sociales, económicas y políticas que fueron acompañadas de muchos cambios en las formas de relación cotidiana de las personas. Una de las transformaciones más importantes que ha llevado a cabo la civilización occidental es la relativa a la agresividad. Esto no quiere decir que la agresividad desaparezca, sino que se restringe progresivamente, canalizándola hacia formas más legitimadas, como por ejemplo determinados espectáculos.
Elias relaciona este proceso civilizador con el nacimiento del Estado moderno, de forma que el monopolio de la violencia pasa al Estado. Este Estado ejerce el poder mediante el ejército o las fuerzas del orden. Esta violencia de estado es considerada legítima y está relacionada con las instituciones que garantizan su práctica con el fin de garantizar la convivencia en un territorio.

«La violencia siempre es el resultado de valoraciones sociales, políticas y culturales que, lejos de determinarla, la generan en calidad de objeto de discurso.»

Delgado (1999, p. 10).

El término violencia siempre supone una fuerte carga ideológica que, al mismo tiempo, no se puede desligar del papel que tiene el ejercicio de la fuerza en las sociedades modernas donde el Estado es quien lo organiza. Delgado utiliza dos ejemplos que resultan muy clarificadores. Por un lado, tenemos la dictadura ejercida por Pinochet en Chile, y por otro, el franquismo en España. La primera no se tiene que olvidar y merece persecuciones, castigos y actos de justicia, mientras que la segunda es como un efecto óptico o un malentendido en el que durante años se han mantenido nombres de calles o plazas como el de Francisco Franco o General Sanjurjo, o se ha conservado el mausoleo de Franco en Madrid.

«Cuando hablamos de actos de violencia, de dictaduras o de fenómenos a los que atribuimos esta designación, estamos trabajando con prejuicios y con criterios que no son objetivos, sino que tienen mucho que ver con nuestra predisposición ideológica a la hora de atribuir a una conducta determinada una condición de “violenta”.»

Delgado (1999, p. 10).

Esta predisposición está relacionada con los procesos de civilización y politización que implica la creación del Estado moderno. El Estado crea el monopolio sobre la fuerza, en el sentido de que son las instancias políticas las que asumen la responsabilidad de la administración y del uso del daño físico o moral contra bienes y seres (2) . El Estado se erige en un recurso que intenta que el ser humano se proteja de sí mismo. «De aquí surgen las discusiones, las investigaciones científicas sobre la agresividad, las leyes, las normativas que señalan los límites de la violencia y que exigen una custodia y administración correctas de la misma» (Delgado, 1999, p. 10).
Recomendación
Os recomendamos la película La ola (Die Welle, 2008), dirigida por Dennis Gansel. El argumento se centra en el experimento que hace un profesor con sus alumnos. Los estudiantes se muestran escépticos ante la idea de que se pudiera volver a instaurar una dictadura como la del Tercer Reich en la Alemania de nuestros días. El profesor decide iniciar un experimento para demostrar lo fácil que es manipular a las masas, después de formular la pregunta siguiente: ¿pensáis que es imposible que se vuelva a implantar otra dictadura en Alemania? El profesor formaliza un régimen de extrema disciplina militar dentro del aula. La mayor parte de los alumnos se entusiasman de tal manera que asumen un compromiso absoluto con estas reglas, que sintonizan con sus necesidades de protección y normatividad ante su inseguridad y vulnerabilidad. Otros, la minoría, se resisten a aceptar estas propuestas homogeneizadoras, totalitarias y excluyentes. La situación llega a posiciones muy extremas, hasta el punto de que hay que poner fin al experimento.

1.4.¿Es la violencia un problema?

