Violencia institucional

  • Montse Pastor Puyol

     Montse Pastor Puyol

    Psicóloga (Universidad Autónoma de Barcelona) y educadora social (EUTSES, Universidad Ramon Llull). Máster en Intervención socioeducativa con menores en riesgo social (Universidad Ramon Llull) y posgraduada en Atención primaria e infancia (Universidad de Barcelona). Ha trabajado en centros residenciales de acción educativa y en servicios socioeducativos de salud mental haciendo funciones de educadora social y de directora. Tiene experiencia en formación en varios ámbitos del campo social y educativo. Actualmente, trabaja en el Ayuntamiento de Barcelona en un equipo de atención a la infancia y la adolescencia y es consultora en la Universitat Oberta de Catalunya. Es coautora del libro Adolescents singulars: notes crítiques per a una educació social marginal (2008).

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Introducción

Etimológicamente, el término institución proviene de instituir, poner en pie, establecer, estar. Hace referencia a la fundación y el establecimiento de algo que va a perdurar.
El ser humano, a través de la cultura, renuncia a las propias satisfacciones a cambio de cierta seguridad. Es una de las razones por las que surgen las instituciones, las cuales aseguran la persistencia de las condiciones que permiten su continuidad, y además se las inviste de cierta legitimidad y autoridad. Esto no se da sin cierta violencia para el sujeto. La lógica que mantiene su existencia es la lógica de la protección y de la organización del mundo. El sujeto necesita las instituciones para establecer un orden y unas normas que permitan limitar algo de la pulsión. Esto forma parte del mundo simbólico que «se sostiene del discurso y va más allá de las necesidades biológicas y de la supuesta armonía del instinto y de lo social. Es un mundo habitado por sujetos que tienen diversas modalidades de obtener satisfacción, lo que trae aparejado el conflicto y el síntoma consecuente» (Tizio, 2002, p. 195).
Los agentes de la educación y de los dispositivos sociales trabajan en marcos institucionales donde se generan todo tipo de dinámicas. No se trata solo del lugar donde se trabaja, sino también donde aparecen diferentes implicaciones subjetivas tanto para los sujetos que reciben la atención de la institución como para los que la ofrecen.
Las instituciones albergan el malestar y, por tanto, podemos encontrar diferentes tipos de violencia. Lejos de la armonía, sabemos que se originarán dificultades, que no hay un orden social preestablecido y que se tendrán que buscar diferentes formas para tratar los conflictos en la colectividad. «En todo caso, se puede aspirar a que una vez resuelto un conflicto aparezca otro. Cuando se trata de la repetición del mismo conflicto hay que tomarlo como un síntoma que necesita una reestructuración simbólica –ordenar de otra manera– o, eventualmente, la disolución de esa estructura. Pensar que el malestar es estructural implica tener en cuenta que las instituciones se asientan sobre un vacío constituido por la falta de respuesta preestablecida, de allí que remitan a la invención» (Tizio, 2002, p. 196).
Estudiar las instituciones y sus lógicas nos permitirá interrogar su función, sus límites y la responsabilidad que todo profesional tiene en su constitución o mantenimiento. La modernidad líquida trae una mayor inconsistencia, en la que habrá que situarse para no sucumbir a los imperativos de la gestión y del borrado de la función.

Objetivos

Los objetivos que alcanzaréis con el estudio de este módulo didáctico son los siguientes:
  1. Situar los marcos institucionales y las dinámicas que en ellos se generan.

  2. Conocer los límites de las instituciones y la posición de los profesionales en las mismas.

  3. Deconstruir los sistemas preestablecidos para evitar la inercia en la dinámica de las instituciones.

1.Las instituciones

1.1.Goffman: las instituciones totales

Goffman, en su ensayo Internados, trató de «exponer su versión sociológica de la estructura del yo» en los pacientes de un psiquiátrico, enfocando principalmente el mundo del interno. Con este objetivo, convivió durante un año con las personas ingresadas en esta institución cerrada, a la que él llamó «institución total».
Clasificación de las instituciones
Goffman llevó a cabo cierta generalización de las dinámicas que se instituyen en las comunidades cerradas, y propuso la siguiente clasificación:
1) Instituciones cuidadoras (dirigidas especialmente a personas con discapacidad o dependencia).
2) Instituciones que se dirigen a personas que, además de no poder cuidarse a sí mismas, constituyen un peligro para la sociedad (hospitales de enfermos infecciosos, hospitales psiquiátricos y leproserías).
3) Instituciones organizadas para proteger a la comunidad contra todos aquellos que constituyen un peligro (prisiones, campos de concentración).
4) Instituciones de carácter laboral (barcos, escuelas de internos, campos de trabajo, colonias, etc.).
5) Instituciones pensadas como refugio del mundo (abadías, monasterios, conventos y otros claustros).
Goffman (1998, pp. 18-19).
Su hipótesis fundamental es que las instituciones psiquiátricas no cumplen la función para las que fueron creadas. Tienen consecuencias nefastas que provocan un desajuste personal importante y lo que él llama la «mortificación del yo». Esta «es sistemática aunque a menudo no intencionada. Se inician ciertas desviaciones radicales en su carrera moral, carrera compuesta por los cambios progresivos que ocurren en las creencias que tiene sobre sí mismo y sobre los otros significativos» (Goffman, 1998, p. 27).
Así pues, la institución total funcionaba como una extraña síntesis de, al menos, centro sanitario, residencia de servicios sociales e institución penitenciaria. Ofrecía todo esto a cambio de la alienación del sujeto, porque la vida en la institución cerrada es mera repetición sin sentido, empobrecedora y iatrogénica.
El movimiento de la antipsiquiatría abogó por el desmantelamiento de los psiquiátricos como instituciones totales, y por pasar la atención de los pacientes a recursos situados en el espacio comunitario.
Sin embargo, según Leal (1999, p. 45), debemos tener en cuenta que aunque la desinstitucionalización resuelve un grave problema de ineficacia asistencial y de indignidad de la atención de los enfermos, exige una alternativa comunitaria que todavía tiene que ser construida.

