Violencia de género y acción socioeducativa

  • Gemma Linares Molinas

     Gemma Linares Molinas

    Educadora social. A comienzos de su carrera profesional, trabajó con adolescentes tutelados y jóvenes extuteladas por la Dirección General de Atención a la Infancia y la Adolescencia. Después se especializó en el acompañamiento a mujeres en situación de violencia y sus hijas e hijos, campo en el que tiene diecisiete años de experiencia. Actualmente, es directora de un recurso especializado en violencia machista. Además, compagina el trabajo con formación presencial y en línea para profesionales del campo social, específica sobre el tema. Es coautora del documento «Els serveis d’acolliment i recuperació. Una resposta integral a la violència masclista», de enero del 2010.

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Índice

Introducción

Dentro de la denominada violencia familiar, encontramos la violencia en los menores, la gente mayor, las personas enfermas y también la violencia en la pareja. En el material que hay a continuación, nos referiremos exclusivamente a esta última, y más específicamente a la violencia machista, aquella que afecta a las mujeres directamente por el hecho de serlo.
La Organización de las Naciones Unidas, en la Conferencia Mundial de 1995, celebrada en Pekín, define la violencia contra las mujeres de la manera siguiente:

«Todo acto basado en el género que tiene como resultado posible o real un daño físico, sexual o psíquico, incluidas las amenazas, la coerción o la privación arbitraria de libertad, que se da tanto en la vida pública como en la privada. [...] Es una manifestación de las relaciones de poder históricamente desiguales entre hombres y mujeres, que han conducido a la dominación de la mujer por el hombre, la discriminación de la mujer y la interposición de obstáculos contra su pleno desarrollo. La violencia contra la mujer a lo largo de su ciclo vital se deriva especialmente de pautas culturales, en particular de los efectos perjudiciales de algunas prácticas tradicionales [...]».

La violencia contra las mujeres es una forma de violencia enmarcada dentro de las relaciones de abuso, en la cual la persona que ejerce la violencia tiene una posición de poder, claramente asimétrica, sobre la persona que es objeto de la misma. La violencia que ejerce sobre la mujer es el instrumento para mantener este poder, en el contexto de una relación de desigualdad, en el que la mujer es entendida como «objeto pasivo», propiedad del agresor, que puede utilizar cualquier tipo de estrategia para conseguir su fin. La sociedad patriarcal es el contexto que legitima y perpetúa este tipo de violencia.
La evolución del concepto de violencia de género, y la visibilización de este fenómeno, que hasta hace unos años estaba circunscrito al ámbito privado, hace posible que avancemos en el conocimiento de las causas y consecuencias que tiene. Cada vez más, la sociedad, las mujeres y los hombres que la conformamos somos más conscientes de la repercusión que tiene tanto en el ámbito individual como en el social y nos pronunciamos en contra de esta forma de abuso.
Conocer los mecanismos de la violencia nos tiene que permitir abordarla desde una perspectiva de globalidad y plantear la prevención como la herramienta principal para la erradicación de la violencia contra las mujeres.

Objetivos

Los objetivos que tenéis que alcanzar mediante el trabajo con el material didáctico del módulo son los siguientes:
  1. Aproximaros al conocimiento del fenómeno de la violencia de género y las causas de la existencia de este fenómeno.

  2. Conocer e identificar los diferentes tipos de violencia que se ejerce contra las mujeres en el ámbito de la pareja.

  3. Tener conocimiento de las consecuencias de la violencia de género en las mujeres.

  4. Comprender el abordaje de la violencia machista desde la perspectiva de la prevención.

  5. Adquirir y desarrollar herramientas para ejercer el rol profesional ante personas con este problema específico.

1.Contextualización de la violencia sobre las mujeres. Género y patriarcado

Para comprender a qué nos referimos cuando hablamos de violencia machista, hay que hacer un repaso previo a una serie de conceptos que contextualizan este problema.

1.1.El sistema sexo-género

El término sexo hace referencia a los aspectos anatómicos y fisiológicos de la persona, describe la diferencia biológica entre mujeres y hombres. El sexo de una persona no determina necesariamente su comportamiento. Da lugar a dos posibilidades: macho y hembra. Un ejemplo de lo que determina el sexo es la afirmación siguiente: solo las mujeres pueden parir.
El género hace referencia a los aspectos psíquicos y sociales. Designa lo que la sociedad atribuye a cada sexo. Se refiere a la construcción social del hecho de ser mujer u hombre, a la interrelación entre los dos y a las diferentes relaciones de poder/subordinación en las que se presentan estas relaciones (Oxfam, 1997). Las posibilidades son femenino y masculino.
Estas definiciones corresponden, conceptualmente, al feminismo de la segunda ola (mediados del siglo XX). Aunque posteriormente las corrientes feministas han revisado y ampliado estas definiciones, las hemos elegido en este documento porque nos parecen bastante comprensibles y suficientes para describir brevemente nuestro contexto sociocultural.

1.2.Estereotipos y roles de género

Según Henri Tajfel (1981), un estereotipo es:

«Una imagen mental muy simplificada (en general) de alguna categoría de personas, institución o acontecimiento que es compartida, en sus características esenciales, por un gran número de personas [...]. Los estereotipos van a menudo, aunque no necesariamente, acompañados de prejuicios, es decir, de una predisposición favorable o desfavorable hacia cualquier miembro de la categoría en cuestión».

Por lo tanto, diremos que los estereotipos son conjuntos estructurados de conceptos y creencias compartidos culturalmente sobre un grupo de personas, que generan expectativas en relación con su comportamiento.
Son generalizaciones que convierten a un grupo en diferente de los otros. Se caracterizan por el hecho de hipersimplificar la realidad y ser muy resistentes al cambio.
Los estereotipos se transmiten mediante el proceso de socialización. Cuando nace un bebé, inmediatamente sabemos si es niño o niña. A partir de este momento, los clasificamos según el sexo y les atribuimos unas capacidades y potencialidades diferentes. Más adelante, las expectativas en relación con su conducta son distintas: mientras que se espera y se valora que la niña sea cariñosa, al niño le atribuimos una conducta más relacionada con la acción (tiene que ser revoltoso, travieso, etc.).
Cuando los estereotipos son negativos, pueden aparecer los prejuicios, es decir, aquellas actitudes injustificadamente negativas hacia un grupo, y sobre sus miembros individualmente, que tienen como efecto final la discriminación.
Los estereotipos de género son aquel grupo de creencias compartidas sobre las características psicológicas y sobre los roles de las mujeres y de los hombres.
El comportamiento esperado de las mujeres es aquel que hace referencia a la feminidad, y el de los hombres, a la masculinidad. Así se definen los diferentes roles que cada uno de nosotros debe tener en la sociedad.
Los estereotipos asociados a la feminidad son aquellos que hacen referencia a la expresión de emociones, del cuidado de los otros, de sumisión y pasividad. Los masculinos están vinculados a la acción, la agresividad, el poder, la resolución.
Las mujeres adecúan el comportamiento a los estereotipos establecidos, para sentirse parte de la normalidad. Y los hombres tienen una serie de expectativas sobre la «feminidad» que tiene que caracterizar a las mujeres. Al mismo tiempo, también las tienen sobre la manera en que deben vivir su propia masculinidad. Como consecuencia de ello, podemos decir que ni las mujeres ni los hombres son libres realmente de expresar sus deseos y comportamientos, puesto que hay que ajustarlos a las expectativas que de los mismos tiene la sociedad, de forma que es posible que no se sientan reflejados parcial o totalmente en el modelo de género aceptado por la mayoría. ¿Cuántas veces hemos visto reprimir las expresiones emotivas, como por ejemplo el llanto, en un niño (con frases como «los niños no lloran» o «llorar es de niñas»)?
Como roles sexuales, entendemos aquellas actividades de trascendencia social en las que los dos sexos participan con una frecuencia diferente. Se considera que algunos son propios de la mujer y otros lo son del hombre.
Los roles sexuales masculinos están determinados por el carácter instrumental (acción, resolución), y los femeninos, por el carácter expresivo (satisfacción de necesidades afectivas de los otros).
Uno de los lugares donde más se visibiliza esta distribución de roles es en el ámbito laboral, en el que encontramos trabajos de cariz productivo, reproductivo y comunitario (esto es lo que se denomina división sexual del trabajo). Vemos que, a pesar de que las mujeres van ganando terreno en el trabajo productivo (remunerado), continúan encabezando los trabajos de tipo reproductivo y comunitario (no remunerados). Habitualmente, son las mujeres las que compatibilizan tareas de cariz productivo con las reproductivas o comunitarias en mucha mayor medida que los hombres. Además, el reconocimiento social y el valor que se otorga a las tareas remuneradas son superiores a los que se atribuye al resto.

1.3.Androcentrismo y sociedad patriarcal

El androcentrismo es una visión parcial del mundo, en la que los hombres son el centro y la medida de todo. Lo masculino es valorado por encima de lo considerado femenino. Se establece una jerarquía en torno al sexo, en la que los hombres dominan a las mujeres. Desde esta posición de supremacía, solo se tiene en cuenta el punto de vista masculino. El hombre se convierte en el máximo representante de la humanidad, y se universalizan los valores masculinos en la sociedad.
El patriarcado es una forma de organización social androcéntrica, en la que los valores sociales asociados al género masculino tienen el poder y mantienen sometidos los valores asociados al género femenino.
Nuestra sociedad, la del siglo XXI, es una sociedad patriarcal. A menudo vemos ejemplos de discriminación contra las mujeres en el terreno laboral, en la distribución de las tareas en la casa y, evidentemente, en las instituciones de poder, en las que la presencia femenina todavía es muy exigua. Si tenemos en cuenta que todo el mundo ha sido socializado en un entorno de perspectiva androcéntrica, y reconocemos la calidad inconsciente del sistema de transmisión de nuestras creencias, podremos reflexionar sobre la dificultad de romper este engranaje que perpetúa la inferioridad de oportunidades de las mujeres.

«El patriarcado es la manifestación e institucionalización del dominio masculino sobre las mujeres y criaturas dentro de la familia, y la extensión de este dominio masculino sobre las mujeres a la sociedad en general. Esto supone que los hombres tienen el poder en todas las instituciones importantes de la sociedad y que las mujeres se ven privadas de acceder a este poder. En cambio, no implica que las mujeres no tengan ningún tipo de poder o que las hayan privado completamente de derechos, influencia y recursos.»

Gerda Lerner (1990).

¿Es sexista nuestra sociedad?
Así pues, ¿podemos considerar que vivimos en una sociedad en la que no hay diferencias entre las personas de distinto sexo? ¿Estamos todos igualmente implicados en el reparto de las tareas domésticas y el cuidado de los miembros de la familia? ¿Tenemos las mismas oportunidades y trato en el ámbito laboral? ¿Y la misma presencia en los lugares de poder de instituciones públicas y privadas? ¿Dedicamos el mismo tiempo a las actividades de ocio? Más allá de las consideraciones individuales, una mirada a nuestro alrededor nos puede sugerir la respuesta a estos interrogantes. La existencia de diferencia de oportunidades entre los dos sexos, que es un hecho objetivable, la concepción patriarcal de las relaciones (personales e institucionales) y el binomio dominio-sumisión que esto supone son los ingredientes básicos que, en grandes dosis, y acompañados por otros factores de tipo personal y relacional, pueden adobar el terreno para que germine una situación de violencia que permita y asegure la posibilidad de ejercer un abuso sobre otra persona, en beneficio de quien lo ejerce.
A modo de ejemplo, si somos conscientes de la importancia del juego en la evolución de los niños, podremos reflexionar sobre el hecho de adjudicarles juguetes que contribuyen a perpetuar los estereotipos de género. Así, regalamos juguetes de cariz instrumental a los niños y los relacionados con el juego simbólico imitativo del rol materno tradicional a las niñas.
Como dice Pierre Bourdieu:

«Cuando los dominados aplican a quien los domina unos esquemas que son el producto de la dominación, o, dicho de otro modo, cuando sus pensamientos y sus percepciones están estructurados de acuerdo con las propias estructuras de la relación de dominación que se les ha impuesto, sus actos de conocimiento son, inevitablemente, unos actos de reconocimiento, de sumisión».

Bourdieu (2000, p. 26).

Como vemos, este documento da testimonio de la imagen estereotipada de la mujer. Es de principios del siglo XX. Aunque parezca que ha pasado mucho tiempo, todavía no hace ni cien años de esto.
Como vemos, este documento da testimonio de la imagen estereotipada de la mujer. Es de principios del siglo XX. Aunque parezca que ha pasado mucho tiempo, todavía no hace ni cien años de esto.

2.Violencia machista

Una vez hemos visto el contexto sociocultural que favorece las desigualdades entre las mujeres y los hombres, entraremos a fondo en lo que queremos decir cuando hablamos de violencia contra las mujeres, que a lo largo del tiempo se ha denominado de distintas maneras. Ya sabemos que el uso del lenguaje muestra el ideario sobre un determinado fenómeno y la consideración que tenemos del mismo.