Una preocupación actual es el supuesto aumento de la violencia en todas las áreas de la sociedad. Se vive como un problema social contemporáneo en aumento, que se agudiza, sobre todo, en un contexto de crisis. Violencia de género, violencia doméstica, juvenil, en las calles, en las puertas de las escuelas, en las salas de espera de los médicos, etc.; todo hace pensar que la violencia aumenta progresivamente.
Pero ¿es la violencia un problema? ¿Y para quién lo es?
Dar por sentado que la violencia es un problema no ayuda a entender el porqué de las conductas, sino que más bien tiende a fijarlas (3) . Las conductas violentas se convierten en un problema para la sociedad, para los microgrupos –como un aula–, para las naciones... En definitiva, para todos aquellos que tienen un ideal de orden social y la creencia de que se pueden establecer sistemas de control infalibles. Por otro lado, como hemos ido viendo, la violencia es un elemento constitutivo del ser humano y, por lo tanto, de la sociedad.
Delgado (1999) señala el tratamiento sistemático que recibe la violencia, que es el de una entidad abstracta, algo así como «una energía que tiene mucho de animal, de extrasocial, de extrahumana». Se desencadena la violencia, se dice, como si se desencadenara la gran bestia que tendría que estar controlada. El autor subraya que «en cualquier reflexión seria que queramos hacer en torno a la violencia, no hay nada más peligroso que dar como válido este tipo de presupuesto irracionalista que entiende que la violencia es una presencia ajena al orden social. [...] La violencia es un instrumento social, un instrumento de sociabilidad, y en cualquiera de sus expresiones, no puede ser entendida sino como un recurso cultural disponible» (Delgado, 1999, p. 11). Así, se entiende que cualquier sociedad no está del todo unificada, no responde al ideal de completitud, los diferentes sectores que la forman no se ajustan nunca del todo y conviven permanentemente con la amenaza constante de una disolución. El conflicto violento se produce para evitar la disolución total.
El aspecto fundamental para Delgado es que la violencia nunca es un problema. Para quien la aplica es una solución, es un remedio, aunque sea moralmente detestable. «Lo que importa es que todo lo que la sociología y la antropología han escrito respecto a conductas que nosotros denominaríamos violentas ha constatado que la violencia no es la negación del principio de sociabilidad, sino todo lo contrario: es su exacerbación, una aceleración o una intensificación que conduce el vínculo societario a la radicalidad más absoluta» (Delgado, 1999, p. 12). La violencia se podría entender, pues, en términos de comunicación humana; se abandona la idea de violencia como una sustancia para tratarla como una relación.

1.5.La violencia como forma de comunicación

El hecho de tratar la violencia como forma de relación implica pensar que es un requisito del principio intercambiario. En antropología, se entiende este principio como un factor que hace posible la sociedad en tanto que hay un intercambio, en sentido amplio, de bienes. Podemos hacer vida social porque mantenemos deudas entre nosotros.
La violencia se entendería como una forma de comunicación humana y encajaría plenamente en lo que «el interaccionismo simbólico denomina cuerpo a cuerpo».

«La violencia aparecería de este modo complicada en la producción del significado, pero no como “vehículo”, sino como “signo”. Lo mismo se podría decir a partir de la calidad que se puede asignar a la acción violenta como “valor”. Y comoquiera que es signo y valor, el acto de agresión no puede existir sino para ser vehículo de comunicación y de transferencia.»

Delgado (1999, p. 13).

En este sentido, podríamos pensar la violencia que sentimos en la relación entre las personas como una manera de conocer el malestar del otro. A veces notamos el desacuerdo antes por las expresiones agresivas que mediante la palabra. Es entonces cuando podríamos hablar de signo y de elemento propio de la comunicación.

1.6.La violencia como recurso para mantener el vínculo

Hay grupos y personas que mantienen lazos estrechos mediante la violencia. Tanto el amor como la venganza o la rabia crean vínculos sólidos, y a veces son los lados de una misma moneda. Se puede ver en las separaciones matrimoniales, cuando un miembro de la pareja o los dos utilizan todas las técnicas posibles para hacer daño al otro y hacer pagar el malestar propio generado. Es tanta la fuerza, que a veces se instrumentaliza a los hijos y se les hace tomar parte en el conflicto.
Otro ejemplo de la violencia como medio para mantener el vínculo es el caso del maltrato a las mujeres por parte de sus maridos. El vínculo no se rompe, cuesta que la pareja se separe. Antes de que ella se vaya, el marido la mata; es la manera más radical de obtener su sumisión.
Se puede ver también en algunos grupos, en los que la violencia es una forma de intercambio y de relación. En el caso de bandas juveniles, la violencia y la defensa de unos ideales mantienen a los grupos unidos entre sí, y llegan al límite, a veces, con agresiones graves e, incluso, la muerte.