1.2.La desinstitucionalización actual

La institucionalización no trata solo de muros o de encerramiento, sino que también tiene que ver con prácticas, actitudes e ideas preconcebidas sobre cómo se entienden las circunstancias de las personas. Por ello, aunque hoy día conviven las instituciones totales con las abiertas, en muchas de estas últimas pueden darse características de las primeras. Lo instituido se recompone y sabemos que tenemos el riesgo de repetir, también en las instituciones abiertas o comunitarias, las prácticas excluyentes, segregadoras y totalizadoras.
La institucionalización procede del totalitarismo que surge de la creencia en un saber total sobre el otro.
Por eso, desinstitucionalizar es en la actualidad plantear una crítica activa y teórica a todos esos recursos que se visten de terapéuticos, socializadores y asistenciales pero que no dejan de aplicar el totalitarismo, que retorna a través del pensamiento único en esta sociedad de la globalización. Se trata de ir rompiendo las barreras y separaciones que se dan en los diferentes dispositivos, en los que cada uno actúa desde su campo y su teoría, sin tener en cuenta la visión del «otro» profesional y donde el sujeto queda diluido en la estructura de red actual que, en ocasiones, enreda más que contiene.
Como ejemplo extremo, pero actual, de este tipo de instituciones tenemos Tranquility Bay, un centro de reeducación en el que los niños internos sufren violencia física y psíquica. TV3 emitió en el 2007 un reportaje sobre estos centros que triunfan en EE. UU. para doblegar a los jóvenes, con una disciplina muy dura. En este país existen un gran número de empresas privadas que se dedican, con grandes ganancias, al sector de la «modificación del comportamiento». Estas técnicas utilizan el castigo y la recompensa. Un ejemplo de castigo es estar tumbados en el suelo durante horas, días o semanas. La recompensa es, o bien la ausencia de castigo, o bien la única manera de obtener privilegios como comer, lavarse o llamar a sus padres. En Gerona, en abril del 2006, se cerró uno de estos centros, en el que se hallaron a algunos adolescentes encerrados en jaulas.

1.3.Instituciones residenciales

La institución residencial es un invento complejo. Cuenta con muchas posibilidades pero también con muchos límites. Cuando hablamos de una institución, no nos referimos solo a los que allí trabajan, o a los que allí viven, sino a la interacción de todos ellos, es decir, a los vínculos que se establecen y a las vidas que allí transcurren.

«Es el producto de una relación dialéctica entre lo instituido (aquello que tiende a la conservación, lo establecido) y lo instituyente (lo que tiende a proponer y provocar cambios), dando lugar a la institución como un espacio inacabado y en gestación permanente; lugar de producción y reproducción. Es más que el establecimiento donde se desarrollan funciones y prácticas diversas, e incluye tanto los elementos estables (estatutos, espacios, organigramas, etc.) como las fuerzas vivas y cambiantes que se despliegan (relaciones fantasmáticas, de poder, económicas, expectativas, miedos, proyecciones, etc.).»

Leal (1997, p. 45).