2.1.¿Qué es la violencia machista? Evolución del concepto

Desde que se empezó a visibilizar, la violencia contra las mujeres ha sido denominada de distintas maneras.
De manera menos específica, se ha incluido dentro de la violencia familiar (aquella que se da entre miembros de la misma familia, ya sea en la pareja o entre hermanas o hermanos, en maltratos infantiles, a gente mayor y de hijas o hijos a padres).
El término violencia doméstica hace referencia al maltrato entre personas que comparten el hogar familiar, tanto si tienen relación de parentesco como si no.
Hay autores que se refieren a violencia en la pareja, entendiendo que la violencia se da tanto en parejas heterosexuales como homosexuales.
Pero lo que predomina en las relaciones de pareja abusivas es la violencia de género, es decir, la violencia contra las mujeres ejercida por hombres, donde el género del agresor y el de la víctima están íntimamente unidos a la explicación de la violencia. De manera específica, es la que afecta a las mujeres solo por el hecho de ser mujeres y que ejercen algunos hombres con el objetivo de mantener el dominio y el control.
Con la Ley 5/2008, del derecho de las mujeres a erradicar la violencia machista, se introduce este concepto, porque se entiende que el machismo es el concepto que, de manera más general, define las conductas de dominio, control y abuso de poder de los hombres sobre las mujeres y que, a la vez, ha impulsado un modelo de masculinidad que todavía es valorado por una parte de la sociedad como superior.
Concretamente, define la violencia machista como «la violencia que se ejerce contra las mujeres, como manifestación de la discriminación y de la situación de desigualdad en el marco de un sistema de relaciones de poder de los hombres sobre las mujeres, y que, producida por medios físicos, económicos o psicológicos, incluidas las amenazas, intimidaciones o coacciones, tenga como resultado un daño o sufrimiento físico, sexual o psicológico, tanto si se produce en el ámbito público como en el privado».
Ley 5/2008, del derecho de las mujeres a erradicar la violencia machista.
Actualmente, toda esta diversa terminología todavía tiene vigencia y se utiliza de manera indistinta, aunque la tendencia es emplear el término que aparece en la Ley.

2.2.Ámbitos en los que se puede dar la violencia machista

La violencia machista, tal y como se prevé en la Ley 5/2008, del derecho de las mujeres a erradicar la violencia machista, se puede manifestar en algunos de los ámbitos siguientes:
  • Violencia en el ámbito de la pareja: es la violencia ejercida contra una mujer, por el hombre o por la persona que tiene o ha tenido relaciones similares de afectividad.

  • Violencia en el ámbito familiar: consiste en la violencia ejercida contra las mujeres y las menores de edad en el seno de la familia, por miembros de la misma familia, en el marco de las relaciones afectivas y de los vínculos del entorno familiar.

  • Violencia en el ámbito laboral: consiste en la violencia que se puede producir en el centro de trabajo y durante la jornada laboral, o fuera del centro de trabajo y del horario laboral si tiene relación con el trabajo, y que puede ser de dos tipos:

    • Acoso por razón de sexo: cualquier comportamiento no querido relacionado con el sexo de una persona con ocasión del acceso al trabajo remunerado, la promoción en el puesto de trabajo, la ocupación o la formación, que tenga como propósito o produzca el efecto de atentar contra la dignidad de las mujeres y de crearles un entorno intimidador, hostil, degradante, humillante u ofensivo.

    • Acoso sexual: cualquier comportamiento verbal, no verbal o físico no querido de índole sexual que tenga como objetivo o produzca el efecto de atentar contra la dignidad de una mujer o de crearle un entorno intimidador, hostil, degradante, humillante, ofensivo o molesto.

  • Violencia en el ámbito social o comunitario: puede presentar las formas siguientes:

    • Agresiones sexuales: violencia física y sexual contra las mujeres y las menores de edad, en la que el sexo se utiliza de manera premeditada como arma para demostrar poder y abusar de ellas.

    • Acoso sexual.

    • Tráfico y explotación sexual de mujeres y niñas.

    • Mutilación genital femenina o riesgo de sufrirla: incluye cualquier procedimiento que implique o pueda implicar una eliminación total o parcial de los genitales femeninos o produzca lesiones en los mismos, aunque haya consentimiento expreso o tácito de la mujer.

    • Matrimonios forzados.

    • Violencia derivada de conflictos armados: incluye el asesinato, la violación, la esclavitud sexual, el embarazo forzado, el aborto forzado, la esterilización forzada, la infección intencionada de enfermedades, la tortura o los abusos sexuales.

    • Violencia contra los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres, como por ejemplo los abortos selectivos y las esterilizaciones forzadas.

Además, la Ley prevé como violencia machista «cualesquiera otras formas análogas que lesionen o sean susceptibles de lesionar la dignidad, la integridad o la libertad de las mujeres».

2.3.Características de la violencia contra las mujeres

  • Es aquella que afecta a las mujeres por el solo hecho de serlo. Es ejercida por algunos hombres para mantener el control y el dominio sobre las mujeres.

  • Es un rasgo social y, al mismo tiempo, un fenómeno individual. A pesar de que en un caso de violencia machista sea un solo individuo quien lleve a cabo la agresión, detrás hay una determinada organización social que lo permite y unas pautas culturales que lo legitiman.

  • Deriva de la desigualdad de poder entre hombres y mujeres, consecuencia de los estereotipos de género, la idea de superioridad masculina y los valores que refleja el código patriarcal.

  • Tiene un carácter instrumental. La violencia machista no es un fin en sí misma, sino que es un instrumento de dominación y control social hacia las mujeres. La violencia intenta domesticar a la mujer, se utiliza para mantener el vínculo que la sujeta, de forma que obstaculiza su autonomía y libertad.

  • Es estructural e institucional. La violencia contra las mujeres no es un fenómeno aislado ni circunstancial en las relaciones entre hombres y mujeres, sino que constituye un aspecto estructural de la organización del sistema social. Se trata de un fenómeno transversal a todas las clases sociales y que aparece en las diferentes etapas del ciclo vital.

  • Es ideológica. Muchas veces no se entiende por qué la mujer no se resiste ante la violencia machista ni por qué continúa en una relación marcada por la violencia. Para responder a este interrogante, hay que tener en cuenta los aspectos ideológicos y estructurales de la violencia, la importancia de las dependencias sociales y psicológicas, además de las económicas, que vinculan a las mujeres con sus agresores. El código patriarcal no afecta solo a las creencias de los hombres, sino también a las de las mujeres, que entienden que su éxito personal está vinculado con el matrimonio estable y la unión familiar. Su vida y su existencia social se justifican en la dependencia respecto a un hombre.

  • Está por todas partes. La idea de la sumisión de la mujer como una manera de asegurar la paz en el matrimonio está todavía muy presente. Incluso en algunas parejas en las que no hay violencia física, no es infrecuente hacer alusiones a la misma como forma de aviso a la mujer para mantener el orden establecido de superioridad masculina en la pareja.

  • Afecta a todas las mujeres. A pesar de que la violencia no se reparte equitativamente entre todas las mujeres, supone una amenaza potencial para todas, por el hecho de que va dirigida a su grupo. Es un fenómeno que las afecta colectivamente, puesto que influye en el conjunto de la sociedad y refuerza el poder simbólico del hombre, en detrimento de los derechos de las mujeres.

  • No es natural, es aprendida. La violencia no es un comportamiento natural, es una actitud aprendida mediante la socialización. Los valores que sostienen el aprendizaje de la violencia como forma de dominación de las mujeres son el sexismo y la misoginia.

  • Es tolerada socialmente. La violencia contra las mujeres ha sido tolerada tradicionalmente como un hecho «natural» y transmitida de este modo a niñas y niños, y también en los modelos masculinos y femeninos que se presentan sirviéndose de los medios de comunicación. Hay una cierta aceptación en el ámbito social de la violencia o, al menos, no se rechaza de manera definitiva. Esto puede hacer dudar a la mujer del apoyo que puede recibir si hace pública su situación de violencia.

Ejemplos de refranes populares
  • «A la mujer y a la burra, cada día una zurra.»

  • «A la mujer y a la cabra, soga larga.»

  • «A la mujer bailar y al asno rebuznar, el diablo se lo debió de enseñar.»

  • «A la mujer casada y casta, el marido le basta.»

  • «Piedra rodadera no es buena para cimiento, ni mujer que muchos ama lo es para casamiento.»

  • Pasa desapercibida y es difícil de advertir. Se trata de un hecho estructural en la mayoría de las sociedades, lo que la hace difícil de percibir. Ha sido necesario empezar a denunciar la violencia contra las mujeres para hacerla visible. Es un fenómeno que se retroalimenta: no es posible ver la violencia si no se considera que es un problema, y solo es posible definirla como problema después de haberla hecho visible.

2.4.Tipología de violencia contra las mujeres en el ámbito de la pareja

Según prevé la Ley 5/2008, del derecho de las mujeres a erradicar la violencia machista, esta violencia se puede ejercer en alguna de las formas siguientes:
  • Violencia física: cualquier acto u omisión de fuerza contra el cuerpo de una mujer, con el resultado o el riesgo de producirle una lesión física o un daño. Incluye desde empujones, bofetadas, zarandeos, lanzamiento de objetos, etc., hasta palizas, uso de armas o asesinato.

  • Violencia psicológica: toda conducta u omisión intencional que produzca en una mujer una desvalorización o un sufrimiento, por medio de amenazas, de humillación, de vejaciones, de exigencia de obediencia o sumisión, de coerción verbal, de insultos, de aislamiento o cualquier otra limitación de su ámbito de libertad.

  • Violencia sexual y abusos sexuales: cualquier acto de naturaleza sexual no consentido por las mujeres, incluida la exhibición, la observación y la imposición, por medio de violencia, de intimidación, de prevalencia o de manipulación emocional, de relaciones sexuales, con independencia de que la persona agresora pueda tener con la mujer o la menor una relación conyugal, o no, de pareja, afectiva o de parentesco.

  • Violencia económica: privación intencionada y no justificada de recursos para el bienestar físico o psicológico de una mujer y, si procede, de sus hijas o hijos, y la limitación en la disposición de los recursos propios o compartidos en el ámbito familiar o de pareja.

  • A veces, se diferencia como ámbito específico también la violencia ambiental: control de las relaciones sociales y familiares, con el fin de conseguir el aislamiento de la mujer. También se manifiesta con ruptura de objetos y violencia contra los animales domésticos.

Ejemplo de dos casos
Relato de S.: «A mí, pegarme, nunca me pegó. Solo me insultaba, me decía que era idiota, me escupía [...]. A veces me daba empujones; nunca me hizo daño... Esto no es pegar, ¿verdad?».
Relato de M.: «Lo peor eran las noches. Yo tenía que ir a dormir cuando él me lo decía. Entonces, no dejaba que me moviese para nada de la cama, ni para ir al lavabo. De hecho, de día, solo podía ir cuando él me lo mandaba, y sin estar mucho tiempo... Tampoco podía responder el teléfono, ni abrir la puerta, ni salir sola de casa...».