1.7.La función social de la violencia

Delgado introduce la propuesta de entender la violencia como una forma radical de sociabilidad, en el sentido de que alivia tensiones. Permite al daño físico circular por los canales de la vida social. Entendiendo la función social de la violencia, plantea la inconveniencia de tratarla directamente como un problema, puesto que no se encontraría una alternativa a llevar a cabo un tratamiento; es decir, es imposible erradicar la violencia o disminuir los efectos tratándola de manera directa. Esto no quiere decir que se esté de acuerdo con la agresión, sino que abre puertas a entenderla de otro modo y ayuda a encontrar claves para hacer instalar circuitos diferentes que la puedan canalizar.
Se trata de buscar formas sustitutivas, como por ejemplo enfrentamientos deportivos, y pone el ejemplo siguiente:

«¿Cuál fue, por ejemplo, el origen de muchos deportes? ¿Cómo se consiguió, finalmente, que los maoríes dejaran de atacar a los ingleses? Enseñándoles a jugar a rugby. Aunque nos sorprenda, hay otros muchos casos parecidos a estos».

Delgado (1999, p. 17).

El autor señala que es un error hablar de violencia como una patología; es un error entenderla como un tipo de fuerza desconocida, como un «tipo de sustancia magmática que parece que irrumpe desde el subsuelo en la vida diurna y la trastoca» (Delgado, 1999, p. 17). En todo caso, se trataría de pensar en una patología en términos de síntoma, pero no de causa. Así, tratándola como un síntoma, tenemos la posibilidad de envolverla de elementos culturales que permitan reducir sus efectos; se trataría de evitar ir contra la violencia de manera directa y envolverla de elementos simbólicos.

2.Orden social y violencia

2.1.Violencia legítima y violencia ilegítima

Como hemos dicho anteriormente, Norbert Elias analiza, desde una perspectiva histórica, la autoconciencia que tienen los occidentales de ser «civilizados» y de los cambios sociales, económicos y políticos que han configurado las sociedades modernas. La civilización, entendida como progreso, no resulta una ganancia o una pérdida, sino que más bien se trata de un proceso neutro en sí mismo.
Elias investiga los procesos históricos que desde el siglo XVI han llevado a las sociedades occidentales a identificarse como «civilizadas». El autor se sitúa en el orden de las transformaciones «psicogenéticas», es decir, en los cambios psicológicos graduales de las personas de Occidente. El proceso de la civilización es una historia de las costumbres que ha posibilitado el hecho sociológico de ser «civilizado». Este estudio es llevado a cabo desde el seguimiento histórico de los hechos cotidianos, en el ámbito micrológico, es decir, lo que podemos encontrar en el individuo, pero teniendo en cuenta la integración de la sociedad en el ámbito macrológico. De este modo, el individuo y la sociedad se manifiestan como «procesos» y no como entidades abstractas separadas.
Una de las transformaciones más importantes que ha llevado a cabo la civilización es la relativa a la agresividad en Occidente. Según el autor, a lo largo de la historia se interrelacionan las lógicas psicogenéticas y sociogenéticas, cambios en la estructura psíquica de los individuos y en las estructuras de organización política de la sociedad, como es el monopolio de la violencia por parte del Estado.
El proceso de la civilización muestra cómo se reducen los actos violentos cotidianos a lo largo de la historia, a medida que aparecen otras formas de dependencia y vinculación entre los individuos, que llevan a una regulación de la vida afectiva mediante la forma del autocontrol emocional. Esta transformación no es lineal, sino que se caracteriza por el hecho de ser una dinámica en espiral, a partir de avances y retrocesos. Esto no significa que la agresividad y la capacidad para llevar a cabo actos violentos hayan desaparecido, sino que se restringen progresivamente y se acaban convirtiendo en una serie de reglas y coacciones, actos que se reprimen, se «civilizan» y se manifiestan de manera no reprimible en los sueños, en acciones violentas aisladas, en espacios de la vida privada y en experiencias simbólicas de violencia, como por ejemplo determinados espectáculos o deportes. De este modo, en las sociedades modernas, los individuos canalizan la agresividad hacia formas legitimadas. Este control de la agresividad se interioriza de tal manera que consideramos como incivilizada cualquier muestra violenta actual e histórica.
Walter Benjamin (1977), en Para una crítica de la violencia, destaca la noción de violencia divina y la esencia de lo violento como fundamentación de la legalidad. Siguiendo estrictamente a Hobbes y la teología política del Renacimiento, Benjamin afirma la existencia de un acto fundacional violento como condición del Estado; el soberano, recuerda Hobbes, lo es principalmente porque le otorgamos el uso exclusivo de la violencia y una agresividad que –antes del pacto político– compartíamos todos en un estado natural de guerra indiscriminada. Solo un acto de violencia institucional, la imposición del Estado y de un soberano, puede poner fin a la violencia gratuita.
Walter Benjamin
Escritor, teórico marxista y filósofo estético alemán, Walter Benjamin (1892-1940) nació en el seno de una familia judía y estudió filosofía en Berlín, Friburgo, Múnich y Berna. Sus esperanzas de hacer una carrera académica quedaron frustradas cuando la Universidad de Frankfurt rechazó su tesis doctoral. En 1933 se vio obligado a escribir con seudónimo, y después tuvo que emigrar a París. Allí conoció a Brecht y colaboró con Adorno y Horkheimer. Con la ocupación de Francia por los nazis en 1940, Benjamin intentó dirigirse a Estados Unidos atravesando España, pero cuando las fuerzas franquistas lo detuvieron en la frontera, se suicidó.
Tenemos un ejemplo claro en los actos violentos que se han producido en todos los barrios periféricos en Francia desde 1981. Los contactos con la policía están en el origen de todos estos actos violentos. Las fricciones con la policía son prácticamente diarias y se producen frecuentemente a partir de numerosos controles de identificación, duras detenciones y retenciones acompañadas de observaciones de carácter racista. Está claro que la manera de tratar a los individuos en el espacio público es diferente según la diferenciación étnica.