La dinámica institucional aparece en la relación violenta que el sujeto ejerce sobre la institución y sobre la que esta le devuelve. Dicha violencia tiene que ver con las expectativas y con las necesidades, satisfechas o no, de todos los sujetos que circulan por el lugar institucional. Todos ellos pondrán en juego su goce, sus malentendidos y sus deseos. Teniendo en cuenta las instituciones residenciales, el asunto es interesante. Por ello, tendríamos que estar atentos a cómo se organizan hoy día estos lugares: desde el número de personas residentes hasta el número de turnos y cambios de personal referente, ambos con frecuencia demasiado elevados.
Muchas de las residencias que existen hoy día provocan los siguientes efectos: pérdida de experiencias vitales fuera de la institución, de autonomía en todas las esferas de la vida, de intimidad, de capacidad de decisión, de dificultad con la pertinencia de objetos personales, de represión y negación de la sexualidad, etc. Todas estas cuestiones quedan justificadas por la rutina, por el control y por la responsabilidad que implica para el personal, en especial el directivo. Sin embargo, las consecuencias para los que allí habitan son nefastas y alienantes, ya que o bien quedan sometidos a las normas y las lógicas institucionales, o bien entran en continuo conflicto, con riesgo de pasar de un lugar a otro.
La pérdida de la subjetividad y de la libertad son las consecuencias más graves de periodos de institucionalización largos. Pensemos que en el caso de personas con discapacidad intelectual, los periodos que pasan en residencias son de muchos años, generalmente toda la vida. En el caso de los niños, el límite a la institucionalización llega con los dieciocho años, pero los efectos son más perjudiciales cuanto menor es su edad.
Con estos planteamientos, tratamos de cuestionar los modelos que existen, a menudo más vinculados a la rigidez de lo que ya está definido que al sentido común de lo que necesitan los individuos. Es evidente que siempre habrá personas que no puedan vivir con autonomía, y que requerirán apoyo durante toda la vida, pero las condiciones de cómo lo hagan dependen de los «otros» externos. Algunos de los interrogantes que hay que suscitar van en el sentido de si las residencias actuales se pueden considerar lugares de vida o son más bien lugares de estancia o de paso, si los límites con el exterior son flexibles o no, si el hecho de vivir institucionalizado limita los derechos más fundamentales o si simplemente se constituye como otra forma de convivencia, etc. La pregunta sería: ¿uno puede decidir lo mismo respecto a su vida tanto si vive en institución como si no?
Quizá sea fundamental escuchar a las personas y dejarse guiar por ellas, teniendo en cuenta que todo se puede flexibilizar. Esto no significa que se dé el laissez-faire institucional, sino que se pongan en el punto de mira los derechos fundamentales de las personas. Aunque sabemos que el malestar está garantizado, algo de la invención particular facilitará el tránsito por la institución.
1.3.1.Situación 1. Una cuestión de derechos
Marta tiene 19 años; vive desde los 14 en una residencia infantil, pues su madre no podía atenderla. Tiene una discapacidad intelectual de carácter leve, y esto significa que necesita un apoyo en vivienda, administración de dinero y en el trabajo. Puede salir con autonomía por la ciudad, y de hecho tiene un grupo de amigos y amigas consolidado. Marta tiene una dificultad especial: le cuesta pedir las cosas. Las educadoras le insisten en que lo haga, pero ella no puede expresar sus deseos. Cierto día, plantea a la educadora, en quien más confianza tiene, que quiere ir con su grupo de amigos a pasar el fin de semana a casa de uno de ellos. La respuesta es la que ya sabe: la dirección no le dejará, y se da por cerrada la cuestión. No tan cerrada, cuando la educadora se cuestiona la respuesta que dio.
Prevé que dirección no lo permitirá, pero sabe que no hay argumentos. Marta es mayor de edad y puede decidir. Pide hacer algo que, para los «otros» que no viven en residencia, es habitual y normal. Es positivo para ella que pueda relacionarse con gente de su edad y que pueda hacerlo dentro de la laxitud del fin de semana, etc. es lógico, dada la edad que tiene.
Pese a todo, surgen las cuestiones fundamentales en la institución que dificultan la libertad de las personas: en primer lugar, la enorme responsabilidad que recae en la directora o director, y que se minimiza con un mayor control (a mayor control ejercido sobre los individuos, parece que hay menor riesgo de problemas) y, en segundo lugar, el encuentro con la sexualidad de los sujetos, que siempre es problemática.
Quizá falte plantear la cuestión de la ética y la pregunta que tiene que ver con el derecho. ¿A qué tiene derecho un sujeto? En este caso, ¿a qué tiene derecho una joven?
1.3.2.Situación 2. Te aplicas y te espabilas
Sergio tiene ahora diecinueve años. A los cuatro, fue a un centro de acogida junto con sus dos hermanas, y rápidamente pasaron a vivir los tres con una familia de acogida. La pareja acogedora se separó y de los seis hasta los dieciséis años, tuvo que estar en centros residenciales.
Hablé con él en diciembre del 2011 para que pudiera exponer su visión y experiencia, y extraer algunos aspectos de lo que significa vivir en una institución durante tantos años.
Sergio es un chico vital y fuerte, que parece tener las cosas claras. Le explico que este material será leído por futuros educadores, y se muestra más interesado, si cabe, en explicar la parte difícil y diferente de su paso por centros.
El inicio
Recuerda con claridad su llegada a lo que sería su casa, la bienvenida del director y la presentación de sus compañeros.
«Este paso fue muy duro, yo pensaba que estaba de colonias. No hubo explicaciones, nadie se paró a contarme nada. Fue por Real Decreto. El principio fue difícil, todos los chicos y chicas eran mucho más mayores que yo; el centro estaba removido, fue una mala época. Cuando tenía ocho años, las cosas cambiaron; marcharon los mayores y recibía más atención; hacía las cosas de mi edad. Creo que los centros tendrían que estar organizados por grupos de edades similares.»
Las diferencias con los otros niños
«Vivir en un centro era diferente; los compañeros de clase lo veían como un casal y yo les decía “yo te lo cambiaría”.
Por Navidad siempre estaba cruzado; tenía continuos rebotes porque lo normal es estar en casa, donde yo no estaba.
En vacaciones de verano, pasaba un poco lo mismo, etc. Los demás –los del cole– iban aquí y allá con su familia, y nosotros nada, en el centro.
En cuarto y quinto todos los niños iban al parque con sus madres al salir del cole, yo no podía... tenía que ir al centro. Mira qué incoherencias, podía ir solo del colegio al centro pero no podía ir solo al parque. Yo pensaba: “no estoy haciendo las cosas de los de mi edad”.»
La relación con los otros educadores
«Las relaciones en un centro son raras. Es como una mafia, la ley del más fuerte. Por más “educas” que haya, no sirve, no tienen autoridad ni son nadie. Tienen potestad hasta cierto límite: un educador te puede castigar pero nada más, no es nadie. Yo a menudo les decía: “tú no eres mi padre, tú no me mandas”. Hay ciertas técnicas: la lías al máximo y les das lo mínimo.
Pillar confianza en el centro es difícil, cuesta, porque los educadores son el enemigo y además cambian a menudo. Cada seis meses hay dos nuevos. Cuando se va alguien importante, como el tutor, te quedas en bragas. Y al tercero de ellos que marcha estás hasta las narices. Ellos tienen sus horarios, llega la hora y se van. Tú te quedas allí. El educador puede pasar de los chicos, quizá le da igual; pero el chico no tiene nada más. Así que pensaba “o me sujeto al clavo o me caigo al vacío”. El chico no tiene obligación de querer al educador, uno lava los platos si se lo dice el educador que le cae bien.
En el centro hay una jerarquía dirigida por los educadores donde estos dicen: “puedes o no puedes”. Pero yo a los educadores los tenía encantados y a los pequeños, machacados. Allí hay una lucha por las cosas concretas, no por una evolución personal, sino por ganarte los favores de los educadores. A más edad, menos te importa, cuanto mayor eres, más a saco vas. Dentro hay una manera de autoprotegerte: con los educadores y con los compañeros. Solo los locos están solos.
A partir de los doce años ves que los educadores no son duraderos, pero los que siguen allí son los compañeros... Así que empiezas a confiar en ellos.
Otra cosa que llama la atención es que todos los chicos saben los motivos por los que estás allí, aunque teóricamente no se haya explicado, y así, en medio de una pelea, se oye: “gordo, que tu madre es yonqui”. El motivo es que uno lo explica en confianza y luego se difunde.»
La adolescencia
«Cuando hay un grupo que hace piña contra los educadores, es chungo; en una ocasión, se desmontó el centro. Eso es muy peligroso para los educadores, pero también para los chicos. Te arrastra la dinámica chunga, la del grupo. Llegaron educadores tipo GEO, que hacían más de GEO que de educadores.
Es importante la diferencia en la toma de decisiones. Cuando eres pequeño, vas adonde te dicen; de mayor, te explican las cosas; a partir de los quince o dieciséis años, te piden la opinión. A esta edad se acabó el Real Decreto, y se empieza a pactar.
Esto del pacto es lo más importante, y que te traten como a un ser humano. “Estoy aquí, soy un ser humano, estoy harto de ser un perrito faldero que haga siempre lo que quiere el educador. No me trates igual, no somos iguales, yo soy diferente”. Que el educador piense que cada chico es como es, ayudaría mucho. Cada uno de nosotros es diferente y eso hay que tenerlo en cuenta.»
Cuestiones importantes que Sergio resalta:
Se necesita una máxima estabilidad. Un único centro para toda la vida, con unas plazas de juvenil.
Tener facilidad para acceder a deportes o a un esplai, o el colegio, ayuda mucho, porque te puedes relacionar con otros chavales diferentes de los que viven contigo. Es muy importante tener vida fuera del centro, porque la familia no puede ser.
Es muy importante la permanencia de los educadores, aunque no sean demasiado buenos. Es mejor tres años con alguien no muy bueno, porque al final sabes cómo tratarlo, pero si se van cambiando, me pierdo.
Lo más importante que hay que mejorar en los centros para mí son los siguientes aspectos, por orden de prioridad:
1) Estabilidad (si estás bien).
2) Apoyo social.
3) Trato individualizado e intimidad.
4) Demanda de nuestra opinión por parte de los educadores para hacer cambios o tomar decisiones.
¿Lo mejor del centro? Tú te buscas la vida, lo buscas todo... De manera que te aplicas y te espabilas.»
Recomendación
Resulta muy interesante la película española La lengua de las mariposas, de 1999, en la que se narra la historia de Moncho, un niño de ocho años que a comienzos de 1936 se prepara para ir a la escuela. Tiene miedo, porque dicen que los maestros pegan a los alumnos. El primer día de clase, huye con mucho miedo y pasa la noche en la montaña. Don Gregorio es el veterano maestro que no pega y que está a punto de jubilarse. Él irá personalmente a buscar a Moncho a su casa, para iniciar un singular vínculo pedagógico basado en el respeto mutuo.

