Introducción conceptual a la violencia II

  • Montse Pastor Puyol

     Montse Pastor Puyol

    Psicóloga (Universidad Autónoma de Barcelona) y educadora social (EUTSES, Universidad Ramon Llull). Máster en Intervención socioeducativa con menores en riesgo social (Universidad Ramon Llull) y posgraduada en Atención primaria e infancia (Universidad de Barcelona). Ha trabajado en centros residenciales de acción educativa y en servicios socioeducativos de salud mental haciendo funciones de educadora social y de directora. Tiene experiencia en formación en varios ámbitos del campo social y educativo. Actualmente, trabaja en el Ayuntamiento de Barcelona en un equipo de atención a la infancia y la adolescencia y es consultora en la Universitat Oberta de Catalunya. Es coautora del libro Adolescents singulars: notes crítiques per a una educació social marginal (2008).

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Introducción

La violencia nos resulta insoportable porque pone en juego lo más destructivo de nosotros mismos; algo que siempre está presente y que nos afecta más allá de toda explicación lógica o comprensión. En palabras de Ubieto (2007, p. 180), se trata del «fantasma de la inhumanidad como perteneciente a lo más familiar de cada uno».
Muchos estudios se han dedicado a la violencia extrema que se encarna en las guerras, los exterminios, las limpiezas étnicas, los grupos fundamentalistas o las represiones masivas de las dictaduras. Pero ahora asistimos a nuevas formas de segregación, inherentes a un sistema económico y político, que sin recurrir a la violencia manifiesta, dejan a varios sectores de la población en los márgenes, los intersticios de la sociedad, en situación de exclusión y terror. A esta forma de violencia estructural, y a sus consecuencias en la educación y en lo social, es a lo que nos dedicaremos en este módulo.
La lógica que gobierna nuestro mundo es el de las promesas del bienestar que ofrece el sistema capitalista, promesas que caen progresivamente porque el mercado mundial ha arrasado todo sin piedad. A través de las lecturas de Zizek y Bauman podremos plantear cómo el capital y el consumo desorganizan el mundo, generando exclusión y segregación de los sujetos por doquier. Esta profunda crisis que sacude a Europa y a Estados Unidos muestra otras formas de violencia con consecuencias graves para los lazos sociales, la organización de nuestra sociedad, y para la subjetividad de los individuos. El hecho de que desaparezcan coberturas sociales, económicas, sanitarias y educativas, en un contexto de importante precariedad, aboca a la pobreza, a la desorientación y a la inseguridad a millones de personas, mientras un sector minoritario de la población va incrementando su riqueza y su poder.
Bauman (1997, p. 34) señala que los efectos psicológicos se extienden más allá de los directamente afectados. Nadie está seguro, ninguna posición es intocable, ningún empleo está asegurado. Todo puede desvanecerse de manera repentina, el empleo, la posición social, el reconocimiento de la propia utilidad, el derecho a la dignidad, etc.
La complejidad del entramado global y la falta de regulación por parte de la política permiten el anonimato de los que ejercen el poder. Es decir, los gobernantes son elegidos democráticamente pero siguen las directrices de la especulación proporcionando una estructura difusa en la que las decisiones, e incluso las leyes, duran muy poco tiempo. Las verdaderas estructuras de poder actuales gozan del anonimato –a diferencia de los regímenes totalitarios, que tenían un líder claro y terrorífico– y de un poder omnipresente que no deja de incrementarse.
Teniendo en cuenta esta lógica global, entenderemos que nadie está exento de las consecuencias violentas que esta genera. Por lo tanto, el ejercicio de nuestra función en los dispositivos educativos y sociales quedará afectado de manera inevitable. Lejos de quedarnos en una visión catastrofista, se tratará de llevar a cabo una lectura de los hechos para situarnos y pensar propuestas que nos alejen de las actuaciones compulsivas –hacer por hacer repetitivamente– o de la inhibición –inmovilizarnos ante la angustia– como formas de tratar nuestro malestar.
El mensaje que actualmente transmiten los medios de comunicación

«es un mensaje sobre la indeterminación y ductilidad esenciales del mundo: en este mundo, todo puede pasar y todo se puede hacer, pero no se puede hacer nada de manera definitiva (...). En este mundo, los lazos toman la apariencia de encuentros consecutivos; las identidades, de máscaras que se van usando progresivamente; la biografía, de una serie de episodios cuya única importancia perdurable reside en su recuerdo igualmente efímero. No se puede saber nada con seguridad (...). La apuesta reina ahora allí donde antes se buscaba la certidumbre, mientras que la asunción de riesgos sustituye la persecución obstinada de objetivos.»

Bauman (1997, p. 35).

Objetivos

Los objetivos que alcanzaréis con el estudio de este módulo didáctico son los siguientes:
  1. Conocer la violencia estructural del sistema económico y político actual.

  2. Estudiar los efectos que el sistema capitalista provoca en los individuos.

  3. Estudiar las lógicas inherentes al sistema y sus efectos en los dispositivos educativos y sociales.

1.Violencia y capitalismo

1.1.Violencia inherente al modelo económico y político

Zizek, en Sobre la violencia, analiza la lógica de la violencia actual. El punto de partida de su análisis comienza por la distinción entre tres tipos de violencia: subjetiva, simbólica y sistémica.
  • La violencia subjetiva –aquella que resulta más evidente y que usualmente es la única que se toma en cuenta– es la que encarnan sujetos que alteran el orden político, social y familiar.

  • La violencia simbólica se ejerce a través del lenguaje; es más difícil de advertir, pero no por ello menos efectiva que la anterior.

  • Finalmente, la violencia sistémica es aquella inherente al modelo económico y político. Es el tipo menos perceptible, porque construye el estado de cosas que se considera normal.

Zizek mantiene que la percepción subjetiva que tenemos de la violencia en las manifestaciones cotidianas (disturbios en la calle, violencia de género, terrorismo, etc.) nos impide ver la violencia inherente al sistema mismo en el que nos encontramos: el orden socioeconómico del capitalismo. Efectúa una crítica feroz a la sociedad capitalista, representada por la figura del «comunista liberal». Este mantiene un comportamiento caritativo, que implica un proceso de negación y exclusión de quien es considerado inferior (el inmigrante, el pobre, el del Tercer y Cuarto Mundo, etc.). El rico da caridad al otro bajo la condición de mantenerlo lejos, de no verlo. Así pues, se trata de mantenerlo en la máxima invisibilidad.
Pero para dar, hay que tomar:

«En la ética comunista liberal, la búsqueda despiadada de beneficios se contrarresta con la beneficencia. Esta es la máscara humanitaria que esconde la cara de la explotación económica. En un chantaje del superyó de proporciones gigantes, los países desarrollados “ayudan” a los subdesarrollados con asistencia, créditos, etc., y con ello evitan encararse a la cuestión clave, es decir, su complicidad y corresponsabilidad por la situación miserable de los países subdesarrollados.»