«Lejos de haber conseguido hacer de la policía un auténtico servicio público implantado en el territorio, las “fuerzas del orden” aparecen exclusivamente como el brazo armado de un aparato del Estado que irrumpe brutalmente desde fuera para reprimir las turbulencias locales.»

Castel (2010, p. 62).

El hecho paradójico es que los habitantes de estos barrios tienen una sensación de inseguridad que denuncian repetidamente, y que la actuación de las fuerzas del orden no solo no puede combatir los actos violentos, sino que los aumenta.
Los Estados modernos han monopolizado la fuerza y han planteado un rechazo intenso a las expresiones consideradas ilegítimas de la agresividad en la vida ordinaria; en este sentido, se niega incluso su condición humana, la naturaleza de instrumento social y de vehículo de comunicación culturalmente regulado. Esta violencia es considerada como no legítima; pero, atención, se trata de la violencia ejercida por personas ordinarias, la cual se entiende próxima a los instintos, cercana a la monstruosidad. La representación mediática incide constantemente en la degradación que indica el uso no legítimo de la fuerza bruta, que convierte a los ejecutores de esta fuerza en menos que humanos.
Delgado lo explica de la manera siguiente:

«He aquí una violencia representada como inorgánica, animal y primaria. Ante una violencia “uniformada”, lo que se le opone intolerablemente es una violencia “vestida de calle”, al mismo tiempo cotidiana y excepcional –en el sentido de que su naturaleza nunca es exactamente humana. Ante una violencia “homogénea”, únicamente concebible si se relaciona con el aparato militar y político de un Estado cualquiera, se establece una violencia “heterogénea”, dispersa, caótica, errática, asociada a todas las formas de alteridad [...]. Paradójicamente, es una violencia “con rostro humano”, y precisamente por eso se hace escandalosa e inaceptable. Los violentos son siempre los otros, quizá porque uno de los rasgos que permite identificar a estos otros es la manera en que contrarían el principio político irrenunciable del monopolio estatal en la producción y la distribución del dolor y la destrucción. Una magnífica estrategia, por cierto, para generar ansiedad pública y para fomentar una demanda masiva de más protección política y jurídica».

Delgado (1999).