2.Cultura, instituciones y violencia

El desarrollo de los sujetos, de todos nosotros, es un proceso que consiste en la entrada en el mundo social, y por eso existen las instituciones. El ser humano vive en un mundo simbólico que se estructura a través de la palabra, mediante la cual se produce y se transmite el patrimonio cultural. Este proceso se va estableciendo a lo largo de la vida, y tiene una función capital en la infancia, en el seno de la primera institución que es la familia.
Desde el primer momento, la psique y el mundo social van interrelacionados. El niño deviene sujeto por su inscripción en lo social, de aquí que lo psíquico y lo social estén permanentemente en interacción. Ya lo señaló Freud, lo hemos visto, el poder de la comunidad se contrapone al del individuo, que puede ser considerado como poseedor de la violencia bruta. Esta sustitución del poder del individuo por el de la comunidad es la instauración de la cultura.
Este hecho violenta al sujeto, en el sentido de que no le permite hacer lo que le viene en gana. Y en este sentido, siguiendo a Ubieto (2007, p. 175), podemos comprobar que no hay institución sin violencia, véase coacción moral, física, educativa, etc. Esta se da porque hay una desigualdad en la posición de los implicados, pero se trata, decíamos, de una violencia legítima siempre y cuando promueva el vínculo social, diferenciándola de la violencia gratuita, que solo busca la destrucción del otro.
Las instituciones tratarán de regular a los sujetos, de instituir un orden y de promover el lazo social; pero no se trata de dispositivos totalmente útiles, ya que ni regulan todo ni benefician a todos. En palabras de Hebe Tizio (2002),

«las instituciones se organizan en relación con un imposible, en el sentido freudiano, y lo intentan cernir. Esto quiere decir que las instituciones no pueden dominar plenamente el objetivo que reciben como encargo social».

Muchos de los dispositivos educativos y sociales asumen el encargo de trabajar con grupos e individuos que quedan en los intersticios de la sociedad; tienen como función desproblematizar al sujeto y reinsertarlo. Dado su carácter de imposibilidad, este encargo no estará exento de conflictos ni para los profesionales ni para los «desinsertados».
No podemos abordar las cuestiones en torno a la violencia institucional sin interrogarnos sobre nuestras propias renuncias, lo que nos hace violentos, las inhibiciones a las que nos vemos sometidos, las violencias a las que nos hallamos confrontados, etc.; fenómenos, todos ellos, en la mayoría de las ocasiones inconscientes y que pueden llevarnos, a su vez, a provocar una situación de violencia.
Recordemos que no solo se pueden cometer actos violentos hacia las personas atendidas a través de gritos, castigos, etc., sino que muchos de los maltratos institucionales que se ejercen tienen que ver con omisiones; así, un exceso de burocracia o una falta de agilidad en la toma de decisiones pueden producir una situación injusta y perjudicial para una persona que vive en una institución. Hoy día, todavía es frecuente que el exceso de burocracia limite los derechos de los individuos; pensemos por ejemplo en los niños y adolescentes tutelados por la Administración. Cualquier chico o chica de nuestra sociedad puede decidir ir a casa de un compañero de clase a dormir, comunicándolo a sus padres cinco minutos antes. En el caso de los chicos que viven en centro esto no puede hacerse, ya que en la mayoría de las situaciones tendrán que solicitar un permiso con unos días de antelación. De este hecho se quejan muchos de ellos, porque provoca una situación de desigualdad grave que en ocasiones resuelven tomándose el permiso por su cuenta y riesgo.
Este es el caso de Lidia, de dieciséis años, que vive en una residencia, desde hace cuatro años, junto con su hermano.
Siempre se había encontrado bien allí, aunque no sentía confianza con ningún adulto. Es responsable, tiene interés por los estudios y se enfrenta a los avatares de su situación familiar. A los quince años comenzó a pedir un cambio de centro residencial. Uno de los motivos, y el principal, era que no tenían en cuenta su edad y no podía hacer lo que para sus amigas era normal. Así, ellas podían decidir ir al cine de un día para otro, o ir a dormir a casa de una compañera de clase, o quedarse en la biblioteca estudiando una tarde.
Lidia se sentía diferente porque tenía que cumplir unos horarios rígidos y establecidos a priori, y se tenía que quedar en el centro todas las tardes para estudiar. Tampoco tenía la libertad que ella quería, por ejemplo, para ir a la playa con sus amigas.
En este caso, la dirección recaía sobre una persona que imponía esta normativa al resto de los componentes del equipo educativo.
Los interrogantes son varios:
  • En relación con la institución:

    • ¿Cómo puede recaer todo el poder de decisión en una persona?