2.5.Mitos en torno a la violencia contra las mujeres

Los mitos son ideas presentadas como intocables, incuestionables, absolutas. Forman parte del sistema de creencias de una cultura o de una comunidad y expresan los principios fundamentales de la organización social.
Como fenómeno social, hay una serie de mitos en torno a la violencia machista profundamente arraigados en nuestra sociedad. Los que se presentan a continuación son algunos de ellos.
Mito: la violencia contra las mujeres afecta a un pequeño sector de la población.
Realidad: desde hace unos años, el fenómeno de la violencia machista se ha empezado a considerar un problema social, a medida que ha sido visibilizado y sacado a la luz pública. El hecho de que exista este tipo de violencia afecta al conjunto de la sociedad y no solo a las personas que directamente la sufren.
Cuando se hacen estudios epidemiológicos de la misma, los datos se obtienen de los servicios de atención a las víctimas (sanitarios, policiales, sociales, etc.), de forma que quedan fuera de su alcance todas aquellas situaciones que todavía no han sido públicamente denunciadas o reconocidas.
Mito: la violencia es un fenómeno que se da exclusivamente en las clases sociales bajas.
Realidad: la precariedad a escala económica y social es un factor de riesgo para las situaciones de violencia. Sin embargo, se encuentran casos de violencia machista en todas las clases sociales. Este mito hace patente el prejuicio contra las mujeres maltratadas, que se consideran personas con un bajo nivel económico y educativo, cuando en realidad podemos encontrar a mujeres médicas, abogadas, maestras, etc. que viven relaciones violentas.
Hay que tener en cuenta que las mujeres de las clases sociales más bajas son las que habitualmente acuden a los servicios de atención a las víctimas y a los recursos de atención social. Las mujeres con un nivel educativo y económico más alto tienen otros recursos para hacer frente a estas situaciones (abogados, mediación de la red, etc.) y también para mantener oculta su situación.
Mito: las mujeres maltratadas tienen problemas de salud mental.
Realidad: las personas sometidas a situaciones crónicas de violencia pueden desarrollar trastornos psicopatológicos, como depresión, estrés o ataques de angustia. Estas manifestaciones se consideran síntomas de enfermedad mental, en lugar de pensar que pueden ser indicadores de alguna situación altamente estresante como la violencia en la pareja. También se puede considerar que el hecho de tener alguna enfermedad psíquica o discapacidad puede situar a la mujer en una posición de dependencia que la puede hacer susceptible, en algunos casos, de sufrir algún tipo de maltrato.
Mito: las mujeres que son maltratadas por su compañero son masoquistas y por eso mantienen la relación.
Realidad: las mujeres en situación de violencia a menudo tienen sentimientos de culpa y de vergüenza que no les permite pedir ayuda. Hay otras razones de tipo emocional, ideológico y económico que pueden hacer que no se planteen poner fin a la relación. Más adelante, veremos la teoría del ciclo de la violencia, que nos ayudará a entender los posibles motivos de algunas mujeres para continuar manteniendo la relación.
Mito: las mujeres que reciben maltratos son las que provocan la situación.
Realidad: puede que determinadas conductas provoquen enojo, pero la conducta violenta es absolutamente responsabilidad de quien la lleva a cabo, puesto que no hay justificación para una respuesta violenta hacia la conducta del otro. Muchos hombres quieren justificar su conducta en las provocaciones, como una manera de rehuir responsabilidades. Además, las mujeres con parejas violentas desarrollan toda una serie de estrategias para intentar evitar la violencia y no provocar el enfado de su compañero.
Mito: los hombres maltratadores son enfermos mentales.
Realidad: a pesar de que algunos hombres que ejercen violencia tienen alguna enfermedad mental, los estudios realizados determinan que la proporción no es mayor que en el conjunto de la población.
Mito: el consumo de alcohol es la causa de las conductas violentas.
Realidad: el consumo de alcohol puede favorecer la emergencia de conductas violentas, como desinhibidor de la conducta que es, pero no las causa.
No todas las personas alcohólicas son violentas, ni todos los hombres violentos son alcohólicos.
Mito: el hombre que ejerce violencia no muestra nunca afecto hacia su pareja.
Realidad: en los momentos en que el hombre no está utilizando la coerción y la violencia, se puede mostrar como una pareja muy atenta. La teoría del ciclo de la violencia nos ayudará a entender cómo este comportamiento cariñoso mantiene a las mujeres en las relaciones violentas.

2.6.El ciclo de la violencia

A finales de los años setenta, Lenore Walker, a raíz de su trabajo con mujeres en situación de violencia, empezó una investigación para entender las causas por las que estas mujeres continuaban con sus agresores pese a haber sido sometidas a diferentes tipos de maltratos. Descubrió el carácter cíclico de los episodios de violencia; una vez se ha producido un episodio de violencia, es probable que se vuelva a producir, aunque el tipo de violencia y la duración de cada una de las fases diferentes en cada pareja puedan ser distintos y se pueda dar en diferentes etapas o momentos de la relación. La teoría del ciclo de la violencia (Walker, 1980) nos ayuda a entender lo que sucede en la mayoría de los casos y a darle una explicación.
La autora diferencia tres fases dentro de este ciclo:
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Fase de acumulación de tensión
Esta fase se caracteriza por las agresiones psicológicas e incidentes violentos de «baja intensidad» (pequeños golpes, empujones, etc.). La mujer hace todo lo posible por no provocar la ira del hombre y acepta su conducta abusiva como comportamiento totalmente legitimado en la relación. Cuando se da algún incidente, ella se identifica como responsable de la respuesta violenta del otro, considerando que esta respuesta ha sido desmesurada, pero a la vez alegrándose de que no haya sido peor.
Si bien la mujer se considera causante de la reacción violenta, piensa que son los factores externos (como por ejemplo los posibles problemas en el trabajo de su pareja o el abuso de ciertas sustancias) los que justifican la magnitud de la respuesta. Por eso, intenta mantener un cierto orden en algunos aspectos externos a la relación (por ejemplo, guardando las distancias con la familia extensa, para que no molesten al agresor). Después de que estos factores externos mejoren, hay cierta esperanza de que la relación empezará a funcionar.
A medida que crece la tensión, la mujer experimenta cada vez una mayor pérdida de control de la situación; debido al síndrome de la indefensión aprendida (que veremos más adelante cuando hablemos de las consecuencias), acepta que no tiene nada que hacer para detener el ciclo de la violencia. Al mismo tiempo, se produce un incremento de la sensación de miedo y de ira, aunque a menudo no reconocida ni aceptada por ella misma.
El agresor, por su parte, ante la aparente pasividad y aceptación de la situación abusiva por parte de su pareja, no hace nada por controlarse a sí mismo. Temiendo que su comportamiento pueda alentar el deseo de huir de su pareja, se vuelve extremamente vigilante, celoso y posesivo.
La tensión va en aumento, los incidentes son cada vez más frecuentes, hasta que llega la siguiente fase del ciclo.
Ejemplo de un caso
Relato de G.: «[...] yo intentaba tenerlo todo a punto cuando llegaba a casa. La cena estaba a punto, los niños en la cama, la ropa del día siguiente preparada... Todo. Pero nunca era suficiente, siempre había algo que yo no había hecho bien o que había descuidado... Si la cena estaba en la mesa, porque se enfriaría; si no lo estaba, porque le hacía esperar... Yo tenía la sensación de que hiciera lo que hiciera, me tocaría recibir... Todo lo hacía mal. Él gritaba y gritaba, daba puñetazos a la pared, se enfadaba...».
Fase de explosión o agresión
Esta fase se caracteriza por la descarga incontrolada de la tensión acumulada en la fase anterior. La falta de control y la mayor destructividad es lo que distingue esta segunda fase de la primera. Tampoco se puede prever la clase de violencia que se dará.
El factor ocasionante de la explosión suele ser externo (problemas laborales, abuso de alcohol, etc.) o bien se debe al estado emocional del hombre; por lo tanto, no suele ser causado por la conducta de la mujer agredida. El hombre violento acepta que la ira está descontrolada, y su mujer lo acepta también. Así, agrede a su pareja para aleccionarla, mientras ella recibe pasivamente las agresiones, por miedo a incrementar el nivel de violencia si intenta evitarlas.
Algunas veces, la fase de acumulación de tensión provoca un nivel de angustia tan elevado en la mujer que provoca la explosión de la violencia (ya sea consciente o inconscientemente, la mayoría de los casos), para llegar a la fase de la calma. Esto aporta una sensación transitoria de control de la situación.
Esta segunda fase es la más breve de todas. Normalmente dura de dos a veinticuatro horas, aunque en algunas situaciones se puede prolongar durante días.
Normalmente, las mujeres que reciben agresiones graves no suelen pedir ayuda inmediatamente después del incidente, a menos que requieran atención médica urgente. Durante las primeras horas, e incluso días, se pueden quedar en un estado de bloqueo emocional, con síntomas como depresión, indefensión y languidez.
Ejemplo de un caso
Relato de G.: «Aquel día, cuando lo vi entrar, supe que las cosas vendrían mal dadas. Había bebido, lo hacía a veces... Pensé que debía de haber tenido un mal día en el trabajo. No recuerdo qué dije o qué hice... Solo sé que de repente estaba encima de mí, pegándome... Golpes, bofetadas, patadas... Yo intentaba protegerme la cara; no quería que me quedaran marcas... Fui reculando y al final me caí por las escaleras del salón... Me quedé muy quieta. Estaba mareada. Al cabo de un rato, me arrastré hasta la cama; él se había ido. Me dolía mucho la pierna. Dormí, o perdí la conciencia, no lo sé. Me desperté de día. No podía mover la pierna, era lo peor. Intenté dormir otra vez, olvidarme de todo... Hasta que lo oí entrar en la habitación. Él mismo me tomó en brazos y me llevó al hospital... No sé por qué lo hizo; supongo que debía de tener miedo de que me muriese en casa...».
Fase de calma o luna de miel
La tercera fase se caracteriza por el comportamiento extremadamente amoroso y amable del agresor, que muestra arrepentimiento por la conducta violenta y expresa la voluntad de que no se vuelva a repetir. Según su percepción, no volverá a causar daño a su pareja, puesto que será capaz de controlarse. Además, ella ya habrá aprendido la lección, y él no se verá obligado a volver a maltratarla para que se comporte adecuadamente.
La mujer piensa que las cosas pueden cambiar; considera que la pérdida de control de su pareja no volverá a repetirse, y que el comportamiento amoroso de aquel momento es el representativo de su carácter y no las conductas violentas mostradas antes.
En este momento, la mujer tiene más posibilidad de pedir ayuda, puesto que el control y la presión de su pareja son menores. Pero su convencimiento de que la relación de pareja puede mejorar, hace que muchas veces no lo lleve a cabo. Además, a menudo el agresor consigue convencer a su familia y a sus amigos para que intercedan en favor de su perdón y hagan reflexionar a su mujer sobre las «terribles» consecuencias que podría tener romper la relación (sobre todo por sus hijos e hijas) o bien denunciar los hechos. En este punto, las creencias tradicionales sobre el amor y el matrimonio y sobre la idoneidad de la presencia de los dos progenitores en la crianza de los hijos e hijas cobran peso. Ella se perfila como la ayuda necesaria para que el agresor, muchas veces convertido en víctima, pueda abandonar el comportamiento violento.
Por lo tanto, la relación de dependencia mutua se intensifica en esta fase.
Esta fase suele ser más larga que la segunda y más breve que la primera. La mayoría de las veces, los pequeños incidentes vuelven a aparecer en un periodo no muy largo, vuelven a dar paso a la fase de acumulación de tensión y se inicia un nuevo ciclo de maltrato.
Ejemplo de un caso
Relato de N.: «La primera vez que me pasó, pensé que había sido un error, que no era posible. Seguro que yo me había equivocado, que no recordaba las cosas tal como habían pasado... No era posible que me hubiera hecho daño; él me quería... Me lo decía a todas horas. Desde que había pasado “aquello” solo se preocupaba de mí... Pobre, se le veía realmente afectado, triste... Tenía tantos problemas... Decía que solo yo podía ayudarlo, que me necesitaba... Y era verdad, pensaba yo; yo lo conozco, lo entiendo, y sé cómo hacerlo feliz... Además, estaba tan cariñoso, tan atento... Y con los niños, muy bien, era un buen padre. Lo querían mucho...».
Algunos autores consideran que la teoría del ciclo de la violencia victimiza a la mujer y la sitúa en un papel pasivo ante la violencia, rol que la incapacita para el cambio y para poner fin a la situación de maltrato. Lenore Walker sitúa a la mujer como «víctima», en contraposición a «culpable» (responsable de recibir violencia). Esta victimización de la mujer es dada por el papel que le ha otorgado la sociedad patriarcal. Esta autora, además, reconoce en las mujeres maltratadas la calidad de supervivientes a la situación de violencia vivida.
Para que la mujer se pueda desplazar de la posición de víctima a superviviente, hace falta que pueda reconocer que ha sufrido una situación de abuso, para situar la responsabilidad de los actos violentos en el agresor y no en su comportamiento. Además, el hecho de identificar las capacidades de la mujer le ayudará en su proceso de empoderamiento. También hay que atender la sintomatología derivada de la situación de maltrato, sin pasar por alto el hecho de ofrecerle seguridad y protección. Restablecer su red de apoyo a escala social es otro de los elementos que Walker considera indispensables para el proceso de recuperación.
Por lo tanto, el reconocimiento de la existencia del ciclo de la violencia no tiene que significar que la situación se perpetúe; muchas mujeres han sido capaces de romper esta dinámica y pedir ayuda para superar la situación.
¿Puede haber otras causas por las cuales una mujer no rompa una relación violenta?
Como hemos visto más arriba, la violencia machista es ideológica; a menudo, los éxitos de las mujeres están vinculados a su rol de esposa y madre dentro de la pareja (que se perfila como la opción de vida más aceptada socialmente). Al mismo tiempo, la dependencia económica, social, la falta de apoyo y el desconocimiento o desconfianza en la red profesional de atención pueden dificultar el hecho de poner fin a la relación.

3.Prevención de la violencia machista

Antes de hablar de intervención específica en los casos de violencia machista, veremos cómo se tiene que estructurar la prevención y qué aspectos hay que tener en cuenta a la hora «de intervenir preventivamente» (conviene no pasar por alto que la prevención es también un tipo de intervención).