Zizek (2009, p. 23).

Se podría decir que los «comunistas liberales» se presentan como los representantes de la responsabilidad social y de las causas ecológicas, al mismo tiempo que ganan millones de dólares a través de sus múltiples negocios. «Mientras que luchan contra la violencia subjetiva, los comunistas liberales son los únicos agentes de la violencia estructural que crea las condiciones para las explosiones de violencia subjetiva.» El núcleo del problema para Zizek está en el capitalismo, su violencia sistémica es la responsable de un nuevo racismo y de la segregación que padecen importantes grupos de personas.
Recomendación
Sugerimos ver la película The village (2004), en español El bosque, escrita y dirigida por M. Night Shyamalan, que muestra un estilo de vida similar al del capitalismo, basado en el miedo, y en la que se evidencia la violencia inherente al sistema.
La historia transcurre en una aldea detenida en el siglo XIX en medio de un bosque; los aldeanos viven atemorizados por unos seres a los que se refieren como «los que no se nombran».
Lo que ocurre es que la aldea está conformada por familiares de personas fallecidas en actos de violencia y que habían decidido crear una utopía anacrónica retrasada cien años en el pasado, cuando supuestamente los valores familiares y morales estaban más arraigados.
La película muestra una sociedad cerrada, apartada de todo, que busca la seguridad en este encierro. Su vida está mediatizada por el miedo que generan algunos miembros de la propia comunidad. El precio que paga esta sociedad es un espacio finito y guardado por los monstruos. La cuestión es que el mal no queda fuera de este espacio, sino que se transforma en una amenaza mística en la que se evidencia la violencia inherente al sistema.
El mercado mundial no está localizado, se extiende por el mundo de manera virtual, lo arrasa todo sin piedad. Los estados y organismos internacionales quedan sometidos a su poder y pierden la función para los que fueron creados. El capital y el consumo desorganizan el mundo, homogeneizando y segregando de manera fulminante a los habitantes del planeta. Esta deconstrucción permanente borra las diferencias y particularidades subjetivas y culturales, haciendo emerger fenómenos violentos por doquier.

1.2.La relación con el otro en el mundo global

Bauman sostiene que «en un planeta abierto a la libre circulación del capital y de las mercancías, cualquier cosa que ocurra en un lugar repercute sobre el modo en que la gente vive, espera vivir o supone que se vive en otros lugares. Nada puede considerarse de veras que permanezca en un “afuera” material. (...) El bienestar de un lugar repercute en el sufrimiento de otro» (Bauman, 2010, p. 14). Podríamos decir que con el mercado globalizado cambia la relación del sujeto con el otro y se elimina la separación entre los individuos. En palabras de Di Ciaccia (2003), «en el mundo global, cualquiera –vecino o lejano– puede convertirse en mi prójimo. La globalización implica, de hecho, un cambio radical que hasta ahora no se había producido, relativo al espacio y al tiempo». Así, en la globalización, una acción humana puede extenderse por el mundo en simultaneidad con otras acciones, alcanzar cualquier lugar del planeta y anular la distancia.
La polarización de las ganancias aumenta de manera amenazadora en el orden mundial, ya que un noventa por ciento de la riqueza total del planeta está en manos de solo el uno por ciento de sus habitantes; Bauman plantea que todas las sociedades se encuentran verdaderamente abiertas desde un punto de vista material e intelectual, pero esta apertura se asocia a un destino inexorable gracias a los efectos secundarios, imprevistos y no planeados de la globalización negativa.

«Una globalización altamente selectiva del comercio y el capital, la vigilancia y la información, la coacción y el armamento, la delincuencia y el terrorismo, todos ellos elementos que rechazan de plano el principio de soberanía territorial y no respetan ninguna frontera estatal. Una “sociedad abierta” es una sociedad expuesta a los golpes del “destino”.»

Bauman (2010, p. 16).

El autor mantiene que hoy día la idea de «sociedad abierta» evoca la experiencia aterradora de una población abrumada o superada por fuerzas que ni controla ni entiende del todo; una población que, obsesionada por su seguridad, se preocupa por la eficacia de sus fronteras. Preocupación ciertamente inútil, ya que «es imposible obtener (y menos aún garantizar) la seguridad de un solo país o de un grupo determinado de países: no, al menos, por sus propios medios y prescindiendo de lo que acontece en el resto del mundo» (Bauman, 2010, p. 16).
Por otra parte, tampoco se puede garantizar la justicia, ya que la globalización negativa es, por sí sola, causa de injusticias y, por tanto, de conflictos y violencia.

«El “mercado sin fronteras” es una receta perfecta para la injusticia y para el nuevo desorden mundial (...) de tal modo que ahora le toca el turno a la política de convertirse en una continuación de la guerra por otros medios. La liberalización, que desemboca en la anarquía global, y la violencia armada se nutren entre sí, se refuerzan y revigorizan recíprocamente; como advierte otra vieja máxima, inter arma silent leges (‘cuando hablan las armas, callan las leyes’).»

Bauman (2010, p. 17).

1.3.Aspectos de la globalización

Uno de los aspectos de la globalización es el discurso hegemónico. En este discurso se borran las particularidades del sujeto, y se tiende a homogeneizarlo, pudiendo incluso dejar paso a un retorno al totalitarismo; se borran las diferencias y, por tanto, se borra al propio sujeto, de manera que así se intenta tener el control de la masa. Nos encontramos con un ideal de época, se trata del ideal de la homogeneización de los sujetos, en el que no se consiente al alumno disruptivo, al hiperactivo, al toxicómano, al enfermo mental, etc., lo que genera procesos de exclusión y segregación a través, podríamos decir, de «instituciones especializadas». Lejos de preguntarse por la particularidad del sujeto, por su sufrimiento o por su deseo, la lógica discursiva trata de dar ejemplo intentando convencer de un buen comportamiento –léase inserción social, escolar, laboral, etc. Los efectos, generalmente, no están faltos de violencia o rechazo de manera birideccional.
1.3.1.La emergencia del temor y de la inseguridad
Otro de los aspectos de la globalización es, según Di Ciaccia (2003), la emergencia de temores e inseguridades desestabilizadoras en lo social y en lo político. El miedo se extiende de forma imparable por el mundo globalizado. Muchos contratan a vigilantes de seguridad, hacen cursos de autodefensa, llevan aerosoles, etc., el miedo nos lleva a acciones defensivas, de modo que no es extraño el auge de los cursos de contención física dirigidos a los educadores sociales o la presencia de seguridad privada en establecimientos educativos y sociales. El problema, según Bauman (2010, p. 18), es que «tales actividades reafirman y contribuyen a acrecentar la misma sensación de caos que estos intentaban prevenir». El progreso representa una amenaza, un cambio implacable que no nos dará tregua y que presagia una crisis y una tensión continuas. Así, el miedo produce una rentabilidad política o económica. La ley y el orden son las grandes promesas de los programas políticos. El peligro de un ataque terrorista global ha sido magnificado y distorsionado, en un mundo en el que las palabras de los políticos carecen de valor o se desgastan, en el que las ideas han perdido credibilidad, el miedo a un gran enemigo es lo único que les queda a los políticos para ejercer su poder. Los estados han quedado sometidos al poder del capital y del mercado.