    • Aquí no se trata de la burocracia o permisos, sino de la flexibilidad propia de la vida. Un director tiene la autonomía suficiente para tomar este tipo de decisiones y autorizarlas.

  • En relación con la adolescente:

    • ¿Qué tipo de incorporación a la sociedad lleva a cabo una chica que se encuentra con esta normativa?

    • ¿Por qué no puede hacer lo mismo que los otros de su edad?

  • Efectos:

    • Segregación: Lidia es diferente, no comparte los espacios propios de su grupo.

    • Desprotección: Lidia dispondrá de poca preparación para el futuro.

Por otra parte, se pueden dar circunstancias en las que tomar responsabilidades o decisiones difíciles, por parte de un equipo, cueste semanas: bien porque no hay consenso, bien porque se demora el acto de la decisión por las propias dudas e inseguridades de los profesionales, que dejan sin resolver el problema en cuestión, bien porque se sienta miedo –especialmente si está presente la violencia.
Desde esta perspectiva, podemos ver cómo los profesionales pueden ser agentes de segregación y desprotección. El discurso dominante ejerce el control por medio de la burocracia, sin tener en cuenta la valoración y relación directa que los agentes hacen mediante su función. Es responsabilidad de estos poder interrogar estas formas de control y reivindicar el ejercicio de la propia función. De lo contrario, el profesional puede convertirse en una pieza del sistema yendo en contra de los principios más elementales.
Interrogar los mandatos institucionales es necesario, ya que de no hacerlo se van manteniendo ciertas inercias que reproducen los circuitos de exclusión. «Las instituciones tienen, entre otras, una función civilizadora» (Tizio, 2002, p. 199), pero a veces fijan los problemas en los sujetos para las que fueron creadas. Así, podemos ver el ejemplo de ciertos centros residenciales que tratan a adolescentes que presentan consumos de drogas, problemas de comportamiento y que han protagonizado toda clase de transgresiones, han llegado a ser considerados «un problema social» y han agotado toda posibilidad de contención tanto en sus familias como en otros centros.
Estos centros disponen de una dinámica muy rígida y estructurada que, entre otras cosas, no permite que los chicos y chicas salgan del mismo. Se controla absolutamente todo, hasta se les acompaña al lavabo y se les espera a la salida. Se supone, también, que se producirá una rehabilitación a partir de la reclusión y de la dinámica que regula todas las actividades del día, y hasta las relaciones sociales. Poco aparece la interrogación sobre los deseos y malestares de los internos. Los efectos de estas instituciones son estigmatizadores y reducen la autonomía y toma de decisiones de los chicos y chicas, de modo que fijan aún más los problemas que se pretendían evitar.

«El pasaje del sujeto por ciertas redes institucionales, por el discurso que las sostiene, supone su reducción a un atributo. Esta perspectiva crea una suerte de ontología de la identificación, es un “delincuente”, es un “toxicómano”, etc. El sujeto se borra a partir de esa identificación y se completa con ese atributo que lo representa ante los otros por la modalidad de la transgresión.»

Tizio (2002, p. 199).

Quizá no se trate de poner en duda la función de la institución, pero sí de replantear ciertos métodos que tienen que ver más con la coerción y el control social, que con el tratamiento.

3.Los malos tratos de las instituciones

3.1.¿Qué se entiende por maltrato institucional?

Puede que sean poco conocidas o poco dialectizadas las violencias institucionales que se dan en nuestras prácticas, quizá el lector piense que nunca será protagonista de estas... La realidad es que son más frecuentes de lo que creemos y hay que prestar atención y ponerse a trabajar para contrarrestar, disminuir sus efectos o erradicarlas, en la medida de lo posible.
Los malos tratos institucionales se pueden dar en «cualquier legislación, programa, procedimiento, actuación u omisión procedente de los poderes públicos o bien derivada de la actuación individual del profesional o funcionario/a de las mismas que comporte abuso, negligencia, detrimento de la salud, la seguridad, el estado emocional, el bienestar físico, la correcta maduración o que viole los derechos básicos del niño y/o la infancia» (Martínez Roig y Sánchez Marín, Barcelona, 1989).
Los actos violentos se aprehenden de manera diferente en función de nuestras concepciones y de las representaciones que se formalizan en las sociedades a la que pertenecemos. De este modo, las diferentes formas represivas, las costumbres de la civilización, las diferentes maneras de hacer con los mandatos y la jerarquía, las sumisiones voluntarias, tienen que ver con la manera en la que vivimos en lo social. De esta manera, cada grupo instituido tiene su propia lógica de funcionamiento y habrá que situar las lógicas de la violencia en su microcontexto; pero vale la pena poder criticar las formulaciones que damos por hechas, claras y seguras para hacer una deconstrucción de los sistemas preestablecidos que permita entenderlos y separarnos de ellos, para no seguir la dinámica de la institución, que puede ser demoledora.
No es fácil hacer un análisis riguroso de las causas de las actitudes violentas en las instituciones, ya que son muchas las variables en juego y se podría caer en una simplificación. Pero sí podemos pensar en algunas situaciones institucionales, o en variables que tienen que ver con la propia posición del profesional y que pueden originar situaciones de maltrato.
Así, podemos encontrar que los efectos sean causados por los profesionales directamente o relacionados con cuestiones dadas en un ámbito de macrocontexto como son determinadas leyes o procedimientos. A continuación, expondremos algunos ejemplos de situaciones que se dan:
  • Poca o nula formación adecuada de los profesionales para ejercer su función.

  • Degradación de recursos personales y materiales de las instituciones.

  • Disminución de la atención individualizada, convirtiendo a los agentes en dispensadores de recursos.

  • Vulneración de la dignidad de los sujetos (ridiculización, humillación, etc.).