3.1.Diferentes tipos de prevención

El concepto de prevención proviene del movimiento de higiene mental, a principios del siglo XX, aunque toma relevancia a partir de los trabajos de Gerald Caplan en el área de la salud mental comunitaria. En 1964, Caplan propone una definición más sistemática de la prevención, agrupando los esfuerzos preventivos en tres categorías: prevención primaria, secundaria y terciaria.
La prevención primaria es una tentativa de reducir la tasa de incidencia de un determinado problema en la población, atacando las causas, antes de que se pueda llegar a producir. Por lo tanto, los esfuerzos se dirigen tanto a transformar el entorno en el que puede aparecer el problema como a reforzar la habilidad del individuo para afrontarlo.
La prevención secundaria, que actúa cuando el problema ya se ha dado, es el intento de reducir la tasa de prevalencia, es decir, el número de casos existentes. En este sentido, la prevención trata de asegurar una identificación precoz del problema y una intervención rápida y eficaz.
La prevención terciaria tiene como objetivo reducir los efectos o las secuelas de un determinado problema, una vez ya se ha dado, tratando de evitar las recaídas. En esta línea, se elaboran programas de recuperación y rehabilitación para las personas afectadas.
Inicialmente, el concepto de prevención en el ámbito de la violencia machista estaba basado en el modelo biomédico, que intentaba incidir en los factores individuales que podían causar la violencia.
Progresivamente, por medio de los conceptos de promoción de la salud y educación para la salud, se han incorporado el contexto y los comportamientos de riesgo como sujetos de intervención.
La psicología comunitaria también ha contribuido a ampliar la perspectiva de la prevención. Esta disciplina entiende los problemas humanos como efectos de una determinada evolución histórica y social, lo que los hace previsibles teóricamente y prevenibles en la práctica. Desde esta perspectiva, hay que entender, pues, la violencia en la pareja como un producto social, un fenómeno derivado de un proceso histórico, basado en la concepción androcéntrica de la sociedad. La prevención se tiene que focalizar en el antes y en las causas de manera prioritaria, y secundariamente en el después y en los efectos del problema.
Desde la perspectiva ecológica, el concepto de prevención hace referencia a intervenir en aquellos factores socioeconómicos, culturales, institucionales, familiares y personales que aumentan la posibilidad de que se dé una situación de violencia machista.

3.2.¿Qué quiere decir prevención en el caso de la violencia contra las mujeres?

En el caso de la violencia machista, la prevención primaria tendría que aportar patrones de resolución de conflictos no violentos, mediante modelos de relación familiares, grupales, culturales e institucionales basados en el respeto y el diálogo.
Como hemos visto más arriba, la concepción patriarcal de las relaciones, la repartición de tareas mediante los roles sexuales y los estereotipos de género son elementos que pueden establecer la base para que se produzca una situación de abuso. Por este motivo, hay que educar a las personas en la dirección de eliminar prejuicios y potenciar un modelo educativo basado en el diálogo y la coeducación, libre de estereotipos, que promueva relaciones igualitarias, y hacerlo extensivo a todos los ámbitos de la sociedad (escuela, juzgados, medios de comunicación, etc.).
La familia, como fuente de socialización temprana, tiene que integrar métodos disciplinarios no violentos en las estructuras de poder intrafamiliar. En otros contextos más amplios del individuo, la violencia está bastante presente y llega a adquirir la categoría de «valor» en algunos casos (al menos, así se presenta muchas veces en los medios, en las películas, en juegos infantiles y juveniles, etc.), de modo que se normaliza su presencia en el ámbito cotidiano. ¿Cómo queremos, pues, que la violencia no sea considerada como un método válido, resolutivo, en definitiva, como un instrumento útil para conseguir nuestras finalidades? Porque por más que prediquemos que queremos liberarnos de la violencia, nuestro entorno comunica analógicamente todo lo contrario y ofrece un mensaje que solo puede causar confusión, especialmente entre las personas más jóvenes. La justificación de la existencia de la violencia en nuestro entorno se basa en la creencia de que forma parte de la esencia del ser humano. Por el contrario, hay autores de varias disciplinas (psicólogos, filósofos, antropólogos, etc.) que consideran que es fruto de la interacción de los seres humanos, pero que no es intrínseca a las personas. A menudo se utilizan indistintamente los términos violencia (acto voluntario de comisión de daño contra otra persona u otras personas) y agresividad (respuesta instintiva de las personas ante una situación de peligro o amenaza con el fin de defenderse). ¿Podríamos decir que mientras que el instinto de supervivencia es necesario, la intención de causar daño tendría que ser absolutamente prescindible?
En cuanto a la prevención secundaria, una vez identificados los factores de vulnerabilidad, tendría que aportar, a aquellos colectivos más susceptibles de encontrarse en situación de violencia machista, herramientas de identificación y de detección precoz, así como el apoyo social necesario. En muchos casos, ni las mismas personas que están sometidas a una situación abusiva tienen conciencia de la misma, y atribuyen su malestar a otras causas o justifican el abuso porque entienden que se trata de una situación normalizada. Una descripción clara del problema, de las causas, de la manera en que aparece y de la posibilidad de pararlo puede hacer que muchas mujeres tomen conciencia de su situación y conozcan la manera de ponerle fin. Una vez se ha identificado el problema, hay que intervenir rápidamente para evitar males mayores o que se perpetúe la situación.
La prevención terciaria tiene que asegurar la adecuación de los recursos para las mujeres en situación de violencia machista, y también garantizar su acceso. Además de medidas de protección a las víctimas, hay que disponer de programas de atención y apoyo que prevean la especificidad del problema. No es lo mismo atender a una mujer que ha sufrido un robo con fuerza, que a otra que ha sido secuestrada, ha sufrido una violación por un desconocido o ha recibido una agresión de su pareja. Los servicios, los profesionales y los programas se tienen que adecuar al problema desde un conocimiento profundo de este fenómeno en concreto.
Si bien parece que es evidente la necesidad de combinar actuaciones en los tres ámbitos de la prevención, actualmente la focalización recae en la prevención terciaria, es decir, una vez ya se ha manifestado el problema. Una de las posibles causas es la alarma social que causan los numerosos casos de asesinatos de mujeres a manos de sus parejas, que presionan a las instituciones a dar una respuesta rápida y contundente, basada en el castigo de las conductas violentas, y en la protección y recuperación de la víctima.
Cada vez más, sin embargo, crece la conciencia de que hay que actuar en la dirección de la prevención primaria y secundaria, que, aunque prevén resultados a medio y largo plazo, se perfilan como la opción real de encaminarnos hacia una sociedad en la que las relaciones entre los hombres y las mujeres sean cada vez más igualitarias.

3.3.Ámbitos susceptibles de prevención de la violencia machista

Los planes y programas de prevención pueden ir dirigidos a varios colectivos y aplicarse en diferentes ámbitos. En algunos de estos planes y programas, ya se tiene en cuenta la prevención de la violencia machista, pero todavía hace falta una mayor conciencia de la necesidad de aplicarlos y revisar su diseño.
  • Población en general: hace falta que las administraciones se impliquen a la hora de elaborar programas de sensibilización de la población, una vez se haya hecho un estudio previo sobre sus creencias, actitudes y comportamientos.

  • Educación formal: hay que incorporar a los currículos escolares la coeducación y la promoción de valores y habilidades sociales, que favorezcan la comunicación y la resolución de conflictos, y potencien las relaciones igualitarias entre hombres y mujeres. Se hace necesaria la revisión de los materiales curriculares, que a menudo incorporan una visión androcéntrica de la historia.

  • Educación en el ocio: en este ámbito, se pueden incluir programas preventivos en equipamientos de ocio (casales, ludotecas, etc.) y entidades (centros recreativos, agrupamientos escultistas, etc.). También en las actividades extraescolares.

  • Servicios sociales: hay que potenciar programas de prevención primaria y secundaria, para no focalizar la mayor parte de los esfuerzos en la intervención cuando ya ha aparecido el problema.

  • Profesionales que trabajan en el ámbito: es preciso que los profesionales tengan una formación especializada, la cual los dote de estrategias de intervención eficaces y de acuerdo con la especificidad del problema que están abordando.

  • Salud: es necesario incorporar la mirada de género para detectar situaciones de relaciones abusivas y otras manifestaciones de violencia machista en la atención en los equipamientos de salud.

  • Medios de comunicación: hay que tratar los hechos relacionados con la violencia machista desde el derecho a la intimidad y el respeto a la dignidad de las personas. Hay que dar voz a las mujeres mismas y presentar los hechos sin caer en el sensacionalismo ni sacarlos de contexto. Por el gran alcance que tienen, pueden contribuir a la visibilización de todos los tipos de violencia y mostrar las consecuencias negativas de la violencia para víctimas y agresores.

3.4.Prevención de la violencia en las relaciones de pareja

¿Qué aspectos influyen en el establecimiento de una relación de abuso? ¿Cómo podemos hacer prevención en el ámbito de las relaciones de pareja?
3.4.1.El amor romántico
La idea que tenemos del amor condiciona, evidentemente, la concepción de la afectividad en las relaciones de pareja. Nuestras creencias personales, fruto de nuestras propias experiencias vitales y también del proceso de socialización, influyen en la manera en que establecemos las relaciones interpersonales. Podemos encontrar numerosos cuentos populares, novelas, películas, canciones, etc. que transmiten las ideas del amor romántico. En el caso de las relaciones de pareja, nos encontramos con el hecho de que están muy influenciadas por este imaginario y que nos inducen a:
  • Esperar una entrega total a la otra persona.

  • Hacer de la otra persona el hecho único y fundamental de la existencia.

  • Vivir experiencias muy intensas de felicidad o de sufrimiento.

  • Depender de la otra persona y adaptarnos a ella, posponiendo los intereses propios.

  • Perdonarlo y justificarlo todo en nombre del amor.

  • Consagrarnos al bienestar de la otra persona.

  • Estar todo el rato con la otra persona.

  • Pensar que es imposible volver a querer con esta intensidad.

  • Sentir que nada vale tanto como aquella relación.

  • Desesperarnos ante la idea de que la persona querida se vaya.

  • Pensar todo el rato en la otra persona, hasta el punto de no poder trabajar, estudiar, comer, dormir o prestar atención a otras personas menos importantes.

  • Vivir solo para el momento del encuentro.

  • Prestar atención a cualquier señal de altibajos en el interés o el amor de la otra persona, y vigilar estas señales.

  • Idealizar a la otra persona, sin aceptar que pueda tener algún defecto.

  • Sentir que cualquier sacrificio es positivo si se hace por amor a la otra persona.

  • Tener deseos de ayudar a la otra persona y apoyarle sin esperar reciprocidad ni agradecimiento.

  • Obtener la comunicación más completa.

  • Conseguir la unión más íntima y definitiva.

  • Hacerlo todo junto con la otra persona, compartirlo todo, tener los mismos gustos y apetencias.

Por supuesto, este modelo de conducta puede desembocar fácilmente en sentimientos de frustración y desengaño, porque es imposible de seguir del todo.
3.4.2.Los mitos del amor romántico
A continuación, denominaremos lo que se conoce como los mitos del amor romántico y desarrollaremos algunos, pero para un conocimiento más profundo, tenéis que acudir a la obra de Carlos Yela (2003, pp. 265-267), en la que hace una revisión a fondo de los principales mitos. Queremos advertir, no obstante, que se trata de un tema que causa controversia, ya que cuestiona conceptos que tenemos bastante interiorizados y que forman parte de nuestro ideario, tanto a escala personal como comunitaria.
  • Mito de la «otra mitad» o creencia de que elegimos a la persona que llenará nuestro vacío, que nos estaba predestinada y que ha sido la única elección posible. La aceptación de este mito puede derivar en un alto nivel de exigencia en la relación, en la frustración por el hecho de no conseguir los resultados queridos y en la tolerancia excesiva (si es la pareja ideal, hay que esforzarse más y también ser más permisivos).

  • Mito del emparejamiento o de la pareja: la vida en pareja (heterosexual) es el estado natural de las personas, universal y presente en todas las culturas, al igual que la monogamia. Las personas que no están incluidas dentro de este grupo mayoritario (personas no emparejadas, personas homosexuales emparejadas o no, etc.) pueden llegar a tener conflictos a escala interna o de aceptación social.

  • Mito de los celos o creencia de que los celos son un signo de amor, e incluso el requisito indispensable de un amor de verdad. Este mito acostumbra a usarse para justificar comportamientos egoístas, injustos, represivos y, a veces, violentos.