«En la fórmula política del “Estado de la seguridad personal”, el fantasma de la degradación social contra el que el Estado social juró proteger a sus ciudadanos está siendo sustituido por la amenaza de un pedófilo puesto en libertad, un asesino en serie, un mendigo molesto, un atracador, un acosador, un envenenador, un terrorista o, mejor aún, por la conjunción de todas estas amenazas en la figura del inmigrante ilegal, contra el que el Estado moderno, en su encarnación más reciente, promete defender a sus súbditos.»

Bauman (2010, p. 27).

Bauman (2010) señala, a su vez, que está creciendo la masa de seres humanos convertidos en superfluos por el triunfo del capitalismo global, de manera que se está a punto de superar la capacidad del planeta para gestionarlos. Se producen refugiados en serie, y crece desorbitadamente el número de personas apátridas y sin techo que «atentan» contra los derechos de los ciudadanos del primer mundo. «Nunca se verán libres de la tormentosa sensación de transitoriedad, indeterminación y provisionalidad de cualquiera de sus asentamientos» (Bauman, 2010, p. 58). Se verán criminalizados y expulsados de un lugar a otro, ya que el retorno a su lugar de origen es imposible debido al hambre y las guerras. Se pueden observar estos hechos en los centros de internamiento para inmigrantes (CIE). Son lugares en los que los extranjeros que no tienen autorización para residir en nuestro país permanecen privados de libertad, a la espera de ser expulsados de España. Esta privación de libertad se ejerce como medida cautelar, pero no es derivada de la comisión de un delito. Se trata de lugares donde se vulneran los derechos fundamentales de las personas, ya que no se les informa de su situación y no hay ningún tipo de control sobre las condiciones de vida que allí se dan. Son instituciones en las que se criminaliza a las personas por el hecho de ser inmigrantes ilegales destinados, sin temporalidad determinada, a ser expulsados del país.
1.3.2.La caída del Estado
El Estado ya no ejerce su función de protección social, no ofrece la esperanza ni la confianza de sobrevivir a la inminente ronda de recortes, dirá Bauman. Y así es como se llega a dejar «en manos de los individuos la búsqueda, la detección y la práctica de soluciones individuales a problemas originados por la sociedad, todo lo cual deben llevar a cabo mediante acciones individuales, solitarias, equipados con instrumentos y recursos que resultan a todas luces inadecuados para las labores asignadas» (Bauman, 2010, p. 25). Es la ley del sálvese quien pueda, ante un mundo fragmentado y atomizado en el que se ha perdido al padre protector que era el Estado. Los efectos caen sobre los sujetos de manera directa. En la modernidad sólida, las garantías sociales aseguradas por el Estado proporcionaban cierta seguridad: había una organización establecida, una jerarquía que aseguraba unos niveles, una formación del asalariado.
Asistimos progresivamente a la caída de esas garantías, ya que se pierden los derechos, la protección social, la remuneración justa, las condiciones para ejercer la función. Las políticas neoliberales abogan por la gestión de los conflictos, de las emociones, de la población en general, pero no deja de ser una posición engañosa, ya que el gestor no es el Estado, sino el individuo. Así, desaparece la institución que dirige y ordena, licuándose su función, y es el sujeto quien se encuentra con toda la responsabilidad, supliendo las carencias institucionales para sostenerse y dándose de frente con el malestar, malestar dirigido contra él mismo o contra sus iguales de manera directa.
Ante la pérdida del Estado y sus funciones, «se busca ahora una legitimación alternativa de la autoridad estatal y una fórmula política diferente en beneficio de la ciudadanía obediente» (Bauman,2010, p. 27); la promesa del Estado cambia, ya no se trata de promover los derechos sociales sino de proteger a los ciudadanos frente a los peligros para la seguridad personal. Estos peligros vienen representados por el diferente, el excluido o el inmigrante.
Se puede localizar esta lógica en los cambios del Programa interdepartamental de la renta mínima de inserción (PIRMI) efectuados en Cataluña en agosto del 2011, y la posterior modificación de las condiciones para acceder a esta prestación.
En el mes de agosto, momento en el que la mayoría de los equipamientos de servicios sociales están bajo mínimos a causa de las vacaciones estivales, se paralizan los pagos y se revisan las direcciones y situación de los perceptores.
Se hacen estos impagos bajo la excusa de descubrir cuántos de los que cobran se hallan fuera del país, o sea, para saber cuánta gente, véase los inmigrantes, se aprovecha de estas ayudas. Así, lo que queda progresivamente es producir el enfrentamiento. Cuando desaparece la seguridad del Estado protector del bienestar, crece la inseguridad de la población, aparece la xenofobia y, por tanto, la culpabilización del diferente. Se borra la figura del profesional referente de servicios sociales, que en este caso ni participó del asunto, se toma la decisión desde una posición superior y se ignora la situación particular de cada persona, culpabilizándola de su situación. Finalmente detrás de esto, está el control.
«Hay que estar atentos a la “sustitución del Estado social por el Estado penal”» (Lagranche citado por Bauman, 2010, p. 29). Bauman ya señala cómo desde mediados de la década de los sesenta, en países que contaban con los servicios sociales menos desarrollados (como España, Portugal o Grecia), o donde las provisiones sociales estaban siendo reducidas de manera drástica (como Estados Unidos y Gran Bretaña), se daba un rápido incremento de la población reclusa. A través de diversos estudios, se descubrió una fuerte correlación negativa entre el «impulso encarcelador», por un lado, y la «cuota de servicios sociales provistos con independencia del mercado» y el «porcentaje del producto nacional bruto destinado a este tipo de asistencia», por el otro. «Se ha demostrado, más allá de cualquier duda razonable, que el empeño por centrar la atención en la criminalidad y en los peligros que amenazan la seguridad física de los individuos y de sus propiedades está íntimamente relacionado con la «sensación de precariedad», y sigue muy de cerca el ritmo de la liberalización económica y de la consiguiente sustitución de la solidaridad social por la responsabilidad individual» (Bauman, 2010, p. 29).
1.3.3.Exclusión y peligrosidad social
Las nuevas clases peligrosas son aquellos grupos sociales que se juzgan inadecuados para la reintegración y se declaran inasimilables, ya que no puede imaginarse qué función podrían desempeñar tras la rehabilitación. No solo son clases excedentes, sino también superfluas. Están excluidas de manera permanente. La exclusión actual no se percibe como algo temporal y remediable, sino como un destino irrevocable.