  • Desigualdad de oportunidades en el trato de los sujetos.

  • Cargas de trabajo o funciones excesivas por parte de los equipos.

  • Insuficiente respeto a la privacidad e intimidad de los sujetos.

  • Desarraigo producido por largas estancias en instituciones residenciales o lejanía de las mismas respecto a las relaciones sociales o familiares de los sujetos.

  • Lista de espera o falta de plazas en situaciones urgentes.

  • Dotación insuficiente de recursos, así como de plantillas profesionales en condiciones laborales precarias.

  • Frecuentes cambios de figuras referentes.

  • Excesivo control de los sujetos, lo que disminuye su capacidad de experimentación y sus posibilidades de relacionarse con los iguales.

  • Demoras en las decisiones por parte de los profesionales o personal directivo.

  • Ausencia de alternativas a la institución residencial como son acogimientos familiares en el caso de niños o núcleos pequeños de convivencia para adolescentes o personas con diversidad funcional.

3.2.La violencia del profesional

«Las instituciones corren el riesgo de pasar de la necesaria violentación que implica el tener que cuidar del cumplimiento de unas normas a la violencia como modo de llevarlas a cabo.»

Leal (1999, p. 53).

La violencia, señala Leal (1999), es como salirse de la escena, pasar del orden simbólico que ejerce la ley al acto violento en sí, «el desorden de la actuación». Cuando los adultos responden con violencia a las transgresiones de los niños, están colocándose en una relación especular –en espejo–, en la que se pierde toda posibilidad de ayudar a aminorar o canalizar la violencia del otro. Esto se puede generalizar a cualquier situación en la que el profesional se sitúe desde un lugar de poder.
Así, un gran riesgo en cualquier institución es considerar que uno es la ley, cuando en realidad también está sujeto a ella. Este hecho genera violencia directa, y se puede comprobar en numerosos hechos. Podemos poner el ejemplo de servicios sociales y cómo el profesional de referencia se sitúa en el momento de dar ayudas económicas. Una posición es «no te doy la ayuda porque no cumples con los compromisos y siempre se repiten los incumplimientos, es la tercera vez que pasa», y otra muy diferente es «hay una ley que señala que cuando uno no acude a las entrevistas, tiene que ser notificado a la Administración y esta decide».
En el primer caso, el profesional se sitúa como el que decide dar o quitar, por tanto, si hay enfado, irá dirigido directamente a él. En el segundo, es la ley quien regula a los dos protagonistas y por lo tanto, es la introducción de un tercero la que puede reducir la respuesta violenta. Nadie puede ser la ley, y si alguien se pone en ese papel provocará certezas persecutorias, o instalará un sistema totalitario y autoritario en el que las únicas respuestas de los sujetos serán el sometimiento o la violencia.
Por otra parte, los profesionales que atienden a personas en dificultades, según Leal (1997, p. 50), son los que más pueden sufrir las frustraciones, la fatiga y todo un conjunto de síntomas que se conocen como burnout. En líneas generales, se caracteriza por tristeza, agotamiento, pérdida de interés en el trabajo, una actitud negativa ante el mismo, angustia, actitud rígida ante los cambios, acciones o verbalizaciones violentas dirigidas a las personas, etc. Su aparición tiene que ver con la posición de cada uno en el trabajo y con los síntomas y malestares que llevamos con nosotros mismos. Podemos pensar por ejemplo que una elevada idealización de la institución por parte de un profesional produce un exceso de expectativas depositadas en esta, de manera que cuando la institución no pueda cumplir con las exigencias, el sujeto dirigirá su malestar contra esta. Hay tres modos de hacerlo, según Leal (1997, p. 50): atacando la tarea primaria que es su razón de ser (es decir, el trabajo que hay que hacer y que afecta a las personas atendidas), atacando la imagen de la institución, o quedándose en una posición de queja.
Los conflictos afectan de manera directa a la manera de llevar a cabo el trabajo y pueden provocar situaciones en las que el profesional utilice la violencia como herramienta para ejercer su función a causa de su propio malestar o desgaste.

3.3.La violencia en la institución

Toda institución tendrá crisis y conflictos, habrá problemas con la jerarquía, con su estructura y con las relaciones personales, etc. Pero a pesar de todo se puede trabajar, dar sentido a lo que se hace, discutir las diferentes opiniones y seguir con la función.

«La institución se orienta hacia uno o varios de los encargos siempre en oscilación entre permanencia y cambio, orden y desorden, estabilidad y riesgos, reforzamiento del poder central y creación de poderes marginales, consensuales o periféricos. Toda organización humana aparece así como un proceso permanente y aleatorio, que siempre remite al trabajo.»

Vander (2003, p. 343).

Pero también encontramos instituciones donde los problemas son recurrentes a lo largo de los años; la repetición es favorecida por las condiciones relacionadas con la dirección, la ausencia de líneas teóricas consensuadas, la situación laboral (horarios y sueldos), el trato despectivo o infantilizado hacia las personas atendidas, la poca flexibilidad de la institución en relación con los márgenes con el exterior, etc.
Vander (2003, p. 343) señala los siguientes aspectos:
  • Respecto a la dirección:

    La función de la dirección es de vital importancia y significa al menos un cincuenta por ciento de las posibilidades de éxito del proyecto. Se pueden dar dificultades con las siguientes cuestiones:

    • Omnipotencia.

    • Depresión y pasividad, «la terrible fuerza del débil».

    • Estímulo de iniciativas sin seguimiento posterior o bloqueo de todo tipo de iniciativas.

    • Transmisión de que nunca se hacen suficientes cosas ni suficientemente bien.

    • Desinterés por la historia institucional (técnica de la tabula rasa).

    • Retención de informaciones o manipulaciones para llegar a sus fines.

    • Favorecimiento de un clima persecutorio donde todo el mundo desconfía.

    • División entre los miembros para asegurar sus finalidades.

    • Régimen de terrorismo técnico-administrativo: tomarse la ley por su cuenta y riesgo. Por ejemplo: todo hecho significativo debe ser comunicado por escrito.

    • Dirección dividida entre numerosos responsables cuyas decisiones son anuladas mutuamente.