El resto de los mitos de los que habla el autor son el mito de la exclusividad, el de la fidelidad, el de la equivalencia entre amor y enamoramiento, el de la omnipotencia, el del libre albedrío (nuestros sentimientos no están influenciados por factores sociales, biológicos y culturales), el del matrimonio y el de la pasión eterna.
Ejemplo de un caso
Relato de G.: «Cuando lo conocí me decía que yo lo era todo para él, que vivía por mí y para mí. Siempre escuchábamos canciones románticas; a mí me encantaban, me sentía identificada con aquellas mujeres tan queridas y tan enamoradas... Él me venía a buscar al trabajo cada día y me acompañaba a casa. No me dejaba ir sola a ninguna parte. Siempre se preocupaba por mi aspecto, por la manera en que vestía. Al principio me parecía normal, pero después de que se enfadara varias veces, empecé a pensar que era demasiado. Decía que lo hacía por mí, que tenía que estar guapa para él, pero para nadie más, y así nunca me podría pasar nada malo. Decía que todos los hombres me miraban, que se me comían con los ojos. Yo no lo sabía, porque no osaba mirar a nadie cuando íbamos por la calle, porque él se enfadaba si lo hacía. Decía que yo un día lo dejaría por alguien mejor, a pesar de que me esforzaba a todas horas por hacerle saber que le quería. Al principio, a mí me gustaban sus celos; tenía diecisiete años y era mi primera pareja... Además, para mí quería decir que me quería... No sé por qué no me di cuenta... Si lo hubiera parado entonces, no habría pasado tantos años malos...».
¿Qué relación tienen estos mitos con la violencia machista?
Tal como señala Charo Altable (1998), la crítica desde la perspectiva de género hace referencia al hecho de que muchos de estos mitos han sido impulsados en el marco de la sociedad patriarcal, por los diferentes estamentos de poder, para reforzar el papel pasivo y de subordinación de la mujer al hombre (sacralizando a la pareja y al matrimonio, dándole carácter de destino irreductible, reforzando la pasividad y el papel de cuidadora, etc.). Según Rosaura González y Juana D. Santana (2001), quienes asumen este modelo de amor romántico y los mitos que se derivan del mismo tienen más probabilidades de ser víctimas de violencia, puesto que consideran que el amor justifica cualquier cosa, que es lo que da sentido a sus vidas y que amor y violencia son compatibles (tal y como hemos visto, por ejemplo, al hablar del mito sobre los celos).
3.4.3.Relaciones de pareja abusivas
La relación abusiva es una relación de dominio de una persona sobre otra, que busca el sometimiento al margen de su voluntad, deseos y expectativas.
Este abuso se puede ejercer de manera consciente o inconsciente. La violencia se legitima como recurso para mantener este poder. De manera gradual, la relación es cada vez más asimétrica, de forma que hay una parte claramente dominante, mientras que la otra cada vez se muestra más sometida y con menos autonomía.
A menudo, las mujeres son las que se encuentran en la posición más débil. En las relaciones abusivas, la mujer es quien justifica el sufrimiento en nombre del amor, e influenciada por los mitos del amor romántico a los que nos hemos referido, tiene serias dificultades para identificar la situación de abuso que está viviendo y para ponerle fin posteriormente.
3.4.4.Indicadores de abuso
Podemos encontrar numerosas listas sobre indicadores de abuso; por ejemplo, en Vincula’t. Materials per treballar amb dones maltractades, o bien en Hombres violentos, mujeres maltratadas: aportes a la investigación y tratamiento de un problema social (Ferreira, 1992).
A continuación, mostramos algunos de estos indicadores en la conducta del hombre que pueden hacer que la relación sea abusiva o se corra el riesgo de convertirse en eso. En la tabla siguiente, los hemos relacionado con una serie de variables, según la intencionalidad o el tipo de conducta que supongan:

Tipo de conducta o intencionalidad

Indicadores

Control

Pide explicaciones sobre lo que hace su mujer, adónde va, con quién está. Controla sus llamadas telefónicas, la manera de vestir. Niega su intimidad y privacidad. Controla también los ingresos familiares.

Intimidación

Atemoriza con miradas, gestos. Rompe objetos significativos para ella, mobiliario. Maltrata a los animales domésticos.

Celos

Desconfía de la mujer, la acusa de flirtear con otros hombres, le pone «trampas» para ver si ella lo engaña.

Aislamiento

Le prohíbe relacionarse con vecinos, amigos o familiares. Se muestra contrariado si hace determinadas actividades y le prohíbe otras.

Humillación

Ridiculiza los actos de ella, lo que piensa, sus deseos. No reconoce ni estimula las capacidades de ella. Exagera sus defectos. Se ríe si ella se enfada. La compara con otras mujeres, siempre de manera despectiva. Flirtea con otras mujeres delante de ella.

Culpabilización

La responsabiliza de todo lo que no funciona en la relación. No suele pedir perdón cuando comete algún error. La acusa de ser posesiva en la relación.

Poder en la relación

Él es quien establece las reglas de la relación. Sus asuntos siempre son más importantes y prioritarios. Mantiene una doble moral: él puede hacer cosas que ella no puede hacer. Habitualmente, no se muestra cariñoso ni abierto al diálogo. Ella tiene que saber siempre qué es lo que él necesita y lo que no quiere. Él le da órdenes y la hace callar. Decide por su cuenta. Promete cambios que después no hace. Amenaza con dejarla. Si se enfada, desaparece. La obliga a tener relaciones sexuales aunque ella no quiera o es desconsiderado y violento cuando las mantienen.

Comportamiento en la relación

Él hace comentarios despectivos sobre las mujeres. Piensa que las mujeres son inferiores a los hombres. Muestra poca tolerancia a la frustración. Se ofende con facilidad. Es autocompasivo y se sitúa en la posición de víctima. Es impulsivo. Utiliza expresiones agresivas. Tiene prejuicios raciales. Aunque se muestre seductor con los otros, tiene un comportamiento desagradable con ella.

3.4.5.Prevención de las relaciones de pareja abusivas
Después de ver las características de las relaciones de pareja en las que se dan situaciones de abuso, a la hora de hacer prevención específica, debemos tener en cuenta, en toda acción o plan preventivo, como mínimo, los aspectos siguientes:
  • Hay que poner énfasis en el hecho de que establecer relaciones de pareja igualitarias beneficia a todo el mundo. Tanto hombres como mujeres son responsables de establecer relaciones basadas en la confianza y el respeto. La lucha contra la violencia machista tiene que ser una tarea compartida por todo el mundo. Es importante conocer las ideas y creencias del colectivo sobre el amor y las relaciones de pareja (cuáles son los roles que atribuyen a cada cual dentro de la relación, cuáles son las bases en las que piensan que se tiene que construir la relación, qué mitos han tenido más importancia en la creación de la pareja, etc.).

  • Hace falta que vaya dirigida a fortalecer los factores de protección de la persona y el entorno. Para esto, hay que identificar previamente los elementos que pueden facilitar la aparición de la violencia, para potenciar aquellas creencias, ideas y habilidades que permiten establecer relaciones igualitarias y no violentas. Centrarse en las potencialidades de las relaciones permite tener una expectativa más optimista, aumentar la confianza en la relación, influir en su dinámica y rechazar las profecías autocumplidoras que puede sugerir el hecho de enfatizar los peligros de las relaciones.

  • Hay que conocer a la población a la que va dirigida la acción. La prevención de las relaciones abusivas de pareja se tiene que hacer extensiva a todos los sectores de la población. Se puede hacer prevención a todas las edades, desde el embarazo con las madres y los padres del futuro bebé, hasta la infancia, la adolescencia, la juventud y la adultez. Solo hay que tener en cuenta la población a la cual se dirige la acción para adaptar conceptos y estrategias. También hay que considerar si ha habido una demanda o interés previo para abordar este tema o bien se ha planteado la acción preventiva por medio de la detección de una necesidad. Por supuesto, el abordaje es diferente, puesto que en el segundo caso tiene que haber un factor añadido bastante importante, como es la motivación, y hay que encontrar estrategias para despertar el interés de la población.

4.Consecuencias de la situación de violencia

4.1.Consecuencias en las mujeres

La violencia machista perjudica seriamente a las mujeres que la han vivido. Las secuelas psicológicas y emocionales son las que dejan una huella más profunda y son más difíciles de superar. La afectación a cada una de las personas es diferente y depende de varios factores (rasgos de personalidad, duración de la relación, tipo de violencia, etc.).
Se ha identificado una serie de trastornos asociados a las mujeres que han vivido relaciones de violencia; no todos tienen en cuenta la especificidad de este problema, pero hay un alto nivel de incidencia entre las mujeres maltratadas, tanto del estrés postraumático como de la depresión. Concretamente, se ha identificado lo que se denomina el síndrome de la mujer maltratada, y que desarrollaremos a continuación.
4.1.1.El síndrome de la mujer maltratada
Este síndrome identifica una serie de síntomas que aparecen frecuentemente en las mujeres que han pasado por esta experiencia (Walker, 1984). Aparece como consecuencia de haber sido expuestas de manera intermitente a una relación de maltrato.
La víctima experimenta un complejo primario, caracterizado por síntomas traumáticos: hipervigilancia, reexperimentación del trauma, ansiedad, recuerdos recurrentes e intrusivos, debilitamiento emocional. Su autoestima se ve tan dañada que puede llegar a aparecer una actitud de indefensión aprendida. La mujer también acostumbra a experimentar un complejo secundario de síntomas, caracterizados por una idealización del maltratador, y la fantasía de que cambiará de actitud y dejará de agredirla, de modo que minimiza el peligro que corre.
Según Walker, la ansiedad que tienen las mujeres en situación de violencia es más intensa que en la manifestación del estrés postraumático causado por otros hechos y llega a manifestarse en forma de fobias (como la agorafobia) y de ataques de pánico (Walker, 1994).
4.1.2.El estrés postraumático
Se trata del conjunto de síntomas que manifiestan las personas que han vivido una experiencia traumática, como testigos o como víctimas. Se presenta cada vez que algo les recuerda la experiencia vivida, en forma de miedo o terror incontrolado.
Se caracteriza principalmente por la reexperimentación del suceso en forma de recuerdos invasivos, el intento de olvidarlo, sin poderlo hacer, y la intranquilidad. La persona a menudo recuerda el suceso mediante recuerdos y sueños que le hacen revivirlo. Después, intenta evitar situaciones, actividades, entornos, personas y todo aquello que le pueda representar un estímulo relacionado con el hecho traumático. Finalmente, se produce un aumento de su inquietud, que se manifiesta en síntomas como insomnio, irritabilidad, hipervigilancia y dificultades de concentración.
Toda esta sintomatología puede llevar a las mujeres afectadas a aislarse socialmente, de forma que pueden tener dificultades para desarrollarse en el ámbito laboral y en otros ámbitos cotidianos, y experimentar una sensación creciente de catástrofe.
4.1.3.La depresión
Las mujeres que están en una relación de violencia a menudo se encuentran en una situación de aislamiento a escala social, sin posibilidad de apoyo ni ningún refuerzo en el ámbito emocional. Esta soledad hace que la mujer sea susceptible de caer en una depresión.
La autoestima de la mujer va disminuyendo, de modo que se desvalora a sí misma y se culpa de las agresiones que recibe.
En estas situaciones, pueden producirse comportamientos que provoquen las agresiones, en un intento de tener el control de la situación (tal y como se explica en el ciclo de la violencia).
Paralelamente, acostumbra a darse un debilitamiento de la capacidad cognitiva, desarrollando mecanismos de defensa que intentan dar sentido a la violencia o distanciarse de la misma de manera ficticia: como mecanismo de adaptación, muchas mujeres pueden negar el maltrato o minimizarlo. A menudo, muchas mujeres se disocian de la agresión que sufren, como si aquella experiencia no les pasara a ellas, se evaden y no están presentes por lo que respecta al pensamiento en el momento en que la agresión se produce.
Cuando la depresión es profunda, se pueden producir ideaciones suicidas, que pueden llegar a concretarse en intentos de autolisis o suicidios.
4.1.4.La teoría de la indefensión aprendida
El modelo de indefensión aprendida fue propuesto por Walker basándose en las investigaciones de Seligman (1975) y relacionó este comportamiento con ciertas respuestas actitudinales que pueden tener las mujeres maltratadas. La teoría de la indefensión aprendida tiene tres componentes básicos: la información sobre lo que pasará, la representación cognitiva de lo que pasará (aprendizaje, expectativa, percepción) y el comportamiento hacia lo que sucede. Cuando las expectativas sobre las respuestas que se obtendrán con un determinado comportamiento difieren a menudo de las reacciones que se obtienen, puede aparecer la sensación de pérdida de control. En las relaciones de maltrato, en las cuales las respuestas violentas aparecen de manera aleatoria, la mujer acaba pensando que no tiene ningún control sobre las reacciones de su pareja. La consecuencia es una actitud de desesperanza, de sumisión y pasividad que dificultan el proceso de toma de decisiones.
Walker, en una revisión posterior de su teoría, basándose también en los estudios de Seligman sobre la resiliencia humana y de la manera en que se puede sobrevivir a una experiencia traumática, adaptó su concepto de optimismo aprendido como factor que facilita superar la depresión y la indefensión aprendida, partiendo de la base de que todo lo que se aprende también se puede desaprender. Esta visión desde una psicología más positiva se refiere a la capacidad de explicar los hechos ocurridos como algo pasajero, algo que no afecta a sus valores básicos como personas.