En este sentido, podemos ver este desplazamiento progresivo en la sociedad actual; tenemos múltiples ejemplos de ello. Son considerados ilegítimos los movimientos de los indignados y se ha intentado atribuirles actos violentos, cuando precisamente este movimiento se ha caracterizado por el esfuerzo de alejarse de la reivindicación por la fuerza. En cambio, se han justificado siempre las cargas extremadamente violentas de la policía para desalojar las plazas o las calles.
Plaza del Sol, 3 de agosto del 2011. Fuente: El País.
Plaza del Sol, 3 de agosto del 2011. Fuente: El País.
Ante las dificultades de la vida cotidiana, como por ejemplo agresiones de hijos a padres, en los hospitales o en las escuelas, aparecen nuevas formas de legislaciones que intentan proteger a los individuos. Las noticias se dimensionan en los medios de manera exagerada, la agresión a la maestra en la puerta de la escuela se hace un hecho incomprensible, genera miedo y ansiedad, y se apela a la justicia para dotar de protección al profesorado. Tradicionalmente, en nuestra sociedad, el maestro y el médico eran dos figuras que se tenían que respetar, podríamos decir intocables e incuestionables. Ahora esto ya no es así: son cuestionados y pueden ser agredidos. En Cataluña, la Consejería de Enseñanza tramitará un proyecto de ley para que los profesores sean considerados, a efectos legales, como autoridad pública. Este cambio de normativa permite al maestro que una agresión grave pueda ser considerada a efectos legales como un delito de atentado a la autoridad, le otorga la presunción de veracidad ante un conflicto, se refuerza su protección jurídica y se le permite requisar de manera cautelar objetos peligrosos o que puedan alterar el desarrollo de las clases.
Así pues, ante la ausencia de un límite simbólico, la sociedad pide un límite real. La contradicción en el asunto es que dotar al maestro o al médico de una autoridad pública no impide que sean agredidos ni que se produzca el conflicto. No se habla de arbitrar ni se piensa en tratar los problemas por la vía de la palabra y la negociación, sino que se elevan los hechos a la autoridad para que sean castigados.

2.2.Estructura social y experiencia individual. La teoría de Bourgois: violencia política, estructural, simbólica y cotidiana

Bourgois (2005, p. 12) distingue cuatro tipos de violencia: política, estructural, diaria o cotidiana, y simbólica.
  • Política: es la violencia administrada directamente y a propósito de una ideología, movimiento o Estado político, como por ejemplo la fuerza física de la disidencia a manos del ejército o de la policía, y también el ámbito opuesto, la lucha armada popular en contra de un régimen represivo.

  • Estructural: se refiere a la organización económica y política de la sociedad que impone condiciones de sufrimiento físico o emocional, desde los altos índice de morbosidad y mortalidad hasta la pobreza y las condiciones de trabajo abusivas y precarias. A escala macro, la raíz se encuentra en estructuras como las condiciones desiguales del comercio internacional y se expresa localmente en mercados de trabajo explotadores, pactos de marketing y monopolización de los servicios. El autor señala que el concepto ha sido utilizado por antropólogos y médicos para incidir en las formas en que las desigualdades económicas extremas causan enfermedades y sufrimiento social.

  • Diaria o cotidiana: se trata de las prácticas y expresiones de agresión interpersonal rutinarias que sirven para normalizar la violencia a una escala micro, como por ejemplo el conflicto doméstico, delictivo y sexual, e incluso el consumo de sustancias alucinógenas.

  • Simbólica: el concepto fue desarrollado por Pierre Bourdieu para explicar cómo trabaja la dominación en un ámbito íntimo, mediante el no reconocimiento de las estructuras de poder por parte de los dominados, los cuales colaboran en su opresión cada vez que perciben y juzgan el orden social mediante categorías que hacen que el mismo parezca natural y evidente por sí mismo.

Philippe Bourgois
Philippe Bourgois es profesor de Antropología y Medicina familiar y comunitaria en la Universidad de Pensilvania. Ha publicado numerosos artículos sobre pobreza, drogas, tensiones étnicas, violencia y sida. En el 2009 publicó Righteous Dopefiend, un estudio etnográfico que documenta con fotos doce años en la vida de una comunidad de heroinómanos y consumidores de crack que viven en las calles de San Francisco. Actualmente, investiga las relaciones entre pobreza, drogas y violencia en la comunidad puertorriqueña al norte de Filadelfia.