«Lo que convierte a los excluidos del presente en “clases peligrosas” es la irrevocabilidad de su exclusión y las escasas posibilidades que tienen de apelar la sentencia.»

Bauman (2010, p. 100).

Recomendación
Se recomienda ver la película francesa El Odio (La haine), dirigida por Mathieu Kassovitz en 1995.
Relata la vida de tres amigos adolescentes, Vinz, Saïd y Hubert (un judío, un árabe inmigrante y un boxeador amateur negro, respectivamente) en un barrio marginal de las afueras de París. Durante una noche de disturbios son testigos de un hecho, en el que su amigo Abdel resulta herido por la policía y es hospitalizado. Esa misma noche, Vinz se hace con un revólver de la policía y asegura, con un gran odio, que con él asesinará a un miembro de las autoridades si el joven hospitalizado muere. Este es el desencadenante para todo lo que sucederá ese mismo día y la noche siguiente. La constante a lo largo de la película es el hastío de estos jóvenes, el deambular por la ciudad, la violencia entre bandas y los conflictos con la policía.
Sin embargo, ¿qué efectos en la educación social tendrá este empuje a la exclusión inexorable? Podemos afirmar que las instituciones, también las sociales, no ofrecen ninguna esperanza ni confianza, ya que es dudosa su supervivencia. Se desmantelan los sistemas de protección y defensa colectiva, de manera que se deja en manos de los agentes la solución individual a problemas globales. Se pierde progresivamente la responsabilidad de la institución estatal, que progresivamente se va privatizando, pero la responsabilidad no desaparece, sino que recae sobre el que está en primera línea. Se pide una mayor flexibilidad de los profesionales, denominada polivalencia, que significa saber poco de todo y mucho de nada. Con ello se diluye el saber sobre una función determinada y específica, de manera que el individuo queda librado al control social, a las normas-directrices, relacionadas con la gestión más que con la ejecución de la función. Esto provoca sentimientos de impotencia, inutilidad, soledad y una incertidumbre cada vez mayor que se manifiesta con bajas laborales relacionadas con la depresión, el estrés profesional y diferentes cuadros de ansiedad, entre otros aspectos, agravados por el carácter de lo que es un imposible: reducir la exclusión. El profesional de lo social se integra en esta, sin poder salir de ese lugar en el que queda atrapado. Y más, teniendo en cuenta que también queda afectado por la precariedad de las propias condiciones laborales.
Habrá que estar atentos para mantener o recuperar la función profesional, establecer grupos de estudio y trabajo para poder situarse y soportar la propia incertidumbre. Cada uno tendrá que inventar su propio trayecto para poder sostenerse.
Otra cuestión problemática y actual es la manera en que se están incrementando los desempleados y cómo lo están haciendo de manera prolongada. En palabras de Bauman, los desempleados «están a un paso de caer en el agujero negro de la subclase». Son individuos que quedan al margen y que «no aportan nada a la vida de la sociedad, excepto lo que sale ganando la sociedad cuando se desprende de ellos».
Todos estos individuos quedarán excluidos, e independientemente de su conducta quedarán etiquetados como delincuentes, socialmente inadecuados o como elementos antisociales. Ya no serán vistos como «individuos excluidos temporalmente de la vida social normal y destinados a ser “reeducados”, “rehabilitados” y “restituidos a la comunidad” lo antes posible. Se les considera, más bien, individuos marginados a perpetuidad, inadecuados para ser “reciclados socialmente” y destinados a permanecer para siempre alejados de los problemas, separados de la comunidad de los ciudadanos respetuosos con la ley» (Bauman, 2010, p. 102).
La línea que separa excluidos e incluidos es cada vez más difusa, de manera que aumenta la vulnerabilidad para casi toda la población. Todos somos objetos de la violencia estructural, la cual queda invisibilizada y provoca efectos radicales y contundentes contra los que Bauman (1997, p. 34) denomina «desposeídos» y los que «sobran».

2.Violencia y psicoanálisis

Tal y como señalábamos en el primer módulo, Freud habló de la cultura en su famoso texto El malestar en la cultura (1929). La cultura permite regular los vínculos recíprocos entre los seres humanos. Si faltara esta regulación, estos vínculos quedarían sometidos a la arbitrariedad del individuo; así, quien tuviera más fuerza física impondría sus intereses. La convivencia humana solo es posible cuando se aglutina una mayoría más fuerte que los individuos aislados, y cohesionada ante estos. El poder de la comunidad se contrapone al del individuo, que es condenado como «violencia bruta». Esta sustitución del poder del individuo por el de la comunidad significa la instauración de la cultura. De esta manera, la inscripción en la misma tiene un precio: la renuncia a las propias satisfacciones.
Ya lo señaló Alexander Hamilton: «La destrucción violenta de la vida y de la propiedad a consecuencia de la guerra, el continuo esfuerzo y la alarma que provoca un estado de peligro sostenido, llevarán a las naciones amantes de la libertad a buscar el reposo y la seguridad poniéndose en manos de instituciones con tendencia a socavar los derechos civiles y políticos. Para estar más seguras, correrán el riesgo de ser menos libres».
Freud (1929) plantea que la cultura se edifica sobre la renuncia de lo pulsional, es decir, en la no satisfacción de poderosas pulsiones. Esta «denegación cultural» gobierna el ámbito de los vínculos sociales entre los hombres; esta es la causa de la hostilidad contra la que se ven obligadas a luchar todas las culturas. Por esta razón, la renuncia es imprescindible para poder vivir y convivir con los otros.
Lejos de la supuesta armonía entre instinto y organización social, continuamente se originan conflictos y disputas en nuestra sociedad, ya que los sujetos tienen diferentes modalidades de obtener satisfacción. Siempre hay algo en la cultura que no se puede domesticar. Por eso, más allá del bienestar y la supuesta felicidad, siempre nos encontramos con aquello que nos perturba. Todos habremos podido constatar que no siempre elegimos lo que nos va bien; esta es la fuerza de la pulsión que busca su satisfacción.
Así, en el orden social no todo puede ser regulable y lo que no es regulado emerge como malestar. Según Freud (1929), las causas de este malestar serían tres:
  • La imposibilidad de dominar la fragilidad del cuerpo.

  • La imposibilidad de dominar la naturaleza.

  • La imposibilidad de dominar los vínculos y las relaciones con los otros seres humanos.