4.2.Consecuencias en las hijas y los hijos

¿Y qué pasa con las hijas y los hijos de las mujeres que viven una relación de violencia? Mucha gente se pregunta: ¿son niñas y niños maltratados también? ¿Han recibido maltratos? Pues muchas veces sí reciben agresiones de manera directa de su padre o la pareja de su madre. Sin embargo, aunque esto no sea así, hay que tener en cuenta que siempre son testigos de los maltratos, ya sea porque los presencian o porque viven en una casa donde se ha creado un alto nivel de estrés, palpable en el ámbito cotidiano y que mediatiza las relaciones familiares, la atención que reciben, el ritmo de vida, etc. Por lo tanto, podemos afirmar que todas las hijas y los hijos de las parejas en las que se produce violencia machista son siempre víctimas del maltrato, aunque sea de manera indirecta. Para estudiar este fenómeno, se ha empleado el término de violencia presencial.
Además, hay que tener en cuenta que la socialización en un ambiente de violencia puede hacer que las niñas y los niños lo acepten con mucha más naturalidad, integrándola como vía de resolución de conflictos. Algunos autores incluso vinculan este hecho con una probabilidad más elevada que en la media de la población de convertirse en agresores o víctimas de violencia machista en la edad adulta. A esto hay que añadir las carencias derivadas de lo que puede suponer tener a los cuidadores principales dañados, con baja autoestima, inestables o ausentes debido a la misma dinámica de aislamiento de la situación de violencia.
Hay bastantes variables que influirán en las consecuencias que pueden experimentar las niñas y los niños expuestos a este tipo de violencia. Las de más incidencia son el tiempo de exposición a las situaciones de violencia, el tipo de violencia que han sufrido (física, psíquica, directa o indirecta, etc.), la relación con el agresor, la edad en la que sucede, la existencia de una red de apoyo familiar, los factores personales de resiliencia y la ayuda que puedan recibir para superar los daños sufridos. Por lo tanto, no todas las niñas y los niños se verán afectados del mismo modo.
4.2.1.Principales consecuencias de la exposición a situaciones de violencia
Según Espinosa, el hecho de haber sido expuesto a una relación de violencia entre progenitores puede ocasionar diferentes problemas:
La exposición directa puede derivar en:
  • Consecuencias físicas, retraso en el crecimiento, alteraciones de la alimentación y el sueño, retraso en el desarrollo motor, etc.

  • Alteraciones emocionales: ansiedad, depresión, baja autoestima, etc.

  • Problemas en el ámbito cognitivo: retraso en el lenguaje, absentismo escolar, bajo fracaso escolar, etc.

  • Problemas de conducta: falta de habilidades sociales, agresividad, inmadurez, delincuencia, etc.

La exposición indirecta puede causar lo siguiente:
  • A veces, las mujeres que sufren violencia se encuentran en un estado físico y emocional tan dañado que pueden tener dificultades para atender las necesidades básicas de las hijas y los hijos.

  • Incapacidad de los agresores de establecer una relación cercana y cariñosa con las hijas y los hijos. Esto puede generar problemas de vinculación afectiva y de establecimiento de relaciones de aferramiento o vínculo primario.

Bibliografía recomendada

M. A. Espinosa (2006). Las hijas e hijos de mujeres maltratadas: consecuencias para su desarrollo e integración escolar [documento en línea] (pp. 29-30). Emakunde / Instituto Vasco de la Mujer. <https://www.emakunde.euskadi.net>

4.2.2.Posibles alteraciones en el desarrollo psicoevolutivo
A nivel emocional, algunas niñas y algunos niños pueden tener déficits de expresión y comprensión de las diferentes emociones, tanto propias como ajenas. También pueden tener problemas de falta de control y de empatía.
A nievl cognitivo, al igual que sus madres, pueden desarrollar el síndrome de la indefensión aprendida. Pueden tener una baja autoestima y el miedo al fracaso y a la frustración puede mediatizar sus actos. Del mismo modo, se pueden mostrar como niños con un alto nivel de egocentrismo cognitivo y social. Justifican acciones suyas que consideran punibles en otras personas.
A nivel social, pueden tener dificultades de adaptación, con problemas de inhibición y tendencia a la agresividad, y pueden interpretar de manera hostil la conducta de los otros. Con las otras personas, muestran pocas habilidades relacionales.

4.3.La resiliencia: un concepto para la esperanza

«La resiliencia se ha caracterizado como un conjunto de procesos sociales e intrapsíquicos que posibilitan tener una vida “sana” en un medio insano. Estos procesos se llevan a cabo con el paso del tiempo y dan afortunadas combinaciones entre los atributos del niño y su ambiente familiar, social y cultural. La resiliencia no se tiene que pensar como un atributo con el que nacen los niños o que adquieren durante su desarrollo, sino que se trata de un proceso que caracteriza un complejo sistema social, en un momento determinado del tiempo.»

Rutter (1993).

Existe constancia histórica de personas que, pese a haber vivido situaciones difíciles y dramáticas en la vida, pueden salir adelante haciendo frente a las dificultades, y algunas han llegado a lograr éxitos personales o profesionales. Tal y como enuncia Boris Cyrulnik en su libro Los patitos feos (2010), una infancia infeliz no determina la vida. Desde hace unos años, se han ido agrupando los factores que permiten esta superación personal en contextos de violencia, con el término genérico de resiliencia. El nombre deriva de la aeronáutica y en el contexto social se puede definir como «un conjunto de procesos sociales e intrapsíquicos que posibilitan tener una vida sana en un contexto insano» (Rutter, 1993). Según este mismo autor, la resiliencia no es innata y tampoco es seguro que se desarrolle. La calidad de las relaciones sociales es la que acaba determinando los factores de resiliencia presentes en un momento vital.
Stefan Vanistendael (2002) ha dado continuidad al desarrollo del término y nos ha facilitado la visión de lo necesario para la evolución de la resiliencia. Para hacerlo, ha usado la metáfora de una casa, donde los pisos inferiores son las relaciones tempranas de las personas con sus figuras de aferramiento, que, en caso de establecer vínculos seguros, favorecen una relación de confianza con el mundo. Los pisos superiores están dedicados a las relaciones secundarias y a la presencia o no de capacidades personales que ayudan a hacer frente a situaciones altamente estresantes. Entre estas capacidades, destacan el sentido del humor, el desarrollo de una visión positiva de las propias capacidades o el hecho de encontrar sentido a las propias vivencias (el significado que se atribuye a lo que ha ocurrido).
Fuente: Vanistendael (2002).
Fuente: Vanistendael (2002).
Según si la persona es más o menos resiliente, tendrá más o menos capacidad para superar la situación traumática vivida.
Uno de los principios importantes dentro de la resiliencia es que se entiende que solo hace falta una relación de calidad en la infancia o la adolescencia para que se desarrolle alguna capacidad resiliente. También es notable la noción de agente de resiliencia, alguien que en un momento de la vida de alguna persona la puede ayudar a potenciar alguno de los factores implicados en esta capacidad.
Por lo tanto, la existencia de figuras de afecto y de una red que acompañe a la persona y la apoye permiten desarrollar también la capacidad de resiliencia y facilitar el proceso de recuperación.

5.El acompañamiento profesional en casos de violencia machista

En este apartado, intentaremos ofrecer algunas herramientas para todos los futuros profesionales que quieran desarrollar la tarea en el campo de la violencia machista.

5.1.Perspectiva de género

Anteriormente, hemos desarrollado algunos conceptos relacionados con el género. Ahora queremos insistir en la necesidad de aplicar esta perspectiva, la de género, en nuestra tarea profesional. ¿Y cómo se hace esto? Incorporar la perspectiva de género supone tener en consideración las diferencias entre las condiciones, situaciones y necesidades respectivas de las mujeres con las que trabajamos en relación con las que tienen los hombres. Hay que ver cómo les afectan estas diferencias en el ámbito cotidiano y también la relación que tienen con su historia de violencia (no tenemos que pasar por alto el hecho de que hablamos de un tipo de violencia específica que afecta a las mujeres por el hecho de serlo). Uno de los objetivos de nuestra tarea tiene que ser conseguir un sistema sexo-género equitativo, justo y solidario.

5.2.La mujer como superviviente de la violencia vivida

Muchas mujeres que han estado viviendo relaciones de violencia son capaces de poner fin a la relación que las ha estado destruyendo. Aunque se hayan podido sentir atrapadas dentro del característico ciclo de la violencia, ha habido un momento en el que se han podido desvincular de la relación y romper la secuencia. Para ello, han tenido que salvar infinidad de obstáculos, tanto en el ámbito interno (miedos, inseguridades) como del entorno (la vergüenza, el qué dirán, la familia). A veces, el detonante ha sido la gravedad de los maltratos, otras las amenazas o agresiones a los hijos; en todo caso, siempre hay que escuchar la historia de cada una de las mujeres y sus razones.
Así pues, tenemos que reconocer que la mujer que ha vivido violencia ha podido sobrevivir en un entorno absolutamente hostil gracias a sus capacidades y habilidades, que son las mismas que le han permitido ocuparse de los hijos y las hijas (u otras personas), y también actuar y tomar decisiones cuando ha hecho falta.
Si nuestra mirada profesional reconoce las capacidades y habilidades de la mujer, más allá de considerarla puramente como víctima desvalida de las circunstancias, esta mujer podrá tomar las riendas y erigirse en el agente de su propia vida (empoderamiento).
Nuestro papel, pues, es el de acompañar a la mujer y sus hijas e hijos en el proceso de recuperación, ofreciéndole herramientas para que pueda reparar todos aquellos aspectos que han quedado malogrados en la relación.

5.3.De los perfiles a la disolución de los mitos

En este material, no hablaremos de perfiles en relación con las mujeres maltratadas. Si nos remitimos a los mitos, encontramos la idea común y muy extendida de que las mujeres que sufren violencia pertenecen a un nivel socioeconómico bajo, tienen pocos estudios... Pero esto no es más que un mito. La vergüenza, la respuesta ególatra de algunas mujeres con un elevado nivel cultural («¿cómo ha podido pasarme esto a mí?») o sometidas a gran presión por su estatus social, su familia, etc., provoca que un gran número de mujeres no hagan pública su situación.
Según las fuentes a las que acudamos a la hora de hacer estudios epidemiológicos, los resultados son bastante variados en relación con las características del colectivo (servicios sociales, servicios especializados de atención a la mujer, etc.). Muchas mujeres con un alto estatus en el ámbito social resuelven el problema mediante la utilización de servicios privados (abogados, mutuas, etc.) o en algunos casos llegan a pactos para no hacer pública la situación.
También nos encontramos con otras mujeres (muchas) que ponen fin a su relación cuando se manifiesta la violencia por primera vez, y sus datos no llegan a figurar en ninguna de las estadísticas, salvo en las relacionadas con las denuncias y otras cuestiones legales.
Aunque el fenómeno de la violencia se visibilice cada vez más a nivel social, no tenemos que pasar por alto el estigma que todavía supone ser víctima de violencia y las actitudes culpabilizadoras o paternalistas que se adoptan a menudo con las mujeres en situación de violencia.
¿Por qué entonces tendemos a hablar de perfiles? Uno de los motivos puede ser la tendencia que tenemos las personas a clasificar y etiquetar a nuestros semejantes. El hecho de saber «cómo» son las mujeres que sufren maltratos y sus parejas nos permite diferenciarnos de ellas (y de ellos) y así sentirnos a salvo de encontrarnos en este tipo de situaciones en nuestra vida. No hay nada que cause más desasosiego que saber que aquel vecino nuestro, que parecía una persona muy normal, ha sido detenido por haber asesinado a su pareja.

5.4.Indicadores de alerta

En el desarrollo de nuestra tarea profesional, nos podemos encontrar en situaciones en las que no haya una demanda explícita de ayuda profesional de la mujer que vive violencia. Quizá trabajamos en un recurso en el que atendemos otros tipos de problemas, como demandas de información, de ayuda económica, de asesoramiento legal, de inserción laboral, etc., pero tenemos la sospecha de que se podría tratar de un caso de violencia machista. ¿Cómo lo podemos detectar? Hay una serie de indicadores de alerta que nos pueden ayudar a clarificar las dudas.

En el ámbito físico

En el ámbito psicológico

En el ámbito relacional

  • Accidentes múltiples (fracturas, caídas, etc.).