2.3.La ley de la conservación de la violencia de Bourdieu

Bourdieu, en su obra Meditaciones pascalianas, identifica «la inclinación de la violencia engendrada por una temprana y constante exposición a la violencia como uno de los efectos más trágicos de la condición de dominado» (Bourdieu, 1999). La idea del autor es que la violencia es recibida por la gente desde las estructuras de poder y después es dirigida contra los propios compañeros también dominados. La cadena causal es la siguiente:

«La violencia que se ejerce cada día en las familias, fábricas, talleres, bancos, oficinas, comisarías de policía, prisiones, incluso hospitales y escuelas, etc. es, en el último análisis, el producto de la “violencia inerte” de las estructuras económicas y mecanismos sociales transmitidos por la violencia activa de la gente».

Bourdieu (1999).

Pierre Bourdieu
Pierre Bourdieu (1930-2002) ha sido uno de los pensadores contemporáneos más prestigiosos y polémicos, y uno de los inspiradores intelectuales del movimiento antiglobalizador. Sus aportaciones son muy relevantes en varios campos: la etnografía, el arte, la literatura, la educación o la política. El trabajo de Bourdieu se dedica a la superación de las antinomias que, según su planteamiento, bloquean los avances en las ciencias sociales desde su propio interior, como por ejemplo el antagonismo entre el conocimiento objetivo y el conocimiento subjetivo, o la separación entre la dimensión simbólica y la dimensión material de la vida social.
Bourdieu (2000) propone el concepto de ley de la conservación de la violencia, con el cual intenta dar cuenta de las consecuencias de las economías neoliberales:

«No se puede hacer broma con la ley de la conservación de la violencia: toda violencia se paga. [...] La violencia estructural ejercida en los mercados financieros, en forma de despidos, pérdida de seguridad laboral, etc., antes o después se transforma en suicidios, delincuencia, drogadicción, alcoholismo y las pequeñas y grandes violencias cotidianas».

Bourdieu (2000).

«En Estados Unidos, la fusión de la violencia estructural y simbólica produce patrones especialmente destructivos y persistentes de violencia interpersonal, que refuerzan la legitimidad de la desigualdad social. El racismo, el desempleo, la explotación económica y la decadencia infraestructural son exacerbados por la indignidad de ser una persona pobre, de color, en un país dominado por blancos protestantes, que es el más rico de mundo. Esto alimenta una sensación de inferioridad entre los excluidos que se traduce en acciones de violencia autodestructiva o descomunal, que impulsa un ciclo de humillaciones y autoculpabilización de efecto desmovilizador. Paralelamente a esta dinámica, crece una cultura de oposición en las calles del centro de la ciudad –especialmente entre los jóvenes– que llena el vacío dejado por el desempleo y la falta de inversión social.»

Bourgois (2005, p. 30).

Un ejemplo de esta cuestión es la revuelta que protagonizaron miles de jóvenes de la segunda y tercera generación de inmigrantes, que quemaron los coches de sus propios vecinos, atacaron equipamientos públicos, destrozaron mobiliario urbano y se enfrentaron a la policía en la banlieue, en París, en otoño del 2005. Lo que sorprende de estos hechos es que los jóvenes no tenían líderes, ni organizaciones estructuradas, ni objetivos, ni ninguna finalidad explícita o reivindicaciones concretas. Según Castel (2010), el conflicto proviene del hecho de que estos jóvenes no están ni dentro ni fuera de la sociedad, y son rechazados por su origen étnico. Son ciudadanos franceses que han disfrutado de la educación y de prestaciones sociales del Gobierno, que han sido ciudadanos de derecho, iguales ante la ley francesa, pero al mismo tiempo han estado viviendo en barrios periféricos que se han ido degradando, son continuamente confrontados con la imposibilidad de encontrar trabajo y son perseguidos por la policía y el aparato judicial.
La interpretación que propone Castel para comprender el comportamiento de los jóvenes es que son protagonistas de una contradicción y que su violencia aparentemente ciega es una respuesta de carácter nihilista al callejón sin salida en el que se encuentran. Sin embargo, este argumento se tiene que precisar; no se puede explicar su situación considerándolos excluidos confinados en guetos. Estos jóvenes no son excluidos porque comparten muchas prácticas comunes a la gente de su edad y porque tienen los mismos derechos que los de la ciudadanía francesa. «De forma que el problema al que se enfrentan estos jóvenes no es el de estar fuera de la sociedad, ni el espacio que ocupan (el suburbio no es un gueto) ni su estatus (muchos son ciudadanos y no extranjeros). Pero tampoco están dentro, porque no ocupan un lugar reconocido y muchos no parecen capaces de prepararse para encontrar uno. Si hubo una revuelta de desesperación, es porque los jóvenes tenían la convicción de estar desprovistos de futuro y los recursos necesarios para ser reconocidos como miembros de pleno derecho de la sociedad. Su exilio es un exilio interior que los lleva a vivir en negativo, en forma de promesas no mantenidas, su relación con las oportunidades y con los valores que se considera que encarna la sociedad francesa» (Castel, 2010, p. 59).