    • Funcionamiento que va desde lo afectivo hasta la seducción. Discurso brillante, pero sin contenido. No es posible ninguna elaboración.

  • Ausencia de líneas teóricas:

    • Cada uno está abandonado a sí mismo y nadie entra en conflicto.

    • Violencia por defecto: las personas atendidas reciben las consecuencias de la negligencia por falta de medios materiales o de financiación.

    • Ausencia de proyecto institucional.

    • Ausencia de proyecto para las personas tomadas a cargo.

  • Respecto al ambiente institucional:

    • Ausencia de libertad intersticial.

    • Zonas de negociación y de autonomía borrosas.

    • Dificultades, chismes y malentendidos entre los profesionales: uno se queda en el interior, destruyéndolo. La autora lo denomina «tipo de desinstitucionalización interna».

    • Ausencia de rituales de acogida y de despedida.

    • Pasividad en la intendencia, sin reparar los locales degradados.

    • No tener en cuenta los espacios vacíos en los que las personas tomadas a cargo se sienten abandonadas.

  • Respecto al estancamiento:

    • Poca o nula circulación de personas y de ideas, por ejemplo alumnos de prácticas, espacios de formación y de supervisión.

Con todo lo expuesto, uno se puede acercar a la complejidad institucional; en ella se entrelazan cuestiones que tienen que ver con diferentes dimensiones y que son difíciles de aprehender: psicológicas, sociales, jurídicas, culturales, laborales, etc.
Es necesario estar atentos a todo ello para poder pensar en dispositivos que tengan en cuenta los espacios y los tiempos, así como las maneras de colaborar entre los diferentes miembros y las reglas que van a estructurar los cambios.
Podemos pensar en tres tipos de espacios propicios al trabajo institucional (Vander, 2003, p. 346):
  • Espacios de dimensión exclusivamente clínica, lugar de expresión, de clarificación, de toma de conciencia de la singularidad de cada uno y de los lazos que se tejen, en un registro emocional e interrelacional.

  • Espacios de dimensión esencialmente cognitiva, en los que el pensamiento se elabora, se contextualiza y se construye en relación con los datos de lo real. Por ejemplo, las sanciones, el trabajo con las familias, etc.

  • Espacios de dimensión esencialmente organizativa, donde el registro de lo instituido es prioritario, por ejemplo, cómo organizarse mejor para llevar a cabo el proyecto.

4.La posición de los profesionales

Se pueden encontrar diferentes ejemplos que señalen la existencia de múltiples violencias percibidas y recibidas como atentados contra el otro en la institución. Sin embargo, se tratará más bien de pensar cómo podemos ejercer nuestra función a pesar del otro o con el otro, cómo trabajar en lugares pensados políticamente desde el control social y zafarse, en lo posible, de ese encargo, cómo asumir la paradoja de tratar con personas en exclusión social que han sido precarizadas por la economía neoliberal.
Es frecuente verse abocado a sentimientos de impotencia, de abandono de la función o del trabajo, de negación de los efectos producidos a las personas instituidas, etc.
Según Tizio (2003, p. 177), se constata una desorientación generalizada en el ejercicio de las distintas funciones en el campo educativo y social, y un vaciamiento de los aparatos conceptuales sustituidos por la doxa. Los profesionales tienen muchas dificultades para escuchar a los sujetos, y frecuentemente se esconden detrás de los protocolos y de los informes de derivación sin haber conocido al sujeto con el que tendrían que tratar. Siguiendo a Tizio, no aceptan la división del sujeto y la borran, reduciéndolo a ser un «usuario» definido por la vía de una identificación monosintomática.
De este modo, podemos ver casos como el de un adolescente que se supone maltratado por sus padres, y se le deriva al EAIA desde servicios sociales sin tan solo haber hablado con él, o el de una mujer que parece maltratada y se la empuja para hacer una visita de urgencia con el equipo especializado, en la idea de que ingresará en una residencia.
Para ninguno de los dos casos, que son reales, fueron fructíferas las intervenciones. En el primero, el chico no era tan maltratado como parecía y después de unos meses en un centro en el que ingresó por urgencias, pudo volver a casa. En el segundo, la mujer no ingresó en la residencia ya que no se trataba de obtener la posibilidad de cambiar de lugar de vida, sino de la dificultad para separarse del marido que la maltrataba.
Estas acciones, a menudo erróneas, se deben a que tenemos la ilusión de que todo puede ser regulado, sin reconocer que hay una diversidad de «maneras de hacer» y de personas, que no pueden ser homogeneizadas. El hecho de tomar las problemáticas como categorías, a veces como diagnósticos, crea la falsa idea de tener una «solución» para cada problema –si es toxicómano, tendrá que ir a desintoxicación, si es mujer maltratada a la residencia, etc.–, pero en realidad cubre la dificultad o imposibilidad de la cuestión en juego.
Así pues, se pueden ver los efectos de las lógicas institucionales y profesionales que rechazan la dimensión subjetiva. De esta manera, se va borrando al sujeto para ser determinado por una categoría que lo explica todo y que señala lo que hay que hacer; en este caso, al maltratado se le separa de su agresor, pensando en «el bien del sujeto», pero sin el sujeto. Es necesario interrogar estas categorías y llevar a cabo una crítica de lo que viene dado por el discurso dominante para alejarnos de prácticas segregativas. Estas dinámicas están afectando a las instituciones sociales y educativas, con un olvido del sujeto, de su deseo, de su responsabilidad y la particularidad de su historia. El hecho de borrarlo y desplazarlo no se está efectuando sin consecuencias; se observan errores graves en las intervenciones que pueden marcar enormemente la vida de los individuos, así como un creciente malestar en los profesionales.

«El acto tiene consecuencias y de ellas el profesional es responsable, y hacerse responsable quiere decir (...) sentirse concernido. Frente a las consecuencias del acto se juega la posición ética de cada uno.»

Tizio (2003, p. 180).

5.Conclusiones: algunos apuntes

«Una sociedad decente es aquella que no humilla a sus integrantes, es aquella cuyas instituciones no humillan a las personas.»