  • Somatizaciones frecuentes: cefaleas, palpitaciones, ansiedad, dolor pélvico, dolor abdominal, problemas ginecológicos, problemas gastrointestinales, agotamiento, desórdenes del sueño, alteraciones de la sexualidad (vaginismo, dispareunia, falta de deseo, anorgasmia, etc.).

  • Falta de petición de atención médica en caso de necesidad o bien demanda de atención recurrente debido a distintos síntomas. A veces, no seguimiento de pautas médicas.

  • Antecedentes de abuso de sustancias tóxicas.

  • Abortos frecuentes, partos prematuros, falta de control médico durante el embarazo, desnutrición, etc.

  • Depresión y ansiedad.

  • Crisis de fobia y pánico.

  • Desatención consigo misma.

  • Trastornos por estrés postraumático.

  • Trastornos de la conducta alimentaria.

  • Intentos de autolisis.

  • Discurso inconexo o contradictorio.

  • Dificultades para escuchar y concentrarse.

  • Inseguridad, falta de autoestima.

  • Inexpresividad, desconexión emocional.

  • Irritabilidad, actitud defensiva, hostilidad.

  • Aislamiento social, falta de relación con la familia, desconocimiento del entorno.

  • Control por parte del agresor: recibe llamadas constantes, la acompaña a todas partes, no le permite tener independencia económica.

  • Actitud pasiva, sumisa.

  • Desatención de los hijos y las hijas, dificultad para ponerles límites, actitud indiferente o muy agresiva.

Si se dan varios de estos indicadores, y el profesional sospecha que se puede tratar de un caso de violencia, hay que crear un clima de confianza en el que la mujer sienta que tiene un espacio de escucha para hablar de otros aspectos más allá de la demanda expresada.
El hecho de que la mujer sea consciente de la situación en la que vive y que pida ayuda son requisitos indispensables para empezar a ayudarla, a menos que el profesional valore que la mujer puede estar en peligro y está demasiado atemorizada e inmovilizada para pedir ayuda. Si no es consciente de la situación, hay que trabajar primero en esta dirección. En todo caso, hay que valorar cuál es la mejor opción de ayuda para ella, respetando sus propias decisiones, y ofrecerle pautas de protección para minimizar el riesgo de agresiones.

5.5.Rol del profesional

Como profesionales que intervendremos con mujeres en situación de violencia, o sus hijos e hijas, es necesario que hagamos una reflexión previa a nuestra intervención.
Tenemos que hacer el esfuerzo de reconocer aquellas ideas, pensamientos, actitudes que reproducimos de manera automática por nuestro proceso de socialización dentro de un contexto social machista, patriarcal y diferenciador por razón de sexo, y que no tienen en cuenta la igualdad de derechos de mujeres y hombres.
Tenemos que ser conscientes de que nuestras creencias personales modelan los mensajes que damos; si no lo somos, podemos caer en contradicciones y en intervenciones poco creíbles. Debemos tener capacidad para cuestionar nuestras creencias, valores y actitudes.
Es necesario un nivel de implicación y compromiso personal para trabajar el autoconocimiento y el autocuestionamiento, aunque implique incertidumbre, miedos o dudas. Hay que darse permiso para cuestionarse y tener una actitud abierta al cambio y al crecimiento. El espíritu crítico nos ayudará a aprender y a crecer como profesionales.
Tenemos que ser conscientes de la necesidad de trabajar en equipo, de compartir y contrastar nuestro saber con otros profesionales de nuestro entorno laboral y de la red de atención social. Entre todos, debemos diseñar la mejor manera de acompañar a la persona que tenemos delante, evitando competencias, duplicidades y mensajes contradictorios que puedan causar el efecto de la victimización secundaria.
Tenemos que considerar la violencia como un problema cercano a nosotros, que nos afecta a todos (la violencia no es un problema exclusivo de las mujeres, es un problema que afecta a todas las personas).
Posicionamiento ante las mujeres en situación de violencia:
  • En cuanto a la vinculación profesional-mujer:

    • Debemos tener en cuenta que nos encontramos ante una persona adulta, que está en una situación de crisis, pero que es ciudadana de pleno de derecho y tiene capacidades, habilidades y derecho a decidir sobre su vida.

    • Debemos aceptar sin reservas a la persona que tenemos delante y nos relata una situación de violencia, sin juzgarla, ni darle consejos, ni expresar nuestra opinión.

    • Tenemos que explicitar nuestra función de acompañamiento en el proceso y ofrecer herramientas (para eso tenemos un «saber»).

    • Debemos mostrar nuestra disponibilidad, crear un clima tranquilo, de confianza, y mostrar nuestra empatía.

    • Tenemos que aplicar la escucha activa al relato de la mujer. Debemos tener en cuenta qué explica y cómo lo hace. Es preciso respetar el ritmo de cada mujer en su relato.

    • Tenemos que asumir la responsabilidad que nos corresponde en la relación de ayuda; no nos tenemos que atribuir responsabilidades que no nos pertocan (éxitos-fracasos).

    • Tenemos que considerar el conflicto como inherente a las relaciones humanas (y como posibilitador de cambio). Debemos contener las posibles situaciones conflictivas que puedan surgir, gestionarlas y trabajar.

  • En cuanto a la mujer:

    • Tenemos que partir de la individualidad y la diferencia de cada una de las mujeres con las que trabajamos. Tenemos que respetar el ritmo de cada una.

    • Debemos mostrar las diferentes alternativas, para que sea ella quien decida (no infantilizar ni incapacitar a la persona adulta con la que trabajamos). La mujer es la propia agente del cambio.

    • Debemos respetar a la mujer y no juzgar sus decisiones (derecho al no cambio). La mujer es quien tiene que plantear los objetivos que se deben trabajar en su proceso de recuperación y quien se tiene que responsabilizar de sus actuaciones.

    • Debemos tomar como punto de partida sus potencialidades, y no sus carencias.

    • La tenemos que ayudar a ser consciente de la realidad en la que se encuentra, para tomar decisiones sobre su futuro tan ajustadas a la realidad como sea posible.

    • La tenemos que ayudar a ser consciente del derecho a expresar sus necesidades y a querer satisfacerlas.

    • Debemos entender que se encuentra en un proceso de luto (de una relación, de una manera de vivir, de la relación con la familia, de su casa, del barrio, del trabajo, etc.). Tenemos que trabajar los sentimientos de pérdida y nostalgia.

    • Debemos aceptar la expresión de ambivalencias, cambios de opinión, miedos, etc.

  • En cuanto a la violencia:

    • Tenemos que ofrecer información sobre la violencia contra las mujeres: qué es, causas, consecuencias, etc.

    • Tenemos que ofrecer una visión objetiva de los mitos y las expectativas sobre el rol sexual femenino y masculino, y sobre creencias y estereotipos de género.

    • Tenemos que dejar muy claro que no son culpables de la situación de violencia vivida. Las personas somos responsables de nuestras elecciones en la vida, también en la de pareja (en la mayoría de los casos). Sin embargo, el uso de la violencia en las relaciones de pareja no es nunca justificable y es responsabilidad de la persona que la ejerce.

    • Tenemos que reconocer los posibles trastornos asociados con la violencia y relacionarlos con la experiencia vivida, para poderlos trabajar en el proceso de recuperación.

  • En cuanto a su relación con el agresor:

    • Debemos aceptar los sentimientos ambivalentes que pueden mostrar hacia el agresor.

    • En caso de que la mujer decida volver, no tenemos que juzgar su decisión. Le tenemos que explicitar que siempre puede pedir ayuda si la necesita. Le tenemos que ofrecer pautas de protección.

    • Debemos explicitar que es posible que la violencia se vuelva a dar si el agresor no está en tratamiento o no ha sido legalmente sancionado por su conducta.

5.6.Un modelo de atención profesional

Para que nuestra atención profesional sea lo bastante seria y coherente, es preciso que contextualicemos nuestra visión del problema desde un marco teórico que dé coherencia a la intervención, y al cual podemos acudir a la hora de elaborar hipótesis, establecer líneas de intervención y supervisar la tarea que llevamos a cabo.
Para explicar las causas de la violencia contra las mujeres, podemos encontrar diferentes modelos teóricos que intentan dar una explicación a este fenómeno y que determinan su abordaje.
A continuación os presentaremos uno, el modelo ecológico, de amplia difusión entre los profesionales del ámbito social, que intenta explicar la violencia machista desde una perspectiva integral y teniendo en cuenta toda su complejidad, sin caer en el reduccionismo de intentar encontrar una sola causa o explicarla desde una sola disciplina.

«[...] no existe una explicación sencilla para la violencia contra la mujer en el hogar. Ciertamente, cualquier explicación tiene que ir más allá de las características individuales del hombre, la mujer y la familia, y mirar hacia la estructura de las relaciones y el papel de la sociedad en apuntalar esta estructura.»

Informe de las Naciones Unidas (1980), La violencia contra la mujer en la familia.

El modelo ecológico propuesto por Urie Bronfenbrenner (1987) parte de la premisa de que las realidades individual, familiar, social y cultural se pueden entender organizadas como un todo articulado, como un sistema compuesto por diferentes subsistemas que se organizan entre sí de manera dinámica.
Por lo tanto, tenemos que considerar, de manera simultánea, los diferentes contextos en los que se desarrolla una persona, para no recortarla y aislarla de su entorno ecológico.
Los diferentes ámbitos de repercusión o de análisis son los siguientes:
Ámbitos de análisis que se tienen en cuenta en la violencia machista.
Ámbitos de análisis que se tienen en cuenta en la violencia machista.
Macrosistema. Es el contexto más amplio y nos remite a lo siguiente:
  • La cultura de referencia

  • Las formas de organización social

  • Las creencias

  • Las ideologías

En este ámbito, entendemos, pues, que la violencia machista se da dentro de un marco de sistema de creencias que denominamos patriarcado, que determina la concepción de la familia y de los diferentes roles que encontramos en la misma, así como del poder y la obediencia: jerarquía vertical del hombre hacia las mujeres y de los padres hacia los hijos e hijas; poder autoritario: obediencia de la familia hacia el padre (con diferentes grados de flexibilidad) y diferencia basándose en el género (hombres y mujeres con derechos, responsabilidades y roles diferentes).
Exosistema. Hace referencia al entorno inmediato del individuo e incluye las instituciones intermediarias entre la cultura y la persona: la escuela, los organismos judiciales, los medios, la Iglesia, los organismos judiciales y de seguridad, las instituciones recreativas y los ámbitos laborales, como órganos transmisores de un determinado modelo regulador de las relaciones.
La influencia del exosistema en el caso de la violencia contra la mujer se concreta en:
  • La legitimación institucional de la violencia, que tiene un modelo de poder vertical y autoritario.

  • Los modelos violentos que proporcionan los medios, que generan determinadas actitudes y legitiman conductas violentas.

  • Las instituciones educativas: a menudo no ofrecen alternativas a la resolución violenta de conflictos interpersonales. Los planes de estudio tienen que integrar el trabajo de las relaciones interpersonales para romper con imágenes estereotipadas.

  • Las instituciones religiosas: sostienen un modelo de familia patriarcal, aconsejan la resignación, la sumisión de la mujer al hombre y tienen una falta de presencia femenina en los órganos de poder.

  • La falta de recursos para aplicar las leyes y la impunidad de los agresores en muchos casos.

  • La victimización secundaria: instituciones o profesionales que tienen que ayudar a la mujer vuelven a victimizarla (sin darle atención, sin creerla, enviándola de un servicio a otro sin respuesta, haciéndole repetir su historia a una gran variedad de profesionales, etc.).

Microsistema. Es el contexto más reducido y hace referencia a las relaciones interpersonales que constituyen la red más cercana a la persona. Los factores personales y la familia (historias personales de sus miembros, patrones de interacción familiar) son la estructura básica de este sistema.
En el caso de las mujeres en situación de violencia, hay que tener en cuenta:
  • Su historia personal (violencia en la familia de origen: algunos autores consideran que se da un efecto cruzado según el cual el hombre que ha sido víctima pasiva pasa a ser agresor y en cambio la mujer se define en el rol de víctima mediante la indefensión aprendida).

  • La estructura familiar basada en el autoritarismo.

  • El aprendizaje de resolución de conflictos mediante la violencia.

  • El aislamiento social o familiar.