«“Libertad, igualdad, fraternidad, pero no en las banlieus”: este eslogan, tantas veces repetido en las noches de los disturbios, expresa la conciencia de la negación de derecho de la que se sienten objeto estos jóvenes.»

Castel (2010, p. 61).

A la desgracia de ser pobre y estar abandonado a la incertidumbre del futuro, se añade un profundo sentimiento de injusticia. «El factor etnorracial refuerza el desamparo social y se inscribe en una lógica de discriminación negativa. La reacción de los jóvenes del suburbio se podría entender, al menos en parte, como una revuelta cívica ante el déficit de ciudadanía que sufren» (Castel, 2010, p. 62).
Para relacionarlo con el hecho de la violencia estructural y simbólica, cabe decir que en Francia se ha creado una imagen estereotipada de los suburbios y de sus problemas. Los medios reproducen la imagen de un territorio sin ley donde dominan la violencia, el extremismo islámico, la inseguridad ciudadana y la precariedad. Imagen que es mantenida por la policía y los políticos. En palabras de Castel, este hecho «justifica la formulación de esta cuestión de los suburbios en términos de reconquista casi militar, como si para erradicar el mal bastara con criminalizar a la “gentuza” para recuperar la paz civil y la armonía social. Esta teoría es desmentida por los observadores sobre el terreno» (Castel, 2010, p. 53).
Los medios de masas (mass media) fabrican la realidad mediática, que no deja de ser la construcción de una ficción. Todos podemos constatar que determinadas televisiones ofrecen telediarios en los que se concentran delitos y crímenes violentos rodeados de un sensacionalismo exacerbado; el que mira –el ciudadano «normal»– es el representante del bien, mientras que el violento o el asesino es el representante del mal. Evidentemente, hay una relación entre estos contenidos y el interés de la gente por verlos; podríamos decir que nos quedamos adheridos a las imágenes repetitivas de las escenas violentas. Nosotros, tanto si queremos como si no, somos protagonistas privilegiados. Podemos decir que la violencia que vivimos como ajena forma parte de nuestro universo simbólico.
La violencia es un proceso inherente a todos nosotros, aunque a veces se trate como una materia oscura invisible; los actos violentos no son hechos aislados y todos tenemos una responsabilidad sobre los mismos.
Según Ubieto (2007, p. 173), «no se trata de una lógica restringida al sujeto, ni tan solo al núcleo familiar. Hay un orden simbólico que crea las condiciones a partir de las cuales cada uno, de manera particular, lo hace suyo, lo subjetiviza».