La cultura instaura una tensión permanente entre los deseos –pulsiones– y la imposibilidad de llevarlos a cabo. Esto provoca un malestar que es estructural y que se produce por la renuncia a la satisfacción. Sin esta renuncia, la sociedad no funciona.
Mediante la cultura, renunciamos a una parte de nuestra satisfacción a cambio de seguridad. No es que el sujeto sea bueno y la sociedad la causa de su corrupción, sino que el hombre tiende a satisfacer las pulsiones y la sociedad lo limita o frena.

3.Violencia y educación social

3.1.El encuentro con la violencia en los recursos educativos y sociales

Pensar que el malestar es estructural implica reconocer que existe un vacío tanto en los sujetos como en la sociedad, es decir, nunca habremos llevado a cabo nuestras satisfacciones plenamente y siempre habrá algo que faltará; implica saber que no hay respuestas estándar y que tendremos que inventar diferentes respuestas a los problemas o situaciones que lleguen.
Este planteamiento es contrario a las lógicas actuales, por dos motivos:
1) El primero, porque actualmente tratamos de llenar el vacío con promesas de felicidad a través del consumismo salvaje del capitalismo. Esta compulsión al consumo puede ser observada en las toxicomanías, las diferentes adicciones (al juego, a los móviles, a las compras, a la comida) y en la tendencia a tener todo lo que se puede de lo que el mercado ofrece. Podríamos pensar esta cuestión como el tratamiento del malestar subjetivo a través de la satisfacción del consumo. Todo esto llega por la vía del exceso, lejos de una proporción que no existe y que empuja al sujeto al imperativo de consumir. «Los ideales vienen al lugar de la falta de proporción y hacen funcionar algo en aquel lugar: el bien supremo, el imperativo categórico, etc. En la actualidad, por la caída de los ideales unificadores, se hace visible la falta de medida» (Tizio, 2003, p. 167).
Tal y como indica Hebe Tizio, estas formas actuales del síntoma por la vía de la compulsión como son las adicciones, la toxicomanía o las diferentes formas de violencia hablan de unos circuitos que se hacen infinitos. Todo esto va acompañado del borrado de la dimensión subjetiva y se puede observar en las lógicas actuales en la educación o en los ámbitos sociales en los que se incrementa la reducción de la responsabilidad de los sujetos, ya sea por la vía de la culpabilización o de la victimización. Esta visión se traduce en una acción que incrementa la severidad o la prohibición, por una parte, y la permisividad, por la otra.
Podemos tomar un ejemplo para explicar esta cuestión. Se trata de la acción violenta de un adolescente en un hospital de día:
«Después de una agresión, el chico muestra un estado de nerviosismo y excitación. Una vez se han separado las dos partes del conflicto y para “contener” al agresor se le permite ver la televisión como si nada hubiera pasado. Para que el chico esté tranquilo no se le aplica ninguna sanción. Se le trata como a un loco.»
Pié et al. (2008, p. 71).
En este caso, habría varias respuestas posibles: por una parte, podemos aplicar una total permisividad; dado que el adolescente está diagnosticado de trastorno mental, se le ve como una víctima de su situación. No se habla de lo que ha pasado ni su acto tiene ninguna consecuencia. Por otra parte, se le podría expulsar del recurso. Así, se le culpabilizaría de su acción y se le aplicaría una sanción severa. En los dos casos, la cadena de la repetición violenta está asegurada; en el primero, porque no se extrae ninguna consecuencia de la acción; en el segundo, por ejemplo, debido al enfado por la exclusión, la identificación con la figura del que aterra a todos, o el retorno del «hacerse expulsar». Si tomáramos la dimensión subjetiva del adolescente, nos preguntaríamos por las causas que han generado el problema, interrogándole a él sobre las mismas. Quizá, así, algo podríamos comprender y en función de esto dar una respuesta por la vía de la responsabilización.
2) El segundo, porque no hay respuestas estándar al tratamiento del malestar. Justamente, ir en contra del síntoma (es decir, la conducta perturbadora, la violencia dirigida a los otros y a uno mismo, la toxicomanía, etc.), ya sea prohibiéndolo, castigándolo o negándolo, solo provoca su acentuación porque borra la dimensión subjetiva. De hecho, los síntomas son un problema en todas partes: en la familia, en la escuela, en los centros, en las ciudades, etc., porque perturban el orden social preestablecido. La respuesta social va de la mano del castigo, de la expulsión, de la segregación en dispositivos especializados y otras formas punitivas que en realidad intentan dejar fuera el síntoma. Lejos de reducirlo, estas prácticas que tratan el problema de manera directa provocan su reactivación; podemos decir que el malestar retorna hacia el sujeto y hacia el otro, y este retorno se produce aún de manera más insistente, frecuentemente de forma violenta.
Podríamos situar dentro de esta lógica la situación de una adolescente, originaria de un país latinoamericano, que después de tres años en un aula de acogida, cambió de instituto al trasladarse de domicilio. Pasó un curso en tercero de ESO (el que le correspondía por edad). Después de fracasar en estos estudios, fue situada en un aula especial, en la que no quería estar, dentro del mismo instituto. En el segundo mes, ya había sido expulsada tres veces después de enfrentamientos graves con profesores; se incrementó su falta de interés y su oposición a los adultos. En realidad, no podía seguir el ritmo de la clase, ya que no había sido escolarizada en su infancia. Ella pedía seguir aprendizajes de tipo laboral. Mejoró su situación cuando pasó a una unidad de escolarización compartida, donde pudo estudiar peluquería.
El síntoma podría situarse en las dificultades de aprendizaje que se intentaron tratar desde el aula especial; para ella se trató de una exclusión, y provocó todo su enfado y decepción. Por eso, inició una escalada de agresiones para ser expulsada y evitar, así, ir a clase.
Actualmente, contamos con la presencia de muchas guías de actuación o de protocolos en las instituciones educativas y sociales, que indican las acciones que hay que hacer en cada una de las situaciones en las que nos podemos encontrar. Este planteamiento presenta diferentes efectos y en ocasiones dificultades, dependiendo de la utilización que se haga. A más rigidez en su aplicación, más problemas encontraremos, sobre todo, en el incremento de la expresión del malestar por parte de las personas que atendemos. Así pues, por una parte, siempre hay situaciones posibles y reales que no quedan contempladas, podríamos decir en estos casos que no encontraríamos la respuesta predeterminada a la situación concreta; y por la otra, y la que es más grave, al tratarse de una guía estandarizada, igual para todos, expulsa la particularidad del sujeto y por tanto, toda posibilidad de maniobra por parte del profesional.
Expondré dos ejemplos reales que pueden mostrar los efectos de las normativas y planificaciones estándar.
La primera situación se desarrolla en un CRAE (centro residencial de acción educativa) en el que reside un adolescente de catorce años que muestra actos violentos dirigidos a otros niños más pequeños de manera continuada. Cuando los educadores intentan frenar esta agresividad, aún se pone más nervioso e incontrolable. La normativa residencial indica que se tiene que separar al chico del grupo, siempre acompañado por un educador, y llamar a los servicios médicos de urgencia si la situación no se modifica. Es casi imposible hacerlo, ya que su fuerza física supera la de los educadores. Los servicios médicos tampoco ayudan en este caso, ya que el chico siempre se tranquiliza ante su presencia, pero cuando se van, vuelve a ponerse agresivo. La única manera de guiar la actuación de los educadores fue preguntarle qué le podía ayudar cuando se ponía tan nervioso. Explicó que se sentía muy mal cuando los otros le miraban y sabía que hablaban mal de él o le insultaban. Su manera de tratar su problema fue, en un primer momento, salir a la calle durante 10 minutos para fumar, y en una segunda etapa, hacer algún plato de cocina. En este caso, si se hubiera aplicado solo la normativa, se habrían agudizado las conductas violentas.
El segundo ejemplo se sitúa en una UEC en la que durante un tiempo se han organizado las actividades desde el interés de los alumnos por sus propios aprendizajes a través de películas, noticias de periódicos de actualidad, y relacionadas con contenidos que les interesan como pueden las drogas, la sexualidad, las relaciones entre iguales, etc. La dinámica marcha bien, teniendo en cuenta las dificultades propias de los alumnos y no ausentes de conflictos que tendían a simbolizarse por medio de tutorías individualizadas continuadas. Estas tutorías se hacían periódicamente, de manera que ayudaban a reducir y llevar a cabo parte de los problemas emergentes.
De manera brusca, en el inicio de curso cambia la dirección de la UEC y se impone un sistema de aprendizaje basado en la elaboración de fichas. Cada alumno tiene que hacer las correspondientes a lo largo del horario marcado. Estas fichas son iguales para todos, distribuidas por niveles y por materias. La normativa implícita introduce cambios, ya que desaparece todo tipo de contenido relacionado con los intereses de los chicos. La norma explícita obliga a reducir las horas de tutorías que quedarán exclusivamente dirigidas a elaborar problemas de comportamiento.
Los efectos de esta dinámica no se hicieron esperar, ya que al cabo de pocas semanas había aumentado el malestar de los alumnos, dándose episodios violentos tanto en las aulas como a la entrada y salida de ellas. Los chicos y chicas señalaban que se aburrían y que no aguantaban tanta presión.
En relación con este último ejemplo, podemos tomar las palabras de Ubieto (2007, p. 181):