Margalit (1997, p. 15).

La crisis de la modernidad ha traído la crisis en las instituciones. La posmodernidad es un mundo incierto, un mundo líquido porque las instituciones que tradicionalmente eran las encargadas de la transmisión no poseen hoy día los mecanismos para ejercer su función. No se encuentran «puntos de referencia» mínimamente estables y portadores de sentido para ubicarse en el mundo. Los únicos puntos que aparecen remiten al sistema tecnológico o la lógica instrumental. Esto tiene consecuencias, vivimos en una cultura incierta y nuestro mundo está «simbólicamente desestructurado», es decir, nos encontramos «en un momento histórico en el que el tiempo y el espacio dejan de ser humanizadores, es decir, configuradores de sentido, de identidad, de lazos sociales, de semánticas cordiales, para convertirse en lugares de anonimato y en cambios patológicos (Mèlich, 2006, p. 49).
Todo lo sólido, lo perdurable, lo que nos fue útil en el pasado, en la modernidad es dejado de lado por mercancías rápidas y reemplazables.
En las instituciones, se sintomatizan estos cambios. Así, estamos ante la pérdida de la función del profesional sustituida por la gestión. Cada vez son más las horas que se dedican a la burocracia y los soportes informáticos. Esto produce agotamiento en el agente social o educativo, ya que siente el trabajo como una avalancha de obligaciones sin sentido. En la gestión, se pierde la función y en la incertidumbre de la época, aparece el malestar generalizado. Se tapa el malestar y se sigue la tónica marcada.
Como señala Tizio (2003, p. 135), «vale la pena encontrar los apoyos que sean necesarios para sostener el deseo, por ejemplo, para ahuyentar la depresión. La manera más segura de deprimirse, cabe recordar lo dicho por Lacan, es cediendo sobre el deseo. Así, contra la cobardía moral se trata de mantener despierto el deseo».

Resumen

Las instituciones surgen para dar seguridad a los habitantes de una comunidad, y para organizar su mundo. Pero albergan el malestar, así que se pueden encontrar diferentes tipos de violencia.
Goffman ya estudió las instituciones cerradas a las que llamó «instituciones totales» y sus efectos alienantes para los individuos. Aunque hoy día conviven las instituciones totales con las abiertas, en muchas de estas pueden darse características de las primeras. Lo instituido se recompone y corremos el riesgo de repetir.
Desinstitucionalizar es plantear una crítica activa y teórica a esos recursos que se visten de terapéuticos pero que no dejan de aplicar el totalitarismo que retorna a través del pensamiento único en la sociedad de la globalización.
Hemos visto que muchas de las instituciones que hoy existen provocan efectos como pérdida de experiencias vitales, de autonomía en todas las esferas de la vida, de intimidad, de capacidad de decisión, de represión y de negación de la sexualidad. Tras periodos de institucionalización largos, se da pérdida de subjetividad y de libertad.
Es fundamental tener en cuenta que no solo se pueden cometer actos violentos hacia las personas con agresiones, sino que muchos de los malos tratos institucionales que se ejercen están relacionados con las omisiones en la función.
La posición de los profesionales es vital: poder pensar en cómo trabajar en lugares pensados desde el control social para escaparse en lo posible de ese encargo e interrogar las categorías dadas, haciendo una crítica de lo que viene impuesto por el discurso dominante para alejarnos de prácticas segregativas.

Glosario

especular adj
Relativo a la imagen especular. El estadio del espejo (Lacan) describe la formación del yo a través del proceso de la identificación: el yo es el resultado de identificarse con la propia imagen especular. La clave de este fenómeno está en el carácter prematuro de la cría humana. La criatura ve su propia imagen como un todo y la síntesis de esta imagen genera una sensación de contraste con la falta de coordinación del cuerpo, que es experimentado como cuerpo fragmentado; este contraste es primero sentido por el infante como una rivalidad con su propia imagen, porque la completitud de la imagen amenaza al sujeto con la fragmentación; el estadio del espejo suscita de tal modo una tensión agresiva entre el sujeto y la imagen. Para resolver esta tensión agresiva, el sujeto se identifica con la imagen; esta identificación primaria con lo semejante es lo que da forma al yo (Evans, 2005, p. 82).
goce m
Término utilizado por Lacan, que expresa la satisfacción paradójica que el sujeto obtiene de su síntoma o, para decirlo en otras palabras, el sufrimiento que deriva de su propia satisfacción (la «ganancia primaria de la enfermedad» en los términos de Freud) (Evans, 2005, p. 103).
institución total f
Concepto introducido por Erving Goffman para designar un lugar de residencia o de trabajo donde un gran número de individuos aislados de la sociedad por un periodo largo de tiempo comparten una rutina diaria, administrada formalmente. Ejemplo de instituciones totales son cárceles, hospitales psiquiátricos, residencias.
malestar en la cultura m
«Esta expresión hace referencia al título de un conocido texto de Sigmund Freud. Allí señala que dicho malestar es estructural, es decir, que no se puede eliminar por completo. Esto se debe a que existen tres cuestiones imposibles de dominar plenamente: la caducidad del propio cuerpo, el dominio de la naturaleza y las relaciones de los hombres entre sí. El malestar adquiere formas sociales cambiantes, según los momentos históricos. Por ejemplo, la anorexia, la bulimia, la depresión o el estrés son formas actuales» (Núñez, 2010, p. 318).
prácticas segregativas f pl
El término segregar hace referencia a apartar, separar a alguien de algo o una cosa de otra. De esta manera, las prácticas segregativas son aquellas que separan, excluyen y apartan a grupos tales como las minorías raciales, las mujeres, los homosexuales, las minorías religiosas, personas con incapacidades, los desempleados, entre otros, del resto de la población humana, según principalmente planteamientos de tipo racial, sexual, religioso o ideológico.
Las prácticas segregativas pueden presentarse de varios modos, esto depende de la cultura y/o del contexto histórico en el que ocurra. Sin embargo, se pueden dar en todos los ámbitos de la vida pública, tanto en el político, económico, social, cultural, como en las instituciones públicas de salud o en la esfera educativa.

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