Resumen

La violencia es un fenómeno cotidiano, determinado por la concepción cultural y el tratamiento mediático. En nuestra cultura, la violencia se presenta como una fuerza oscura, con manifestaciones muy distintas. Por este motivo, es necesario estudiar diferentes teorías y ampliar nuestra visión para establecer una dialéctica entre todas estas teorías.
Conviene no pasar por alto la carga que hay detrás del término violencia y el papel del Estado moderno en el desarrollo de esta violencia. Partimos de la idea de que el ser humano es agresivo por naturaleza, puesto que tiene tendencia a buscar la satisfacción propia y es la cultura la que facilita la renuncia a las propias satisfacciones.
En el contexto social y cultural, la violencia adquiere un cariz negativo; esta concepción se ha modificado a lo largo del tiempo como resultado de valoraciones sociales, políticas y culturales, y ha generado un discurso.
Lejos de ser un problema, Delgado plantea que la violencia puede tener diferentes funciones: como forma de comunicación, como forma de mantener el vínculo y con una clara función social.
Norbert Elias estudia las sociedades modernas y cómo los individuos canalizan la agresividad hacia formas legitimadas. Este control de la agresividad se interioriza de tal manera que cualquier muestra violenta actual o histórica se considera como incivilizada.
Los estados modernos han monopolizado la fuerza y han planteado un rechazo intenso a las expresiones de la agresividad, considerándola como violencia ilegítima. Por el contrario, la violencia que ejerce el Estado es vista como violencia legítima. La primera se ve como una violencia animal y primaria; la segunda, como una violencia uniformada y con una finalidad determinada.
Bourdieu plantea que la violencia es recibida por la gente desde las estructuras de poder y es dirigida posteriormente contra los propios compañeros también dominados. El autor propone su «ley de conservación de la violencia» y avisa de las graves consecuencias que tendrá en las economías. Los efectos de la violencia estructural volverán a la población en forma de grandes violencias cotidianas.
La violencia es un proceso inherente a todos nosotros, aunque a veces se trate como una materia oscura invisible; los actos violentos no son hechos aislados y todos tenemos una responsabilidad sobre ellos.

Glosario

fenómeno m
Aspecto, en filosofía, que ofrecen las cosas ante nuestros sentidos; es decir, el primer contacto que tenemos con las cosas, lo que denominamos experiencia. Cuando se habla del fenómeno de la violencia, se hace referencia a un hecho social observable y analizable de manera independiente. Fundamentalmente, se puede entender un hecho social como un ámbito específico de las relaciones entre los individuos, cuyo estudio necesita una perspectiva propia y diferente desde varias disciplinas. El término fenómeno proviene del griego φαινόμενoν, ‘apariencia, manifestación’.
instinto m
Concepto puramente biológico, propio del estudio de la etología animal. Mientras que los animales son impulsados por los instintos (relativamente rígidos e invariables), la sexualidad humana es una cuestión de pulsiones (muy variables y que nunca llegan al objeto) (Evans, 2005, p. 12).
psicogenético -a adj
Dicho de la perspectiva desde la cual queremos mostrar qué factores psicológicos tienen un papel destacable en la constitución de un fenómeno.
pulsión f
Término utilizado por Sigmund Freud a partir de 1905; se convirtió en un concepto técnico principal de la doctrina psicoanalítica como designación de la carga energética que está en la fuente motriz del organismo y del funcionamiento psíquico del hombre. Se diferencia del instinto, que Freud reducía al componente animal. Con el concepto de pulsión se trata de transmitir la idea de empuje, independientemente de la orientación y de la meta. Empuje hacia una meta que es suprimir la tensión y generar satisfacción.
sociogenético -a adj
Dicho de la perspectiva desde la cual queremos mostrar qué factores sociológicos tienen un papel destacable en la constitución de un fenómeno.
violencia legítima o ilegítima f
Todo fenómeno dentro del orden social se encuentra sometido a la aprobación o desaprobación de los individuos que lo reproducen. La actitud de los individuos en este orden se apoya no solo en la persecución de los propios intereses, sino que también lo hace en un orden normativo que nos ofrece razones (valores, normas) para aceptar o rechazar el medio social que nos rodea. La violencia ilegítima tiene lugar cuando los individuos que la ejercen no pueden justificar su comportamiento apelando al orden normativo comúnmente aceptado y, por lo tanto, no pueden disfrutar de la aprobación de los otros. En cambio, la violencia legítima sí dispone de la aprobación explícita o implícita de los miembros de la sociedad. La historia del Estado moderno se caracteriza por el intento de monopolizar el uso de aquella violencia que nos resulta justificable: los individuos, por ejemplo, no pueden castigar a un criminal por su cuenta, sino que solo lo puede hacer el Estado.

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