«Las manifestaciones de violencia escolar son una buena muestra para diferenciar esa violencia fruto de las desregulación social en la que los jóvenes se encuentran con una institución en declive incapaz de tolerar algunas formas de violencia –entre otras cosas, por las importantes diferencias culturales entre los profesores de clase media y los alumnos de barrios periféricos– y la otra violencia, más ligada a los sentimientos de fracaso y humillación de los segregados. La no distinción entre ambas y su condena generalizada nos impide poder captar sus particularidades e inventar así nuevas respuestas al conflicto, en vez de responder con la violencia “legitimada” de la segregación (expulsión).»

Así, en los recursos educativos y sociales actuales el encuentro con la violencia produce por una parte la exclusión de las personas que tratamos –se las expulsa del recurso–, o bien se las segrega a recursos llamados especializados. Se puede ver en las escuelas, en las que aumentan los chicos con dificultades, presentados con diagnósticos como trastornos del comportamiento, hiperactivos, trastornos oposicionistas y desafiantes, etc. El tratamiento ante lo imposible de soportar pasa por las aulas externas (unidades de apoyo a la educación especial, USEE; unidades de escolarización compartida, UEC), donde por regla general se reducen los contenidos culturales y donde se corre el peligro de que los chicos y chicas queden identificados por la etiqueta que los clasifica.
En numerosas ocasiones, se ha hablado de la pérdida de la función educativa y de la caída de las figuras de autoridad en nuestra sociedad. Una de las consecuencias es el aumento de la transgresión de las normas por parte de los educandos y las dificultades de establecer el vínculo social y, por ende, el vínculo tanto con los contenidos como con los profesores y/o educadores. Se establece, así, un circuito cerrado en el que el malestar queda insertado haciendo mella tanto en los sujetos de la educación como en los mismos agentes. Se puede constatar que este hecho es paralelo a lo que pasa en la sociedad, y que la demanda a los servicios educativos y sociales a menudo es masiva.
Sin embargo, podemos afirmar que son necesarias posiciones diferentes en lo social y en lo educativo, podríamos decir que es necesaria cierta violencia legitimada –cierta coacción en la educación, en la familia y, en general, en lo social. Los sujetos, así, puedan poner cierto límite a sus pulsiones para poder acceder al vínculo social y oponerse a la violencia generalizada. Violeta Núñez (2008) plantea los términos «forzamiento discursivo» o «violencia pedagogica (1) » para explicar cómo el acceso del niño a la educación se lleva a cabo mediante una cierta violencia, ya que es necesario que ingrese a una particular combinatoria cultural y en ese tránsito «pierda» algunas potencialidades y «gane» otras. No se trata de ejercer una violencia directa, de carácter personal, sino una «violencia» de carácter simbólico, en el sentido de un forzamiento para aprender a hablar, a caminar, a hacer, etc. según las pautas culturales propias de la comunidad. De este modo, la educación, a través de ese forzamiento discursivo o violencia pedagógica, permite la construcción del sujeto social y su incorporación al mundo.
Si esta violencia simbólica no se ejerce introduciendo la dimensión educativa, aparece la violencia directa del lado de los educandos pero también de los agentes educativos y sociales. Se trata de una posición defensiva que hace que los sujetos se anticipen mediante la actuación a ese rechazo que el otro provoca y que de no ser mediatizada por un tercer elemento –como puede ser la cultura, la producción artística, la ley, etc.–, produce la acción violenta.

3.2.Autoridad frente a autoritarismo

«La modernidad es la época de la crisis generalizada, un universo en el que las instituciones (familia y escuela) se ven impotentes para efectuar su función transmisora de sentido y, por esta razón, la modernidad se convierte en un mundo simbólicamente desestructurado, es decir, en un momento histórico en el que el tiempo y el espacio dejan de ser humanizadores, es decir, configuradores de sentido, de identidad, de lazos sociales, de semánticas cordiales, para convertirse en lugares de anonimato y en cambios patológicos.»

Mèlich (2006, pág. 49).