Ámbito individual. Corsi (1994) ha incorporado este ámbito de análisis o subsistema y distingue en el mismo cuatro dimensiones psicológicas interdependientes:
a) Dimensión cognitiva: comprende las estructuras y esquemas cognitivos de la persona, cómo percibe y conceptualiza el mundo.
Los hombres violentos tienen esquemas mentales rígidos, cerrados y resistentes al cambio. Perciben a la mujer como provocadora de la respuesta violenta.
Las mujeres se sienten atrapadas, sin posibilidades de salir de la situación. Dudan de sus propias ideas y capacidades. Magnifican el poder del hombre y piensan que no podrán conseguirlo por sí mismas.
b) Dimensión conductual: hace referencia al repertorio de comportamientos con el una persona que se relaciona con el entorno. El hombre abusador adopta modalidades conductuales disociadas en el ámbito privado y el público, en el que se suele mostrar como una persona equilibrada que no recurre a la violencia para resolver los conflictos.
En el caso de las mujeres en situación de violencia, acostumbran a ocultar el sufrimiento en su entorno social y muchas veces también en el familiar. En el ámbito privado, se muestran muy sumisas y evitan el conflicto. En un contexto más amplio, se las suele ver aisladas, atemorizadas y muy reactivas en el ámbito emocional. A veces adoptan conductas contradictorias, como por ejemplo denunciar al maltratador y después retirar la denuncia.
c) Dimensión psicodinámica: se refiere al ámbito intrapsíquico de la persona (las emociones, las ansiedades, los conflictos y el inconsciente).
Los hombres que ejercen violencia pueden haber incorporado patrones violentos para resolver conflictos. Utilizan la violencia para liberar tensión. No exteriorizan los sentimientos para preservar lo que ellos consideran su identidad masculina.
En el caso de las mujeres, suelen haber incorporado modelos de sumisión y dependencia. Se dan manifestaciones psicosomáticas como causa de la represión de las necesidades emocionales y de la expresión de sentimientos.
d) Dimensión interaccional: se refiere a las pautas de relación y comunicación interpersonal. En el caso de una relación en la que se ejerce violencia contra la mujer, se da un vínculo de dependencia mutua, con fuertes sentimientos de posesión. Es una relación asimétrica, con roles complementarios claramente diferenciados: a un rol de hombre fuerte y capaz le corresponde el de una mujer obediente, sumisa e incapaz. Como hemos visto, la violencia tiene un carácter cíclico y alterna periodos de violencia con otros de calma y afecto.
En el análisis de las características de los diferentes contextos de las personas, según se prevé en este modelo, podemos detectar cuáles son los factores de vulnerabilidad y cuáles los de protección en relación con la posible aparición de violencia en la pareja. Especialmente, debemos tener en cuenta aquellos factores más individuales (microsistema y ámbito individual), puesto que el macrosistema y el exosistema afectan a toda la sociedad.

5.7.El circuito de atención a la violencia machista en Cataluña

El marco legal que vincula los sistemas de servicios públicos en Cataluña con las actuaciones contra la violencia machista está definido por dos leyes:
  • Ámbito estatal: Ley orgánica 1/2004, de 28 de diciembre, de medidas de protección integral contra la violencia de género.

  • Cataluña: Ley 5/2008, de 24 de abril, del derecho de las mujeres a erradicar la violencia machista.

La ley autonómica define la red de atención y recuperación integral para las mujeres en situaciones de violencia machista como el conjunto coordinado de recursos y servicios públicos de carácter gratuito para la atención, la asistencia, la protección, la recuperación y la reparación de las mujeres que han sufrido o sufren violencia machista en el ámbito territorial de Cataluña.
Esta ley también da mucha importancia a la prevención y establece medidas dirigidas a la sensibilización de toda la población. El texto parte de la base de que la violencia machista es una grave vulneración de los derechos humanos y las libertades fundamentales.
La red la integran los servicios siguientes:
  • Servicio de atención permanente. El servicio de atención permanente de la línea 900 900 120 es gratuito y confidencial, y funciona cada día del año durante las veinticuatro horas. Este servicio es universal y ofrece atención e información integral sobre los recursos públicos y privados al alcance de las mujeres en situaciones de violencia.

  • Servicios de información y atención a las mujeres. Son servicios de información, asesoramiento, primera atención y acompañamiento, si procede, en relación con el ejercicio de los derechos de las mujeres en todos los ámbitos relacionados con su vida laboral, social, personal y familiar. Los servicios de información y atención a las mujeres se destinan a todas las mujeres, especialmente a las que sufren situaciones de violencia machista.

  • Servicios de atención y acogida de urgencias. Estos servicios especializados facilitan la acogida temporal, de corta duración, a las mujeres que están o han sido sometidas a situaciones de violencia machista y, si es el caso, a sus hijas e hijos, para garantizar su seguridad personal. Asimismo, facilitan recursos personales y sociales que permitan una resolución de la situación de crisis.

  • Servicios de acogida y recuperación. Son servicios especializados, residenciales y temporales, que ofrecen acogida y atención integral para posibilitar el proceso de recuperación y reparación a las mujeres y a sus hijas e hijos dependientes, que requieren un espacio de protección debido a la situación de riesgo motivada por la violencia machista, velando por su autonomía.

  • Servicios de acogida sustitutorios del hogar. Estos servicios temporales que actúan como sustitutorios del hogar tienen que ofrecer apoyo personal, psicológico, médico, social, jurídico y de ocio, llevados a cabo por profesionales especializados, para facilitar la plena integración sociolaboral a las mujeres que se encuentran en situaciones de violencia.

  • Servicios de intervención especializada. Son servicios especializados que ofrecen una atención integral y recursos al proceso de recuperación y reparación a las mujeres que han sido o están en situaciones de violencia, y también a sus hijas e hijos. Asimismo, tienen que incidir en la prevención, sensibilización e implicación comunitaria.

  • Servicios técnicos de punto de encuentro. Servicios destinados a atender y prevenir, en un lugar neutral y transitorio, el problema que surge en los procesos de conflictividad familiar y, en concreto, en el cumplimiento del régimen de visitas de los hijos y las hijas establecido para los supuestos de separación o divorcio de los progenitores o para los supuestos de ejercicio de la tutela por la Administración pública, con el fin de asegurar la protección de menores de edad.

  • Servicios de atención a la víctima del delito. Tienen como finalidad, entre otras cosas, ofrecer a las mujeres información y apoyo en los procedimientos legales que se derivan del ejercicio de los derechos que les reconoce la legislación vigente.

  • Servicios de atención policiales. Son los recursos especializados de la policía de la Generalitat que tienen como finalidad garantizar el derecho de las mujeres que se encuentren en situaciones de violencia machista, y también sus hijos e hijas dependientes, a la atención especializada, a la protección y a la seguridad ante la violencia machista.

Aparte de los recursos previstos en la Ley, hay que tener en cuenta que servicios municipales como los equipos de servicios sociales (EBASP) o el Centro de Urgencias y Emergencias Sociales de Barcelona (CUESB) atienden casos de violencia machista. Estos servicios están definidos en un documento marco (Ayuntamiento de Barcelona, 2003) en el que se describen sus funciones, y los criterios y ámbitos de atención.
Sin embargo, para tener un conocimiento más amplio sobre el abordaje de la violencia machista, también hay que conocer los planes municipales específicos de las diferentes administraciones que se van elaborando, así como la tarea que llevan a cabo algunas asociaciones de mujeres desde hace muchos años (que siempre han tenido un papel fundamental en la lucha contra la violencia machista).

Resumen

La violencia machista es un fenómeno presente en nuestra sociedad que afecta a todo el mundo. No hay una sola causa que explique su aparición ni su existencia; para comprender la violencia contra las mujeres y emprender acciones para erradicarla, hay que tener en cuenta una multiplicidad de factores. Estas variables comprenden tanto aspectos más individuales de las personas (estructuras cognitivas, comportamiento, emociones, inconsciente, pautas de relación, etc.) como de trayectoria vital y relaciones familiares. Al mismo tiempo, hay que tener presente el contexto más amplio, que considera el entorno social y cultural inmediato, además de la cultura de referencia y su sistema de creencias.
Nuestro marco cultural de referencia, en el cual hemos sido socializados todos, es básicamente patriarcal y nos ha transmitido de manera más o menos subliminar una serie de estereotipos sobre las mujeres y los hombres, que están en la base de las relaciones que establecemos. Muchas veces, la violencia está presente en el ámbito, pero de una manera tan sutil o aceptada socialmente que es difícil darnos cuenta de que existe, de modo que tendemos a normalizar estructuras relacionales basadas en el abuso. Los mitos en relación con la violencia tampoco favorecen su visibilidad; hoy en día empezamos a saber que la violencia contra la mujer puede tomar varias formas y manifestarse en diferentes ámbitos, pero para ello hemos tenido que esperar a finales del siglo XX.
Por este motivo, hay que situar la prevención como línea estratégica básica de intervención, revistiéndola del papel primordial que tiene en formar a personas que se relacionen con los otros desde el respeto a los derechos humanos. La educación de niñas, niños y jóvenes en el respeto y el diálogo, desde edades tempranas, y unos currículos escolares en los que se tenga en cuenta la coeducación tienen que convivir con planes dirigidos a la población en general o específicos para la gente afectada. Del mismo modo, hay que denunciar y rechazar activamente todas aquellas muestras de abuso toleradas socialmente y ampliamente difundidas por las instituciones de poder, como por ejemplo la justicia o los medios.
Como profesionales que trabajaremos en este problema específico, es primordial conocer a las personas a las que atendemos y acompañarlas desde el respeto y la comprensión, respetando las decisiones y los tiempos de cada una. Por eso es necesario mantenernos atentos a sus necesidades, y también a nuestras propias potencialidades y vulnerabilidades, tanto como profesionales como en calidad de personas. La formación continuada y el trabajo en equipo son herramientas fundamentales para llevar a cabo nuestra tarea de manera ética y coherente, y también para tener cuidado de nosotros mismos.
El trabajo con otros profesionales relacionados con las personas a las que atendemos, es decir, el trabajo en red, es imprescindible para atender a las mujeres y a sus hijas e hijos de una manera global, y evitar así la victimización secundaria. A la vez, supone una fuente inagotable de riqueza, porque es una complementación de saberes en beneficio de la persona atendida.
Para acabar, tenemos que insistir una vez más en que para erradicar la violencia machista de la sociedad, es preciso que todo el mundo, mujeres y hombres, nos demos la mano para caminar juntos en este largo camino.

Glosario

amor romántico m
Modelo de amor que fundamenta el matrimonio monógamo y las relaciones de pareja estables. El amor idealizado es considerado como un sentimiento superior, que tiene que ser para toda la vida, exclusivo y que implica un elevado grado de renuncia.
autoestima f
Autovaloración de uno mismo, de la propia personalidad, habilidades y actitudes, que son los aspectos que constituyen la base de la identidad personal.
dispareunia f
Presencia de dolor o molestia antes, después o durante las relaciones sexuales.
disociación f
Mecanismo de defensa que consiste, según el psicoanálisis, en escindir elementos disruptivos del yo del resto de la psique. Algunos elementos inaceptables son negados de la conciencia.
duelo m
Proceso de adaptación emocional posterior a cualquier pérdida (de alguien querido, de una relación, de un trabajo, etc.).
empoderamiento m
Proceso por el cual las mujeres incrementan su estado de conciencia sobre sí mismas y su capacidad de configurar sus propias vidas y su entorno, de modo que se asumen como sujetos de pleno derecho, se erigen en protagonistas de sus vidas y son capaces de impulsar cambios positivos en las situaciones que viven.
feminidad f
Conjunto de atributos asociados al rol tradicional de las mujeres y que tienen que definir su conducta tanto en el ámbito social como en la intimidad.
micromachismos m pl
Conductas sutiles de dominación que casi todos los hombres llevan a cabo de manera cotidiana en el ámbito de las relaciones de pareja, que implican un abuso de poder y que los sitúan en una posición de dominación en relación con las mujeres. Suelen ser invisibles e incluso estar perfectamente legitimadas por el entorno social.
misoginia f
Aversión u odio a las mujeres y a todo lo que se considera como femenino. La palabra misoginia proviene del griego μισογυνία, ‘odio a la mujer’.
sexismo m
Comportamiento individual o colectivo que desprecia un sexo en virtud de su biología, y perpetúa la dominación de los hombres y la subordinación de las mujeres.
trauma m
Malestar intenso causado por un suceso negativo, brusco e inesperado, que amenaza la integridad física de una persona o su bienestar.
victimización f
Proceso social complejo en el que la historia, el contexto social y los discursos ideológicos confluyen en torno a una persona: la víctima.
victimización secundaria f
Proceso que se traduce en una nueva victimización.
vínculo primario m
Vinculaciones profundas, base y fundamento de cualquier relación posterior, que el bebé establece con las figuras de aferramiento básicas.

Bibliografía

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Artículos recomendados
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Algunas webs de interés
https://www.bcn.es/dones (Ayuntamiento de Barcelona)
https://gencat.cat/icdona (Institut Català de les Dones)
www.redfeminista.org (Red Estatal de Organizaciones Feministas contra la Violencia de Género)
https://tamaiaviuresenseviolencia.blogspot.com/ (Asociación de Mujeres contra la Violencia Familiar)
https://www.elsafareig.org (Grup de Dones Feministes de Cerdanyola del Vallès)
https://www.aapvf.com.ar (Asociación Argentina de Prevención de la Violencia Familiar)