Podemos estar de acuerdo en que en los momentos actuales se puede escuchar que hay una «falta de autoridad»; parece que aumentan los problemas con niños y adolescentes en las escuelas, pero también con los padres, o parecen darse más episodios agresivos en dispositivos de salud o de servicios sociales. El discurso que sostenía antes la familia y la sociedad está en crisis, hay un declive de la autoridad. La respuesta social, cada vez más frecuente, tiende al retorno del autoritarismo. Ubieto (2007, p. 175) señala que la emergencia de este síntoma social no implica que la violencia no estuviese presente antes. «Si ahora sobresale, es porque las transformaciones sociales, familiares y su incidencia en la subjetividad la hacen emerger como disruptiva con las nuevas lógicas». Como se ha dicho anteriormente, la violencia tiene un estatuto de normalidad, ya que es constituyente del sujeto y de lo social. Pero ante la caída de la autoridad y de un saber para resolver los conflictos sociales, encontramos un vacío donde se interpreta cualquier conflicto cotidiano como un acto de violencia, vacío que se colmará con la punición y con el control. Ya lo señala Mèlich (2006, p. 50): «las relaciones entre las personas no son relaciones de autoridad sino de poder, un poder que se ejerce a través del cargo que el poderoso desempeña en el sistema social».
Así, las diferencias en las respuestas –propias de la diversidad de los sujetos– serán leídas como patológicas y no como consecuencia del cambio de época. Se trata de un ideal de homogeneización en el que, «por su bien», los sujetos tienen que funcionar con los discursos de la época. Son discursos autoritarios que ven la particularidad como un peligro. La consecuencia de estos discursos ejemplificadores y moralizantes es la respuesta violenta o el rechazo del alumno, el usuario o el paciente; en palabras de Ubieto (2007, p. 177), se trata de una cierta «anorexia social» entendida como el «rechazo del usuario/paciente que resiste con su amor propio a la supuesta acción liberadora del otro». De este modo, la persona puede rechazar la ayuda que se le presta si no se tienen en cuenta sus necesidades o si el profesional actúa más bien desde el ideal homogeneizador. «Sus manifestaciones van desde la conocida «reacción terapéutica negativa hasta ese desagradecimiento, vivido como ofensa por los profesionales, y descrito por Lacan como “los contragolpes agresivos de la caridad”» (Ubieto, 2007, p. 177). Se puede observar en dispositivos de salud mental el rechazo de las personas a ser tratadas o medicadas si no se cuenta con su subjetividad, o en servicios sociales cuando se proporcionan ayudas que el sujeto no siente que necesita; el efecto de obviar la particularidad del sujeto atendido provoca el rechazo por parte de este y la consecuente ofensa o enfado por parte del profesional ante el desagradecimiento que el otro le transmite.
En consecuencia, se buscará a los expertos que proporcionen recetas para solucionar el problema, o se llamará al amo contemporáneo sumergido en el capitalismo para ejercer su dosis de control social. Desde estas perspectivas, surgen, por una parte, las prácticas represivas impetuosas que buscan la eliminación directa del problema o, por otra parte, la inhibición de los agentes, que en cuanto tocan el límite, es decir, el imposible de la curación o de la salvación, depositan la dificultad en el sujeto y abdican de la función. Podríamos poner múltiples ejemplos de esta situación en cualquier dispositivo educativo, sanitario o social; mostraré uno de ellos, ya que en el funcionamiento general de algunos es bastante frecuente.
Se trata de un hombre joven, al que llamaremos Manuel, que trabaja de manera intermitente. Cuando pierde los trabajos, acude a servicios sociales para pedir ayudas económicas puntuales. Desde allí, dada su precariedad, se le insiste en que pida un PIRMI que le aseguraría unos ingresos regulares. Él se niega, pero no de manera directa; se olvida los documentos que hay que presentar, no va a las entrevistas con su referente, etc. Temporalmente trabaja, deja de trabajar y vuelve a iniciarse el ciclo. La referente de servicios sociales lleva a cabo la lectura de la situación de manera parcial y sesgada: se trata de un hombre muy obstinado que no hace caso de las recomendaciones que se le hacen, y solo acude cuando está con el agua al cuello. Después de una crisis personal muy grave, Manuel acude al centro de salud mental, donde se le diagnosticará un trastorno de personalidad. En este momento, Manuel se dirigirá de nuevo a su referente y, esta vez sí, solicitará el PIRMI. En esta ocasión, la trabajadora social se negará a facilitarle ayuda económica, enfadada por los incumplimientos anteriores. Aquí podemos observar un primer ciclo en el que se trata de convencer al sujeto de lo que le conviene, sin ver qué motiva la respuesta de la persona. Manuel no quería depender de ayudas regulares porque eso significaba su fin como trabajador. Por otra parte, no se leen sus dificultades como algo particular, sino como una negativa a la ayuda de manera obstinada. Y en tercer lugar, cuando pide la ayuda de manera más consistente y cuando ha vivido una caída subjetiva, necesitando tratamiento psiquiátrico, el profesional desiste de su función, coloca las dificultades en el sujeto y muestra su enfado por la vía del castigo.
Hay algo de la autoridad aquí que se pone en juego. Es la autoridad del profesional que dice «ahora sí, ahora no», autoridad a mi entender ejercida únicamente desde la lógica demanda-respuesta, lejos de la orientación del sujeto por la vía del sentido, es decir, por la vía de lo que explica su respuesta y su elección de qué hacer en la vida.
De estas cuestiones, se pueden extraer algunas conclusiones: no es lo mismo obedecer a causa de un cierto convencimiento, ni obedecer por temor al castigo o a la no obtención de la ayuda solicitada, que dejarse orientar. Podemos pensar que los sujetos necesitan orientación. La acción social y educativa partiría de esta orientación en relación con las elecciones de la persona; para nada partiría de lo que el profesional querría para sí, sino que se trataría de ejercer una cierta autoridad que oriente y que no sea dirigida desde el autoritarismo del castigo.

4.Algunos apuntes finales

Quizá lo común cuando hablamos de violencia es la concepción de la violencia sin sentido, la entendemos como gratuita y con la única función de ejercer un mal por placer o por desesperación.
Más allá de todo esto, hemos podido hacer un recorrido en el que se ha podido constatar cómo algo del exceso está en juego; algo que no solo afecta a cada uno de nosotros a título individual, sino que tiene efectos en un ámbito de todo el planeta.
Los sujetos violentan e interpelan los sistemas que los gobiernan, y quizá vayan apareciendo nuevas manifestaciones contemporáneas de la violencia. Habrá que distinguir la falta de regulación en las instituciones, fruto de la situación política y económica de la globalización, de la violencia directa relacionada con los fenómenos de segregación y exclusión.
Así, en vez de responder con la violencia legitimada de la expulsión, podremos situarnos desde la particularidad de los sujetos e inventar algunas otras respuestas que permitan abordar los conflictos.

«En todo caso, se trata de elaborar modelos de acción social y educativa capaces de conjugar las lógicas de las instituciones con el interés de los sujetos virtualmente implicados, consultándolos, considerándolos dignos de todo respeto, portadores de derechos. Tal vez se trate (...) de atenernos a la noción de redistribución cultural y de derechos apropiados por parte de los sujetos.»

Nuñez (2010, p. 110).

Resumen

A lo largo de este texto, se exponen los efectos de la violencia sistémica inherente al modelo económico y político actual. Es el tipo de violencia menos perceptible, porque se ha tramado en la economía y en la política de manera que la consideramos normal.
Zizek plantea que el capitalismo ejerce una importante violencia, ya que su objetivo es la búsqueda despiadada de los beneficios; el mercado mundial arrasa todo sin piedad y se extiende por el mundo. Así pues, los países capitalistas son cómplices de la miseria de los países subdesarrollados.
Bauman sostiene que la sociedad globalizada es una sociedad abierta a la libre circulación del capital y de las mercancías y, por ello, será una sociedad expuesta. Se verá superada por fuerzas que no controla ni entiende, y así quedará excesivamente preocupada por su defensa.
Esta sociedad es generadora de injusticias y, por tanto, de conflictos y violencia. La liberalización de los mercados y la violencia armada se refuerzan entre sí.
La globalización supone un discurso hegemónico que provoca que se vayan borrando las particularidades de los sujetos. Se intenta tener un control de la masa y esto lleva a un acercamiento a las ideologías totalitaristas.
Otro de los aspectos de la globalización es la emergencia del temor y la inseguridad: el miedo se extiende de forma imparable por el mundo. El progreso representa una amenaza, presagia una crisis y una tensión continuas. El miedo produce rentabilidad política y económica, y es lo único que les queda a los políticos para ejercer su poder. Los estados han quedado sometidos al poder y al capital.
Otra de las consecuencias: el Estado ya no ejerce su función de protección social a la sociedad. La promesa del Estado cambia, ya no se trata de promover los derechos sociales sino de proteger a los ciudadanos frente a los peligros para la seguridad personal, que vienen representados por el diferente, el excluido, el inmigrante.
Las nuevas clases peligrosas son representadas por los grupos de personas que son declarados inasimilables y que no podrán ejercer ninguna función en la sociedad. Son clases superfluas que quedan excluidas de forma permanente. Dentro de este grupo están los desempleados, que quedarán excluidos y etiquetados como delincuentes, socialmente inadecuados o antisociales.
Freud ya planteó en 1929 que la cultura instaura una tensión permanente entre los deseos y la imposibilidad de llevarlos a cabo. Esto provoca un malestar que se produce por la renuncia a la satisfacción. Sin esta renuncia, la sociedad no funciona.
El malestar es estructural, nunca podremos satisfacer lo que deseamos plenamente. Implica que siempre tendremos que inventar soluciones a nuestras situaciones, ya que no hay recetas para la vida. ¿Qué consecuencias tendrá esta premisa en los recursos educativos y sociales?
En nuestras prácticas, ir en contra del síntoma, de la dificultad, de la violencia dirigida a los otros, ya sea prohibiéndolo, castigándolo o negándolo, solo provoca su acentuación porque borra la dimensión subjetiva. Lejos de reducirlo, estas prácticas que tratan el problema de manera directa provocan su reactivación: el malestar retorna hacia el sujeto y hacia el otro, frecuentemente, de manera violenta.
Son necesarias posiciones diferentes en lo social y en lo educativo, para que los sujetos puedan poner cierto límite a sus pulsiones. La acción social y educativa partiría de una orientación en relación con las elecciones de las personas. Se trataría de ejercer una cierta autoridad que oriente y que no sea dirigida desde el autoritarismo y el castigo.

Glosario

comunista liberal m y f
Zizek, en su obra Violencia, denomina con estos términos a los crueles hombres de negocios que destruyen o compran a los competidores, anhelan un monopolio virtual y hacen todo lo posible para conseguir sus objetivos. En la ética comunista liberal, la búsqueda despiadada de beneficios se contrarresta con la beneficencia. Esta es la máscara humanitaria que oculta la cara de la explotación económica. Los países desarrollados «ayudan» a los subdesarrollados con asistencia, créditos, etc., y así evitan hacerse cargo de su complicidad y corresponsabilidad por la situación miserable que provocan.
globalización f
Término también conocido por mundialización. Es el proceso que nos está llevando a la consolidación de un escenario, espacio único mundial, en el que se da la vida de todas las poblaciones del planeta y que es referente inevitable en las actividades productivas, financieras, políticas, sociales y hasta culturales para cualquier toma de decisión. Hay que tener en cuenta la casi exclusiva versión económica, mercantil y financiera que de esta mundialización hacen el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, la Organización Mundial del Comercio y el Acuerdo Multilateral de Inversiones como ámbito adecuado actual para el desenvolvimiento del sistema capitalista.
homogeneización f
El término se refiere, en nuestro contexto, a la desaparición de los trazos diferenciales que nos constituyen en tanto que seres individuales. Debido a que las relaciones estructurales de poder necesitan de una cierta estabilidad y por tanto, de la inhibición de la dimensión creativa de cada individuo, cabe esperar que desde las esferas de control político y económico se intente imposibilitar la articulación de ideas o valores que cuestionen el statu quo.
pensamiento único m
La discusión actual que se ha generado en torno al pensamiento único tiene su origen en el artículo que Ignacio Ramonet publicó en Le Monde Diplomatique en 1995, que aparece en la edición española de dicho periódico en 1996. El pensamiento único viene a ser una visión social, una ideología, que se pretende exclusiva, natural, incuestionable, que sostiene y apuesta –entre otras– por estas tesis: la hegemonía absoluta de la economía sobre el resto de los dominios sociales, el mercado como mano invisible capaz de corregir cualquier tipo de disfunción social, la importancia de la competitividad, el librecambio sin límites, la mundialización, pero en su acepción económico-financiera, la división mundial del trabajo, la desregulación sistemática de cualquier actividad de carácter social, la privatización y la conocida fórmula: «menos Estado, más mercado». Esta ideología cuenta con apoyos financieros, mediáticos y políticos suficientes para gozar de una situación de privilegio respecto de otros modos de entender la sociedad que, naturalmente, existen.
sujeto m
Concepto introducido por Lacan. Distinto del individuo tal y como lo percibimos ordinariamente, el sujeto es lo supuesto por el psicoanálisis desde que hay deseo inconsciente. Se refiere al discurso que enuncia el individuo y a la posición que toma quien habla con respecto a sus propios enunciados. Hay que distinguirlo, por consiguiente, tanto del individuo biológico como del sujeto de la comprensión.

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